Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

martes, septiembre 30

¿Para qué se inventaron los colchones?



 (Leído en el suplemento dominical del Periódico de Aragón de hace mucho tiempo)

Para cazar. Al parecer el “primer colchón moderno” se inventó a finales del siglo XV. Una colchoneta neumática que confeccionó por encargo Guillermo Dujardin, tapicero del rey de Francia, apunta Pancracio Celdrán en su Historia de las cosas. Aunque este tipo de colchones –de hule impermeable– ya se utilizaban en la Edad Media, añade Celdrán, “para las largas horas de espera en el puesto de caza, ya que protegía de la humedad”.

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lunes, septiembre 29

¿Quiénes fueron los primeros carcas?

(Leído en el suplemento dominical del Periódico de Aragón de hace mucho tiempo)


Los carlistas. “Carca” era el adjetivo con el que se les designaba despectivamente.

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domingo, septiembre 28

Hidratar el pelo



(Leído en la revista Mujer de Hoy del 22 de enero de 2011)

Si tienes el pelo seco, utiliza dos cucharadas de aceite de oliva tibio y repártelo en largos y puntas con un peine (si tienes el cuero cabelludo seco, puedes aplicarlo directamente en esta zona, dando masajes circulares y repartiéndolo hasta las puntas). Aplícalo una hora antes de lavarte la cabeza, o deja que actúe toda la noche envuelto en una toalla. A la mañana siguiente, aclara con un champú suave. Notarás la diferencia.

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sábado, septiembre 27

El reúma no existe



(Un texto de Silvia Fernández en Mujer de Hoy del 25 de diciembre de 2010)

Hay que acabar con el mito. O al menos ése es el mensaje que está intentando transmitir los reumatólogos a todas esas personas que ante ciertos dolores afirman que sufren reúma. Por eso, vamos a contar verdades: ningún médico te puede diagnosticar reúma, porque en medicina no existe este término que, por cierto, se utiliza equivocadamente para referirse a cualquier enfermedad del aparato locomotor. Pero lo que sí hay son más de 250 enfermedades reumáticas, que pueden y deben ser diagnosticadas y tratadas por el reumatólogo.

Estas enfermedades se caracterizan por la aparición de alteraciones en uno o varios de los elementos del aparato locomotor, es decir, los huesos, las articulaciones, los músculos, los tendones y los ligamentos. Por tanto, entre ellas se encuentran patologías tan diversas como la artrosis, la osteoporosis, la artritis reumatoide, la espondiloartritis o la gota. “A veces, la enfermedad es consecuencia de un trastorno inmunológico que produce manifestaciones clínicas en otros órganos o sistemas, además de afectar al aparato locomotor, como el lupus eritematoso sistémico, el síndrome de Sjögren, la esclerosis sistémica, las miopatías inflamatorias o las vasculitis”, explica la dra. Raquel Almodóvar, adjunta especialista de la unidad de Reumatología del Hospital Universitario Fundación Hospital Alcorcón.

Otra idea errónea que suele asaltarnos al pensar en estas dolencias es que solo se dan en personas mayores. Aunque sí es cierto que algunas de ellas, como la artrosis o la osteoporosis, se asocian con la edad, muchas otras las padecen adultos jóvenes, como la artritis reumatoide, el lupus eritematoso sistémico, la esclerosis sistémica, la espondiloartritis... o, incluso, los niños, como la artritis idiopática juvenil.

Y el último error y definitivo: artrosis y artritis no es lo mismo. La artrosis es una enfermedad que origina desgaste del cartílago articular, mientras que la artritis es un síntoma que consiste en la inflamación de la articulación. Para que todo te quede claro, a continuación te enumeramos las enfermedades reumáticas que más afectan a las mujeres. Ante la duda, acude a tu médico. 

ARTROSIS

¿QUÉ ES?: una enfermedad degenerativa articular vinculada con el envejecimiento que lesiona el cartílago y origina dolor, rigidez e incapacidad funcional. Es la patología reumática más prevalente, afecta al 10% de la población y, especialmente, a las mujeres. Hasta los 50 años, la prevalencia de la artrosis es similar en ambos sexos, pero a partir de esa edad la afección de manos, caderas y rodillas es mayor en ellas. 

