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lunes, diciembre 27

La Dama de Arintero II

(Continuación de ayer, que se estaba haciendo demasiado largo)

La vanguardia de Isabel y Fernando divisa al enemigo a mitad de camino, en la aldea de Peleagonzalo, que entonces estaba al borde mismo del Duero, antes de que una riada lo sepultara. Hace calor y todos los combatientes han prescindido de las corazas. Las huestes de Isabel cargan contra el rival, con el caballero Oliveros en primera línea. Los guerreros de la Beltraneja saben que es todo o nada: se están jugando la última carta. Con la fuerza de la desesperación, un caballero portugués pica espuelas y arremete contra Oliveros, quien, al verlo venir, esgrime su lanza y hace acopio de todas sus energías para arrojar el arma contra su rival. Oliveros levanta el brazo, impulsa la lanza con todas sus fuerzas, y ¡zas!, tanto se esfuerza que se le abre el jubón y deja al descubierto un pecho. El enemigo cae, pero ahí queda Juana de Arintero, a caballo y con un pecho fuera. La mujer se apresura a esconder su secreto pero ya es demasiado tarde; un grito corre ya por las filas isabelinas: -¡Mujer hay en la hueste!-

Cuenta la tradición que nuestra heroina fue llevada en presencia del rey Fernando, y ante el monarca dio Juana las necesarias explicaciones: la imposibilidad de su noble padre para acudir a filas, la añagaza con la que se hizo pasar por el caballero Oliveros, los combates librados hasta ese mismo día, en la jornada de Peleagonzalo, 1 de marzo de 1476, cuando las huestes de Isabel vencieron definitivamente a las de la Beltraneja.

Fernando de Aragón, impresionado, no castigó a Juana, sino que, al contrario, le ofreció concederle cuanto ella solicitara. Ella, mujer con alma de caballero, no pidió nada para sí, sino privilegios y exenciones para su pueblo, Arintero, y para los vecinos de la villa: que todos los vecinos fueran hijosdalgo, que el término de Arintero quedara exento de tributos de dinero y de prestar servicio con las armas, que la familia del conde García obtuviera el privilegio de ser presenteros de servicios eclesiásticos, que todos los años Arintero pudiera celebrar fiesta y feria en el aniversario de la victoria de Peleagonzalo... Y, concedido todo esto, nuestra dama volvió a casa con las cartas credenciales que atestiguaban la voluntad del soberano.

Lo que pasó después es bastante triste, aunque hay versiones para todos los gustos. La versión canónica dice que Juana, de regreso a su casa, se detuvo a descansar en el pueblo de La Candana, ya cerca de su hogar, y allí fue atacada por un grupo de soldados. ¿Por qué?

Versión 1: la reina Isabel, ya fuera por celos o porque se oponía a los privilegios tan notables concedidos a Arintero, envió a una cuadrilla de hombres de su confianza para arrebatarle los documentos con la firma del rey. Juana se batió con denuedo, pero sucumbió ante el mayor número y terminó muriendo, espada en mano, en defensa de los privilegios de Arintero.

Versión 2: Juana fue atacada por un grupo de hombres, sí, pero no eran soldados enviados por Isabel sino simple chusma que se proponía asaltar y desvalijar a la mujer. En esta versión Juana también luchó fieramente y murió espada en mano.

Aún existe una tercera versión en la que Juana no murió, sino que salió con bien del lance y después se casó con un noble asturiano.

Sea verdad histórica o leyenda, lo cierto es que en la villa de Arintero gozaron de esos privilegios hasta principios del siglo XIX. Además, tanto en el pueblo de Arintero como en el de La Cándana pueden verse sendos blasones idénticos, un caballero con adarga y árboles, y una inscripción que reza así:

Si quereis saber quién es
este valiente guerrero,
quitad las armas y veréis
ser la Dama de Arintero.
Conoced los de Arintero
vuestra dama tan hermosa,
pues que, como caballero,
fue con su rey valerosa.

Hasta aquí la historia de la dama. Como indican los papeles de José González Getino, juez de Valdelugueros, parece asentado que es una historia real y no una mera leyenda. Por cierto, que en los papeles sobre el particular no parece confirmado que Juana muriera [...]

En cuanto a la guerra entre Isabel y La Beltraneja, acabó allí, en Peleagonzalo. La Beltraneja y su esposo, el rey Alfonso de Portugal, trataron de reaccionar pero todo estaba ya perdido. El propio matrimonio acabó siendo declarado nulo por Roma. La Beltraneja tomó los hábitos e ingresó monja, aunque llevó una vida de ostensible riqueza. Firmó como "yo, la reina" hasta el final de sus días.

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