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sábado, abril 9

El duque de Lerma, virtuoso de la corrupción

(Un artículo de Alfredo Alvar leído en el suplemento Crónica del Mundo del 12 de septiembre de 2010. Es triste pensar que la corrupción en este país lleva arraigada tanto tiempo) En un día de 1553 del que no queda constancia cierta, nació en Tordesillas don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas. Vino al mundo en esa otrora fabulosa ciudad porque allí, en el palacio real, su padre cuidaba a la reina de Castilla, Juana I, tal y como se venía haciendo desde tiempos del bisabuelo. La vida de la Corte llevaba su ritmo; la del joven don Francisco también. Entró a servir en palacio con 13 años. En su juventud se le veía, por obligación y por gusto, cerca del heredero. Durante la campaña de Portugal entró al servicio de la Cámara Real y, por razones que no están claras, se le nombró virrey de Valencia y su capitán general. Dicen que se le quería apartar del heredero, pero no hay que olvidar que iba a recibir el título de marqués de Denia y que era nieto de San Francisco de Borja. Fue, en fin, virrey de Valencia. Es posible que no le gustara el oficio porque mantuvo correspondencia secreta con algún cortesano. Volvió a Madrid y consiguió ser nombrado Caballerizo Mayor de Felipe III. Adviértase que antes de cumplir los 40 tenía acceso directo al rey en función de su cargo. Antes del otoño de 1598 en que murió Felipe II, el nombre del ya marqués de Denia corría de boca en boca. El rey no se moría tranquilo: había intentado adiestrar a su hijo en los usos políticos de tan inmensa monarquía y aunque éste ponía ganas, se le agotaban pronto. Además, sabía que don Francisco era el dueño de la voluntad del heredero. Así, el noble se convertiría en el hombre más poderoso del reinado de Felipe III. Se hizo rico gracias al tráfico de influencias y la venta de cargos públicos. En sus 72 años de vida, se erigió en maestro aventajado de los políticos corruptos de nuestra historia. Y el día llegó. El primer acto de gobierno de Felipe III fue destituir a su privado, don Cristobal de Moura, y entregar los papeles de gobierno a don Francisco. Luego empezaron los nombramientos: de conde de Lerma pasó en pocos meses a duque. El nuevo valido supo tejer una red de protección alrededor del rey para que éste no asumiera ninguna responsabilidad de gobierno. El principio político en sí es bueno: da sosiego y estabilidad. Lo malo es que la muralla se levante sin controlar al albañil. En otras palabras, Lerma hacía y deshacía cuanto le venía en gana. Eso sí, siempre bajo un rotundo "el rey dice" o "el rey piensa". Empezó el mayor ciclo de la historia de España de acaparamiento de cargos, títulos, dignidades,... nepotismo y cleptocracia. Mirando al exterior, Lerma se obstinó en romper la alianza familiar con Praga-Viena. A Lerma le iba eso de traicionar al aliado y buscar la alianza con el incierto. Lo logró al preparar una doble boda real, con Francia esta vez, en 1615. Para los festejos, Lerma ordenó labrarse casi 1.500 kilos de plata en vajillas y cuberterías. Todo pagado con "su" dinero. ¿De dónde salía éste? Una parte procedía de una donación del rey de 15.000 salmas de trigo de Sicilia. Pero el buen duque le hizo ver que si sacaba ese cereal dejaría desabastecida la isla y podría pasar hambre. Así que propuso que, en vez de trigo, le dieran títulos de deuda pública (juros) por el equivalente: 27 millones de maravedíes. Los juros se cobraban sobre unas rentas específicas y él, en el poder, sabía qué rentas eran - o iban a ser - más jugosas.