SÍNTOMAS: el principal es el dolor que suele aparecer cuando se exige un esfuerzo a la articulación enferma, bien sea un esfuerzo de movimiento o de carga. En general, empeora a medida que avanza el día. Este dolor se suele localizar en la columna cervical y lumbar, en algunas articulaciones de los dedos de las manos, la cadera y la rodilla.

TRATAMIENTO: su objetivo es el alivio del dolor y mantener la capacidad funcional de la articulación. Existen diversas alternativas, que incluyen los tratamientos físicos, los medicamentos y, a veces, la cirugía (para los casos más avanzados). Las claves para tratar la artrosis son, además, practicar ejercicio moderado, evitar la obesidad y tomar analgésicos (paracetamol) y/o antiinflamatorios (tópicos y orales). Las infiltraciones intraarticulares de derivados de la cortisona o de ácido hialurónico pueden ser útiles en algunos casos. 

ARTRITIS REUMATOIDE

¿QUÉ ES?: Una patología en la que se produce la inflamación de la membrana sinovial de múltiples articulaciones. La persistencia de esa inflamación origina una destrucción progresiva de las articulaciones y grados variables de deformidad e incapacidad, por lo que es importante el diagnóstico y el tratamiento precoz. Esta patología es muy frecuente, la padece una de cada 200 personas (200.000 afectados en España). 

SÍNTOMAS: la inflamación de las articulaciones y el dolor. A veces sólo el reumatólogo puede detectar esta hinchazón mediante palpación. Las articulaciones afectadas con más frecuencia son las muñecas, los nudillos, los dedos, los codos, las rodillas y los tobillos. Además, por las mañanas puede haber difi cultad para el inicio de los movimientos que puede durar horas.

TRATAMIENTO: no se puede curar, pero sí controlar. Existen varios grupos de fármacos para cumplir este objetivo. Por un lado, los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) y los corticoesteroides, que alivian los síntomas. De otro, los modificadores de la enfermedad (FAMEs) y, para los pacientes que no toleran los fármacos anteriores, se utilizan terapias biológicas de las que, a su vez, hay varias familias de medicamentos. Tanto los FAMEs como los tratamientos biológicos controlan la actividad de la enfermedad y evitan la destrucción articular en un alto porcentaje de pacientes, pero requieren control por parte del reumatólogo y una estrecha colaboración del paciente.

LUPUS

¿QUÉ ES?: Un trastorno en la que el sistema inmunológico, que normalmente produce anticuerpos para proteger al organismo, se “confunde” y no diferencia entre las partículas extrañas y las propias células o tejidos, y produce anticuerpos en contra de “sí mismo”. Esos “autoanticuerpos” producen la inflamación y dañan los tejidos.

SÍNTOMAS: puede afectar a muchos órganos (piel, articulaciones, riñones, corazón, pulmones, sistema nervioso central...), pero la mitad de los pacientes tienen afectación casi exclusiva de la piel y las articulaciones. El 90% tienen dolor e inflamación de las articulaciones (artritis), afectando, sobre todo, las de los dedos de las manos, las muñecas, los codos, las rodillas y las de los pies. Es frecuente que empeore tras el descanso nocturno y el paciente note “rigidez articular” por las mañanas. La piel es otra localización habitual del lupus. La lesión más conocida es el llamado “eritema en alas de mariposa”, un enrojecimiento y erupción de la piel en las mejillas y la nariz. En líneas generales, las lesiones de la piel en el lupus aparecen en cualquier parte del cuerpo y no dan molestias. Además, estos pacientes tienen una piel muy sensible a los rayos ultravioletas (fotosensibilidad) y de hecho a menudo la enfermedad aparece tras una exposición prolongada al sol. Por tanto es importante que usen cremas con factor de protección 60.

TRATAMIENTO: se usan fármacos que controlan la actividad inflamatoria de la enfermedad para evitar su progresión. El tratamiento debe estar adaptado a cada paciente. Entre los medicamentos utilizados están los corticoesteroides, los antipalúdicos, los inmunosupresores y, lo más novedoso, las terapias biológicas. 

