Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

viernes, junio 24

Cómo el biodiésel que iba a salvar el mundo está a punto de cargárselo

(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 27 de octubre de 2019)

Parecía una buena idea, pero se ha convertido en una pesadilla. El cultivo de la palma con la que se elaboran biocombustibles y grasas saturadas está arrasando los bosques tropicales. Y su destrucción contribuye al cambio climático más que todo el sector del transporte del mundo, según la FAO.

Parecía una buena idea… Añadir aditivos a la gasolina procedentes de vegetales como la soja e ir sustituyendo el gasóleo por biodiésel, fabricado sobre todo con aceite de palma. La industria automovilística contaminaría menos y los agricultores se beneficiarían. Todos… contentos.

Era el plan que tenía Estados Unidos para salvar el mundo del cambio climático sin necesidad de ralentizar la economía. Lo anunció el presidente George W. Bush en 2007 en su discurso sobre el estado de la Unión. El mismo presidente que había retirado a su país del Protocolo de Kioto contra el calentamiento global.

Era un plan que lo tenía todo. Era patriótico, porque liberaba a Estados Unidos de su dependencia del petróleo de Oriente Medio. Era solidario, porque levantaba la economía de la América rural. Era grandioso, porque Estados Unidos asumía el liderazgo para rescatar al planeta del desastre. En fin, era un plan que se vendía bien.

En 2020, la quinta parte de los vehículos norteamericanos quemarían combustibles vegetales. En 2040 se habría ahorrado la emisión de tantos gases de efecto invernadero como si cada norteamericano hubiese dejado su coche aparcado durante siete años. Bush fue ovacionado por el Congreso, que aprobó la Ley de Independencia Energética. Europa también se apuntó al carro en 2009… Hoy, con la perspectiva de una década, The New York Times resume aquel plan así: «Ha sido muy rentable… Y ha sido un desastre». ¿Por qué? Porque ha enriquecido a unos pocos gigantes de la agroindustria, a costa de provocar una deforestación rampante, acelerada y planetaria.

Las cuentas no salen

Timothy Searchinger, un abogado que trabaja para el Fondo de Defensa Medioambiental, explica que las cuentas de Bush solo cuadraban sobre el papel. La idea que se vendió, a grandes rasgos, era decirle a un agricultor de Iowa que, en lugar de sembrar maíz para comer, lo plantase para producir etanol, un biocombustible.

Las palmeras aceiteras, por otra parte, necesitan un clima tropical. Y estas, mientras crecen, captan dióxido de carbono. Cuando se cosecha la palma y se quema ese aceite como carburante, el gas que vuelve a la atmósfera es el que antes había sido absorbido por la planta para realizar la fotosíntesis. Equilibrio total. «Pero esto solo funciona si se dedica a biocarburante el suelo que ya se usaba para la agricultura. El problema es que cada hectárea cultivable del Medio Oeste, el granero de Estados Unidos, ya estaba en producción. A no ser que los norteamericanos comiesen menos para que sus coches pudiesen funcionar, habría que buscar nuevos suelos». Y eso se hizo.

Un efecto perverso

Las grandes corporaciones agrícolas buscaron, y encontraron, nuevas tierras en África Occidental, América Latina y, sobre todo, Indonesia, que hoy concentra el 80 por ciento de la producción mundial de aceite de palma. En concreto, se apropiaron de los bosques tropicales. Esos bosques se talan y se queman para hacer sitio a la palma. Y entonces las cuentas ambientales ya no salen.

La madera de esos bosques contiene carbono y, al quemarla, el dióxido va a la atmósfera. La turba del subsuelo también arde y es puro carbón. Más dióxido a la atmósfera. Cuando todo eso se apaga, se planta la palma. Pero ya no se logrará un equilibrio porque, antes de plantarla, ya se ha liberado una cantidad brutal de carbono.

«El efecto es perverso», se lamenta Searchinger. La NASA calcula que, en 2015, la destrucción de los bosques de la isla de Borneo contribuyó a incrementar los gases de efecto invernadero en un solo año más que en los dos últimos milenios. El humo de los incendios provocó que medio millón de indonesios padecieran dolencias respiratorias. Son, además, terrenos ricos en turbera, que contienen muchísimo carbono en el subsuelo en forma de biomasa, y este sigue ardiendo durante meses.

Los más de 72.000 fuegos que se llevan contabilizados este año en el Amazonas están relacionados, en buena medida, con la intención de dedicar el suelo arrebatado a la selva a la producción de aceite de palma, soja y caucho, denuncian Greenpeace y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

Según la FAO, la pérdida del bosque tropical en favor de la palma contribuye más al cambio climático que todo el sector del transporte a nivel mundial.

El aceite para consumo tampoco funciona

La industria aceitera se defiende. Asegura que el aceite de palma se ha demonizado, pero precisa diez veces menos extensión de suelo para producir la misma cantidad que los cultivos de soja o girasol. Eso sí, requiere más agua.

Los sectores alimentario y cosmético también apostaron por el aceite de palma. Es barato; tiene una temperatura de fusión que lo hace permanecer sólido a temperatura ambiente, manteniendo así la forma del producto, y cuando se introduce en la boca se derrite. Se emplea en chocolates, bollería, platos ultraprocesados, pizzas congeladas, helados, salsas, galletas… Y también en pasta de dientes, jabones y cremas. Pero su uso está cada vez más cuestionado: el ácido palmítico es una grasa saturada; por tanto, aumenta el colesterol ‘malo’ y está relacionado con enfermedades metabólicas, como la diabetes. Además, el procesado a altas temperaturas para mejorar su sabor y olor desencadena subproductos que algunos estudios consideran cancerígenos.

La normativa europea de etiquetado obliga a identificarlo, aunque se sigue disfrazando con el genérico de ‘aceite vegetal’; o llamándolo ‘palmiste’; o bien ‘oleína’, ‘manteca’ o ‘estearina de palma’, entre otras denominaciones, como el nombre científico de la especie (Elaeis guineensis). Una especie que iba a salvar el mundo… Pero la deforestación que provoca ya contribuye al 15 por ciento de las emisiones totales, más que todos los coches, camiones y trenes. Noruega firmó hace una década un acuerdo con Indonesia por el que le pagaría mil millones de dólares si protegía sus bosques tropicales. El pasado febrero realizó el primer pago, unos 20 millones, porque el Gobierno se ha comprometido por fin a reducir las emisiones. ¿Demasiado tarde?

Notas: El 65 por ciento del aceite de palma se dedica a biocombustible; el 30, a alimentación; y el 5 restante, a piensos. Se benefician multinacionales con sede en Singapur, que controla la mitad del comercio mundial.

La pérdida del bosque tropical para producir biocombustibles es demoledora para el cambio climático. Indonesia ya es el cuarto emisor de gases de efecto invernadero, por detrás de China, Estados Unidos y la India.

Para cultivar la palma, se abren zanjas que drenan el bosque. Se retira la madera talada en barcas y camiones; luego se quema. Se arrasa el equivalente a 300 campos de fútbol cada hora.

Indonesia está talando y quemando sus bosques tropicales para hacer sitio a los cultivos de palma aceitera. También sucede en América Latina y África occidental. Cada dos años se pierde una masa de bosque del tamaño de España.

No solo se pone en peligro a las comunidades locales, también a especies como los orangutanes, el rinoceronte de Sumatra y los elefantes pigmeo.

Etiquetas: