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martes, junio 30

Barcos hundidos en el Caribe: el mayor mapa del tesoro de la historia

(Un texto de Vicente G. Olaya en El País del 24 de febrero de 2019)

El Ministerio de Cultura documenta y ubica los 681 barcos hundidos en el Caribe entre 1492 y 1898, incluida la Santa María y las naos de Cortés, Pizarro o Núñez de Balboa.

Si el pirata Long John Silver tuviese en su poder el informe que el Gobierno español ha tardado cinco años en elaborar abandonaría rápidamente la isla del Tesoro y se lanzaría a saquear el Caribe llevando este documento en la mano. Sabría así dónde se ubica la mítica Santa María (la primera nave europea hundida en América), los barcos que perdió Hernán Cortés en su conquista de México, los que estaban al mando de Francisco de Pizarro o Núñez de Balboa, pero también las coordenadas donde el mar engulló los tesoros más increíbles de oro, plata, esmeraldas o descomunales perlas. 

Sin embargo, este personaje de Robert Louis Stevenson no tendría vidas suficientes para saquear los 681 navíos que el primer Inventario de naufragios españoles en América, redactado por la Subdirección General de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura y que revela EL PAÍS, documenta. Tendría en su poder, eso sí, la historia de España entre 1492 y 1898, información que ha coordinado el arqueólogo submarino Carlos León con la colaboración de su colega Beatriz Domingo y la historiadora naval Genoveva Enríquez. Cientos de legajos históricos del Archivo de Indias y del Museo Naval han tenido que ser escrutados minuciosamente, así como 420 planos antiguos, para dibujar el mayor mapa del tesoro español conocido nunca. Un proyecto que se enmarca en la política del Plan Nacional de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático de España, desarrollado bajo los principios de la Convención de la Unesco de 2001.

El Imperio español basaba su expansión en ambos hemisferios en dos grandes pilares: el ejército y la flota. Pero tras ellos se escondía una armada silenciosa y efectiva, los funcionarios, cuya labor (tomaban nota de los más mínimos detalles de cada expedición) ha permitido ahora la localización de las naves en aguas de Panamá, República Dominicana, Haití, Cuba, Bahamas, Bermudas y la costa atlántica de Estados Unidos. El objetivo no es tanto extraerlos de los fondos marinos, sino preservarlos del saqueo o de posibles daños fortuitos con la cooperación de los países implicados.

El primer barco que se hundió en América fue la nao Santa María el 25 de diciembre de 1492. Esa noche Cristóbal Colón se encerró en su camarote y delegó el mando en un piloto que, a su vez, se lo pasó a un grumete. A las pocas horas, la capitana encalló. El almirante, encolerizado, ordenó el desembarco, para lo que contó con la ayuda de los indios taínos que habitaban en la isla de Bohío (bautizada como La Española). Del cuello les colgaban pequeñas piezas de oro, que pronto intercambiaron con los exploradores por objetos de escaso valor, como cascabeles. Lo que en principio parecía una desgracia, pronto se convirtió en buenaventura. El descubridor desmontó entonces el barco y con sus cuadernas construyó el primer asentamiento europeo en América, el fuerte de Navidad (Haití), donde dejó a algunos de sus hombres.

Tres días después, partió hacia España para anunciárselo a los Reyes Católicos. Pero ya nunca volvería a ver a sus abandonados compañeros: fueron masacrados. De todas formas, no todo el barco pudo usarse para construir el fuerte, por lo que parte de sus restos podrían estar en el lugar donde encalló la nao el grumete, justo en el lugar donde señala el inventario.

De los casi siete centenares de naufragios documentados, solo en el 23% de ellos se tiene constancia de restos arqueológicos. El resto está sin explorar. El país con mayor número de pecios españoles identificados es Cuba (249), seguido de la costa atlántica de EE UU (153), área que incluye las famosas islas de los piratas, y la Antigua Florida (150), una zona que se extendía por los actuales Estados de Texas, Luisiana, Misisipi, Florida, Georgia y Alabama. En Panamá, por ejemplo, se han ubicado 66 naufragios y en La Española, 63.

¿Y por qué se hundían? Carlos León explica que el 91,2% de los naufragios tuvieron como origen causas meteorológicas y solo el 1,4% fueron provocados por combates con países enemigos. “Lo de los piratas es más leyenda. Los barcos españoles eran temibles, iban fuertemente artillados y podían cargar decenas de cañones. Daban más miedo ellos a los piratas que al revés”. De hecho, solo el 0,8% de los hundimientos se debe a ataques corsarios.

El cataclismo de estos gigantes marinos —que podían albergar a un millar de personas, entre pasajeros, militares y marinos— provocaba auténticas catástrofes humanas. Cinco naves de la flota de Juan Menéndez de Avilés se sumergieron bajo las aguas en 1563 en las Bermudas causando 1.250 muertes. En el Conde de Tolosa, que naufragó en 1724 frente a las costas de República Dominicana, fallecieron 600 embarcados. Solo sobrevivieron siete que durante 33 días se alimentaron de calabazas y agua de mar agarrados a la cofa del palo mayor.

Pero estas desgracias también trajeron hazañas que nada tienen que envidiar a la literaria de Robinson Crusoe. Los supervivientes del Santa Lucía, capitaneado por Juan López en 1584, lograron alcanzar en lanchas las costas de las Bermudas donde hallaron a otros siete españoles de un barco hundido dos años antes. Juntos construyeron una embarcación, atravesaron el Caribe entre indescriptibles penalidades, pero alcanzaron Puerto Plata (República Dominicana), a 900 kilómetros de distancia en línea recta.

En el inventario del Ministerio de Cultura se detalla la ubicación de cada pecio, el nombre de la nave, el tipo de barco, el nombre del capitán, el armamento y la carga embarcada, así como la tripulación y los pasajeros. Entre los nombres más afamados, además de Colón, que también perdió la nave Vizcaína en Panamá, se pueden leer los de Vicente Yáñez Pinzón (dos carabelas en 1500 en Abrojos, República Dominicana), Juan de la Cosa y Núñez de Balboa (dos naos en Haití, 1501), Francisco Pizarro (una nave en Nombre de Dios, Panamá, en 1544), Pánfilo de Narváez (dos barcos, en Trinidad en 1527) o dos que eran propiedad de Álvaro de Bazán (Santo Domingo, 1553).

En los puertos las flotas del Rey también se hundían, y a decenas. En 1768 se fueron a pique 70 barcos a causa de un huracán en el puerto de La Habana, lo mismo que pasó en 1810 con otras 60 embarcaciones en el mismo abrigo.

Las naves españolas que surcaban los mares del mundo portaban las más variadas cargas. Entre ellas, los expertos han constatado oro, plata, perlas, esmeraldas y marfil, pero también cerámica Ming, tabaco, azúcar, vainilla o cacao, además de esclavos, artillería, libros o reliquias de Jerusalén. Este azaroso trasiego de riquezas provocó algunos combates con ingleses y holandeses. Así se fueron al fondo del mar, entre otros, los galeones Nuestra Señora del Rosario y Nuestra Señora de la Victoria, en 1590 a orillas del cabo San Antón (Cuba). El Neptuno, Nuestra Señora del Pilar y Nuestra Señora de Loreto en 1762 fueron hundidos por los españoles para obstaculizar el acceso a los ingleses al puerto de La Habana. Y hasta los destructores Cristóbal Colón, Furor, Almirante Oquendo, Infanta María Teresa y Vizcaya, destrozados por la flota de Estados Unidos durante la batalla del 3 de julio de 1898 tras el estallido del Maine. Todos sus pecios son actualmente monumento nacional.

De los ataques piratas se han descubierto pocos restos, algunos en Camagüey (Cuba) en 1603 o tres barcos de 1635 que encallaron tras la lucha contra el corsario. También se ha documentado la carga que lanzó por la borda Juan de Benavides para que no fuera robada por los piratas holandeses en Matanzas (Cuba). De hecho, Benavides no perdió en batalla ningún barco, pero los holandeses le robaron 14, con lo que Felipe IV cuando el capitán regresó a España para relatar el desastre lo mandó decapitar.

Llegar a tierra o mantenerse a flote no siempre significaba la salvación. De hecho, en 1548 una nave se hundió frente a Cayo Largo (Florida). Toda la tripulación sobrevivió pero fueron capturados, esclavizados y sacrificados por los indios Calusa, menos Hernando Escalante, de 13 años, que vivió otros 17 con los indígenas hasta ser rescatado por Pedro Menéndez de Avilés en 1565.

En 1605, el Santísima Trinidad partió de Cartagena (Colombia) y un temporal lo mandó a pique cerca de Santa Isabel (Cuba). Solo quedaron con vida 36 personas, que se subieron a una chalupa con tal cargamento de oro y plata que la barcaza también se hundió. Dos años después, una fragata encalló en la playa de Tienderropa, en Panamá. Sobrevivieron 13 embarcados que alcanzaron la costa, pero allí los cimarrones (esclavos africanos huidos de las plantaciones) los mataron.