ESCLERODERMIA

¿QUÉ ES?: Una dolencia crónica que afecta principalmente a la piel, la cual se esclerosa por exceso de acumulación de fibras de colágeno; pero también puede atacar a otros órganos, como los pulmones, el intestino, el riñón o el corazón. Se da en una de cada 50.000 personas y es más frecuente en mujeres de mediana edad.

SÍNTOMAS: dentro de los más frecuentes destaca el denominado fenómeno de Raynaud, que consiste en un cambio de coloración de los dedos de las manos con la exposición al frío (se vuelven pálidos y después violáceos). En ocasiones, este síntoma precede en años al desarrollo de la enfermedad, por lo que es importante detectarlo para realizar un diagnóstico precoz. Suele haber afectación de la piel con una leve tumefacción de la piel de las manos y pies al inicio, que, en algunos casos, se va extendiendo y puede afectar a todo el cuerpo. Posteriormente, la piel se vuelve rígida y dura, se hace difícil de pellizcar y a veces limita los movimientos de las articulaciones. También se puede producir dolor en las articulaciones; problemas digestivos, como difi cultad para tragar, estreñimiento o diarrea, y problemas cardiorrespiratorios.

TRATAMIENTO: muchas de las manifestaciones de la enfermedad pueden tratarse, por lo que el pronóstico puede variar mucho si se recibe o no el tratamiento adecuado, que debe ser individualizado en cada paciente según los órganos afectados. Entre el arsenal terapéutico se encuentran los vasodilatadores, los corticoesteroides, los antipalúdicos y, en determinados casos, los inmunosupresores. Además, se recomienda evitar una serie de factores que empeoran el Fenómeno de Raynaud, como el tabaco, la exposición al frío y las vibraciones de algunas máquinas industriales. Conviene ejercitar el movimiento de las zonas afectadas para evitar la atrofia de los músculos y la rigidez de las articulaciones.

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viernes, septiembre 26

Christina Onassis y Henrietta Spencer-Churchill: la dulce amistad de la infancia



(Un artículo leído en la revista Mujer de Hoy del 25 de agosto de 2012)

Christina era una adolescente multimillonaria, pero se sentía sola. Su madre acababa de casarse con un lord inglés con dos hijos, contra todo pronóstico, la hija del armador encontró en su nueva familia a una hermana, que fue su amiga y confidente hasta el final de sus días.  

Christina Onassis acababa de cumplir 11 años cuando se trasladó a vivir con su madre al castillo de Blenheim, en Oxfordshire, el más grande y hermoso de Inglaterra, morada de todos los duques de Marlborough, desde que el primero, sir John Churchill, lo mandara construir a principios del siglo XVIII. La madre de Christina, Tina Livanos, se había casado con John Spencer-Churchill, marqués de Blanford y futuro XI duque de Marlborough, tras divorciarse del armador griego Aristóteles Onassis, el padre de Christina. Gracias a ese matrimonio aristocrático,

Tina encontró la felicidad y su hija, lo más parecido a una familia que tuvo nunca. El marqués de Blanford tenía dos hijos de un primer matrimonio con la heredera Ann Hornby: Charles James y Henrietta. La nueva familia se instaló en una bella casa de campo cerca de la mansión familiar. “Por primera vez en su vida, Christina tenía una infancia relativamente normal”, recuerda Henrietta en sus memorias. “Iba a una escuela local, montaba a caballo y disfrutaba del deporte y de los animales, algo totalmente opuesto a la vida de la alta sociedad que había llevado hasta entonces.

Adoraba a nuestra nanny, Audrey, porque la trataba como a una niña normal, imponiéndole disciplina y castigándola cuando era necesario. Así se ganó su respeto”. Henrietta y Christina se llevaban casi 10 años, pero se convirtieron en hermanas del alma. “Yo la admiraba y la adoraba”, cuenta Henrietta.

