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sábado, octubre 22

Guerra de agua en el Nilo

(Un artículo de Rosa M. Tristán en El Mundo del 3 de octubre de 2010)


Las aguas del Nilo bajan turbulentas. Una guerra encubierta, que puede dejar de serlo, se está fraguando entre los nueve países que recorre desde su nacimiento en el Lago Victoria. Después de milenios de dominación, Egipto podría dejar de aprovecharse de las suculentas inundaciones y los 55,5 miles de millones de metros cúbicos de agua que aporta el río a su desarrollo agrícola. [...]


Pero es algo que puede ocurrir si el gobierno egipcio y el de Sudán no negocian con, al menos, cinco países (Etiopía, Ruanda, Uganda, Kenia y Tanzania) también bañados por el Nilo. Todos ellos se han unido para defender su derecho a sacar rendimiento de ese inmenso caudal mediante presas y proyectos de irrigación, con el argumento de que su población, acuciada por la pobreza, necesita de todos los recursos disponibles para mejorar su situación.


La firma de este acuerdo en mayo de 2010, que daba a Egipto y Sudán un año para negociar, coincidió con la inauguración en Etiopía de la presa hidroeléctrica Beles, junto al lago Tana. Allí nace, en forma de catarata, el Nilo Azul, uno de los dos brazos del río (el otro es el Nilo Blanco) que se hacen uno en Jartúm, la capital sudanesa, y es la que aporta más agua.


La presa Tana Beles es un primer paso de los ambiciosos proyectos del gobierno etiope, dispuesto a electrificar e irrigar su país por encima de consideraciones políticas o medioambientales, como demuestra el proyecto de la presa sobre el río Omo, que afectará a 200.000 indígenas.


Hay que viajar al pasado para entender el significado del Nilo. A sus orillas, hace más de 5.000 años, llegaron muchos habitantes del norte de África que huían de la sequía que acabó configurando lo que hoy es el desierto del Sáhara. Surgió así la civilización faraónica del antiguo Egipto, que supo aprovechar la fertilidad de las inundaciones que, anualmente, provoca su cauce.

En 1929, bajo la batuta colonial inglesa, se firmó un tratado que reservaba el 80% de su agua para Egipto y Sudán, entonces un único país. Este acuerdo se renovó en 1959, el mismo año que el presidente Gamal Abdel Nasser se hizo con la poderosa llave del canal de Suez al nacionalizarlo y comenzó la construcción de la gigantesca presa de Asuán, con la que se lograría el control de las inundaciones para mejorar el rendimiento agrícola.


Desde entonces, los países de la cuenca alta del Nilo han tenido poco que hacer. Egipto ha vetado durante medio siglo todos los proyectos que podían afectar a su cuota, con el argumento de que los siete países afectados (incluyendo al Congo y a Burundi) tienen otros ríos y muchas más lluvias que el de las pirámides, donde el agua es un auténtico tesoro.


Pero es un tesoro que, según los críticos, se está desperdiciando. Así lo creen en el grupo de los siete. Y así lo asegura el escritor Dan Morrison en su reciente libro El Nilo negro, crónica de un viaje en el que ha podido comprobar que en los canales egipcios crece la vegetación y la basura sin control y también cómo se desperdicia el agua. Y es que, hasta ahora, es un recurso gratuito para los millones de granjeros que cultivan algodón, maíz y arroz, todos ellos productos que necesitan mucha irrigación, en lugar de frutas y vegetales, cuya producción es menos intensiva.


Consciente de que las cosas están cambiando, ante el bajo nivel del río y la tensa situación con sus sedientos vecinos, este año el Ministerio de agricultura egipcio ha prohibido sembrar arroz en grandes extensiones y ha anunciado que se arreglarán los canales de distribución del riego y se pondrán en marcha sistemas más modernos. El problema es que no estarán al alcance de los pequeños agricultores, que denuncian que morirán sin remedio si otras naciones extraen millones de litros antes de que el Nilo llegue a sus tierras.

Por lo pronto, a la nueva presa de Tana Bela y a la de Tekeze, en un río etíope tibutario del Nilo, hay que sumar otra que ya está en marcha: la de Bujagali, en este caso en el Nilo Blanco ugandés. Con 250 megawatios, según el gobierno del país, Bujagali será suficiente para cubrir el 70% de las necesidades eléctricas que precisa su creciente población: el índice de natalidad es allí de siete hijos por mujer.

No es mejor la situación en Etiopía. Su presidente recordaba recientemente que la renta per cápita en este país es de 280 dólares, mientras que en Egipto es de 1.800, y añadía que él estaba dispuesto a aumentarla con la energía que pudiera obtener de sus ríos. Ambos países lo han dicho alto y claro: "Algunos egipcios tienen la creencia de las aguas del Nilo son suyas. Pero las cosas han cambiado. Ahora es nuestro momento".

Para ello cuentan con la inestimable ayuda financiera de la República Popular China, dispuesta a poner el dinero que sea necesario para estas grandes infraestructuras a cambio de suculentos negocios sobre los recursos naturales y los futuros terrenos irrigados gracias a ellas. Ya lo ha hecho en la presa hidroeléctrica de Tezeke y se sospecha, aunque no está del todo claro, que también en la de Bele Tana. No resulta arriesgado pensar que tambiñen ha puesto ya el ojo en Uganda, donde se está comenzando a explotar varios yacimientos de petróleo.

Por contra, a Egipto le preocupan menos las presas hidráulicas que las destinadas al riego, que son las que atraen el interés de China y el Golfo Pérsico en su búsqueda de tierras fértiles. Las primeras, dicen, podrían llenarse lentamente, sin afectar mucho al cauce que llega a sus orillas,pero la irrigación sería mucho más peligrosa para sus intereses.

Sudán, de momento, se mantiene en un segundo plano. De momento, las espadas están en alto. La compuerta de esta guerra puede abrirse en cualquier momento.