La Subdirección General de Patrimonio Histórico solo ha terminado una de las diversas partes que tendrá en el futuro el mapa del tesoro —los especialistas prefieren denominarlo mapa del patrimonio cultural sumergido del imperio español, ya que el actual se ha ceñido a los hundimientos en el Caribe y en la costa atlántica de Estados Unidos. Quedan por rastrear los del Pacífico, el Atlántico Sur o Filipinas para tener una idea fiel del volumen del transporte marítimo español entre los siglos XV y XIX y de la cantidad exacta de barcos que se perdieron, principalmente por las tormentas en los mares que dominaba España, porque lo de los piratas es más leyenda que otra cosa.
La Florida, punto militar estratégico

Los reyes españoles gastaban enormes cantidades de dinero en Florida, un área en la que no había ni oro ni plata, ni recursos naturales que explotar. De hecho, Felipe II se desesperaba con las inmensas inversiones que los militares le aconsejaban. La razón estribaba en que resultaba un punto estratégico para el regreso de las naves repletas de riquezas porque por sus costas transcurre la corriente marina que lleva directamente a España. Si los británicos la tomaban, el paso de los galeones se vería interrumpido. Así, lo que al principio eran fuertes de madera fueron transformándose en fortificaciones de piedra de las que aún se mantienen muchas en los mares del Caribe.

Curiosamente, estos barcos no solo transportaban lo que los funcionarios reales anotaban, sino una enorme cantidad de productos de contrabando para evitar los impuestos. Por ello, no se conoce exactamente lo que los galeones hundidos podían llevar en realidad en sus bodegas. En el Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción hay piezas de plata con formas de tapones de corcho en las botijas del cargamento, en el Guadalupe (1724) se ha detectado una colección de más de 600 vasos de vidrio decorado.

Cuando los recaudadores reales descubrían el contrabando al llegar a puerto, los propietarios ofrecían las más diversas excusas. Así han quedado registradas desde el que arguyó que no se había dado cuenta, el que habló de “falta de tiempo” y un franciscano que adujo que como no iba a España “pensaba que no debía registrar el oro y la plata que llevaba”.
Fe de errores
En la novela de Robert Louis Stevenson La isla del tesoro, La Hispaniola es el nombre del barco en el que navegan los protagonistas hacia la isla en la que se ubica el tesoro. No es el nombre de la isla, tal y como se afirmaba en el reportaje.

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lunes, junio 29

¿Por qué las tormentas de nieve no producen rayos ni truenos?

(Escrito por Sergio Parra en Xataca.com el 14 de abril de 2012)

Reconozco que no hay nada más relajante que una tormenta de fondo, con sus truenos rodando como una remota avalancha de búfalos, a la vez que la lluvia repiquetea y tamborilea en las ventanas y el alféizar, como un spa natural. La situación es tan ideal y se produce tan pocas veces (al menos donde yo resido) que, en ocasiones, debo bajar las persianas y poner efectos de sonido de tormenta para leer o escribir.

Otro momento ideal para leer a la luz del hogar es cuando nieva. Pero la nieve es muda. Nunca se oyen truenos ni se vislumbran rayos. Pero si estamos ante una tormenta, ¿por qué la nieve parece incompatible con esa pirotecnia?


Si bien las tormentas de nieve con aparato eléctrico son posibles no son muy frecuentes (en todo Estados Unidos solo se producen unas 6 al año). El problema reside en que el aire del invierno no es el más apropiado para que se formen las condiciones necesarias para los relámpagos, tal y como explica el meteorólogo Robin Tanamachi de la Universidad de Oklahoma:

"Durante el verano, la troposfera está llena de aire húmedo y caliente. Por encima, el aire es frío y está lleno de cristales de hielo. Cuando el aire caliente asciende, llevando consigo vapor de agua, las moléculas rozan los cristales de hielo y la fricción crea un campo eléctrico en la nube, como cuando cepillas el felpudo con los pies. Los cristales de hielo adquieren una ligera carga positiva, y la corriente ascendente los lleva a la parte superior de la nube, de modo que en la parte baja queda una red de carga negativa. Cuando la diferencia entre la carga positiva superior y la negativa inferior es suficientemente significativa se produce un relámpago."

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domingo, junio 28

Palabras únicas y positivas sin traducción

(Un texto de M.G. en el XLSemanal del 29 de septiembre de 2019. Yo siempre he sostenido que la cultura de un pueblo se refleja en su lengua... y cada vez estoy más convencida)

El psicólogo Tim Lomas colecciona términos que describen sentimientos positivos -una especie de diccionario mundial de la felicidad– y para los que no hay correspondencia en otros idiomas. Ha reunido 900 de casi 100 lenguas.

Gigil, en tagalo, es el impulso de pellizcar a alguien por amor. Cafuné es la palabra portuguesa para referirse al acto de acariciar con cariño el pelo de otro. Utepils es, en noruego, la necesidad de beberse una cerveza al aire libre el primer día de sol del año.

Son algunos de los términos recopilados por el psicólogo británico Tim Lomas en su Happy Words Project, una especie de diccionario mundial de la felicidad. Cree que conocer estas palabras ayuda a percibir con más intensidad las emociones positivas. Lomas enseña psicología positiva, disciplina que investiga la fortaleza mental, el optimismo o la satisfacción. En su cosecha de términos felices se ha topado con palabras como sisu, con la que los finlandeses describen el alma de su nación: la palabra significa perseverancia, paciencia y valentía. En alemán abundan los términos que expresan sentimientos complejos, como geborgenheit: sensación de seguridad nacida de saberte entre los tuyos: o weltschmerz, sensación de amargura al darte cuenta de que el mundo real nunca será como el mundo ideal que deseas. También en alemán utilizan palabras sin fácil traducción, como zeitgeist, filosofía que caracteriza a una época, o sehnsucht, un deseo intenso que tiene parte de nostalgia si se refiere al pasado. El budismo utiliza términos como ‘karma’ y ‘nirvana’.

Los italianos denominan fiero a un sentimiento de orgullo y alegría. El diccionario de la felicidad también entra en el campo de las relaciones personales. En griego hay muchos términos para el amor: agape, el amor desinteresado al prójimo; storge, el amor en la familia; o eros, el amor romántico. Y también está el concepto de pragma: relación de camaradería como la que acaba surgiendo en matrimonios que llevan juntos muchos años. Lomas asegura que él mismo, gracias a su proyecto, ahora es más feliz. «Percibo emociones positivas para la que antes me faltaban las palabras», dice.

DICCIONARIO DE LA FELICIDAD

Ataraxia. Griego. Serenidad espiritual que permite superar los reveses del destino.
Kintsugi. Japonés. Arte de recomponer una pieza de cerámica rota. Significa que las imperfecciones también pueden ser hermosas.
Wu wei. Chino. Describe el encontrarse en armonía con el mundo desde la no acción. Es un concepto del taoísmo.
Trouvaille. Francés. Se refiere a un hallazgo valioso descubierto por casualidad.
Aloha. Hawaiano. Se usa como saludo y como despedida y significa, al mismo tiempo, amor, compasión y simpatía.
Passeggiata. Italiano. Paseo agradable y, en sentido figurado, una actividad especialmente sencilla de realizar.
Fernweh. Alemán. Nostalgia de países o lugares lejanos, deseo de conocerlos.
Schnapsidee. Alemán. Idea descabellada que se te ocurre cuando llevas unas copas de más.
Sati. Pali (India). Estado de atención consciente, como el que se produce al meditar.
Iktsuarpok. Así llaman los inuits a la espera impaciente de una visita.
Jayus. Indonesio. Ese tipo de chistes malos que, de puro malos, son casi divertidos.
Mbuki-mwuki. Suajili. Significa ‘desnudarse para bailar salvajemente’. Posiblemente de ella provenga el término boogie-woogie.
Uitbuiken. Neerlandés. Sensación de agradable saciedad que se escenifica sacando barriga tras un banquete.
Wai-wai. Japonés. Algarabía producida por niños que juegan alegremente. También se aplica a la agitación infantil.
Desbundar. Portugués. Pérdida de toda inhibición producida por un estado de enorme diversión.
Bazodee. Criollo francés de Trinidad y Tobago. Sensación de confusión y atontamiento debida a la felicidad.
Wanderlust. Alemán. El deseo de viajar y ver mundo.
Feierabend. Alemán. Tiempo libre tras la salida del trabajo.



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sábado, junio 27

Pantone: la empresa que controla la mayoría de los colores del mundo

(Un reportaje de Alicia Hernández en el XLSemanal del 29 de septiembre de 2019)

El azul de una camisa, rojo de un logotipo. Da igual. La mayoría de los colores del mundo tiene algo en común: los controla la empresa Pantone. El químico Lawrence Herbert, de 90 años, descubrió una manera sencilla de catalogar las gamas cromáticas… Y desde entonces lo ve todo de color de rosa.

Es como la tabla periódica, pero de los colores. Y al igual que la de los elementos, el Sistema de Combinación Pantone fue creado por un químico, Lawrence Herbert, que acaba de cumplir 90 años y cuya familia sigue vinculada a la empresa que gestiona la guía de la comunicación global del color.

El método Pantone fue creado para que, independientemente del sistema de edición o producción que se utilice, el color de salida en impresión sea el correcto. Y lo es porque se puede identificar siguiendo unos códigos numéricos y se puede comparar con precisión con la ‘pantonera’, que es como se conocen las fichas de color creadas por Herbert en 1963.

