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...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

lunes, febrero 27

48 horas en Valencia

(Un artículo de Rodrigo Padilla leído en la revista de Air Europa de septiembre de 2019)

Es gótica y modernista, es tradición y vanguardia. Y, por encima de todo es rabiosamente mediterránea.

Pocas ciudades han experimentado una renovación tan profunda. El saneamiento de casco histórico, el aprovechamiento del antiguo cauce del Turia y la construcción de complejos arquitectónicos de primera línea la han puesto en el lugar que se merece. Y sin perder ni gota de su carácter.

Día 1

10:00 Empezamos en la centenaria Estación del Norte, de un sobrio modernismo exterior que contrasta con la exuberancia decorativa de su interior. A continuación, seguimos hasta la plaza del Ayuntamiento y nos asomamos a su balcón. La Plaza del Ayuntamiento es la más céntrica de la ciudad. La mayoría de sus edificios, de principios del siglo XX, son de estilo ecléctico y racionalista. Y enfilando la calle de María Cristina, llegamos al Mercado Central, otra joya modernista, que combina el metal, el vidrio, las columnas y las cúpulas en la mejor tradición del modernismo valenciano.

11:30 Enfrente está la Lonja de la Seda, símbolo del auge comercial de la ciudad de finales del siglo XV. Su gótico elegante es la antesala del casco histórico, al que accederemos pasando por la iglesia de Santa Catalina Mártir y la plaza de la Reina, presidida por la catedral. Desde lo alto del archiconocido Miguelete se tiene una panorámica estupenda de Valencia.

14:00 La Ciudad Vieja hay que pasearla con calma, con paradas ineludibles como la parroquia de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, con unos frescos asombrosos, o las torres de Quart, parte de la perdida muralla medieval. Toda la zona está llena de lugares para tomar un tentempié, como La Taberna de Marisa o el Trece. También podemos seguir hacia el Convent Carmen, convento reconvertido en centro cultural y gastronómico.

16:30 El deambular por el casco histórico nos lleva a las Torres de Serranos, otra superviviente de las 12 puertas que tuvo la ciudad, y a callejuelas con viejos edificios como el palacio de Benicarló o la iglesia de San Juan del Hospital. Poco a poco nos acercamos a la zona comercial de las calles Colón, Jorge luan o la Paz.

17:30 Tarde de compras. Además de la moda más convencional, si seguimos las calles que rodean la plaza del Ayuntamiento encontraremos productos tradicionales y artesanía. La alternativa es acercarse al barrio de Ruzafa, el más multicultural y vibrante. No olvides una pausa para degustar una horchata con fartons.

21:00 En Ruzafa están los restaurantes a más vanguardistas (Mercatbar o Canalla Bistró), y también los más internacionales (Nozomi o La Llorona). Si preferimos salir por la Ciutat Vella, tenemos el Toshi o el Celler del Tossal. Si la oferta gastronómica es inabarcable, la noctámbula no lo es menos: Ruzafa, el Carmen o la zona de La Marina desbordan vida hasta altas horas.

Día 2

9:30 Hoy nos alejaremos del centro en busca de espacios abiertos. Y si es en bicicleta, mejor. Porque el Jardín del Turia se extiende a lo largo de siete kilómetros desde su arranque en Bioparc. Los senderos discurren por distintos entornos naturales y bajo los muchos puentes que cruzan el antiguo cauce del río. Si queremos coger fuerzas para todo el día, no nos van a faltar sitios donde probar el típico esmorzar valenciano, un almuerzo sin concesiones.

11:30 Desde lo alto de los toboganes del Parque Gulliver se distingue ya la estampa de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el complejo de edificios futuristas obra del arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Una vez allí, caminaremos alrededor del Palau de les Arts Reina Sofía y el Hemisféric, buscaremos la sombra en los jardines del Umbracle, levantaremos la vista frente al Ágora y apuntaremos para la siguiente visita la entrada al Museo de las Ciencias y al Oceanográfic.

