Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

martes, noviembre 30

The REAL Black Friday

(Read at www.bulldogz.org on 20th December 2018)

America may have given retailers a sales event prior to the Christmas rush, but the REAL Black Friday comes just before Christmas, when the Brits hit the town to celebrate the start of the "festive season" in what is seen as a shameful orgy of drunken madness.

Black Friday has become a commercial phenomenon in recent years. Like burgers bigger than your head, gas guzzling super cars, skyscrapers and TV series that never end, the American penchant for 'in your face' excess found it's spiritual home next to Christmas, the ‘season’ of excess.

First we saw the videos, rows of tents camped outside superstores, eager consumers waiting in line, rubbing their hands together to protect against the cold or in anticipation of the glorious purchasing that awaits them beyond the barred doors and rows of security staff. The key goes in, the doors swing open and the crowd surges forward, people fall and disappear forever, a man grabs a TV in a consumer fervour, but there is a pensioner attached to the other end, violence erupts.

Ahhh Christmas.

The Brits bloody invented it, alright?

The REAL Black Friday, also known as Builder's Friday, Black Eye Friday, Frantic Friday or more recently Mad Friday (to distinguish it from the American sales event) takes place at the end of the last full working week before Christmas day. It is absolutely about excess, but not consumer goods, quite simply, that cherished British pastime, drinking, and lots of it.

Black Friday became a hushed whisper, a cautionary tale, a foreboding moniker for the most violent day in the calendar amongst bar staff, bouncers and the police and ambulance service. It is the day that most office parties take place, factory workers organise a ‘wee drinky,’ ties are loosened and the gang, the team, the coworkers, put down their staplers, their tools of the trade and differences and head to the pub enmasse.

It has become widely recognised by emergency services and the publican trade as the busiest night of the year by far. Just as the retail sector looks to the Christmas period to make their profit, bars and clubs prepare for this night carefully. For while it brings bumper till revenue, it also brings drinkfueled complications.

Bouncers undergo special training to manage what is essentially a zombie apocalypse. In this profession in particular, it is one of the most dangerous days of your year and career. Dealing with the public in general can be dangerous, but when 100% of the public are intoxicated and discarding their inhibitions like wrapping paper, it becomes a matter of survival.

There is a prevailing sense amongst the public that ‘anything goes’ during this 24 hours as a kind of ‘office purging’ takes place. Drunken propositions are made, faces are slapped, as the booze flows and the voices rise, some in merriment, some in anger, Brits travel back several hundreds of years to their Viking roots, they dance and sing and fondle each other. Brian from accounting feels 12 feet tall, out with his pack, a rival pack of office workers pass and someone spills some beer on his brogues, Black Eye Friday claims another victim.

“Ambulance Trusts around the country plan and set up mobile "drunk tanks" in city centres to help lighten the load on hospitals and police cells” said reporter Nicola Harvey in her article for the Telegraph ‘Mad Friday: How police and hospitals are preparing’ “Some of the higher end mobile units can treat up to 11 people at a time with eight beds, seats with restraint straps and two showers, and can cost up to £500,000.” Yes, restraint straps.

Major cities set up field hospitals in large central squares, to effectively triage legions of drunks. Police make public pleas for revelers to eat before drinking and Office party organisers are also encouraged to include a sit down meal in their plans for the office celebrations.

In a further attempt to prevent outlandish behaviour Greater Manchester Police produced the hashtag #MadMancFriday to shame people with images of their drunken debauchery on social media.

This is a bruise on the international reputation of the British, but, it must be remembered that the vast majority of people enjoy this frenetic unleashing of cheer with no trouble or anything more serious than a sore head the next day. This year should not be as a intense as last year, which was a SUPER Black Friday, as Christmas Day was on the following Monday. This year, most workers will still be returning to their desks on the Monday, which will keep some of the worst excesses in check.

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lunes, noviembre 29

Seis medidas eficaces contra el lumbago

(Un artículo de A.P. en la revista Mujer de Hoy del 27 de abril de 2019)

El 85% de la población va a sufrir este dolor de espalda en algún momento de su vida. Pero hay estrategias (más sencillas de lo que piensas) para evitarlo.

La lumbalgia es un “dolor que se localiza en la zona baja de la espalda, entre el límite inferior de las costillas y la zona glútea”, explica el dr. Andrés Ariza, reumatólogo del Hospital General de Ciudad Real. Se estima que la mayoría de nosotros (el 85%) vamos a sufrirla al menos una vez a lo largo de nuestra vida y, de hecho, esta es la principal causa de baja laboral en personas menores de 50 años. La buena noticia es que podemos prevenir muchas de las crisis de lumbago. La Sociedad Española de Reumatología nos explica cómo conseguirlo.