Hasta su aparición, los colores no estaban estandarizados, por lo que era muy difícil conseguir que las impresiones fueran homogéneas. Para los diseñadores gráficos, las imprentas y las marcas suponía un grave problema. El color es el signo de identidad de muchas empresas y a veces transmite más información que el propio logotipo: el rojo de Coca-Cola, el azul de Facebook o el turquesa de Tiffany’s son tan reconocibles que no se necesita nada más para saber quién está detrás de ese color. Si al imprimirse los productos o los envoltorios no se ajustan al tono exacto, puede dar lugar a malos entendidos. Ya le pasó a Kodak. Las cajas que envolvían los carretes fotográficos variaban el color amarillo de la marca según donde se fabricaban y las que lo hacían en un tono ligeramente más apagado no se vendían porque los clientes creían que eran falsas.

El hombre que consiguió controlar la imprecisión del color fue Lawrence Herbert. Graduado en Biología y Química por la Universidad de Hofstra en Long Island, en 1956 entró a trabajar como comparador de colores en M & J Levine, una empresa de publicidad de Nueva York que también era propietaria de una pequeña imprenta llamada Pantone Press. Allí, Herbert reparó en la cantidad de errores que se cometían en la impresión al no tener referencias claras de color, lo que obligaba a reimprimir y encarecía los costes. Pensó que él podía solucionarlo. Y tan seguro estaba de ello que compró la imprenta en 1962. Un año después lanzaba su Sistema de Combinación Pantone (Pantone Matching System -PMS-), una herramienta que permitía seleccionar y reproducir colores de una manera uniforme y precisa en cualquier lugar del mundo.

Para lograrlo, redujo la lista de pigmentos básicos de 60 a 10 y creó ‘recetas’ -combinaciones de esos pigmentos- para elaborar los colores. Luego midió con precisión la mezcla de pigmentos necesarios para producir un tono específico y les fue asignando un número de referencia. A continuación imprimió ‘cartas’ o fichas que reproducían los colores junto al número asignado. La primera guía Pantone tenía 500 colores. Hoy reúne más de 10.000 tonos estándares codificados. El código varía dependiendo del material en el que se aplique el color: si es gráfico, multimedia, textil… Al final es una secuencia de números, pero para hacer el sistema más atractivo también se le da nombre al color: Marsala, Surf Hawaii, Kale, Niágara…

Pero el negocio de Pantone ya no se limita a su sistema para catalogar el color; hay centenares de productos asociados que se comercializan bajo su marca: los hoteles Pantone, camisetas, bolsos, tazas… un merchandising que no deja de crecer. Y es que la estrategia de la empresa no se basa ya en su utilidad en una imprenta, sino en su habilidad para convertirse en una marca comercial asociada al buen diseño y a la que desean vincularse los grandes creativos. Aunque no facilitan datos sobre sus ingresos, cuando en 2007 Pantone fue adquirida por X-Rite -empresa que ofrece soluciones integrales de gestión del color-, Herbert recibió 180 millones de dólares.

Pantone cuenta hoy con 17 oficinas en todo el mundo y su cuartel general es un edificio de 80.000 metros cuadrados en Nueva Jersey. Allí se fabrican los estándares de color Pantone y se hace siguiendo unos controles muy exigentes. Por ejemplo, si se quiere certificar un nuevo color en un textil de algodón, el procedimiento comienza con un empleado con una bata blanca que revisa sobre una mesa de luz la muestra, que debe permanecer para su examen a una temperatura de 21 ºC y al 50 por ciento de humedad. La caja emite luz D65, que, según los expertos de la compañía, simula el sol del mediodía en Europa occidental, supuestamente la iluminación más pura posible y el estándar de la industria para evaluar el color.

Posteriormente se mide con un espectro-fotómetro, que compara los colores con el estándar Pantone. Si pasa la inspección, la muestra se sella herméticamente dentro de un sobre de plástico resistente a los rayos ultravioletas que protege contra la decoloración. Los colores aplicados al papel y al plástico se someten a pruebas similares. Aunque todos los procesos están automatizados, en Pantone la garantía de calidad final es el ojo humano y un técnico siempre tiene que dar la aprobación definitiva a los colores. Por eso, cada empleado debe superar un examen anual llamado Farnsworth-Munsell 100 Hue Color Vision Test, que pone a prueba su agudeza visual. Consiste en organizar cuatro filas de muestras, 85 en total, en orden descendente en función de su tono. Y no se pueden cometer más de tres errores. La campeona de la prueba del color en Pantone es Madlin Tadros, trabaja en el departamento de textiles y no se ha equivocado nunca en los más de 20 años de trabajo.

Además de la formulación y creación de colores, la compañía cuenta con un departamento muy poderoso. el Pantone Color Institute. Un servicio de consultoría en el que trabajan los gurús del color que se encargan de pronosticar las tendencias globales y también de asesorar a empresas en materia de identidad corporativa y desarrollo de productos desde un enfoque cromático. Analizan el poder, la psicología social y la emoción del color en su estrategia de diseño.

Cada primavera, un selecto grupo de expertos en moda, diseño, arte, publicidad y marketing acude desde diferentes rincones del mundo a la convocatoria que realiza el equipo directivo del Instituto Pantone, dirigido por Leatrice Eiseman, la persona más influyente en el mundo del color según The Wall Street Journal. A su lado, otra figura clave de la compañía: David Shah. Este visionario del color es el editor del Instituto Pantone desde hace más de un cuarto de siglo. Shah será quien decida los colores de las blusas que llevaremos dentro de dos años, las tapicerías de los sillones de los más famosos restaurantes o los tonos que inundarán los anuncios de televisión. El equipo edita el libro Pantone view color planner, que contiene los patrones textiles de 64 colores dispuestos en nueve paletas diferentes, una propuesta cromática que los diseñadores gráficos tendrán en su mesa de trabajo y los modistos mostrarán en sus colecciones. «Tras la tormenta de colores de las últimas temporadas, para la primavera-verano 2021 nos adentramos en una época más calmada, con colores más naturales que dejan entrever la influencia de los tintes puros y el reciclaje -adelanta Shah-. No hay corazonadas. Se toman decisiones después de muchos análisis y estudios y la decisión final se dicta en Estados Unidos».

Otro momento decisivo en el calendario de Pantone es la elección del Color del Año, que se anuncia a principios del mes de diciembre.

Los colores del año no se crean ad hoc, ya existen. Lo que sí que es nuevo es el nombre con el que se los bautiza cuando obtienen ese ‘título’, sin perder la referencia Pantone: Greenery (Pantone 15-0343), Serenity (Pantone 15-3919) o Ultra Violet (Pantone 18-3838). «El Color del Año de Pantone se ha convertido en algo mucho más importante que la mera descripción de una tendencia en el mundo del diseño; se trata de una verdadera reflexión sobre las necesidades de nuestro mundo actual», explicaba a la prensa Laurie Pressman -vicepresidenta del Pantone Color Institute- tras dar el nombre del Color del Año en 2018, el Ultra Violet, un homenaje al cantante Prince. El de 2019 es el Living Coral.

Lo cierto es que el Color del Año cada vez genera más expectación y tiñe nuestras vidas sin que seamos conscientes de ello. Los profanos en diseño pudieron conocer su enorme influencia gracias a la escena de la película El diablo viste de Prada, en la que la directora de una revista de moda, interpretada por Meryl Streep, le explicaba a la joven asistente (Anne Hathaway), que presumía de vivir ajena a las tendencias, como en realidad no lo era. El color del jersey que lleva puesta la asistente, el azul cerúleo, había nacido en la colección de Oscar de la Renta para ser copiado después por otros grandes diseñadores y llegar finalmente a las estanterías de los grandes almacenes donde ella lo había comprado. «Ese azul representa millones de dólares y miles de empleos -recalca Streep-. Y esa elección, aparentemente libre y personal, no es más que una decisión perfectamente dirigida por la industria de la moda». Y por Pantone… hay que añadir. Porque precisamente el azul cerúleo fue el primer Color de Año, elegido en 2000 como el color del milenio, y desde ahí saltó a las pasarelas, a aquella película y a nuestros armarios.

Pero Pantone no es solo una herramienta ligada a la moda. Es una marca de moda en sí misma. Y no solo por su cada vez más extendido merchandising, sino también por su habilidad para seducir al público joven, el nacido con las nuevas tecnologías.

De hecho, Pantone ya introdujo en los años noventa formulaciones RGB y códigos HTLM en la catalogación de sus colores para que fuesen identificables en los ordenadores sin necesidad de referencias impresas. Y, en otra muestra de habilidad estratégica, Pantone desarrolla una intensa actividad en redes sociales y cuenta con una aplicación que tiene seis millones de suscriptores y se ha convertido en obligada descarga para cualquiera que quiera dedicarse al diseño, la moda, la estética, el cine, la fotografía… o incluso profesiones todavía por definir.

En 2012, Pantone presentó un libro de tonos de piel pensando en su utilidad ante el extendido uso de Photoshop: los fotorretocadores lo podrían usar para corregir el color de rostros y cuerpos. Y así fue. Pero, además, la cadena de cosméticos Sephora decidió usarlo para ayudar a sus clientas a encontrar el tono de maquillaje más adecuado para ellas. Más inesperado fue que un banco de esperma contactase a Pantone para licenciar su producto. Lo querían usar para que los donantes reforzasen sus perfiles con una descripción más precisa del color de su piel. Está claro que hay vida Pantone más allá de la imprenta.