Pobre niña rica. En el umbral de la adolescencia, Christina era una niña consentida y triste, que tenía todo lo que podía desear, pero que jamás había disfrutado de la atención de sus padres. Sus muñecas vestían de Dior, sus poneys procedían de las cuadras de la familia real saudí y su nombre figuraba en la cubierta del yate más lujoso del mundo. Pero ni siquiera su nacimiento había sido motivo de felicidad: su madre recordaba una paliza atroz de Aristóteles Onassis, una noche de borrachera, intentando que abortara porque ya tenía un heredero, Alexander. Los dos niños crecieron en manos de institutrices y secretarios, mimados hasta lo insoportable, pero totalmente descuidados, viajando sin cesar entre las mansiones de París, Atenas, Antibes y la isla de Skorpios. Eran los años en que Onassis luchaba por consolidar su fortuna. Tina, hija del armador Stavros Livanos, rica de cuna, cosmopolita y caprichosa, era la “socialité” más célebre de su tiempo. Adoraba a Christina, a la que llamaba “mi ángel”, pero jamás renunció a su vida social. El matrimonio se llevaba más de 20 años y Tina consintió en hacer vidas separadas, siempre que los romances de Aristóteles no se hicieran públicos.

Christina tenía ocho años cuando su madre los despertó a ella y a su hermano una noche, en el yate familiar en Montecarlo, y les dijo que empaquetaran sus cosas a toda prisa: “Fue una noche confusa –recordaba años después–. Papá no estaba. Me daba cuenta de que iba a perder algo importante, pero no sabía qué. Mamá solo dijo que teníamos que irnos y que no íbamos a volver”. Aristóteles había llevado demasiado lejos sus escarceos con María Callas, a la que estaba persiguiendo por toda Europa. El verano siguiente Tina pidió el divorcio en  Alabama, y un año después se casaba con el marqués de Blanford. Tras el divorcio de sus padres, Christina se acostó llorando todas las noches durante un año.

La infancia de lady Henrietta, su inesperada hermana, tampoco había sido fácil. Era un bebé cuando su madre, Susan Hornby, los abandonó. “Mi padre nos dijo que podíamos escoger las dos habitaciones que más nos gustaran en Blenheim”, cuenta. “James escogió dos habitaciones con una escalera secreta. Yo, una grande y luminosa. En vida de mi abuelo –asegura la aristócrata–, mi padre dirigía la propiedad y pasábamos mucho tiempo allí, explorando el jardín de más de 2.000 hectáreas, aunque en verano teníamos que compartirlo con los turistas”.

Leales e infelices. “Al principio, veíamos poco a Christina y Alexander. Pero luego, ella vino a vivir con nosotros. Era una adolescente rebelde y bastante encerrada en su mundo –recuerda Henrietta–. Montábamos a caballo y nadábamos juntas. Me llamaba “Hennywetta”. Mi hermano y yo teníamos barcas y mi padre nos llevaba a hacer esquí acuático en el lago. Los fi nes de semana hacíamos barbacoas. Cuando uno tiene una infancia difícil porque sus padres se han divorciado, crea una unión muy especial con sus nuevos hermanos. Tanto James como Christina y yo estábamos muy unidos”. El lema familiar de los Spencer Churchill, “Lealtad, pero infelicidad”, era también muy apropiado para la dinastía de los Onassis. Las nubes de la desgracia ya acechaban en el cielo de verano. Christina tenía un carácter obsesivo y ensimismado: “A veces se pasaba horas cantando la misma canción, una y otra vez... Y era adicta a la Coca-Cola y a las barritas energéticas. Las comía sin medida”, recuerda Henrietta. Los años de Blenheim, los últimos que pasó Christina con su madre, terminaron cuando llegó el momento de estudiar en un internado suizo. Christina solo resistió allí un año, pero, a su regreso, las relaciones con su padre se hicieron mucho más frecuentes. Tina y el marqués de Blanford se divorciaron en 1971. Y dos años después, la desgracia empezó a golpear sin descanso a la familia. Primero, fue Alexander, el heredero y al que Christina adoraba: murió en un accidente aéreo a los 24 años. El viejo Ari ya no se repuso del golpe y Christina empezó a luchar abiertamente rica del mundo. Retomó sus curas de adelgazamiento y suavizó sus rasgos con ayuda de la cirugía estética. “Ahora sí que estoy totalmente sola”, le confesó a Henrietta.