Mantén tu peso ideal

La relación entre peso y dolor lumbar es una carretera de doble sentido: el exceso de peso sobrecarga las estructuras vertebrales provocando dolor y este limita la capacidad de hacer ejercicio, agravando el sobrepeso. En esta amistad peligrosa entre kilos de más y dolor de espalda, las mujeres nos llevamos la peor parte. Un estudio de la Universidad de Tokio ha comprobado que la tasa de prevalencia de dolor lumbar asociado a la obesidad es mayor en el sexo femenino que en el masculino, debido a que en la mujer la grasa se acumula en torno a la cintura y las lumbares en mayor medida que en los varones. El consejo de los expertos es perder peso siguiendo una dieta diseñada por un profesional y retomando cuanto antes la actividad física. Lo ideal, en el comienzo, es practicar ejercicios encaminados a reforzar la musculatura lumbar y abdominal como la natación, el pilates, el tai chi, el yoga o el aquagym.

Vigila tu colchón

Los de consistencia firme (no confundir con estar duros como una piedra), proporcionan mayor soporte y disminuyen los dolores de espalda en mayor medida que los blandos. En cuanto a la mejor postura para dormir, se recomienda hacerlo boca arriba con un cojín bajo las rodillas o de costado con una almohadilla entre las piernas.

Busca la postura

- Al trabajar: la mesa de trabajo y la pantalla del ordenador deben estar a la altura adecuada. La primera debe permitirte apoyar los codos en ella y la segunda debe quedar a la altura de los ojos. Por su parte, la silla del trabajo debe permitir que la parte baja de la espalda esté completamente apoyada y tiene que poder reclinarse.

- Al cargar objetos: si necesitas retirar objetos que estén “en alto”, no te estires, usa una escalera para alcanzarlos. Al recoger objetos del suelo, dobla las rodillas y acércate al suelo, no flexiones la espalda. Y si vas a llevar el peso contigo, repártelo de forma equitativa en ambos lados del cuerpo (nada de meter toda la compra en una sola bolsa) o, mejor, llévalo en una mochila bien pegada a la espalda y con las correas de sujeción adaptadas a tu complexión.

- Al desplazarte: cuando conduzcas, vigila que el respaldo del asiento del coche esté en contacto con la espalda. Y si decides ir caminando a todas partes (la opción más saludable) evita los zapatos de tacón. Caminar con tacones altos produce una hiperlordosis lumbar, es decir, un aumento de la curva natural de la espalda, justo en la zona de las lumbares y eso eleva el riesgo de padecer lumbago.

Una revisión de 28 estudios concluyó que los fumadores tienen más riesgo de padecer dolor lumbar. Este riesgo es también ligeramente superior en exfumadores cuando se compara la incidencia de casos entre estos y personas que nunca han fumado. La explicación podría encontrarse en que el tabaco provoca una deficiencia de oxígeno crónica en todo el organismo, porque disminuye el calibre de los vasos sanguíneos. Esta reducción limita el aporte de oxígeno a los tejidos, incluidos los discos vertebrales, lo que dificulta su capacidad de regeneración. Además se ha demostrado que el tabaco aumenta el riesgo de osteoporosis.

Cuida tu mente

El estrés aumenta la intensidad del dolor y reduce la capacidad para hacerle frente, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Tel Aviv (Israel). Pero el estrés no está solo en la lista de trastornos psicológicos relacionados con el dolor: se calcula que el 70-80% de los pacientes con lumbalgia crónica también sufre síntomas de ansiedad. Si estás atravesando una etapa complicada, busca ayuda profesional. Recuerda que los factores psicológicos aumentan la tensión sobre la musculatura de la espalda y pueden acabar convertidos en una lumbalgia.

No tomes paracetamol

Este fármaco ha demostrado no ser eficaz contra el dolor del lumbago, según un estudio realizado a más de 1.600 pacientes afectados por dolores lumbares agudos y publicado en The Lancet. En esta investigación, los pacientes “tratados” con un placebo, un producto sin efecto alguno, se recuperaron incluso un día antes (de media) que los que siguieron un tratamiento contra este tipo de dolor a base de paracetamol.

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domingo, noviembre 28

George Orwell y su participación en la Guerra Civil española

 (Un texto de Israel Viana en el ABC del 25 de junio de 2013)

En la Navidad de 1936, George Orwell fue a visitar a su amigo Henry Miller a París con una idea muy clara: «Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo». Faltaban cuatro días para que el genial autor de «Rebelión en la granja» y « 1984» se enrolara como brigadista para combatir contra los franquistas en la Guerra Civil española. Miller, que no estaba en absoluto interesado en lo que acontecía en España, llegó a decirle a Orwell que su viaje era «una idiotez», tanto como su sentido de la obligación de matar a otras personas para salvar al género humano de muertes peores y más injustas. Pero nada pudo cambiar en su determinación.