Notas:

La última vez que Lawrence Herbert  salió en los periódicos fue en 2017 por el divorcio de su segunda mujer, Michele, con la que llevaba casado tres décadas. Tiene cuatro hijos de su primer matrimonio, y trabajaron con él hasta la venta de la empresa.

Para marcas, los colores

La empresa Pantone controla la mayoría de los colores de todo el mundo. Algunos de ellos se asocian a conocidas marcas…

El color es el signo de identidad de muchas empresas y a veces transmite más información que el propio logotipo: el rojo de Coca-Cola, el azul de Facebook o el turquesa de Tiffany’s son tan reconocibles que no se necesita nada más para saber quién está detrás de ese color.

SANGRE CHANEL
Chanel triunfó con el esmalte de uñas Rouge Noir o Vamp, a menudo descrito como el color de la sangre seca. Nació por casualidad. Karl Lagerfeld pidió que oscureciesen el esmalte rojo de Chanel para uno de sus desfiles en 1994 y el maquillador improvisó mezclándolo con tinta de rotulador negro. Uma Thurman lo inmortalizó en Pulp fiction.

AZUL TIFFANY
Este azul, ni celeste ni turquesa, que hace suspirar a medio mundo tiñendo las cajitas de esta joyería es el PMS1837. Por cierto, incluye el año de fundación de la firma en su referencia. ¿Qué simboliza? La combinación entre la sofisticación y frialdad del azul y la cercanía que aporta el verde.

NARANJA HERMÈS
Hermès es el Pantone 1448. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las cajas de Hermès iban cubiertas de un papel en un pálido tono beis. Pero, con la ocupación alemana de Francia, aquel se agotó y tuvo que ser sustituido por el que había en stock, un intenso color naranja. Tras el fin de la guerra, la firma mantuvo el color naranja, pero quiso cambiarlo por un tono algo más luminoso. En la actualidad, el naranja Hermès se ha convertido en algo tan representativo para la firma como su famoso bolso Birkin o sus pañuelos Carré.

ROSA BARBIE
La famosísima marca de muñecas quiso dejar claro cuál era su color y para ello hizo que el diseñador Jeremy Scott, de Moschino, subiese a la musa de Mattel a la pasarela con todo un repertorio de vestidos y trajes ‘rosa total’ o, lo que es lo mismo, Pantone 219C. Por si no quedaba claro, el fabricante sacó una edición especial con el número de su color en el zapato y un vestido con las fichas de Pantone convertidas en volantes.

SEVILLA COLOR ESPECIAL
Pantone reconoce desde 2018 que ‘Sevilla tiene un Color Especial’: el tono cromático #FFAB60. La agencia de publicidad Dommo, como parte de una campaña para una bebida, se propuso conectar emocionalmente un color con Sevilla, donde se desarrollaba la campaña. Para ello usó un programa de big data que determinase el tono predominante en la ciudad. Google Street View fue la base del estudio. Primero se definieron las zonas más transitadas de la capital andaluza mediante mapas de calor. Una vez definidas, se desarrolló un algoritmo que capturó hasta 10.000 imágenes, de las que se extrajo una paleta de 600.000 tonalidades cromáticas. Y, finalmente, el algoritmo determinó el valor hexadecimal del color medio de la ciudad, que resultó ser el naranja #FFAB60, compuesto en un 255 de rojo, un 171 de verde y un 96 de azul según el sistema RGB. Y Pantone lo certificó como color único el año pasado.

VERDE EL CORTE INGLÉS
El Corte Inglés es la marca comercial española más importante que tienen patentado un color, el Pantone 348C, de su distintivo triángulo verde. En registros españoles cromáticos solo compite con la Guardia Civil, que tiene Pantone propio, el 341C.

AMARILLO MINION
La productora de Los Minions, Illumination Entertainment, tuvo claro desde el principio que el color era clave en la creación de estos personajes vitales, dulces y subversivos al mismo tiempo. Así que contrató a un equipo de Pantone para desarrollar su ‘personalidad cromática’. Así nació el Minion Yellow… y una de las más exitosas colaboraciones de la marca con el cine.

AZUL FACEBOOK
En 2004, Mark Zuckerberg presentó el logotipo de Facebook, una sencilla ‘F’ y una caja azul. Más tarde contó que la elección que hizo del color se debió a que padece daltonismo y quería evitar los tonos rojos o verdes. El azul es el color que mejor ve. Código Pantone: Blue 7684C.

 

 

 

 

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viernes, junio 26

'La guerra de los Huesos': la brutal rivalidad entre Cope y Marsh

(Un reportaje de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 29 de septiembre de 2019)

Mentiras, saqueos, sobornos… Todo valía con tal de descubrir un nuevo fósil. La brutal rivalidad de los paleontólogos Cope y Marsh ilustra uno de los pasajes más escabrosos de la ciencia, pero también de los más grandes hallazgos, como el ‘Diplodocus’. Un nuevo libro lo recuerda.

Todo comenzó con una cabeza fuera de sitio. Edward Cope cometió la torpeza de colocarla al final de la cola en vez de sobre el cuello al reconstruir el esqueleto de un Elasmosaurus.

El Elasmosaurus -un reptil marino que vivió en Estados Unidos hace 80,5 millones de años- tenía un cuello larguísimo, de ahí la confusión. Pero el error era muy grave. Othniel Marsh, paleontólogo como Cope, se retorció de risa y de gusto. Le encantó el fallo de su colega, al que consideraba un engreído pretencioso. Mientras Cope buscaba y compraba enloquecido de vergüenza todos los ejemplares del artículo de su dislate, publicado en 1873 en la revista de The American Philosophical Society, Marsh se dedicaba a difundirlo alegremente.

Fue la primera zancadilla de un enfrentamiento que convirtió en rivales irreconciliables a dos jóvenes paleontólogos de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, durante la edad de oro de esta disciplina impulsada entonces por constantes descubrimientos de huesos, fósiles y nuevas especies.

Cope y Marsh eran ambiciosos y pendencieros. Querían ser los primeros en desenterrar el enorme tesoro en fósiles que aguardaba bajo el suelo del salvaje Oeste americano. Habían sido amigos, pero la rivalidad se fue enconando con los años hasta llegar a niveles insólitos. Llegaron a contratar a cuadrillas de hombres fieros, con revólver al cinto y cartuchos de dinamita, dispuestos a destruir fósiles con tal de que no los encontrara el equipo rival.

Se trata de la guerra de los Huesos, un episodio de la historia de la paleontología tan llamativo que HBO planea convertirlo en serie televisiva. Esta batalla científica se estudia en las facultades de Paleontología del mundo porque tuvo importantes consecuencias, para bien y para mal. Ahora, el libro Auge de los dinosaurios. La nueva historia de un mundo perdido, de Steve Brusatte, recuerda esta pugna que duró dos décadas (entre los años setenta y noventa del siglo XIX) y que todos los expertos califican de ‘locura’.

Los protagonistas de esta batalla son Edward Drinker Cope (paleontólogo de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia) y Othniel Charles Marsh (paleontólogo del Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale).

Se habían conocido en Berlín en 1863. Y habían simpatizado. Se cartearon e incluso tuvieron la deferencia de bautizar nuevos descubrimientos con el nombre del otro: Colosteus marshii, denominó Cope en 1867 a uno de sus hallazgos; Mosasaurus copeanus, le correspondió Marsh en 1869.

Esta conexión inicial se fue torciendo. Poco a poco sus fuertes personalidades y sus disparidades -Cope era confundador del neolamarckismo y Marsh, un darwinista convencido- empezaron a alimentar suspicacias mutuas.

Sus orígenes eran muy distintos. Cope se crio en una familia de comerciantes bien posicionada y con dinero de Filadelfia, mientras que Marsh era hijo de un humilde granjero de Lockport, en el estado de Nueva York. Económicamente se igualaron después porque a Marsh lo apoyó su tío, el banquero George Peabody, que primero fue su mecenas y luego le legó su fortuna.

Se encontraron en un momento crucial, cuando la paleontología despegaba con entusiasmo. Charles Darwin había publicado El origen de las especies en 1859; el Museo de Historia Natural de Nueva York y la revista Nature arrancaron en 1869. De hecho, Othniel Marsh fue el primer profesor de paleontología de una universidad en Estados Unidos.

En aquella época estaba casi todo por descubrir. Estados Unidos era una inmensa mina de fósiles. Cope y Marsh acudieron raudos adonde William Parker Foulke había descubierto el holotipo del Hadrosaurus foulkii, uno de los primeros descubrimientos de dinosaurios en Estados Unidos. Marsh sobornó a los trabajadores para que le pasaran a él lo encontrado y no le comentaran nada a Cope. «Las reglas del juego eran saquear, robar furtivamente y sobornar» cuenta Brusatte. Pagaban a los operadores de los pozos para que les entregaran a uno y no al otro los fósiles que encontraran. Si se enteraban de un nuevo punto para cavar, se lo ocultaban al otro y enviaban allá a equipos pagados de su bolsillo para ser los primeros. Colaron topos en los equipos del rival para enterarse de lo que hacía su enemigo y boicotearlo. Impulsados por un ego infinito, patrocinados por sus fortunas personales (que dilapidaron), inmersos en una carrera que nunca saciaba su sed de revancha, Cope y Marsh enviaban ejércitos de cazadores de huesos a Nuevo México, Colorado, Nebraska, Wyoming… Gastaron dinerales. Encontraron toneladas de restos, tantos que no había tiempo para catalogarlos o estudiarlos. Querían más. Más que el otro, por supuesto.