14:00 No solo va siendo ya hora de comer, sino también de asomarnos al mar. Por eso nos dirigimos directamente hacia la playa de Las Arenas, donde se pueden saborear algunas de las mejores paellas valencianas pie de playa. Junto al puerto tenemos La Pepica o L'Estimat, y Els Ángels o El Bobo algo más adelante. Disfrutar de la brisa y de la gente que camina por el paseo marítimo es una estupenda manera de acompañar la comida.

16:30 Tras relajarnos un rato en la playa, es hora de ir al Cabanyal. Este barrio de pescadores, que ha sobrevivido a la especulación inmobiliaria y preservado tanto sus casitas de colores y sus fachadas de azulejos como su atmósfera única, vive una segunda juventud. A su lado, también merece la pena visitar la playa de la Malvarrosa, con la Casa-Museo de Vicente Blasco Ibáñez.

18:00 Volvemos nuestros pasos hacia la Marina, recientemente remodelada para separarla del puerto comercial y albergar eventos como la America's Cup o la Fórmula 1. Ahora, el icono del diseño vanguardista que es el edificio Veles e Vents mira de frente a construcciones llenas de historia, como el edificio del Reloj o los Tinglados, obra del mismo arquitecto que diseñó la modernista Estación del Norte

21:00 En el Veles e Vents están La Marítima y La Sucursal, dos restaurantes de primera, aunque en todo el puerto hay multitud de restaurantes y terrazas. Para una noche más tranquila podemos acercarnos a Benimaclet, en tiempos un pueblecito a pie de huerta. Y siempre está el restaurante Submarino del Oceanográfic. Admirar su gigantesco acuario circular y terminar la noche en la terraza del Umbracle es garantía segura de querer volver a Valencia muy pronto.

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sábado, febrero 25

De unicornios y cucarachas

 (Extraído de un artículo de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 27 de noviembre de 2022)

El ciclo de la vida de un unicornio está perfectamente definido. Vives de los ahorros de familiares y amigos hasta que un inversor se fija en ti. Aunque primero tienes que convencerlo. Es la charla del ascensor. Tienes un minutillo para explicar tu idea. Demis Hassabis, CEO de DeepMind, recuerda que para cautivar a Peter Thiel no le habló de inteligencia artificial, pues todos los que ese día acudieron a pedir los favores del magnate a las oficinas de su fondo de inversión, el legendario Founders Fund, hablaban de lo mismo, así que despertó su curiosidad con un comentario sobre ajedrez. Vas pasando rondas de financiación hasta que atraviesas el valle de la muerte. Y solo dejas de ser unicornio por tres razones: defunción, absorción por otra compañía o salida a Bolsa. 

Pero hay otro tipo de "start-ups": las cucarachas. Son proyectos empresariales de más bajo perfil, con un crecimiento lento, pero sólido, cuidando su cuenta de resultados y garantizando rentabilidad a largo plazo. Sobreviven.

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jueves, febrero 23

János Bolyai, el matemático y militar que se batió en trece duelos seguidos

 (Un texto de Jorge Álvarez leído en labrujulaverde.com el 25 de febrero de 2019)

Hay personajes que han entrado a la Historia por sus aportaciones al mundo científico, parte de ellos ignorados en su momento y reconocidos sólo posteriormente [...]. Otros pasaron a la posteridad por sus hazañas en el ámbito militar (también hemos visto casos) y no falta quien lo ha hecho por su extravagancia. Janos Bolyai encajaba en todos esos tipos y por eso resulta especialmente atractivo.

Nació en 1802 en Kolozsvár, ciudad rumana que ahora conocemos con el nombre de Cluj-Napoca, aunque entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Su madre se llamaba Zsuzsanna Benkő y su padre fue uno de los matemáticos más importantes de su tiempo: Farkas Bolyai (Wolfgang Bolyai en Alemania), experto en el campo de la geometría, a la que aportó un tratado titulado Tentamen iuventutem studiosam in elementa matheosos introducendi. 