Cuando Orwell decidió que se marchaba a España en otoño del 36, todo parecía indicar que la decisión resultaba de ese deseo de ir a luchar por unos ideales y no para escribir un libro. Llegó a Barcelona el día después de Navidad, como lo hicieron otros británicos de clases sociales y tendencias políticas diferentes. Allí te podías encontrar desde un aristócrata al hijo de una familia obrera, pero todos con la misma intención: «Matar fascistas».

El escritor inglés, que tenía 33 años y había publicado ya cuatro novelas, era una especie de anarquista que había estudiado en el elitista colegio de Eton y coqueteado con el izquierdista Partido Laborista Independiente (ILP). También había sido policía en Birmania en los tiempos de la colonización, lavaplatos en el barrio Latino de París y había viajado al norte de Inglaterra para documentar la miseria de los mineros.

Pero de todas aquellas experiencias, la que más huella le dejó en su vida fue el paso por las trincheras españolas entre diciembre de 1936 y junio de 1937. «La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo», escribió en 1946.

Sin miedo

Llegó a la Ciudad Condal con una carta de presentación del ILP, el 26 de diciembre, y ese mismo día se alistó al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). «Ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible», aseguraba Orwell en «Homenaje a Cataluña», obra en la que narra en primera persona su experiencia durante la Guerra Civil.

Inmediatamente después partió hacia el frente, donde acumuló una serie de experiencias que son de sobra conocidas. Todos los testigos que coincidieron con él aseguraban que no tenía miedo y que arriesgaba su vida incluso para coger un saco de patatas entre las balas del enemigo.

A él le impresionaban más otras cosas que el fuego cruzado, según contaba en «Recuerdos de la Guerra Civil española»: «Es curioso, pero lo que recuerdo más vivamente de la guerra es la semana de supuesta instrucción que recibimos antes de que se nos enviara al frente»; o «una experiencia esencial en la guerra es la imposibilidad de librarse en ningún momento de los malos olores de origen humano. Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la Guerra Civil».

Cuentan que una noche el escritor inglés se percató de una rata que andaba molestándole, mientras se encontraba durmiendo en su campamento. Tal era su fobia a estos animales que, sin pensárselo dos veces, sacó su fusil y se lio a balazos con ella, formando tal revuelo que los dos frentes se pusieron a disparar.

Sucesos de mayo

Tras 115 días en el frente, Orwell consiguió un permiso para ir a Barcelona a reunirse con su mujer, pero allí coincidió con el estallido de los violentos sucesos de mayo del 37, que le llevaron de nuevo a coger su arma en los durísimos enfrentamientos armados que se produjeron entre las fuerzas antifascistas que formaban el gobierno catalán. Fue como una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Los comunistas del PSUC, los nacionalistas de ERC y los sindicalistas de UGT, por un lado, y los anarquistas de la CNT-FAI y el POUM de Orwell, por otro.

En Barcelona murieron 500 personas y otras 500 fueron ejecutadas La causa era la lucha por el poder en la retaguardia del frente, donde unos querían ante todo la victoria, mientras los otros defendían la revolución social, como era el caso de nuestro protagonista. El escritor pasó las dos semanas que duraron los combates defendiendo con las armas la sede de su partido, en la Rambla, desde el tejado del teatro Poliorama.

Murieron más de 500 personas y otro medio centenar fue ejecutado en la represión posterior, entre los que se encontraba el líder del POUM, Andreu Nin. Y tanto el PSUC como la UGT se hicieron con el poder de la izquierda en Cataluña, que en aquel momento era el centro neurálgico de la guerra.

«La lucha entre hermanos es siempre estéril y funesta. Frente al enemigo común, es suicida. ¡Uníos trabajadores!», advertía el diario «La Vanguardia» el 5 de mayo de 1937 sobre las consecuencias de aquella rencillas internas que para muchos fue una de la causas por las que Franco ganó la guerra. Una experiencia terrible para el escritor, de donde surgió la idea para sus dos obras cumbres – «Rebelión en la granja» y «1984»– y el magnífico ensayo de «Homenaje a Cataluña», en las que denuncia el poder comunista.

Tras los sucesos de Barcelona, regresó al frente de Huesca, donde una bala le atravesó el cuello. Salvó la vida de milagro y, aunque le costó tomar esta decisión, Orwell huyó de España, en junio de 1937, para evitar la muerte que le estaba rondando.


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sábado, noviembre 27

El último triunfo de los tercios

(Un texto de Luis Reyes leído en la revista Tiempo del 10 de septiembre de 2013)

Nördlingen, Alemania, 6 de septiembre de 1634 · El cardenal-infante don Fernando de Austria derrota al ejército sueco, hasta entonces invencible.

Los españoles son “cuatro o cinco mil descalzos que ni la milicia saben” decían los suecos, que “pedían les señalasen hacia donde estaban el día de la batalla, para almorzárselos”. Entonces nadie podía oír un desafío sin responder a él, los españoles del Siglo de Oro apreciaban más la limpieza de su honor que la propia vida, literalmente, y ganar fama (entendida como el reconocimiento público de la virtud de alguien) era una motivación más fuerte que la ambición material.

Cuentan por tanto los cronistas que cuando llegaron estas bravatas a sus oídos hubo “graciosos dichos entre los españoles, rabiando ya por verse con el enemigo”. Las dos potencias militares más imponentes de Europa marchaban como dos locomotoras por la misma vía, hacia un terrible choque en la batalla que sería el último gran triunfo de los tercios españoles: Nördlingen.

El ejército sueco tenía reputación de invencible, demostrada batalla tras batalla de la Guerra de los Treinta Años. Desde que cinco años atrás desembarcara en Alemania, se había hecho el amo, al punto que esa etapa del conflicto se denomina Periodo Sueco. Suecia era la gran potencia del Norte, una nación laboriosa y cohesionada, y estas virtudes se reflejaban en un ejército nacional de recluta forzosa, muchachos campesinos sanos de cuerpo y espíritu, devotos protestantes que se tomaban su intervención en Alemania como una cruzada.

A este material humano se unía un armamento excelente y modernísimo, sin parangón en la época, gracias a la industria siderúrgica sueca. Añádase el mando de un gran estratega, el rey Gustavo Adolfo, que había implantado una organización y disciplina ejemplares. No había motines ni deserciones porque se pagaba a los soldados puntualmente, y la logística era tan buena que el ejército sueco era el único capaz de mantenerse en campaña en pleno invierno.

Les faltaba una prueba a los nórdicos para acreditar su supremacía, enfrentarse en batalla a quienes habían señoreado Europa desde hacía siglo y medio, los tercios españoles. España no se había implicado en la Guerra de los Treinta Años porque dedicaba sus esfuerzos bélicos y económicos al interminable conflicto de los Países Bajos. Precisamente fue un ejército enviado de Italia a Flandes a través de Alemania, bajo mando del hermano de Felipe IV, el cardenal-infante don Fernando de Austria, el que casi sin querer se cruzó en el camino de los suecos.

A Nördlingen.

España era aliada natural del Imperio germánico, pues dos ramas de la familia Austria reinaban allí y aquí. Además la monarquía española era la defensora principal de la causa católica, de modo que todo esto, unido al desprecio sueco, hizo que el cardenal-infante se apartara de su objetivo –llegar a Flandes para guerrear con los rebeldes holandeses- y aceptara el desafío sueco. Forzó la marcha a Nördlingen, donde se hallaba el ejército imperial en situación apurada, porque también avanzaba hacia allí el ejército sueco, muy superior al imperial.

Sin embargo, no eran “cuatro o cinco mil descalzos” los hombres que llevaba el cardenal-infante, como había informado erróneamente a los suecos el espionaje veneciano, sino un lúcido ejército de 15.000 infantes y 3.000 caballos. En realidad españoles eran solamente dos tercios de infantería, los de Idiáquez y Fuenclara, 3.250 hombres, pero esta era la proporción habitual de los ejércitos españoles de la época, donde los españoles formaban el nervio más selecto, mientras el resto del contingente se formaba, en orden de calidad, con tercios italianos, borgoñones, walones y alemanes, considerados estos los peores soldados, por mucho que hoy sorprenda.

La excelencia de la infantería española venía de la organización y de la idiosincrasia. El Gran Capitán había ideado a principios del XVI el tercio de infantería, una unidad táctica que combinaba las picas, herencia de la Edad Media, con el nuevo invento de las armas de fuego. Pero para que el invento fuese eficaz hacían falta soldados reglados, profesionales que a base de mucha instrucción y fuerte disciplina fuesen capaces de “girar en redondo, dar vuelta a uno u otro lado, ora aquí, ora allá, todo ello con la mayor rapidez”, como hacía los arcabuceros españoles según contaba admirado el francés Brantôme.

El tercio español se convirtió así en el señor de las batallas, como lo habían sido en sus épocas la falange macedónica o la legión romana. Pero había otra razón de la superioridad española, y era la institución del soldado particular que formaba la crema de la crema de la milicia europea. Y con el cardenal-infante venían una alta proporción de gente particular.

A primeros de septiembre el cardenal-infante se reunió con su primo, el hijo del Emperador, también llamado Fernando de Austria y conocido como “el Rey de Hungría”. Estaba asediando sin éxito una ciudad protestante, Nördlingen, y los españoles le echaron una mano lanzando un asalto. En ese empeño estaban los dos Fernandos cuando apareció un ejército de socorro sueco.

Para desgracia de los suyos Gustavo Adolfo había muerto en Lützen, y el mando lo tenía ahora el duque de Weimar, un príncipe alemán que no era tan buen general ni de lejos. Sin embargo, al frente del mejor contingente venía un brillante militar sueco, Gustaf Horn, que había sido la mano derecha de Gustavo Adolfo y que ejercería el mando en lo principal de la batalla.

En el bando católico el mando supremo lo ostentaba el cardenal-infante, que carecía por completo de experiencia militar. Pero tenía a sus órdenes generales experimentados, bien españoles, como el marqués de Leganés, bien imperiales, y se dejaba aconsejar por quienes sabían más que él, aunque siempre conservó la responsabilidad de la decisión última.

La sorprendente aparición de los suecos en la tarde del 5 de septiembre obligó a los hispano-imperiales a desplegarse precipitadamente. Desde el primer momento ambos bandos comprendieron que la clave de la batalla estaría en una colina llamada Allbuch, pero a la que las crónicas españolas se refieren como la Montañuela, situada en un extremo del campo de batalla. Había que proteger esta posición mientras se fortificaba y guarnecía apropiadamente, y el cardenal-infante envió a 200 mosqueteros del tercio de Fuenclara, al mando de su sargento mayor (teniente coronel), a un bosquecillo que se extendía ante la colina, con orden de defenderlo “hasta morir”.

Durante toda la noche los españoles cumplieron esa orden. El cardenal-infante les iba enviando refuerzos con cuentagotas para cubrir las bajas, de modo que los suecos tenían la impresión de que aquellos pocos españoles eran inmortales, pues por muchos que mataran seguía habiendo los mismos. Mientras tanto la Montañuela fue acondicionada para la defensa por el jefe de ingenieros español, un jesuita llamado Cabassa, y se encomendó a la mejor unidad del ejército, el tercio de Idiáquez, compuesto por 1.800 hombres. Estaba flanqueado por dos tercios napolitanos y apoyado por caballería y numerosa artillería.

El desastre sueco.

El 6 de septiembre los dos ejércitos estaban al fin desplegados cara a cara, como se hacía en la guerra antigua. Había superioridad numérica hispano-imperial, pues eran en conjunto 20.000 infantes y 13.000 caballos, frente a 16.300 y 9.300, pero en el combate mucho más importante que los números es la excelencia de las tropas, y los suecos eran “toda gente vieja, enseñada a vencer”, según la crónica Diario del sitio de Nördlingen, mientras que el ejército imperial era de muy mala calidad. Sin embargo no hubo ocasión de ponerlo a prueba, pues quitando alguna escaramuza de caballería la batalla se desarrolló exclusivamente en la Montañuela.

Contra las posiciones del tercio de Idiáquez lanzaron 15 furiosos ataques los hombres de Horn, que fue llevando hacia ese extremo del campo de batalla prácticamente a toda su infantería, mientras el cardenal-infante iba reforzando a los de Idiáquez con sus tropas por orden de calidad: napolitanos, lombardos y por último algunos alemanes aliados.

El tramo decisivo del combate fue cuando el general Horn recurrió a su elite, los famosos regimientos suecos Azul y Negro, que también se estrellaron contra el rompeolas español. Entonces el cardenal-infante echó mano de su última reserva, 400 españoles del tercio de Fuenclara, que les dieron el golpe de gracia.

No le quedaba ya a la infantería sueca más que la retirada, pero el duque de Weimar, en vez de proteger sus espaldas con la caballería como mandan los cánones, emprendió una vergonzosa huida, dejando atrás incluso su espada, que se exhibe como trofeo en la Real Armería de Madrid. La caballería imperial tuvo entonces la fácil y sucia tarea de acosar y acuchillar a los vencidos, y allí terminó el Periodo Sueco de la Guerra de los Treinta Años, en lo que el pícaro Estebanillo González, que estuvo en Nördlingen, llamó “una almadraba de atunes suecos”.

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