A veces ellos se enfundaban las botas de caña alta, se calaban el sombrero y se metían en las cuevas. En 1873, Marsh hizo un viaje patrocinado por Yale protegido por un regimiento de soldados para lidiar con los sioux. Sí, en esta aventura hay incluso indios. Marsh prometió al jefe Nube Roja que le pagaría por los fósiles que encontrara y presionaría en Washington en su favor. Así que los sioux llenaron de fósiles muchos vagones de tren.

En el lado positivo, la guerra de los Huesos condujo al descubrimiento de algunos de los dinosaurios más célebres: Allosaurus, Apatosaurus, Brontosaurus, Ceratosaurus, Diplodocus, Stegosaurus, por nombrar solo algunos», dice Steve Brusatte. También hubo una cara negativa. «La mentalidad de guerra constante causó muchas imprecisiones, fósiles excavados de forma descuidada y estudiados a toda prisa. Pedazos de hueso bautizados equivocadamente como nuevas especies o fragmentos de esqueletos mal identificados», añade Brusatte.

«Pero esa enemistad contribuyó a que la paleontología diera un salto colosal. Sin ella quizá no conoceríamos especies como el Diplodocus», afirma Manuel Jesús Salesa, del departamento de paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. Tampoco conoceríamos al Anisonchus copehater, uno de los especímenes encontrados por Cope. Lo apellidó con sorna ‘copehater’, que significa ‘odiador de Cope’. Oxyacodon marshater, le correspondió Marsh al nombrar otro mamífero. Eran incapaces de refrenarse. Pugnaron hasta el final. ¿Quién ganó?

Ganó Marsh. En varios frentes. Obtuvo apoyo público al trabajar para el US Geological Survey. Por supuesto Cope lo acusó de plagio y malversación de fondos en una tanda de artículos publicados en 1885 en The New York Herald.

También Marsh logró ser presidente de la Academia Nacional de Ciencias, mientras que a Cope lo habían rechazado en la Smithsonian Institution, la mayor colección de historia natural del mundo (fundada en 1846) y en el Museo Americano de Historia Natural. Al final, Cope vivía de su sueldo como profesor de la Universidad de Pensilvania y de sus conferencias y artículos científicos: publicó muchísimos, unos 14.000, y fue autor de tres tratados importantes. Ahí adelantó a su rival, que fue menos prolífico en la escritura y menos intelectual.

Pero Marsh ganó la guerra de los Huesos también en descubrimientos porque dio con 80 nuevas especies de dinosaurio, frente a las 56 halladas por Cope.

Cope murió en 1897, dos años antes que Marsh. Se fue con un desafío final: donó sus restos para que compararan su cráneo con el de Marsh y se dilucidara quién había sido más inteligente teniendo en cuenta el tamaño del cerebro. Marsh se negó a entrar en esta pugna postrera y pidió ser enterrado. Fue un duelo hasta la muerte.

Notas:

Othniel Marsh y Edward Cope fueron amigos, pero eran ambiciosos y pendencieros, así que comenzaron a competir. Ambos se arruinaron.

Solo entre 1869 y 1894 se hallaron 315 nuevos géneros de dinosaurios. Marsh descubrió 80 nuevas especies; Cope, 56. 

El primer resto lo identificó Samuel W. Williston en 1877 en Estados Unidos. Un año más tarde, en 1878, Othniel Marsh lo bautizó Diplodocus.

Darwin publicó su teoría en 1859; el Museo de Historia Natural de Nueva York (en la foto) abrió en 1869… La paleontología despegó en la época de la guerra de los Huesos.

Othniel Marsh (en el centro, arriba) con su equipo para una expedición en 1872. Había robos y enfrentamientos entre equipos y se adentraban incluso en territorio indio.

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jueves, junio 25

Wilhelm Gustloff, la mayor y más cruel tragedia marina de la historia


(Un texto de Carlos Toro Madrid en El Mundo del 30 de enero de 2020)

El 30 de enero de 1945 tres torpedos de un submarino soviético hundieron el transatlántico Wilhelm Gustloff, donde se hacinaban miles de evacuados alemanes. Se calcula que murieron más de 9.000 personas.

Si se efectúa una encuesta acerca de cuál ha sido la mayor tragedia marítima de la historia, casi todos los interpelados contestarían el naufragio del Titanic, ocurrido el 15 de abril de 1912.

Se equivocarían. La leyenda literaria y cinematográfica del imponente, avanzado y lujoso transatlántico, orgullo y máximo exponente de la construcción naval de la época, induciría al error. El Titanic, con sus 1.517 víctimas, ocupa el trigésimo primer lugar en la luctuosa lista, relacionada en su mayor parte con acciones de guerra.

El indeseable primer puesto corresponde al buque alemán Wilhelm Gustloff, hundido por un  submarino soviético el 30 de enero de 1945. […] hace 75 años. Murieron, según las estimaciones más altas, 9.613 personas (y sobrevivieron unas 1.200). Otras cifran el desastre en 9.343. Antony Beevor, citando de pasada el hecho y situándolo en el seno del desorden general de esos días, escribe: «Se calcula que el número de muertos estaría entre los 5.300 y los 7.400». Unas cifras, en cualquier caso, estremecedoras.

El Wilheim Gustloff había sido bautizado así en honor del político alemán residente en Davos -por razones de salud-, que fundó la rama suiza del Partido Nacionalsocialista. Su mujer había sido secretaria de Adolf Hitler. Asesinado en febrero del 36 por un judío croata llamado David Frankfurter, a sus exequias con rango de Estado, celebrado en Alemania, asistieron Hitler, Goebbels, Goering, Himmler, Bormann y Von Ribbentrop. Curiosamente, Gustloff había nacido un 30 de enero, en 1895, el mismo día y el mismo mes del hundimiento del navío que llevaba su nombre. En cuanto a Frankfurter, condenado en Suiza a 18 años, fue liberado en 1945, al acabar la Guerra. Emigró a Palestina y participó en la fundación del Estado de Israel.

El Wilhelm Gustloff, construido en Hamburgo por orden del mismo Führer y puesto en servicio en marzo de 1938, era un impresionante y moderno paquebote de 25.500 toneladas de desplazamiento y 600 tripulantes. Concebido y utilizado para el solaz vacacional, a precios bajos, de la clase obrera alemana, prontamente, en vista de los acontecimientos, se le asignaron cometidos militares. En 1939 contribuyó a la repatriación, desde el puerto de Vigo, de los miembros de la Legión Cóndor.

Fue reacondicionado como buque nodriza de submarinos y como buque hospital en la invasión de Noruega, y como transporte de tropas destinadas a la Operación León Marino, la invasión de las Islas Británicas. Tras el fracaso de la empresa, regresó a Noruega. Entre 1940 y 1943 funcionó también como cuartel flotante y se le dotó de armamento de cierta consideración.

En enero de 1945 se encontraba atracado en Danzig, en el Báltico, a la espera del aluvión de refugiados que huían del avance ruso para desembarcarlos en puertos más seguros. En especial en Kiel. Se ignora cuántas personas (civiles, soldados heridos, personal médico…) se hacinaban en sus cubiertas y su interior. Pero algunas fuentes citan, de modo indeterminado, «unas 10.500». Imposible saberlo entonces y después.

El barco zarpó en la gélida noche (20° bajo cero) con las luces apagadas para evitar en lo posible la amenaza de los sumergibles que, acechantes, rondaban en las profundidades. Las encendió para evitar colisionar con otras embarcaciones. Fue detectado entonces por el submarino S-13, al mando del capitán de corbeta Aleksandr Marinesko, quien ordenó el disparo de cuatro torpedos. Los tres primeros impactaron en la nave (el cuarto no llegó a salir del tubo). El barco se hundió en unos 40 minutos y reposa en pedazos a 44 metros de profundidad. Pocos días después, el 10 de febrero, el S-13 envió a pique en la misma zona al Steuben, también repleto de evacuados. Se estima que murieron unas 4.500 personas. Se rescataron sólo 300 náufragos.

Pese a esos logros bélicos que, junto a otros de menor importancia cuantitativa, convirtieron a Marinesko en el comandante soviético de submarinos con el mayor número de toneladas hundidas, la superioridad no lo consideró apropiado para ostentar el título de Héroe de la Unión Soviética. Sus excesos con la bebida, su vida desordenada y su carácter indisciplinado lo desaconsejaban hasta impedirlo. Llegó, incluso, a ser encarcelado entre 1949 y 1951, acusado de dilapidación de bienes. Murió en noviembre de 1963 a causa de un cáncer de estómago.

En 1990, en cambio, se le reivindicó con toda clase de honores y recibió póstumamente ese título de Héroe de la Unión Soviética. Se le erigieron monumentos en Kaliningrad, Kronstadt y. Odessa, su lugar de nacimiento. Es uno de los personajes principales de la novela de Günter Grass A paso de cangrejo, centrada en el hundimiento del Wilhelm Gustloff, supremo ejemplo del drama de quienes escapaban del avance del Ejército Rojo en las terribles postrimerías de la Guerra.

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miércoles, junio 24

La física que hay en una caña de cerveza

(Un texto de Rocío Benavente en elconfidencial.com del 22 de enero de 2014)

Científicos españoles han explicado por qué se desborda un botellín al golpearlo con otro. En la cerveza, como en todos los fluidos, hay mucha física.

La investigación comenzó como empiezan tantas otras cosas: en la barra de un bar, con una cerveza entre manos y en medio de una discusión entre amigos. Alguien hizo la broma de golpear con el culo de su botellín la boca del botellín de otro, convirtiendo su cerveza en un volcán de espuma.
Los protagonistas eran investigadores del departamento de Ingeniería Térmica y de Fluidos de la Universidad Carlos III de Madrid, así que la gracia dio paso a una discusión sobre las causas de que la cerveza se comporte de esta forma.

“Cada uno de los que estábamos allí comenzamos a lanzar hipótesis y teorías acerca de la causa de ese fenómeno, pero no nos convenció ninguna y decidimos llevarlo al laboratorio para investigarlo mediante experimentos controlados y en condiciones bien definidas para analizar qué fenómenos físicos hay detrás de la aparición de esta espuma”, comenta Javier Rodríguez, profesor del departamento. Un avance de su investigación ha sido presentado en la última conferencia anual sobre mecánica de fluidos de la Sociedad de Física Americana.


Lo que han logrado es describir en detalle qué ocurre con la cerveza después de recibir el golpe, un proceso con tres fases distintas. Primero, la fuerza vertical del golpe genera una serie de ondas de expansión y comprensión se transmiten a través del líquido. Esas ondas rompen las burbujas de CO₂, formando bolas de espuma con burbujas cada vez más pequeñas. Esas bolas de gas, al pesar menos que el líquido, ascienden rápidamente, desbordando la botella. Todo el proceso ocurre en unas décimas de segundo.

“De hecho, esas nubes de espuma se parecen mucho al hongo que causa una detonación nuclear”, ha explicado Rodríguez a SINC.

La espuma que genera la cerveza está provocada por su nivel de CO₂, una cantidad mayor de la que el agua, su principal ingrediente, es capaz de mantener en disolución. Normalmente la cerveza libera el gas poco a poco, pero el golpe provoca que la velocidad de pérdida del gas aumente. “Una botella puede perder en segundos el gas que le costaría horas perder si simplemente la dejáramos abierta sobre la mesa”, concluye el investigador.

Pero este no es el único fenómeno físico que afecta a la cerveza. La prestigiosa institución británica Institute of Physics dedica una página web, llamada Cheers Physics!  (www.physics.org/cheersphysics), a esta bebida dorada en la que no nos fijamos lo suficiente, más allá de su sabor, y que tantas lecciones de ciencia puede darnos a poco que le prestemos atención. “Desde conseguir la cantidad perfecta de burbujas hasta extraer los mejores sabores, hacer cerveza requiere mucha física”.

¿Las burbujas suben o bajan?

La próxima vez que pidas una caña (o una pinta) en un bar, fíjate en las burbujas. ¿Suben o bajan? La respuesta correcta es: las dos cosas a la vez.

Esto ocurre porque mientras una cerveza bien tirada se asienta, en el interior del vaso se forma una corriente circular: el líquido en el centro del vaso sube, haciendo que el que está en los bordes descienda, y con ello sus burbujas.

Esto ocurre con todos los líquidos, pero es especialmente apreciable con la cerveza, y más cuanto más oscura sea (se verá mejor en una Guiness que en una rubia). ¿Quieres comprobarlo? El Institute of Physics te anima a echar un puñado de cacahuetes en tu vaso de cerveza. En un rato verás cómo suben lentamente, a causa de las pequeñas burbujas de aire que llevan consigo. Al llegar a la superficie, las burbujas explotan y los cacahuetes vuelven a bajar. Un consejo: hazte con el vaso de otro para hacer el experimento.

Si la cerveza es marrón, ¿por qué la espuma es blanca?

Los colores de la cerveza van del dorado de la cerveza rubia al negro de la Guiness y similares. Podemos decir que, de media, es de color marrón tostado. La espuma, que está hecha con la misma sustancia, es tirando a blanca.

El motivo que la espuma dispersa la luz de forma distinta a como lo hace el líquido. Cuando la luz blanca incide sobre la cerveza, ésta absorbe la longitud de onda correspondiente al color azul, pero refleja el verde y el rojo, y por eso se ve marrón.

La espuma, sin embargo, es blanca porque, al atravesarla, la luz se dispersa, se refleja y se refracta cientos de veces. Al final, el resultado es una mezcla de colores que, en conjunto, se ven como blanco en vez de como marrón.

¿Cuánto CO₂ hay en una jarra de cerveza?

El dióxido de carbono se encuentra de forma natural en la cerveza ya que es uno de los elementos resultantes del proceso de fermentación, pero muchos fabricantes añaden más para facilitar la formación de la espuma.

En total, una jarra de cerveza puede contener suficiente CO₂ a presión como para ocupar el volumen de dos jarras y media. Para incorporarlo a la bebida, ésta se mantiene presurizada y el gas se disuelve en el líquido. Cuando la presión se elimina al servir la cerveza, el dióxido de carbono se libera en forma de burbujas.


Aunque el dióxido de carbono disuelto no se puede ver, es fácil comprobar que está ahí. Aquí va otro experimento: vuelve a echar un cacahuete en tu cerveza y fíjate cómo las burbujas empiezan a formarse a su alrededor. Eso es porque se crean lo que se llama puntos de nucleación, lugares de una superficie rugosa donde el CO₂ disuelto se convierte en burbujas. Lo mismo ocurrirá si echas un hielo, una rodaja de limón o cualquier otro objeto con un tacto irregular.

¿En copa, en vaso o en jarra?

El recipiente en el que disfrutamos de una cerveza condicionará la experiencia, ya que de ello depende, por ejemplo, el grado de evaporación o de calentamiento. Por ello el recipiente más adecuado será distinto según el tipo de cerveza.

Un vaso grueso o una jarra con asa aíslan la cerveza del calor de nuestra mano al cogerla, algo que no ocurre si se trata de una copa o un vaso con un cristal más fino. Algunas cervezas se elaboran teniendo en cuenta este factor, y el calor de la mano ayuda a liberar el sabor o a mejorar la textura.


Las burbujas que suben a la superficie liberan aromas propios de la cerveza, que se apreciarán mejor en un vaso cerrado por arriba, porque contendrán mejor las moléculas evaporadas. Por eso algunas marcas gourmet se sirven en copa, para potenciar la apreciación de los aromas. Sin embargo, cuando bebemos directamente del botellín, el cristal separa totalmente nuestra nariz de la cerveza, por lo que esta cualidad deja de ser plenamente apreciada.

Las cervezas más espumosas se sirven en ocasiones en vasos más finos y altos. Al tener un fondo más estrecho, menos cerveza está en contacto con él y se evita que se formen allí más burbujas, a la vez que se potencia la creación de una capa de espuma más alta en la superficie.

En su explicación, el Institute of Physics anima a hacer otro pequeño experimento: cuando pidas una cerveza, pide también otro vaso, más pequeño, y vierte en él parte de tu bebida. Pasado un rato, prueba a beber de ambos por turnos. Si tienes el paladar bien entrenado, apreciarás diferencias en el sabor, la temperatura, la cantidad de gas y el aroma dependiendo de qué vaso bebas, aunque la cerveza, obviamente, será la misma.

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martes, junio 23

Montgolfier: desafiando la gravedad en globo

(Un texto de Sergio Parra leído en xataca.com el 3 de octubre de 2019)

Aquella tarde de 1792, a Joseph-Michel Montgolfier se le ocurrió que podía volar. La inspiración para ello, curiosamente, no vino de ningún libro, sino de los calzones de su mujer, tendidos en el campo junto a un fuego, que se ondeaban al viento, se hinchaba y casi parecían levitar.

Montgolfier no sabía qué era lo que provocaba aquella elevación, pero parecía evidente que el secreto residía en dos cosas: un fuego y una tela abierta y ligera.

Lo que hizo fue sostener el ingenio sobre una pequeña hoguera su primer invento: la primera prueba que hizo Montgolfier con un globo éste logró elevarse veinte metros del suelo. El globo estaba construido básicamente con una barquilla rectangular de madera cubierta de seda que pesaba 2,3 kg y medía menos de 1,5 metros de altura.

Más tarde, su segunda prueba la concibió con la ayuda de su hermano menor, Jacques-Étienne, con una barquilla más grande, de 7 kg.


Probaron ambos entonces un tercer globo de nueve metros de diámetro. Para el envoltorio del globo, abotonaron varias tiras de seda revestidas de papel rígido. Y, además, probaron diversos gases para encontrar el más eficaz, desde el vapor hasta el hidrógeno.

Estas pruebas, además, fueron protagonizadas por animales: una oveja, un gallo y un pato que viajaron en una jaula que pendía del globo. Narra así esta gesta animal Sam Kean en su libro El último aliento de César:

Mientras el rey Luis XVI presenciaba la escena, llenaron el globo en pocos minutos. Entonces los quince hombres que lo retenían en el suelo lo soltaron. La multitud gritó al ver que el globo se tambaleaba ladeado mientras los animales graznaban y balanceaban. Pero el globo se enderezó al ascender, y acabó tocando tierra, sin daño alguno, a unos tres kilómetros de distancia.