Farkas era profesor de matemáticas pero antes había sido tutor del hijo de un noble (en aquel tiempo era usual que los aristócratas se educaran en casa con maestros exclusivos), así que decidió hacer lo mismo con su vástago. No resultó mal porque en la pubertad János ya era excelente en cálculo y mecánica analítica, esa rama que llega analíticamente a las ecuaciones de movimiento desde principios generales diferenciales e integrales, constituyendo una alternativa a la mecánica newtoniana. Tal precocidad le abrió las puertas de ingreso en la Academia Militar de Theresian, popularmente conocida como Theresianum, una de las más antiguas del mundo y ubicada en el castillo de Wiener-Neustadt, al sur de Viena. 

Apenas tenía dieciséis años y tras acabar su formación en 1822 permaneció once en el ejército imperial, obviamente en las filas del Cuerpo de Ingenieros. Destacó por varias razones. La primera, su asombrosa capacidad para aprender idiomas, pues llegó a dominar nada menos que nueve, incluyendo algunos tan exóticos como el chino y el tibetano. La segunda, era un consumado violinista, hasta el punto de que llegó a tocar en algún concierto vienés, y ello sería un elemento clave en la anécdota que veremos luego junto con la esgrima, otra habilidad en la que acreditaba gran destreza.

Ahora bien, la principal cualidad del polifacético János eran las matemáticas, en las que se interesó especialmente por la geometría no euclidiana. Por definición, es aquella basada en principios distintos a los formulados por Euclides, el sabio griego que entre los siglos IV y III a.C. escribió una obra titulada Elementos, en la que establecía cinco postulados para estudiar las propiedades de líneas, planos, círculos, esferas, conos y, en suma, los cuerpos geométricos regulares. Esos cinco postulados eran y son:

1. Dos puntos determinan una única recta.

2. Todo segmento de recta puede prolongarse en cualquier dirección. 

3. Es posible construir un círculo dados su centro y su radio. 

4. Todos los ángulos rectos son iguales. 

5. Dada una recta y un punto exterior a ella, hay una única recta que es paralela a la recta dada y que pasa por el punto.

Este sistema fue comúnmente aceptado durante casi dos milenios y constituyó la base de los intentos que hicieron los astrónomos, por ejemplo, para definir un modelo del universo, plasmándolo en las esferas armilares. El problema estaba en que Euclides partía de algunas simplificaciones, como ignorar las dimensiones de los puntos y las líneas (tamaño, grosor, longitud), como si se tratara de elementos carentes de ellos.

En su obra Pensamientos sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas (1746), el célebre filósofo Immanuel Kant ya propuso la existencia de espacios tridimensionales pero el esfuerzo por rebatir los axiomas euclidianos no fructificó hasta el siglo XIX, cuando tres matemáticos lo consiguieron trabajando por separado. Uno de ellos era János.

El tema le obsesionaba tanto que Farkas, temiendo que su hijo perdiera su salud en aras de un imposible, como le había pasado a él precisamente con la búsqueda de cómo rebatir el axioma paralelo (el quinto postulado de Euclides), le escribió una carta en 1820 pidiéndole que no siguiera por ese camino:

Por amor de Dios te lo ruego, olvídalo. Témelo como a las pasiones sensuales, porque lo mismo que ellas, puede llegar a absorber todo tu tiempo y privarte de tu salud, de la paz de espíritu y de la felicidad en la vida (…) Yo he atravesado esta noche sin fondo, que extinguió toda la luz y la alegría en mi vida. Aprende de mi ejemplo.

Por suerte, el interés científico pudo más que el consejo paterno y János insistió tenazmente hasta lograr separar el último postulado de Euclides de los otros cuatro asegurando que no podía probarse ni refutarse, escribiéndole a su progenitor: «He descubierto cosas tan maravillosas que me he quedado sorprendido con ellas y lamentaría para siempre que se perdieran (…) De la nada, he creado un universo nuevo y extraño». Había nacido la geometría no euclidiana que, estando «convencido de que esto me dará gloria, como si hubiese ya acaecido», según dijo, puso por escrito en un tratado cuya redacción le llevó más de tres años. Irónicamente, se dio la curiosa circunstancia de que János sólo publicó en su vida veinticuatro de las miles de páginas que escribió: fue una especie de síntesis de su trabajo que salió como un mero apéndice de un libro de su padre y además bastantes años después, en 1832.

