Veronica Lake, la diosa rota
(Un texto de belén Ester en la revista Esquire de octubre de 2019)
Bellísima, de baja estatura, talento justito y voz ronca, Verónica Lake fue una mujer desgraciada que murió sola, alcoholizada y en la ruina a los 50 años. Dejó para la historia apenas un par de títulos buenos y, eso sí, una melena esplendorosa.
Hollywood ha generado pocas historias más tristes que la de Veronica Lake (1922, NuevaYork 1973, Vermont). Pocas vidas más truncadas, más maltratadas y más desgraciadas han salido de sus estudios. La suya empezó como la de tantas beldades rubias que llegan a la cumbre, con mucha belleza y poco talento. Constance Ockelman llegó a Hollywood con 16 años en 1938 de la mano de una ambiciosa madre que quería convertirla en estrella. Después de muchas pruebas y concursos de belleza, debutaría en el cine en 1939, con su pelo y su nombre intactos para, en dos años y tras cuatro títulos menores, conseguir un contrato con la Paramount de 750 dólares a la semana.
No sería hasta 1941 cuando la maquinaria de Hollywood se activaría para convertirla en Veronica Lake. El productor Arthur Horoblow Jr. vio unas pruebas de cámara de la actriz en las que un mechón rebelde caía sobre su ojo. Se enamoró en el acto del misterio que ejercía esa cortina de pelo sobre su bellísimo rostro y decidió que eso sería lo que la diferenciaría del resto de rubias del estudio. Se le llamó el peekaboobang, y el mundo se volvió loco. Portadas de revistas de cine, de moda y hasta de la revista Life le dedicaron reportajes. A ello se unió su cambio de nombre para que casara con esa nueva imagen de fría vampiresa. Dicen que la llamaron Veronica porque evocaba a belleza clásica y Lake 'lago', en español por el color de sus ojos. Leyenda o no, funcionó.
A partir de ahí, su carreta fue una de las más breves, intensas y de final más abrupto de la historia del cine. De registro interpretativo más bien justito, sus papeles podrían dividirse entre los de heroína de comedias y los de fría vampiresa. Del primer grupo destacan, por supuesto, Los viajes de Sullivan, de Prestan Sturges, espléndida comedia amarga sobre la pobreza y la esencia del pueblo americano (nada complaciente, por cierto), y Me casé con una bruja, de René Clair, germen de lo que sería la insoportable serie de televisión Embrujada. Y, del segundo, los clásicos imprescindibles del cine negro -El cuervo, La llave de cristal y La dalia azul-, todas ellas con el también bajito, limitado y alcohólico Alan Ladd, a los que se añaden algunos papeles menores como los de las comedietas Isn't it romantic? o The sainted sisters, el western La mujer de juego, de André De Toth (su segundo marido), la cinta bélica Sangre en Filipinas y la de aventuras Saigón, última colaboración con Ladd, que no la tragaba.
GUERRA POR UN FLEQUILLO. En 1943 todo se torció: En plena Segunda Guerra Mundial, la Paramount recibió una carta del Ministerio de la Guerra en la que exigía que la estrella dejase de llevar el pelo suelto porque en las fábricas de armamento a miles de jóvenes, peinadas como ella, se les enganchaba la melena a las máquinas y el material salía defectuoso porque no lo veían bien. Obligada, Lake protagonizó una (hoy vergonzosa) campaña advirtiendo de los peligros del peekaboobang y animaba a las jóvenes a recogerse el pelo detrás de las orejas. La estrategia surtió efecto, pero Veronica con moño y luego con melena cortita dejó de interesar al público. Así de triste.
Sus papeles a partir de entonces fueron cada vez peores y su popularidad cayó en picado. Su fama en el estudio era terrible y en Hollywood se referían a ella como 'la zorra' por su carácter déspota y poco profesional, por trabajar borracha y hablar abiertamente de sus amantes. A ello se añadían los rumores de que podría tener un trastorno de personalidad que lo tuvo, padecía esquizofrenia paranoica y fue portada por sus matrimonios fallidos, por cómo dilapidaba su fortuna pese a ganar ya 5.000 dólares a la semana y la demanda que le puso su propia madre por abandono. Aguantó todo lo que pudo en películas cada vez más bobas y aunque parecía resurgir de nuevo con algún título destacado, sucumbía otra vez... La Paramount rescindió su contrato en 1948 y en 1950, con 28 años, dos matrimonios, tres hijos y arruinada, Lake dejó Hollywood.
En la década de los 50 su vida fue un continuo ir y venir de series de televisión y películas de serie Z a teatros de mala muerte, y en la de los 60 fue dependienta en unos grandes almacenes, trabajó en una fábrica de perchas y en un motel y puso cócteles en un bar de Nueva York. Siempre entre borracheras épicas. Desesperada y en la ruina, decidió escribir sus memorias con la idea de hacer algo de dinero y lo logró, pero se lo gastó enseguida produciendo una película vergonzante que ella misma protagonizó. Era 1970 y no se hablaba con su madre, ni con sus hijos, ni con sus ya cuatro enmaridos. Murió sola de cirrosis en un hotel de Vermont tres años después. Tenía 50 años.
Veronica Lake fue una mujer solitaria, insegura e infeliz. Fruto todo ello del sistema al que hizo ganar millones y que la abandonó a su suerte cuando dejó de ser rentable. Lo efímero y absurdo de su personaje, irreal, falso, inventado, lo resumiría en su autobiografía con una frase tajante que dice mucho de la esencia de su propio drama: "Viva el pelo corto".Etiquetas: Tardes de cine y palomitas
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