El 21 de noviembre de 1783, ayudaron a dos de sus amigos (un físico llamado Jean-François Pilatre de Rozier y un marqués de la región) a subir a la barquilla bajo un enorme globo anaranjado. Fueron los primeros humanos que flotaban en el aire.

A pesar de todos sus peligros y en ocasiones el terrible descontrol que acarreaba lidiar con el caprichoso viento, los vuelos en globo no tardaron entonces en convertirse en un espectáculo público en Europa. Algunos ofrecían incluso un pícnic a bordo para los pasajeros que se atrevieran a volar, entre el que se encontraba un pollo asado, cruasán y limonada. Todo muy chic.

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lunes, junio 22

Amenábar, en el club de los fusilables

(La columna de Arturo Pérez Reverte en el XLSemanal del 6 de octubre de 2019)

Hace unos días vi Mientras dure la guerra, la película de Alejandro Amenábar sobre Miguel de Unamuno y la Salamanca de 1936. Y debo decir que me gustó mucho, sobre todo porque me parece un intento irreprochablemente honrado de ser ecuánime al abordar un asunto como ése. No digo equidistante, ojo, pues Amenábar sabe muy bien dónde están él y cada cual, sino ecuánime: palabra que define a quien tiene, o procura tener, imparcialidad de juicio. A la hora de teclear esta página la película aún no está en salas comerciales, y no sé cómo será recibida. Me temo que no dejará satisfechos, ya que de Unamuno hablamos, a los hunos ni a los otros. La noble y benéfica influencia de Manuel Chaves Nogales (ese prólogo de A sangre y fuego que debería estudiarse en los colegios) sitúa el relato por encima de las convenciones habituales del género. O, por decirlo en plan chavesnogalesco, hace ingresar a Alejandro Amenábar, con todos los honores, en el club de los españoles perfectamente fusilables por un bando y por el otro.

Después de ver la película, pasando revista a lo que de cine sobre la Guerra Civil conoce uno, me quedé pensando en lo mucho que el tiempo cambia las cosas: Raza, El santuario no se rinde, Sin novedad en el Alcázar –italiana pero en sintonía con el ambiente de la época– y algunas otras encajan en un cine franquista, maniqueo, donde el combatiente nacional solía ser guapo, honrado y elegante, y sus adversarios rojos, groseros, sucios, desalmados y criminales. Excepto en una obra maestra –maldita para el Régimen– como la extraordinaria Rojo y negro de Carlos Arévalo, todas esas películas pintaban con trazo grueso; y los únicos límites consistían en que, al tratarse de algo que los espectadores conocían por haberlo vivido, ciertos detalles eran imposibles de falsear o manipular. 
Hoy, aunque no falta quien parece lamentarlo, estamos lejos de todo aquello. Y quizá precisamente por eso, con la excepción de Amenábar y de algún otro director solvente, el cine sobre la Guerra Civil y el primer franquismo incurre en los mismos vicios que el de entonces, sólo que con un punto de vista opuesto. Desde hace ya décadas, los varones republicanos en el cine y la televisión casi siempre son intelectuales educados o proletarios de nobles sentimientos, valientes, guapos o agradables, afeitados o con barba de tres días, de habla grave y mesurada, mientras que los nacionales, casi todos con bigote y peinados con gomina, incapaces de articular un razonamiento inteligente, hablan a gritos y se pasan el día diciendo Viva España. Lo que precisamente, dicho sea de paso, hace tan singular y formidable la interpretación llena de matices del general  Millán Astray que logra el gran Eduard Fernández en la película de Amenábar. 

Pero es que, además, la injustificable ignorancia de algunos directores, guionistas y directores artísticos o de vestuario sobre nuestra Guerra Civil suele empeorar las cosas: actores con el pelo increíblemente largo para la época, a los que sientan la gorra y el uniforme como una patada en los huevos; guardias civiles que en el año 40 se llamaban Jordi y Aitor; ropa limpia recién planchada en vez de caqui arrugado o monos azules; botas en lugar de alpargatas; curas sudorosos que bendicen a pelotones de fusilamiento mientras que nunca se alude a los miles de religiosos ejecutados por los otros… Entre los falangistas y carlistas hay cuadrillas de asesinos, naturalmente, como así fue en la realidad; pero raro es que se muestre a milicianos rojos de retaguardia dándole el paseo a nadie, o matándose entre ellos cuando comunistas, trotskistas y anarquistas ajustaban cuentas. Por no hablar de la palabra cheka, que parece proscrita del cine como si esas cárceles y centros de tortura republicanos no hubieran existido jamás. En cuanto a las mujeres, las fieles a la República suelen ser sobrias, sensatas y hablan con grave conciencia de clase; mientras que las del otro lado son aristócratas o burguesas enjoyadas, frívolas, piadosas y tratan mal a las sirvientas. Y tampoco perdamos de vista a esas milicianas politizadas y heroicas, siempre fusil al hombro, siempre dispuestas a combatir en las trincheras y en las calles, siempre respetadísimas y valoradísimas por los compañeros de lucha. Tanto, que le hacen lamentar a uno que su madre o su abuela, incluso su hermana o su propia hija, no fueran una de ellas. 

Amenábar, como digo. Créanme. Lo ha intentado con mucha dignidad y mucho atrevimiento. Su Unamuno ambiguo, contradictorio, asustado por rojos y nacionales, desbordado por la tragedia –extraordinario Karra Elejalde– merece que le echen un vistazo. Y después, como debe ser, que cada cual saque sus propias conclusiones.

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domingo, junio 21

Navegantes

Dicen que fue Anacarsis, filósofo escita del siglo VI a.C., quien dijo que "existen tres tipos de personas: los vivos, los muertos y los que navegan por el mar." 

Anacarsis se refería a que, en aquellos tiempos, cuando los marinos se hacían a la mar en sus frágiles barcos nadie sabía si estaban vivos o muertos hasta que regresaban de su viaje.

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sábado, junio 20

‘La ruta infinita’

(La columna de Carmen Posadas en el XLSemanal del 13 de octubre de 2019)

Un día de septiembre de 1519, cinco barcos dejaron atrás Sanlúcar de Barrameda en busca de una ruta diferente para llegar a las islas de las especias. Comenzaba así una de las mayores gestas de la historia. Una que de haber tenido como protagonistas a marinos anglosajones ya habríamos visto reproducida lo menos media docena de veces por los directores de Hollywood. Poco sabían aquellos doscientos cincuenta hombres que lo que comenzó como una expedición comercial se convertiría no solo en la primera vuelta al mundo, sino en un hito de arrojo, valentía y superación. De esto y de mucho más habla un libro que acabo de leer. Se llama La ruta infinita, y su autor es uno de los más solventes autores de novela histórica que tenemos, José Calvo Poyato. Durante años, Pepe, que es doctor en Historia, se resistió a escribir novela. Como historiador, le gustaba ser fiel a los hechos y pensaba que ‘novela histórica’ era un oxímoron. Opinaba que se le hacía un flaco favor a la verdad ficcionalizándola, añadiendo diálogos imposibles de verificar, pensamientos que solo quien los tuvo puede decir si fueron ciertos o no y otras licencias con las que los novelistas construimos los textos.

Por fortuna para lectores como yo, que ya lo conocíamos y disfrutábamos como ensayista, un día cambió de opinión y ahora escribe libros tan amenos y a la vez tan escrupulosamente bien documentados como el que antes les mencionaba. Y lo hace para dar vida a historias tan increíbles como esta hazaña que inició el portugués Fernando de Magallanes con cinco naves y culminó tres años más tarde Sebastián Elcano y dieciocho hombres enfermos al regresar en un único barco, la nao Victoria. Entre una fecha y otra está la esencia de esta aventura. Una en la que se recrea con todo color y detalle cómo era la vida a bordo, también los distintos lugares en los que tiene lugar la historia, como la bulliciosa Lisboa en la que comienza la acción, cuando Magallanes empieza a sospechar que, a pesar de sus muchos servicios prestados, la Corona portuguesa ya no se interesa por él. Conoceremos también la Sevilla de la época, así como la corte del recién llegado Carlos I, con todas las intrigas que se tejieron alrededor de ese jovencísimo monarca que no sabía hablar español.

Mención aparte merece la muy vívida recreación de los numerosos escenarios, tan desconocidos como exóticos, con los que se van encontrando los expedicionarios en su viaje alrededor del mundo y en los que acontecen mil peripecias y Magallanes pierde la vida. Todo lo que se narra en La ruta infinita me ha hecho reflexionar sobre un viejo asunto. Y es la poca importancia que damos a los trascendentales acontecimientos que los españoles hemos protagonizado a lo largo de la historia, así como el escaso reconocimiento que se da a sus autores. Para muestra, baste este dato: cuando el corsario inglés Francis Drake, cerca de sesenta años más tarde que Juan Sebastián Elcano, completó a su vez la vuelta al mundo, no solo fue aclamado en su país como un héroe nacional, sino que la reina Isabel lo nombró sir.

En el caso de Elcano, en cambio, el recibimiento fue bastante menos entusiasta. Le denegaron su petición de que se le concediera el hábito de la Orden de Santiago, también la Capitanía Mayor de la Armada y el permiso de llevar armas. A cambio, el rey le concedió una renta anual de quinientos ducados y la posibilidad de que en su escudo de armas pudiese figurar la inscripción «Primus circumdedisti me» (‘Fuiste el primero que la vuelta me diste’), magro premio para tan grande hazaña. Tal vez por estos y otros olvidos más allá de nuestras fronteras, hasta un niño de primaria sabe hoy en día quién fue Francis Drake, y decenas de películas han recreado su personaje, mientras que se ignora todo sobre Juan Sebastián Elcano. Ojalá que efemérides como la que este año se celebra y buenos libros como los de Calvo Poyato sirvan para enmendar tan injusto olvido.

