El tamaño de Saraqusta
(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del
20 de octubre de 2019)
En tiempos de moros, circuló la hablilla de que las murallas de
Zaragoza fueron levantadas con bloques de alguna suerte de mármol, lo que poco
menos las convirtió en mágicas: emanaban una luminosidad blanca, continua y
deslumbrante, que protegía Saraqusta de algunos maleficios y que impedía el
acceso a la medina de serpientes y escorpiones. El tema me maravilla y, aunque ya
me he ocupado de él en varias ocasiones, insisto desde nuevos ángulos.
Pocos discuten el origen tardorromano de los muros que protegieron
las 44 hectáreas en las que convivieron nuestros antepasados (las ciudades
importantes de la Hispania romana, pujantes e influyentes, no fueron
necesariamente grandes). Cuando, en el 714, los musulmanes llegaron a nuestro
solar, heredaron lo que quedaba de aquellas defensas en las que ¿se había
utilizado mármol para levantarlas? Parece que medio sí, que en algunos tramos y
sobre las primeras hiladas de sillares de arenisca se anclaron otros de
alabastro, material que debió confundirse con texturas más nobles. Incluso
hasta pudo ocurrir que algunas de esas moles se machihembraran con apoyo
interior de plomo, tal como apuntan algunos geógrafos del al-Andalus del siglo
Xll (al-Rusati, por ejemplo).
Les recordaba hace unas semanas que un prestigioso arqueólogo -Juan
Paz- ha cuestionado, desde el rigor académico, una premisa mayor, concluyendo
que gran parte de lo que hoy consideramos obra romana es muralla realmente
levantada en tiempos de la Saraqusta islámica. El tamaño de aquella Saraqusta
también arrastra controversia. En 1971, Torres Balbás calculó que la Zaragoza
andalusí acogería a no más de 17.000 persas, lo que se ha venido considerando
hasta ahora como hipótesis correcta. Pero, en los últimos años, una corriente
de investigadores ha llamado la atención en tomo a que esos cálculos solo
tenían en cuenta la superficie de la medina, la ciudad protegida por la muralla
'romana', y que los arrabales de Saraqusta -defendidos o no con otro muro de
tapial- desplegaban una urbe mucho más amplia, capaz de soportar un censo de
más de 50.000 personas (el arquitecto Javier Peña ha llegado a escribir que
«Saraqusta toma un nuevo impulso y se convierte en una gran ciudad, en una de
las mayores -si no la mayor- de Al-andalus y consecuentemente de Europa
Occidental»).
Si nuestra legendaria muralla zaragozana desprendía continuos
destellos de luz blanca, toda aquella gente, ¿cómo lo soportaba sin volverse
loca? Los viajeros andalusíes del arranque de la Baja Edad Media que
escribieron sobre el resplandor, ¿se lo inventaron?
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Sin ir muy lejos
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