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viernes, enero 22

¡Y llegó el color!

 (Un texto de David Navarro en el Heraldo de Aragón del 6 de mayo de 2017)

El invento de la pintura industrial revolucionó los hogares del XIX. Surgió así la moda de elegir colores según la habitación y pintar de rosa la de las niñas.
 
Sabemos cada vez más de decoración, la democratización del diseño (con muebles asequibles para todos los bolsillos) ha transformado los hogares. Pero se trata de un invento reciente, más allá de 1830 solo las élites podían permitirse los costosísimos pigmentos para paredes, los muebles de artesanos ebanistas o los tejidos bordados. Tuvo que llegar la revolución industrial para crear productos en serie, tintes artificiales y otorgar el derecho a rodearse de confort también a las clases medias y bajas.
 
El color se ha obtenido desde hace miles de años a través de tintes naturales. Algunos tan curiosos como el rojo, logrado de insectos como la cochinilla algodonosa, un proceso tan costoso que solo podían permitirse reyes o papas (de ahí que el manto rojo sea sinónimo de alto rango político y religioso). Los hogares modestos se limitaban a encalar las paredes y el estaban condenados al blanco, hasta que a principios del siglo XIXse crearon los primeros tintes químicos, que bajaron dramáticamente los precios. Las clases acomodadas empezaron a experimentar con el color y se extendió la idea de crear un ambiente diferente a cada estancia según su uso. "El color de las habitaciones debe reflejar quién las ocupa. Si es una biblioteca (masculina), deberá tener tonos sobrios, rojizos y marrones. El salón (femenino), colores alegres y luminosos", aconsejaba John Claudius Loudon en el almanaque 'Enciclopedia del hogar' en 1833.

La personalidad femenina o masculina de cada color surgió entonces, en esas primeras décadas del XIX. Si los verdes oscuros, rojos, marrones, azul añil y demás tonos discretos se relacionaban con el hombre, a la mujer le correspondían los colores alegres, los malvas, el amarillo, el verde claro... Para los niños se añadía aún más luz, por lo que el malva, convertido en rosa, pasó a ser femenino, mientras que el añil, transformado en azul cielo, era cosa de niños. Los dormitorios tenían un poco de todo, ni muy femenino ni muy masculino, aunque en el hogar, territorio al que la mujer estaba limitada, era ella quien mandaba, por lo que los colores masculinos solían quedarse solo en bibliotecas.

Más colores

Si el tinte sintético fue un antes y un después en la introducción del color en los hogares, otro invento supondría la revolución total:la lata de pintura. A partir de 1866, ya no era necesario que un maestro pintor hiciera las mezclas:el ciudadano podía ir a una tienda, elegir el color, llegar a casa y transformar lo que quisiera. La primera lata se vendió en Estados Unidos, con el color 'verde francés', ese 1866, y ya en 1870 era popular la pintura en lata en la mayoría de ciudades europeas, a un precio todavía más bajo. Las latas, además, incluían todavía más colores, ya que la industria de tintes evolucionaba a pasos agigantados, y surgieron todo tipo de tonalidades, mezclas, tonos y acabados.

Ni qué decir tiene que pintar se puso de moda. Ante el horror de los expertos decoradores, la creatividad se impuso a los cánones y las mezclas no siempre fueron afortunadas. Las revistas de la época daban consejos, recordaban la importancia de no mezclar colores primarios, se popularizaron las tablas de combinaciones (el amarillo con el lila, el rojo con el verde, el azul con el gris...).

Y, por su puesto, el blanco era el color más demodé. Tras siglos y siglos condenados a la cal, no se quería ver el blanco, y nunca mejor dicho, ni en pintura. Ni siquiera en los techos, que a finales del XIXincluso se pintaban de diversas tonalidades. Hubo que esperar décadas hasta que el clásico blanco regresara a las paredes. Todo regresó a su justa medida, en realidad. Pero el espíritu de cada color se mantuvo, y todavía en nuestros días elegimos verde para el salón, ocre para la biblioteca y rosa para las niñas.

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