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domingo, septiembre 26

Jean-Baptiste Bernadotte, el verdadero rival de Napoleón

(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 4 de abril de 2008)

La coronación de Bernadotte como rey de Suecia en 1818 fue el triunfo definitivo sobre su antiguo camarada, Napoleón, desterrado en un islote atlántico.

Comparado con Napoleón, Jean-Baptiste Bernadotte es un personaje secundario de la Historia, sin embargo no hubo ningún hombre que inquietara más al emperador, que sentía por él una mezcla de admiración, miedo, celos y antipatía.

En lenguaje literario podríamos decir que entre Napoleón y Bernadotte hubo una relación de amor y odio… Es lo que tiene haber compartido no sólo la gloria militar y el cortejo de los políticos y la opinión pública, sino también la misma mujer, y no una amante cualquiera, sino una de las más encantadoras de su época, Desirée Clary (‘desirée’ quiere decir en francés deseada), que terminaría siendo reina y madre de reyes.

En su cárcel de la isla de Santa Helena, cuando Napoleón rumiaba obsesivamente los errores que le habían hecho perder el trono y la libertad –“¡la úlcera española!” era una de sus lamentaciones repetitivas–, el 5 de febrero de 1818 debió ser especialmente amargo. Ese día era coronado rey de Suecia Bernadotte, que iniciaría así una dinastía que ha llegado a nuestros días en plácido reinado.

“Pagué por haberle arrebatado la virginidad a Desirée entregándole un reino a su marido, y él terminó traicionándome”, era su peculiar interpretación del proceso histórico que había llevado a Bernadotte al trono sueco.

Prestigio

Bernadotte fue un producto de la Revolución Francesa, cuando como en la Edad Media un guerrero, un aventurero, se podía convertir en rey. Hubo varios casos, empezando naturalmente por Napoleón, aunque todos terminaron mal. Napoleón y sus hermanos, que fueron reyes de España y de Holanda, en el exilio; Murat, que lo fue de Nápoles, fusilado por los propios napolitanos.

Sólo prevaleció la estrella de Bernadotte, porque su trono no fue ganado por conquista, sino ofrecido por la propia Suecia a través de su rey y su Parlamento. El anciano soberano sueco, Carlos XIII, no tenía descendencia, y en 1810 le propuso convertirse en su hijo adoptivo a Bernadotte, un general con tanto prestigio militar en toda Europa que provocaba los celos profesionales de Napoleón. Disciplinadamente, Bernadotte le pidió autorización al emperador, que se la concedió de mala gana, en una muestra más de las turbulentas relaciones entre dos hombres de destinos paralelos, pero de caracteres opuestos.

Bernadotte era un militar profesional del ejército real cuando estalló la Revolución Francesa, a la que se adhirió con entusiasmo, lo que le supuso una promoción en su carrera con la que no habría soñado en tiempos normales. Todo esto podría decirse igual en la biografía de Napoleón, también coincidieron en que la guerra de Italia les consagró como generales. En 1797, Bernadotte acudió al frente de un ejército en socorro de Bonaparte, algo apurado en Italia. Fue su primer encuentro y desde el principio tuvieron malas relaciones personales, aunque trabajaron bien conjuntamente en la guerra.

Al poco del encuentro profesional vendría el personal, que fue más bien encontronazo. José Bonaparte, el que sería desafortunado rey de España, andaba enamorado de una muchacha de rica familia burguesa de Marsella, Desirée Clary, bellísima en sus 17 años, y cometió el error de presentársela a su hermano Napoleón, un mujeriego perdido que le quitó la novia, a la que dio palabra de matrimonio tras seducirla. Sin embargo, no la mantuvo; conoció a Josefina, rompió el compromiso y se casó con ésta.

Entonces apareció Bernadotte, un hombre de honor enamorado de Desirée, a la que tomó por esposa sin importarle sus intimidades amorosas con Bonaparte.

Tensiones

Con Napoleón en el poder, su relación con Bernadotte fue una sucesión de nombramientos de alta responsabilidad y ceses fulminantes, según el humor del amo de Francia. La valía militar de Bernadotte estaba clara, y Napoleón tenía que recurrir a él en sus campañas, pero la forma de ser –y los éxitos– de Bernadotte le irritaban fácilmente.

Bernadotte era un caballero, mientras que Napoleón era un ave de presa. Uno de los rasgos del primero era su respeto hacia los soldados de otros países, que Napoleón en cambio despreciaba. El ejército imperial era multinacional y Bernadotte se entendía bien con los militares extranjeros, de lo que se aprovechaba el pragmatismo de Napoleón. Bernadotte apreciaba, por ejemplo, al cuerpo expedicionario español enviado a Dinamarca en 1807, hasta el punto de formar con españoles su escolta personal. Luego Napoleón le puso al frente del ejército de Sajonia, con el que Bernadotte logró un éxito en la batalla de Wagram (1810). Pero cuando agradeció el comportamiento de sus hombres elogiándoles calurosamente en la orden del día, el emperador se enfadó y le quitó el mando.

Poco después, Bernadotte se convirtió en príncipe heredero de Suecia y, a partir de ese momento, su lealtad fue para su nuevo país, que se alinearía en contra de Napoleón tras el fracaso de éste en Rusia. El genio estratégico de Bernadotte lograría la gran derrota de Napoleón en Leipzig (1813).

Fue en ese momento, con un Napoleón en retirada, cuando madame de Staël, la mujer más inteligente de Europa, feroz enemiga del despotismo napoleónico y no por casualidad exiliada en Suecia, lanzó la idea de substituir a Napoleón por Bernadotte en el trono de Francia. Sería una fórmula de monarquía liberal para no volver ni a la república, ni al absolutismo de los Borbones. Su idea fue respaldada por Benjamin Constant, el mejor teórico político de la época, padre del liberalismo, y el propio Bernadotte no le hizo ascos, aunque no llegó a cuajar por falta de apoyo de las grandes potencias.

En todo caso, Bernadotte fue el único hombre que, con toda elegancia, heredó de Napoleón una mujer y pudo haber heredado también una corona.

Mujer de dos hombres

“Has hecho mi vida miserable, pero soy tan débil que te perdono”. Ese era el triste reproche de Desirée, seducida y abandonada por Napoleón. Curiosamente, no se sintió agradecido hacia Bernadotte cuando se hizo cargo de la joven y se casó con ella. Aunque no pretendiera echarle una mano al compañero de armas, objetivamente Bernadotte resolvía un problema creado por la infidelidad de Napoleón. Pero éste más bien le miraba como si le hubiese arrebatado la novia. Era el mismo reflejo con que ‘agradeció’ la ayuda militar que le prestara Bernadotte en Italia, tomándole inmediata antipatía. Las personas con un ego como el de Napoleón no perdonan que nadie les saque las castañas del fuego.

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