¡Y llegó el color!
(Un texto de David Navarro en el Heraldo de Aragón del 6 de mayo de 2017)
La personalidad femenina o masculina de cada color surgió entonces, en esas primeras décadas del XIX. Si los verdes oscuros, rojos, marrones, azul añil y demás tonos discretos se relacionaban con el hombre, a la mujer le correspondían los colores alegres, los malvas, el amarillo, el verde claro... Para los niños se añadía aún más luz, por lo que el malva, convertido en rosa, pasó a ser femenino, mientras que el añil, transformado en azul cielo, era cosa de niños. Los dormitorios tenían un poco de todo, ni muy femenino ni muy masculino, aunque en el hogar, territorio al que la mujer estaba limitada, era ella quien mandaba, por lo que los colores masculinos solían quedarse solo en bibliotecas.
Más colores
Si el tinte sintético fue un antes y un después en la introducción del color en los hogares, otro invento supondría la revolución total:la lata de pintura. A partir de 1866, ya no era necesario que un maestro pintor hiciera las mezclas:el ciudadano podía ir a una tienda, elegir el color, llegar a casa y transformar lo que quisiera. La primera lata se vendió en Estados Unidos, con el color 'verde francés', ese 1866, y ya en 1870 era popular la pintura en lata en la mayoría de ciudades europeas, a un precio todavía más bajo. Las latas, además, incluían todavía más colores, ya que la industria de tintes evolucionaba a pasos agigantados, y surgieron todo tipo de tonalidades, mezclas, tonos y acabados.
Ni qué decir tiene que pintar se puso de moda. Ante el horror de los expertos decoradores, la creatividad se impuso a los cánones y las mezclas no siempre fueron afortunadas. Las revistas de la época daban consejos, recordaban la importancia de no mezclar colores primarios, se popularizaron las tablas de combinaciones (el amarillo con el lila, el rojo con el verde, el azul con el gris...).
Y, por su puesto, el blanco era el color más demodé. Tras siglos y siglos condenados a la cal, no se quería ver el blanco, y nunca mejor dicho, ni en pintura. Ni siquiera en los techos, que a finales del XIXincluso se pintaban de diversas tonalidades. Hubo que esperar décadas hasta que el clásico blanco regresara a las paredes. Todo regresó a su justa medida, en realidad. Pero el espíritu de cada color se mantuvo, y todavía en nuestros días elegimos verde para el salón, ocre para la biblioteca y rosa para las niñas.
Etiquetas: Culturilla general, Sobre moda y costumbres
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