El duque estaba incómodo en Madrid porque los austriacos eran un fuerte grupo de poder antilermista, así que intentó desbaratarlos moviendo la Corte a Valladolid. Aprovechando el translado, compró unas huertas en Madrid donde hacerse un palacio enfrente de los Jerónimos y en valladolid compró algunos palacetes y cazaderos, los remodeló, y los vendió a rey por un precio 10 veces superior al precio inicial. Eso sí, dejó claro que ese era su justo precio pues aún se conservan las escrituras notariales y casi, casi, las facturas de los carpinteros y cerrajeros que demostraron que la venta era honrada.


Luego, cuando murieron la emperatriz y el embajador Khevenhüller, se vio que en la Corte de Valladolid se había desbordado el lujo, así que devolvió la Corte a Madrid. La especulación fue monumental, sobre todo entre los que estaban avisados. Se transladaron unas 40.000 personas en cada año (el de ida, 1601, y el de vuelta, 1606). En las huertas se hizo un palacio con plaza de toros incluida.


Igualmente, Lerma compró el palacio del embajador Khevenhüller en Arganda y la jurisdicción de la localidad. Cuando fue a tomar posesión, le abuchearon. En el testamento, el embajador había dejado orden de que mandaran a Austria su gran vajilla con el sello de la bellota. Nunca llegó, claro, porque la compró por dos perras el duque de Uceda, hijo de Lerma.


Tras la vuelta de la Corte, hubo movimientos contra Lerma y él los paró entregando a la Justicia a los suyos. Luego vino el contraataque: en 1609 se dieron de golpe las encomiendas de órdenes militares que estaban pendientes desde tiempos de Felipe II. Una encomienda era un señorío que implicaba cobrar rentas de un territorio. Para ello había que tener hábito de caballero y ser mayor de edad (25 años). Si alguien no cumplía esos requisitos, se podía pedir una dispensa papal... ¡Y las hubo a niños o a secretarios! Si se le concedía a un niño, era su tutor quien la había de administrar.


Pero lo más terrible de ese año fue que se firmó la famosa Tregua de los Doce Años con los herejes flamencos y, a cambio de semejante felonía hecha contra la religión... se compensó todo expulsando a los moriscos que quedaban en España, algunos asimilados y otros quintacolumna otomana. También se había sellado la paz con Inglaterra en 1604. Son tiempos de claudicación de la más grande monarquía de la historia de España. ¡Qué gran hombre este Lerma, que alcanzaba la paz con los enemigos y causaba sensación entre los amigos!


Pero algo no iba bien. Hubo una investigación que fue descubriendo el entramado de corrupción. Empezaron a caer culpables. En una primera fase, entregó a los suyos. Como arreciaban los vientos, el duque solicita el capelo cardenalicio, que se le concede en 1618, y pide permiso para retirarse a sus propiedades de Lerma. Cuando le concedieron el cardenalato, corrió una coplilla por Madrid que decía: "Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado".


Cuando sus sucesores levantaron las alfombras, él tuvo la desfachatez de hacer declaración de lo que poseía (22-III-1622). Si a finales del siglo XVI se estimaron sus bienes en 1,9 millones de maravedíes, en 1617 ya eran unos 60 millones. Era el segundo duque más rico de España, padre de otros dos duques. Sus ayudas a la familia, mientras él estuvo en el poder, habían ido bien. Lo tasado en este inventario de 1622, ya sólo eran unos 28 millones. Es curioso: él, hombre público, haciendo su propio (e impresionante) inventario... algo mermado. ¡Lo nunca visto!


Con la conciencia atormentada, el duque fundó conventos, dió limosnas y redactó hasta tres codicilos. En el último, pidió perdón innumerables veces. En los primeros meses del reinado de Felipe IV volvió a haber redadas. Hasta perdió el título de duque. Pero no lo vivió porque murió (Valladolid, 17 de mayo de 1625) en medio de la damnatio memoriae de los purificadores siguientes. Algunos habían crecido en el tiempo anterior. En muchos lugares cundía la desmoralización ante la falta de ejemplaridad de los que debían haber sido sus paladines.