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martes, octubre 5

Audrey Hepburn: Desayuno con tulipanes

(Un artículo de Icíar Ochoa de Olano en el Heraldo de Aragón del 27 de enero de 2018)

[…]El ballet y la dieta inhumana de la guerra, a base de bulbos y ortigas, esculpieron la delgadez [de Audrey Hepburn]. Sobre ella, construiría un 'chic' eterno.

Faltaban aún varios meses para que terminara la Segunda Guerra Mundial cuando los nazis impusieron un bloqueo fluvial que impidió la entrada de alimentos a las principales ciudades del oeste de los Países Bajos. El castigo desató una hambruna que mató a unos 10.000 civiles durante aquel feroz invierno de 1944 a 1945. Muchos de los que lograron contarlo lo hicieron tras alimentarse de bulbos de tulipanes, que cocían durante horas a fuego lento con la esperanza de que se ablandaran, ortigas y, en el mejor de los casos, de una especie de pan verde hecho a base de harina de guisantes. Entre los famélicos sobrevivientes estaba Ella Van Heemstra, una aristócrata holandesa abandonada por su segundo marido, un checo, con el que había tenido una única hija, Audrey Kathleen Ruston.

Cuando los aliados consiguieron doblegar al Tercer Reich era una adolescente cadavérica. Padecía una desnutrición severa, asma y una anemia que se cronificaría y le acompañaría siempre. Había nacido en Bélgica, ingresado en un internado de Inglaterra y huido con su madre a Holanda al estallar la contienda. Pero aquel país neutral se convertiría en una ratonera tras ser invadido. Para entonces, su padre ya se había desentendido de las dos. Esa pérdida y la atroz experiencia de la guerra, que le arrebató a un hermanastro, a un tío y a un primo, le vestirían con un velo de melancolía que no le abandonaría nunca. En los últimos años de su vida, ella misma atribuyó su intenso trabajo con Unicef a su experiencia infantil de hambre y miedo.

Resulta una paradoja cruel que la delgadez sobre la que Audrey Hepburn cimentó el icono de belleza cándida y sofisticada fuera una secuela bélica. Medía 1,70 y, cuando logró recuperarse de la despiadada dieta impuesta por los nazis, rara vez superó los cincuenta kilos de peso. Odiaba estar flaca. Decía que le hacía parecer que su nariz y sus pies (calzaba un 39) parecieran aún más grandes. Y sin apenas pecho, se sentía un patito feo. El ballet, que practicó desde niña gracias el empeño de su madre, le proporcionó su porte delicado y distinguido, y una vocación profesional que, sin embargo, no pudo ver satisfecha por su extrema fragilidad tras la guerra. Su conversión en cisne le llegaría en el cine, donde emergió como tal pocos años después de que la productora teatral de ‘Gigi' se fijara en ella y la llevara a Broadway.

A primeros de los años cincuenta, un encuentro fortuito con William Wyler allanaba el camino del viaje en Vespa más romántico del cine con 'Vacaciones en Roma' y Hollywood ponía en manos de la jovencita Audrey un Oscar y un Globo de Oro, además del Bafta que le entregó Gran Bretaña. En los años sucesivos seduciría en la pantalla a Cary Grant en 'Charada', a George Peppard en 'Desayuno con diamantes', a Humphrey Bogart en `Sabrina'; nos enseñaría que «la lluvia en Sevilla es una pura maravilla» gracias a su personaje de Eliza Doolittle en 'My Fair Lady' y forjaría con Hubert de Givenchy uno de los tándems más brillantes del mundo de la moda. Aunque la relación comenzara con sabor a fiasco para él.

Cuentan que cuando el maestro francés salió de su ‘atelier' para recibir a Miss Hepburn, su decepción fue mayúscula al comprobar que no se trataba de Katharine, sino de Audrey. El diseñador no tardó en sucumbir al desarmante poder de encantamiento de aquella sonrisa franca y aquellos ojos enormes «de ciervo» que maravillaron a Wyler. Mano a mano, regalarían al mundo algunos de los vestidos más emblemáticos de la historia del cine y la intérprete se coronaría como icono imperecedero de estilo y buen gusto.

«Ha sido y es el referente más potente del minimalismo, del menos es más, que es justamente de donde parte mi disciplina estética. Embajadora de esa elegancia que huye de los excesos, en contraposición del barroco, y a la que también se apuntó Jacqueline Kennedy. Pocas mujeres hay en otras corrientes que ostenten un título así», valora el diseñador Modesto Lomba.

Tras zanjar una relación imposible con William Holden, Hepburn se casó dos veces, una con el actor Mel Ferrer y otra con el psiquiatra italiano Andrea Dotti. Tuvo dos hijos, uno con cada uno. Retirada prematuramente del cine, se instaló en un valle suizo donde se dedicó a su familia, su jardín y sus viajes solidarios como embajadora de Unicef. El último, en el verano de 1992, a Somalia, durante una pavorosa hambruna. «He estado en el infierno. No creo que pueda recuperarme de lo que he visto allí», dijo a su regreso. Meses después le detectaban un cáncer de colon y, el 20 de enero de 1993, el programa de la ONU para la infancia anunciaba su fallecimiento.

Políglota. Hija de una baronesa de origen neerlandés y de un checo, hablaba con fluidez inglés, holandés, francés, italiano y español.

Anna Frank. Después de vivir durante su adolescencia las atrocidades de la guerra en un pueblo de Holanda, rechazó un papel para interpretar a la joven judía que se ocultó de los nazis en Amsterdam hasta su captura. Tenían la misma edad.

Jardín. Fumadora empedernida, adoraba la pasta, el chocolate y las frutas, las verduras y las flores que cultivaba en su jardín.

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