La razón fue que, como dijimos antes, otros matemáticos contemporáneos suyos estaban trabajando en el mismo tema y se le adelantaron. El propio Farkas, entusiasmado, olvidó sus prejuicios anteriores y le instó a darlo a conocer antes de que alguien se le adelantase: «Si la cosa está realmente conseguida, es conveniente apresurarse a darla a la luz pública». Y así era. El ruso Nikolái Lobachevski, por ejemplo, habló de la geometría no euclidiana por primera vez en 1826, en una conferencia de la Universidad de Kazán, publicando tres años más tarde su Sobre los fundamentos de la Geometría (aunque János no se enteraría hasta 1848).

Farkas envió una copia de su Tentamen, con el correspondiente apéndice, al alemán Carl Friedrich Gauss, un genio que había escrito su primera gran obra apenas cumplida la mayoría de edad y de quien era amigo, pidiéndole opinión. Mes y medio después recibió una respuesta agridulce:

Ahora, algunas palabras sobre el trabajo de tu hijo. Comienzo por decirte que no puedo alabarlo. Evidentemente, por un instante estarás sorprendido, pero no puedo proceder de otra manera, puesto que eso significaría elogiarme a mí mismo. Todo el contenido de la obra de tu hijo, la vía que sigue, así como los resultados que ha obtenido, casi coinciden con aquellos que yo mismo he logrado desde hace treinta y cinco años. En realidad estoy enormemente sorprendido. Tenía la intención de no publicar nada de mi propio trabajo mientras estuviera vivo; por consiguiente, poca cosa he anotado en papel (…) No obstante, me proponía, con el tiempo, exponer todo eso por escrito con el fin de evitar, en todo caso, que dichas ideas murieran conmigo. Por lo tanto me sorprende en exceso que me despojen de ese trabajo y, a la vez, me siento muy feliz de que sea precisamente el hijo de mi viejo amigo quien me haya adelantado de tan excelente manera.

János recibió esas palabras mostrándose decepcionado con que un científico de tal nivel despreciase a la Ciencia guardándose sus descubrimientos en vez de hacerlos públicos y considerando «contranatural y completamente absurdo» que lo argumentase diciendo que la gente no estaba preparada y no lo comprendería. A la vez sintió recelo, temiendo que lo que en realidad quería era apropiarse de su esfuerzo. Es difícil saber si Gauss era sincero o no, aunque en una carta a otro colega definió a János como «un genio de primer orden».

Curiosamente, ninguno de los tres matemáticos conocía los trabajos de los demás, así que hubo una feliz coincidencia en el tiempo que, sin embargo, no les sirvió para gran cosa. Gauss tenía tanto prestigio académico que no quiso arriesgarlo poniendo por escrito sus investigaciones sobre un asunto tan espinoso en el que tenía mucho que perder. Eso fue lo que ocurrió con Lobachevski, que recibió duras críticas por demasiado audaz y terminó centrando su atención en otras cuestiones. A János, más joven que ellos, sencillamente le ignoraron.

En 1833 una enfermedad le obligó a abandonar el ejército y entonces se dedicó plenamente a los estudios matemáticos. A despecho de la opinión de su padre, convivió sin casarse con Rozália Kibédi Orbá, con la que tuvo dos hijos, hasta que contrajeron matrimonio en 1849… para romper en 1852. Una neumonía acabó con su vida en 1860 y es una lástima que no llegara a saber que hoy se le ha restituido el puesto que merecía en la historia de la Ciencia, conservándose todos sus escritos, poniéndose su nombre a la universidad de su ciudad natal, a varias calles y premios e incluso a un cráter lunar.  

Pero antes protagonizó uno de los episodios más inauditos que hemos podido reseñar en estas páginas. Ocurrió cuando aún era ingeniero militar. Como se ha podido deducir, el personaje tenía un carácter algo difícil, fruto de aquella excelencia intelectual que le hacía diferente, haciéndole resaltar por encima de los demás, pero también de su mala experiencia con Gauss. En situaciones así no es raro que se produzcan choques de personalidades. Y cuando eso ocurría en el siglo XIX solía acabar en duelo; más aún si los contendientes vestían uniforme.

Así llegó el citado lance. O lances, para ser exactos, pues nada menos que trece llegó a aceptar de una sentada con otros tantos oficiales de su guarnición, con los que se batió a primera sangre con su sable, imponiéndose a todos, uno tras otro (recordemos que era un excelente tirador de esgrima). 

Si este dato ya es suficiente para provocar el asombro a cualquiera, más lo es al saber que la condición que les puso a sus oponentes fue tocar entre cada duelo una pieza de violín, su otra gran pasión. Apenas hay referencias sobre esta anécdota, lo que induce a pensar que quizá es más leyenda que otra cosa o quizá una exageración. Pero se non è vero e ben trovato.

 

 

 

 

 

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martes, febrero 21

Sakura: leyenda japonesa sobre el amor

(Leído en consejosdelconnejo.com el 3 de diciembre de 2021)

Sakura es una leyenda japonesa muy antigua que ha persistido en la cultura japonesa desde hace cientos de años y que todos deberíamos conocer para entender mejor cómo vivir y cómo cultivar el amor.

En la época de nuestra historia, los señores de los feudos libraban guerras entre ellos para obtener riqueza y poder, pero sembraban la tristeza y la desolación en todo el país.

A pesar de ello, había un bosque exuberante que ni siquiera la guerra había conseguido estropear, en él había árboles verdes y olores agradables. Ningún ejército se atrevió a estropear la belleza del lugar, por lo que nunca se libraron batallas en este bosque. Sin embargo, había un árbol en el interior que nunca floreció a pesar de su evidente salud.

A pesar de no tener ningún problema, el árbol parecía muerto y sin flores. Incluso los animales no se acercaban a esta planta porque temían que ellos a su vez fueran maldecidos. La hierba no crecía alrededor del árbol, como si nada vivo pudiera estar junto a él. El árbol parecía tan viejo a pesar de su corta edad que, según la leyenda, un hada del bosque se emocionó al verlo.

Una noche, el hada le susurró al árbol que quería ayudarlo a volverse exuberante y verde. Así que decidió lanzar un hechizo, durante veinte años, el árbol experimentaría lo que el corazón humano puede experimentar, de modo que sentiría emociones y quizás podría finalmente florecer.

Junto con sus emociones, el árbol podía convertirse en un ser humano en cualquier momento y luego volver a ser una planta, pero si no florecía al cabo de veinte años, moría inmediatamente.

Para prosperar, el árbol decidió vivir durante largos periodos entre los humanos, pero sus primeras experiencias solo le mostraron los horrores de la guerra. Con el paso del tiempo, el árbol había perdido toda esperanza de liberarse de su condición, pero un día, transformándose en humano, caminó hasta un claro arroyo de agua donde vio a una hermosa joven llamada Sakura.

El árbol de aspecto humano se acercó a ella y la ayudó a llevar el agua a casa, charlando por el camino. A pesar de la guerra, ellos hablaban de las esperanzas y sueños que tenían para su país. Cuando la muchacha le preguntó cuál era su nombre, al árbol solo se le ocurrió decirle “Yohiro”, que significa “esperanza”.

Todos los días se reunían para charlar hasta que surgió entre ellos una profunda amistad. Con el paso del tiempo, el árbol decidió que no podía contenerse más, así que le dijo a la chica que la amaba y también le confesó su verdadera naturaleza de árbol que no podía florecer.

La joven permaneció en silencio y al acercarse el plazo, el árbol lo lamentó, sus veinte años llegaban a su fin. Así que decidió volver a la apariencia de un árbol con tristeza. Una tarde, cuando había perdido toda esperanza, el árbol vio a la joven acercarse y descansar a su lado. Le dijo que lo quería y lo abrazó intensamente. Le dijo que no quería verlo morir y que quería quedarse a su lado.

En ese momento, el hada volvió a aparecer y esta vez le pidió a Sakura que eligiera entre seguir siendo humana o fusionarse con su amado en forma de árbol. No dudó, su mirada vagó en el recuerdo de los campos desolados y destruidos por la guerra, inmediatamente decidió fundirse con su amado árbol que de repente, como por milagro, floreció.