Sola, sin remedio. La joven británica, que con el tiempo se convertiría en una prestigiosa interiorista, pasaba largos veranos en la isla de Skorpios con ella. “Al anochecer íbamos juntas en barco y ella siempre recordaba los días felices de Blenheim. Me preguntaba por nuestra nanny, Audrey, a la que seguía adorando”, recuerda Henrietta. Las conversaciones a media voz, mantenidas a la luz de la Luna, podían durar hasta la madrugada: Christina padecía insomnio y tenía miedo a dormir sola. Su soledad jamás encontró remedio. Sus cuatro matrimonios (con un hombre de negocios norteamericano, con el heredero de una rica familia griega, con un agente del KGB y con un farmacéutico suizo, el padre de su única hija, Athina) fueron una sucesión de fracasos. “Es sencillo –decía–, solo quiero que me amen por mí misma y no por mi dinero”. Sus adicciones fueron en aumento: anfetaminas, píldoras para adelgazar, pastillas para dormir, chocolate, caviar, Coca-Cola o trufas. A sus excesos pantagruélicos le seguían temporadas de dura disciplina, en las que apenas se alimentaba de lechuga. “Cuando se rompía una relación –cuenta Henrietta–, Christina se sumía en la depresión, pero no quería que nadie lo supiera y se enredaba inmediatamente en otro romance, para olvidar el anterior. Sus periodos de dieta u obsesión por la comida dependían de quién estaba cerca de ella. Necesitaba motivación y, si no tenía un hombre cerca, se sentía sin objetivos en la vida”. A pesar de las excentricidades, la inestabilidad, la falta de control, de responsabilidades y de educación, Christina era una mujer inteligente, con un gran sentido del humor, brillante y aguda. “Siempre estaba haciendo bromas y le encantaba hacer el loco. Fue la mejor amiga de sus amigos que he conocido: fi el, leal, generosa. Además, era capaz de olvidarse de sí misma, a pesar de sus sufrimientos, para hacerte pasar un rato inolvidable. Su problema era que lo había conseguido todo muy rápido y muy fácilmente. Nada la llenaba”. Cuando Aristóteles Onassis murió, a los 68 años, en marzo de 1975, su fortuna rondaba el billón de dólares: constaba de cientos de empresas, 47 barcos, unas líneas aéreas (Olympic Airways) y lujosas propiedades en los cinco continentes, que incluían una isla privada en el mar Jónico. En su testamento, Onassis dejaba a Christina la mitad de los bienes y, la otra mitad, a cargo de la fundación creada en recuerdo de su fallecido hijo, Alexander.

Sin rumbo. El 20 de octubre de 1988, Christina inició un viaje a Argentina, donde tenía numerosos y buenos amigos. Era el país al que su padre había llegado con 100 dólares, en 1923, huyendo de la guerra turcogriega, y en el que había cimentado su fortuna. Allí, había lavado platos y trabajado como electricista, antes de abrir una tienda de tabaco. Era argentino y griego. Christina se instaló, a 30 kilómetros de Buenos Aires, en el exclusivo Club de Campo de Tortuguitas, en casa de su amiga Marina Dodero. Se decía que estaba a punto de casarse por quinta vez y que el elegido era el hermano de Marina, Jorge Tchomlekdjoglou. Iba a cumplir 38 años, había perdido peso y estaba feliz con su pequeña hija Athina, de tres años, tras haber recorrido los centros de fertilidad más caros y lujosos. No se encontraba deprimida. Al contrario, estaban en una de las mejores épocas de su vida. Quizá su cuerpo dijo basta. Su nanny griega, Eleni, que no se separaba de ella, la encontró muerta en la bañera de su dormitorio. El diagnóstico oficial fue un ataque cardiaco, aunque varias autopsias no aclararon gran cosa. Su hija Athina se convirtió en la niña más rica del mundo y en la única superviviente de una dinastía llena de sufrimiento. “No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida –había declarado Christina meses antes en una revista–. Creo que no he tenido una mala vida, pero me gustaría que la de mi hija fuera mejor”. El cuerpo de Christina descansa en la isla de Skorpios, junto al de su hermano Alexander y el de su padre. Quizá, cuando su espíritu quedó en paz frente a la belleza del Jónico, recordó aquel día en que su padre la llevó, con apenas tres años de edad, a conocer el yate al que había bautizado con su nombre. “¿Qué es, papá?”, le preguntó ella, mientras Ari la levantaba en sus brazos. “Es tu hogar – dijo él–. Y lleva tu nombre”.