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martes, abril 30

El inventor del reloj digital al que se le pasó la hora

(Un texto de Antonio Corbillón en el Heraldo de Aragón del 24 de noviembre de 2018)

Thomas Bromley es el padre del Digitron, primer modelo sin manecillas ni esfera. Pero no renovó la patente y los japoneses se apropiaron de su idea y la hicieron rentable. Su prototipo se ha vendido ahora en subasta.

En los años 70 del siglo pasado, llevar un reloj digital en la muñeca era lo más. Estar a la última. Algo equiparable a tener hoy un buen 'smartphone'. Los modelos de pulsera pasaron de simplemente dar la hora a incorporar despertador, cronómetro, luz, calculadora, juegos (los populares marcianitos...), radio y hasta mando a distancia para la televisión. Y, de entre las marcas, habrá poca gente de la época que no se haya abrochado un japonés Casio en la muñeca.

Este salto tecnológico permitió a los nipones tomar el relevo de suizos, alemanes o británicos en el liderazgo del sector, que tuvo que adaptarse a esta nueva competencia. Sin embargo, no fueron relojeros de ojos rasgados a quienes se les ocurrió introducir dígitos en las esferas.

A principios de los años 60, Thomas Bromley trabajaba como ingeniero eléctrico en Hull, una pequeña ciudad de la costa norte de Inglaterra. Las noches las gastaba en el taller de su cobertizo desarrollando sus dotes de inventor. «Se pasaba allí hasta las nueve o diez de la noche. Era como un profesor loco. Su vida eran todo tipo de aparatos y equipos», relata su hijo David a 'BBC News'.

En 1961 desarrolló un reloj eléctrico que llamó Digitron, cuya base es idéntica a los que llegarían más de una década después. Era una relativamente voluminosa carcasa con un soporte superior de cuatro esferas en las que se veían los números de las horas y minutos. El logro mereció incluso un premio en el Salons des Investors de Bruselas de ese año. Aunque no tenía especial confianza en su avance, Bromley patentó su idea por tres años. Incluso recibió un encargo comercial para fabricar 20 ejemplares esa Navidad, pero «no tenía facilidad para comenzar a construirlos», lamenta su hijo. Así que no solo desechó la idea, ni siquiera renovó la patente por falta de dinero. Un año después de que se agotara su derecho, los japoneses comenzaron a fabricar un aparato casi idéntico. «Hicieron mucho dinero con las ventas. Si Bromley hubiera renovado la patente de su prototipo, habría sido millonario». Quien así se expresa y sí le ha sacado rentabilidad al Digitron es John Hawley, un anticuario de New Cave, localidad situada a 24 kilómetros de Hull, que el pasado fin de semana vendió el original en una subasta.

A Thomas Bromley le dio tiempo de conocer la repercusión de su creación, ya que falleció en 1990. Aunque los historiadores de la relojería no se ponen del todo de acuerdo, hay consenso en el papel clave que jugó este ingeniero.

Los antecedentes del invento tal vez hay que buscarlos en Josef Pallweber, un fabricante suizo que creó un despertador mecánico digital en 1956. También D. E. Protzmann patentó otro reloj digital en 1970. El caso es que, a partir de 1974, los modelos japoneses invadieron el mercado mundial. Casio, la marca que más prisa se dio en lanzar un prototipo, le puso un nombre que se parecía bastante al de Bromley: el Casiotron.

En dos años, le incluyeron cronómetro y hasta calculadora. Gracias a la técnica de 'copiar y reducir', que luego extendieron a todo tipo de electrónica, éstas últimas pasaron de tener el tamaño de una lavadora a ocupar muy poco espacio en el reloj.

Es difícil rastrear su historia porque entre los aficionados a la relojería los modelos digitales despiertan poco atractivo. «Es un invento para llevar en la muñeca. No tiene la maquinaria ni el desarrollo de piezas que suele interesar en nuestro mundo», reconoce el portavoz de la Asociación Nacional de Profesionales Relojeros Reparadores (ANPRE), José María Galisteo.

La falta de visión sobre las posibilidades de su creación no redujeron la pasión creativa de Thomas Bromley. En su taller casero de 'inventor loco', como le describía su hijo, aún le dio tiempo a desarrollar unas cortinas que se cerraban automáticamente cuando se ponía el sol.


Una historia de más de medio siglo

Antecedentes
Los primeros ensayos para crear relojes digitales se remontan a 1956. Ninguno era japonés. Un fabricante suizo (Pallweber) y un norteamericano (Protzmann) firmaron las primeras patentes de despertadores digitales. Protzmann también patentó otro reloj digital en 1970 que fue novedoso por llevar una mínima cantidad de piezas móviles.

1961
Año en el que Thomas Bromley registró la patente de su modelo Digitron. Desestimó su obra al no poder mantener los costes de la patente.

1974
Fecha del primer reloj digital de pulsera: el Casiotron. El éxito comercial permitió continuas revisiones y mejoras que los llenaron de nuevas funciones. También afectó a otros objetos como las calculadoras, que se hicieron pequeñas y manejables.

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lunes, abril 29

Ava Gardner: la pasión volcánica

(Un texto de Lourdes A. Esmoris en el Heraldo de Aragón del 24 de noviembre de 2018)

La actriz disfrutó de años de juerga y sexo en España con su marido de entonces, Frank Sinatra. Y pasó por Zaragoza, donde fue retratada en la plaza de toros.

Tuvo muchos amigos, pero a ninguno le fue tan fiel como a Jack Daniel's. La actriz Ava Gardner tenía ese raro don de volver locos a los hombres. Su marido, Frank Sinatra, la siguió desesperado dos veces a África. Noctívaga, procaz, indómita, hedonista y libre, Ava mantuvo un tormentoso matrimonio con el cantante. Se amaban como púgiles en el cuadrilátero. Eran salvajes y como tales se eran salvajemente infieles. "Si fuera un hombre -comentó Ava en cierta ocasión- nunca me enamoraría de mí," relata Javier Márquez en su libro 'Rat Pack. Viviendo a su manera'. Ava Gardner encarna como nadie el mito de la mujer adúltera y de costumbres licenciosas, miembro de esa estirpe de actrices que despiertan la codicia masculina, como Brigitte Bardot y Marilyn Monroe.

Ava compartía lo que dijo una vez Rita Hayworth: los hombres se enamoran de la actriz y se despiertan a la mañana siguiente con la persona. "Es un sentimiento con el que me identifico totalmente", decía. Su figura es ahora recreada por el actor y director Paco León en ‘Arde Madrid’, que emite Movistar (ya se prepara una segunda temporada), con Inma Cuesta, Debi Mazar, Anna Castillo y Julián Villagrán en los papeles principales. La actriz, que estableció su cuartel general en Madrid entre 1955 y 1968, cambió la capital por Londres cuando el Gobierno empezó a reclamarle el pago de impuestos, que abonaba en EE. UU. De nada sirvió apelar a la indulgencia del ministro Manuel Fraga Iribarne.

Ana Lavinia Gardner nació la Nochebuena de 1922 en Grabtown, un pueblucho tedioso de Carolina del Norte. El haber sido alumbrada en una fecha tan significativa la indignaba por la competencia que debía afrontar "con un tal Jesucristo", circunstancia que, estaba convencida, jugaba en su contra porque le quitaba regalos.

Era hija de Molly, una matriarca abnegada, y de Jonás, un granjero por cuyas venas corría sangre irlandesa y de quien Ava heredó sus bellos ojos verdes. La niña y sus seis hermanos eran "pobres como las ratas", como ella misma cuenta en sus memorias, ‘Ava, con su propia voz’ (Grijalbo Mondadori). A la familia le golpeó de lleno el crack del 29 y los Gardner las pasaron canutas. Durante cuatro años fue a la escuela con el mismo abrigo verde y el mismo jersey que su madre había comprado en unas rebajas.

Con apenas 26 años, después de dos efímeros matrimonios, uno con el clarinetista Artie Shaw y otro con el actor Mickey Rooney, conoció a Frank Sinatra, cuando ella era una estrella de Hollywood en pleno apogeo y él un cantante en caída libre. Se casaron en 1951.
Cuesta admitirlo, pero la Ava Gardner que debutó en el mundo del cine era muy pudorosa. "Aunque nadie se lo cree, yo llegué a Hollywood con una timidez casi patológica, era una niña campesina con unos valores sencillos". Ya era toda una celebridad cuando en 1946 había interpretado ‘Forajidos’ al lado de Burt Lancaster. Cuando España acogió las grandes superproducciones de Hollywood en los años cincuenta, un encolerizado Frank Sinatra se plantó en un Madrid en el que, pese a su ambiente relajado, reinaba una moral estricta, al menos de cara a la galería. Por ejemplo, los condones estaban prohibidos aunque se podían conseguir en el Rastro si se pedía una "funda para el paraguas".

Corría el año 1955 y el cantante de ‘My way’, consumido por los celos, quería poner orden en su vida y en la de Ava, quien se divertía con toreros en juergas flamencas. Mario Cabré llegó a componer unos poemas para la actriz y Dominguín relataba a todo el que quisiera escucharle que lo primero que hizo tras acostarse con ella fue salir corriendo a contarlo. Es solo una leyenda sin fundamento y que funcionó como broma privada entre Dominguín y Gardner.

En Tossa de Mar (Girona), donde rodó ‘Pandora y el holandés errante’ (1951), su desprejuiciado comportamiento desató rumores de un supuesto romance con el torero, actor y presentador televisivo Mario Cabré. Se acostaron, pero poco más, confesó la propia actriz, que consideraba al torero un auténtico "chinche".

Pese al sedicente idilio, Sinatra viajó a España para poner coto a la desaforada vida de su esposa. En Tossa de Mar, Ava exprimía las noches y difícilmente se mantenía erguida por culpa de las largas veladas de ginebra, champán y vino, bebidas despachadas en tabernas y tablaos de parrandas de bravo taconeo. Frankie estaba dominado por los celos. Estando juntos, se enzarzaban en riñas de gatos. Cuando Sinatra aterrizó en El Prat, ya había perdido a Ava en gran medida. La actriz no estaba enamorada de Mario Cabré, pero sí del flamenco, los toros y las juergas hasta pasada la madrugada.

En Madrid, mientras trabajaba en la superproducción ‘55 días en Pekín’, Gardner visitaba los bares de moda: Oliver, Whisky and Jazz y Chicote, así como los tablaos Zambra, Villa Rosa o la Pacheca. En el Corral de Manolo Manzanilla, el ayudante de dirección Perico Vidal contempló algo insólito. El escritor y periodista Marcos Ordóñez lo cuenta así en su libro ‘Big Time: la gran vida de Perico Vidal’ (Libros del Asteroide): "Allí podía subirse a una mesa, levantarse las faldas y ponerse a mear como si tal cosa. No exagero: yo la vi hacer eso varias veces".

Luis Miguel Dominguín, uno de sus amantes, conoció a Ava en Chicote. Él no hablaba inglés y ella apenas chapurreaba el español. De hecho, al fotógrafo Cano, que hizo buenas migas con ella, le llamaba a voz en cuello Coño. Pese a que su matrimonio solo duró dos años, Frank y Ava se recordaban en la distancia. Cuando Ava murió en Londres en 1990 a los 67 años, en su mesilla había una foto de los dos besándose. Sinatra tenía en su casa más fotos de Ava que de su mujer de entonces, Mia Farrow. Por cierto, Ava también fue amante del padre de Mia, el director John Farrow.

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domingo, abril 28

La línea de los Directos


(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 2 de diciembre de 2018)

Cuando los trenes que circulan por la línea Barcelona-Caspe-Zaragoza abandonan Nonaspe, tras cruzar el Matarraña se adentran bajo tierra en lo que inicialmente se denominó, allá por finales del XIX, el túnel de Llentic. Hoy, los trabajadores de Renfe y ADIF de media España al referirse a él utilizan la expresión «el túnel de los Guardias». Así fue rebautizado tras la última guerra, «por estar habitualmente asentadas allí patrullas de la Guardia Civil, al ser zona donde los maquis realizaban sabotajes a la vía». He conocido la curiosidad al leer un reciente libro que Ignacio Gracia Cortés ha firmado, tras años de paciente y meritoria recogida de datos, sobre el paso del tren por el Bajo Aragón zaragozano ('125 años de ferrocarril en Caspe').

Añade Gracia que «el mayor número de sabotajes de la línea, principalmente en las proximidades de Nonaspe, durante el año 1947 coincide con el apogeo de la Agrupación de Guerrilleros de Levante y Aragón (AGLA). El constante movimiento de gentes y el gran número de trabajadores, llegados de distintos lugares para realizar las reformas de los puentes sobre el Matarraña, favorecerían las incursiones de los guerrilleros en esta zona».

Confieso que me apasionan estas leyendas gremiales, siempre tan desatendidas por la etnografía. Les brindo otro ejemplo:

Los maquinistas rinden un involuntario homenaje a los Hermanos Grimm al denominar 'Siete Enanitos' a otros tantos pequeños túneles que se suceden al salir la vía de Fayón, hacia Zaragoza. También fueron construidos a finales del XIX, cuando la línea de los 'directos', en la que hoy viajo, enlazó la Ciudad Condal y la capital de Aragón. El tamaño diminuto de esos siete pasos subterráneos, abiertos en terreno mazorral y vecino del Matarraña, motivó este gracioso arrullo de la toponimia, hoy absolutamente extendido entre todos ferroviarios del país.

Por el contrario, los paisanos desconocen el apelativo 'Siete Enanitos' y denominan al paraje las Tasconeras. Este topónimo, aunque centenario, dudo que sea «de toda la vida». En catalán 'tasconera' es la grieta que los canteros abren en la roca para clavar en ella cuñas de madera ('tascons') que al mojarse aumentan de tamaño y desgajan la piedra. Me pone en la pista Miguel J. Llop, entusiasta investigador fayonense. Intuyo que, allá en el XIX, los primitivos trabajos de cantería para la construcción de la línea pudieron contribuir a perfilar este nombre, en cuyo caso apenas sobrepasaría el siglo y medio.

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