La palabra Sakura significa flor de cerezo en japonés. Pasaron los años, pero desde entonces la fiesta de la flor se celebra en todo el país para conmemorar ese amor intenso y hechizante.

Sakura y el árbol vivieron juntos, fundidos en un solo ser que cada año regala inmensas emociones a toda la población japonesa, atrayendo a miles de turistas de todo el mundo.

Simbolismos sobre la flor de Cerezo

La flor del cerezo es delicada y con el viento enseguida se cae. Así, se puede disfrutar de su belleza y al caer en su plenitud, no da tiempo a verla marchitar. Esto guarda relación con los samurai en Japón. Es más, el emblema de los guerreros samurai era la flor del cerezo. La aspiración de un samurai era morir en su momento de máximo esplendor, en la batalla, y no envejecer y “marchitarse”, como tampoco se marchita la flor del cerezo en el árbol.

También a la flor de cerezo está dedicado el hanami (una celebración que se celebra a finales de marzo o principios de abril). En esa fecha se realizan excursiones a lugares donde florecen los cerezos a modo de reunión con la familia o los amigos pero también como una forma de admirar la naturaleza e incluso para reflexionar sobre el carácter efímero de la vida.

En Japón, la flor de cerezo también puede simbolizar la inocencia, la sencillez, la belleza de la naturaleza y el renacimiento que trae la primavera.

Finalmente la flor de cerezo y su breve florecimiento tiene un significado simbólico para los budistas. Se asocia con la temporalidad y el carácter pasajero de la belleza y la vida, pero también con el ciclo de trasformación de la vida, por lo que también se asocia al renacer.

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domingo, febrero 19

El castigo que la España de los Austrias reservaba a las adúlteras

(Un texto de César Cervera en el ABC del 15 de febrero de 2018)

La ley castellana daba facultad al marido ultrajado para matar a la mujer adúltera y a su amante si los sorprendía in fraganti. Otros familiares podían actuar igual si se enteraba de la infidelidad.

El Siglo de Oro español dio lugar a una extraña doble moral. Mientras los excesos eróticos de los plebeyos eran castigados con un rigor absurdo, sobre todo si eran mujeres; para un joven aristócrata se hizo casi obligatorio tener una manceba, es decir, una amante. Los jóvenes empezaban a la edad de doce o catorce años a tener una querida, que habitualmente se seleccionaba entre las comediantes y mujeres de vida alegre que frecuentaban las grandes urbes. Incluso cuando estas relaciones eran tan prolongadas como un matrimonio, los aristócratas seguían amancebados después de casados y sus esposas, con todo, no veían en estas mujeres de bajo oficio una amenaza.

A las mujeres de los nobles les daba igual lo que hicieran sus esposos con sus mancebas, pero no llegaban al nivel de algunos marinos que, buscando lucro en las infidelidades de sus esposas con los aristócratas, las alquilaban a cambio de prebendas.

Los había que mandaba a sus mujeres a pedir dinero a los amigos, haciendo la vista gorda si estos pretendían luego cobrarse el préstamo con sexo.

Este tipo de prostitución tan particular del Siglo de Oro era un auténtico negocio para muchos maridos. Relata José Deleito y Piñuela en «La mala vida en la España de Felipe IV» el caso de un tal Joseph del Castillo, que, viviendo a expensas de las aventuras de su mujer, le dio siete puñaladas cuando se negó a serle infiel en Cuaresma. Después de ser rechazado en la embajada de Venecia, donde pidió asilo, Joseph del Castillo se dio a la fuga debido a su crimen.

La venganza del cornudo

Felipe II tomó medidas contra este tipo de proxenetismo, por pragmática de 1566, para castigar «a los maridos que por precio consintieren que sus mujeres sean malas de su cuerpo». Desde tiempos de este Rey, si se comprobaba que el esposo había instigado el adulterio de su mujer se sometía a la pareja a un castigo público ejemplar. Los dos eran montados sobre dos asnos y paseados por la ciudad. Él delante, adornado con dos cuernos y sonajas; ella detrás, azotando a su marido. El verdugo cerraba la comitiva azotando a ambos.