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viernes, junio 19

¿Dónde se esconde Banksy?

(Un texto de Roxana Azimi y Grançois Krug en el XLSemanal del 13 de octubre de 2019)

Todo el mundo conoce sus corrosivos grafitis, pero nadie sabe su identidad. Desde hace quince años, Banksy -la estrella del ‘street art’– se esconde tras sus dibujos. Un secreto que alimenta su leyenda. Las pistas llevan a Bristol, a alguien llamado Robin Gunningham…

Son alrededor de las tres de la mañana del 25 de junio de 2018 cuando suena el teléfono. «Una llamada en plena noche sobre la sala Bataclan alarma a cualquiera», cuenta Jules Frutos, en aquella época cogerente de la sala de conciertos parisina. «Se ha formado un gentío. La gente está tomando fotos». Todos fijan la mirada en la salida de socorro, por la que parte de los espectadores huyó del ataque terrorista de 2015. Una imagen de una mujer joven con cara triste ha aparecido sobre ella. El autor no ha dejado firma, pero es evidente de quién se trata.

Banksy está en París. Y esta vez hay imágenes. Una cámara de vigilancia enfoca la salida de socorro de la Bataclan. Cuando se le pregunta si ha visto el vídeo, Jules Frutos elude la pregunta: «No puedo hablar de ello».

Son también cerca de las tres de la mañana del pasado 26 de enero cuando se dispara otra vez la alarma de la Bataclan. Esta vez se hace público lo que ha captado la cámara. Varios encapuchados han desmontado la puerta con una cortadora eléctrica y se han llevado el Banksy. Para poner una denuncia, ha habido que darle muchas vueltas al estatuto jurídico de un grafiti que ni siquiera está firmado. Han robado una obra de arte o un trozo de puerta? La investigación se abrió bajo la denominación «robo con daños por banda organizada».

Así se construye desde hace más de quince años la leyenda de Banksy. El artista, que se burla de todas las autoridades -policial, política o financiera-, es sobre todo un pequeño genio de la autopromoción. La obra maestra de Banksy es, al final, él mismo. Las innumerables gestiones que se han hecho para desenmascararlo solo han logrado elevar su precio.

La única pista fiable está en el Daily Mail. Una investigación publicada en 2008 indicaba que Banksy es el pseudónimo de Robin Gunningham, de Bristol, y publicaba una foto del personaje. Esta exclusiva fue corroborada en 2016 por una investigación de los criminólogos de la Universidad Queen Mary, que utilizaron métodos de identificación usados para localizar asesinos en serie. Pero la revelación del Daily Mail, por su reputación sensacionalista, hizo que la pista fuera ignorada.

Para intentar resolver el ‘enigma Banksy’, hay que volver a los orígenes. Bristol, una ciudad de 450.000 habitantes en el sureste de Inglaterra. Famosa por su arte callejero, que importaron a principios de los años ochenta a pioneros como 3D, de nombre real Robert del Naja, el futuro cantante de Massive Attack, otra gloria local.

En el barrio de Montpelier, nos topamos con el fresco Take the money and run, dibujado hace cerca de veinte años. El joven Banksy lo pintó con dos artistas mayores que él, Mode 2 e Inkie, uno de sus grandes cómplices de juventud.

Después de varios plantones, nos citamos con él en un pub. «Sobre Banksy, cada uno tiene una versión -resume-. Pero a la gente le encanta estar ligada a un secreto. Si todo el mundo supiese quién es, sería menos divertido». Inkie no es de los que rompen un secreto. «Yo iba a la facultad con Steve, encontré a Banksy y pintamos juntos a partir de 1996 o 1997, después nos mudamos a Londres», cuenta.

Se ríe cuando le confesamos que no entendemos la forma de operar de su amigo. Es sencilla, dice. «Fue el primero en utilizar esténcil. Estaba prohibido para un autor de grafiti, que debe trabajar a mano alzada. Pero con una plantilla vas rápido y llegas a todas partes. Es así como se pueden hacer ratas en todas partes en una noche. Son dos minutos, mecaniza el grafiti y por eso era un tabú». Permite también delegar sin asumir riesgos inútiles. «Por supuesto que tiene un equipo. Damien Hirst no hace él mismo sus pinturas y Jeff Koons no esculpe sus esculturas».

Preguntamos directamente: Banksy se llama de verdad Robert Gunningham? Se ríe. «Podría ser, pero no os lo voy a decir». Sin embargo, Inkie continúa él mismo con una explicación del pseudónimo. ‘Robin’ (diminutivo de Robert) hace pensar en robbing banks (‘desvalijar bancos’) y de ahí ‘Robin Banks’ y luego ‘Banksy’. Risas por su parte, desconfianza por la nuestra. Dos minutos antes, el mismo Inkie subrayaba el talento de Banksy y de su entorno para crear cortinas de humo. Esta puede ser una más.

Decidimos hablar con Steve Lazarides, que fue durante diez años su portavoz, agente y marchante oficial. Según se cuenta, «Banksy se lo debe todo».
Nos recibe en Londres, donde hay más de 500 negativos de sus andanzas, como ese día de 2004 en que Banksy instaló una rata disecada en el Museo de Historia Natural de Londres. «¡Arte del bueno!», dice desternillándose mientras nos enseña algunas fotos inéditas, en las que tapa con el dedo al personaje clave. «¡Miren esto!», dice y saca un manojo de fotos tomadas en una granja inglesa en la que Banksy se las vio moradas para pintarrajear a unas vacas. El provocador artista le cogió gusto a trabajar con animales: en 2006, en Los Ángeles, lacó en rosa un elefante vivo. Aquello levantó polémica y puso en órbita al artista. La marca Banksy acababa de nacer.

Desde hace once años, los dos hombres no han vuelto a relacionarse. Cuestiones de dinero y de ego, se dice. «No echo de menos a Banksy», asegura Lazarides.

Si su mánager transgredió una de las reglas de Banksy -organizar exposiciones mediáticas sin su consentimiento-, no tiene intención de violar sus secretos. «Juntos fuimos los reyes de las noticias falsas», dice con sorna. Y añade. «Nos reímos tanto de la gente que, aunque hoy os mostrara su verdadera imagen, fotos con las plantillas y Banksy pintando, pensaríais que son falsas».

Aprovechamos una corta ausencia de nuestro anfitrión para escanear sin que lo sepa algunas fotos que ha dejado sobre la mesa. En ellas se ve a un joven que está grafiteando un túnel en Londres. El hombre medio pelirrojo de las imágenes es de lo más común. Pero se parece muchísimo… a la foto de Robin Gunningham publicada por el Daily Mail.

Para confirmar esta imagen sin desvelar nuestra trampa, contactamos con el único periodista que conoció al hombre invisible -o quizá a su doble-, Simon Hattenstone, de The Guardian. Los dos conversaron en un bar en 2003. Está seguro de que se trataba de Banksy? «Hablaba demasiado bien para no ser él -asegura hoy el reportero-. Tenía una gran inteligencia, pero era muy común físicamente; no lo reconocerías en la calle». Cuando le enseñamos la foto del Daily Mail, dice que ya no se acuerda de su cara.

La única manera de poner las cosas en claro sería ir a ver al autor de la foto del Daily Mail, el jamaicano Peter Dean Rickards. Desgraciadamente murió en 2014. Uno de sus allegados acepta contarnos lo que pasó. Cuando estuvo en Jamaica, en 2004, Banksy se mostró, según cuenta, «arrogante y maleducado con todo el mundo. Cuando Peter le habló de las fotos, Banksy le respondió con maldad: ‘Yo sí que hago imágenes de verdad’». Harto, Rickards publicó en su web cinco o seis fotos que le había tomado a Banksy en Kingston. Pero el artista le compró enseguida los derechos para evitar que el asunto saliera a la luz.

¿LOS DERECHOS DE QUÉ AUTOR?

Para seguir cultivando el misterio, Banksy cuenta hoy con Holly Cushing, su mánager. Cushing gestiona su holding y sus filiales, inscritas legalmente, pero sin que el nombre del artista aparezca por ningún lado. Desde 2008, una de las filiales se transformó para responder a una nueva necesidad: la autentificación de sus obras. Su nombre: Pest Control Office, un término genérico para las empresas de desratización y que hace referencia al animal fetiche del artista. En su web, los que creen tener un Banksy solo deben rellenar un formulario, enviar una foto y cruzar los dedos esperando el veredicto.

Banksy puede ser un artista, pero es también un hombre de negocios. Los jóvenes del street art critican su comportamiento «cuando se trata de dinero». Hacen referencia al juicio celebrado en enero en Milán contra los organizadores de una exposición. Pest Control Office logró que se los condenara por haber vendido postales y marcapáginas que reproducían obras de Banksy, registradas ya como marcas comerciales. Pest Control denunciaba también una violación de los derechos de autor, pero en ese punto los jueces no transigieron: habría sido necesario que el artista saliera de la sombra. Y que Banksy dejara caer por fin la máscara.

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