Zollverein, reconversión cultural en Essen
(Un texto de Noelia Sastre en la revista Ronda Iberia de abril de 2019)
Cuando Zollverein cerró en 1986, era la última mina de carbón de las 290 que existieron en Essen, la gran ciudad minera de Europa, a media hora del aeropuerto de Düsseldorf. Entonces se planteó cómo transformar la cuenca del Ruhr, el corazón fabril del oeste de Alemania, y se creó la Ruta del Patrimonio Industrial: 11 ciudades y 3.500 monumentos, desde el Museo Minero en Bochum hasta el deporte en la antigua fundición de Duisburg o las exposiciones en el gasómetro de Oberhausen. Y, en esta fórmula pionera en la trasformación de espacios industriales, Zollverein es el buque insignia.
Inaugurada en 1847, la que un día fue la mina de carbón más grande del mundo es hoy el símbolo del cambio, un espacio para la cultura, el ocio, la educación y los negocios. Todo en Zollverein es superlativo. El tamaño: 100 hectáreas en las que cabrían 100 campos de fútbol, chimeneas de 98 metros de altura, 96 edificios, 13 kilómetros de tuberías. La reputación: conocida como la mina más hermosa y eficiente del planeta, obra maestra de la técnica. La producción: aquí llegaron a trabajar 8.000 mineros en varios turnos para sacar 240 millones de toneladas de carbón. Y, sobre todo, la arquitectura, pasada y presente. La pasada fue reconocida Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. Desde entonces, el lugar recibe un millón y medio de visitantes anuales atraídos por los edificios de estilo Bauhaus que los arquitectos Fritz Schupp y Martín Kremmer diseñaron en 1932. Pero también por la nómina de grandes firmas que han dado una segunda vida al complejo: Norman Foster transformó la antigua sala de calderas en 1997 en lo que hoy es el Red Dot Museum, que muestra 2.000 objetos premiados por su diseño; Rem Koolhaas desarrolló el plan maestro en 2002; y los japoneses SANAA firmaron un edificio en 2006. A ello se añade el Ruhr Museum, restaurantes como Casino, 40 empresas dedicadas a la creatividad, tiendas, talleres de cerámica y estudiantes de la Universidad Folkwang, que tiene aquí su segundo campus. En la coquería (de 1961) están los impresionantes depósitos que acogen exposiciones y los hornos al aire libre con un nuevo uso muy lúdico: piscina y pista de patinaje.
Y, claro, está también PACT, el alma artística de Zollverein, dedicado a la danza y la performance y ubicado en la parte más antigua, construida en el siglo XIX. Inaugurado en 2002, PACT fue el primer inquilino del nuevo Zollverein. Su director artístico, Stefan Hilterhaus, cuenta cómo empezó todo: "Cuando la mina cerró en 1986, los artistas de la zona se colaban en este edificio. Fue así como surgió la idea de utilizarlo para el arte. Era un espacio poco corriente con mucho potencial".
Efectivamente, este no es un lugar al uso. Aquí los mineros se duchaban y cambiaban. El escenario principal era la zona donde dejaban la ropa sucia. "Zollverein tiene una impresionante arquitectura en la que todo está pensado, desde las farolas hasta los tiradores de las puertas. Pero es sobre todo un documento de la industrialización. Quienes trabajamos aquí intentamos aprender de la historia. Nos obsesiona cómo pasar de la economía de escala a la economía de la diversidad para volver a ser productivos en esta región tan lastrada por su pasado. Y eso se hace a través de la cultura, la educación, la tecnología, la ingeniería… Nos hacemos muchas preguntas sobre el futuro".
Stefan sabe muy bien de lo que habla. Aunque creció en la vecina Colonia, unos 70 km al sur, su abuelo era trabajador del acero en Essen. "Uno de los temas que debemos resolver es el cambio de mentalidad, porque están demasiado acostumbrados a seguir las reglas afirma. Todo estaba cubierto por las fábricas para controlar a la gente. Lo que necesitamos ahora es que las generaciones jóvenes se activen y participen en nuestros programas: hablamos de política, de género, de los temas que interesan hoy".
PACT nació con vocación de gran anfitrión. "Nos propusimos elevar la calidad del trabajo, invertir en las producciones, tener una larga relación con los artistas. Eso en nuestro campo se aprecia mucho y no se encuentra fácilmente", apunta Stefan, un intelectual apasionado que cree más en los procesos que en los objetivos. Por eso una de las joyas es su programa de residencias para artistas. Simon Hartmann y Daniel Ernesto Mueller están en su último día de residencia. "El espacio es muy especial, tenemos mucha libertad y apoyo para pensar. A eso venimos, a estar en una burbuja", señalan estos bailarines y coreógrafos que trabajan como Hartmannmueller desde 2011. "Estamos acostumbrados al caos, y estas salas son perfectas para concentrarnos", añade la dramaturga Annette Müller, nacida en una familia de mineros. Müller saluda la transformación de su tierra: "La industrialización acabó y esto es una buena conclusión a todo ello, una oportunidad para pensar qué podemos hacer con este patrimonio. Por algo teníamos que empezar". La cultura parece un buen plan de reconversión.
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