En este sentido, el adulterio, entre el pecado y el delito, era perseguido con dureza por la justicia. La ley castellana daba facultad al marido ultrajado (ese que no estaba enterado de la infidelidad) para matar a la mujer adúltera y a su amante si los sorprendía in fraganti. Otros familiares podían actuar igual si se enteraba de la infidelidad, sin que incurrieran en delito alguno por el homicidio. A su vez, si era la justicia la que descubría el adulterio entregaba a los dos culpables al marido para que los matara, los hiciera esclavos o los liberara si así lo consideraba. La literatura del Siglo de Oro está hinchada de casos en los que el marido cornudo llevaba a su mujer incluso a confesar o esperaba a una festividad religiosa para darle muerte en su casa.

Como ejemplo de venganza camuflada de justicia se puede citar la sentencia que se dictó el viernes 19 de enero de 1565 contra la mujer del tabernero Silvestre de Ángulo y un esclavo mulato de éste «que se echaba con ella». Tras dos años en la cárcel real esperando sentencia, al final fueron condenados ambos a ser entregados al cornudo y a que este, a su vez, los condujera a la plaza de San Francisco, en Sevilla, para ser ejecutados si así lo consideraba. Y sí. Allí, acompañado de un verdugo y varios religiosos, el cornudo Silvestre de Angulo trasladó a su esposa y a su amante en una plataforma creada para la ocasión. Los religiosos franciscanos y jesuitas le rogaron por Dios que perdona la vida a los reos, pero «no pudieron con él» y él pidió que no le estorbasen en lo que iba a hacer a continuación.

Encolerizado sacó un cuchillo que escondía en una bota y, sin esperar al verdugo, empezó a herir él mismo a su esposa. Después de acuchillar a ambos repetidas veces ante la multitud, Angulo «tomó luego un sombrero de seda que traía sobre la cabeza y quitóselo y arrójolo por la plaza diciendo: ¡cuernos fuera!». Prueba de que lo importante no era tanto quitar la vida a la esposa como limpiar la imagen a ojos de una sociedad obsesionada con el honor.

La tolerancia con el adulterio masculino

El derecho medieval castellano, prolongando la tradición visigoda en sintonía con la cultura de la venganza privado, consideraba únicamente el adulterio un delito cuando lo cometía la mujer. Desde la Edad Media, el adulterio masculino –aunque criticado por los teólogos– era tolerado y solo vagamente censurado, mientras que la infidelidad femenina era reprobada y denostada duramente.

Después de asesinar a la adúltera, se podía dar el caso de que el esposo reclamara a la familia de la fallecida que además le dieran una carta de perdón, que eran escrituras concedidas por el ofendido o damnificado –o los parientes de la víctima si ésta había muerto– mediante la que se eximía de culpa al imputado al apartarse de la querella. Una forma de que el perdón familiar quedara por escrita.

No en vano, conforme avanzaba el siglo XVII se hizo cada vez menos habitual que los adulterios terminaran en homicidio, pues las penas de muerte de la justicia fueron remitiendo y cada vez fue más frecuente el perdón por parte de los maridos debido tanto por la presión social como por una mentalidad más tolerante.

Paradójicamente, la llegada al trono de Felipe IV, un consumado creador de cornudos y adúlteras, como demuestra su veintena larga de hijos ilegítimos, fue seguido de un paquete de leyes moralizantes, entre ellas contra el celibato e instigando a los castellanos a casarse muy jóvenes para evitar las tentaciones de la soltería.

La moralina de una sociedad cada vez más abierta –como evidenciaba el ejemplo mismo del Rey– se vistió a nivel legal de puritana para redimir los pecados cada vez más públicos. Si otros países europeos tenían fama de ser más libertinos era porque en España se pecaba con más discreción, no porque no se hiciera tanto como en Francia. Un viajero galo de aquel siglo definiría a los españoles con «un exterior devoto que engañaría fácilmente, si no se acompañase de tantas acciones indecentes, no avergonzándose de servirse de las iglesias para teatro de vergüenzas y lugar de citas para muchas cosas que el pudor impide nombrar».

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