Puñaladas traperas de la literatura
(Un artículo de Juan Bonilla en El Mundo del 5 de junio de este año) En dos versos imponentes dejó definida la amistad el poeta Julio Martinez Mesanza: Si tuvieras al justo de enemigo/sería la justicia mi enemiga. El poema, De Amicitia, está dedicado al poeta Luis Alberto de Cuenca, y es una extensión de la memorable frase de Camus según la cual "entre la justicia y mi madre, escojo a mi madre". Los dos versos contradicen a un poeta al que, precisamente, la amistad que creía tener con un emperador le jugó una mala pasada: Ovidio. Ovidio estaba convencido de que la amistad sólo podía darse entre las buenas personas, y de que los poetas, por el hecho de serlo, habían de ser buenas personas". Tal vez él fuera buena persona, pero no parece que Augusto pensara lo mismo cuando lo mandó al exilio por un delito -¿escribir el Arte de Amar?- del que el poeta se confesó culpable sin admitir que fuera delito (y ahí radica el interés jurídico de un texto como las Epístolas desde el Ponto: ¿cómo se puede ser culpable sin tener conciencia de haber cometido delito?). No hay pruebas de ello, pero apostaría algo a que detrás de la denuncia que mandó al exilio a Ovidio había algún poeta muy amigo suyo, seguramente discípulo: la puñalada trapera es una fervorosa prueba de admiración. No son pocos los maestros que a lo largo y lo ancho de la historia de la literatura recibieron palmaditas de admiración en la espalda que no eran más que golpes para ablandar la zona donde iba a clavarse el puñal. Juan Ramón Jiménez, por ejemplo. Durante años hizo de trampolín de jóvenes poetas que, una vez dado el salto, creyeron necesario vengarse de alguna forma del trampolín que los había ayudado: Pedro Salinas, Jorge Guillén y Bergamín son los casos más notables. Juan Ramón tenía unos prontos difíciles de soportar por quienes, una vez lograda la resonancia suficiente, no perdían mucho por hacerse enemigos de quien había sido su maestro (a Bergamín y a Salinas les llegó a financiar sus primeros libros en primorosas ediciones). Los tres pertenecen a una generación a la que se ha bautizado, con irónica exageración, la generación de la amistad. Basta repasar la correspondencia de los miembros de esa generación para ver que amistad había tanta como enemistad, que los brindis por la excelencia de alguien abundaban tanto como las puyas por la mezquindad o rareza de otros. El más difícil de todos ellos era Cernuda, que dedicó terribles poemas a Dámaso Alonso o al propio Salinas, que había sido su maestro y que le hirió profundamente cuando, tras publicar su primer libro, Perfil del aire, apenas acusó recibo con una tarjeta en la que no había un solo renglón de felicidad. Nunca se lo perdonó. En los años 20, en el mundo literario español, no era difícil que una amistad se convirtiera en una enemistad violenta. Hay innumerables casos. El más llamativo, pues acabó en crimen, es el de los bohemios Vidal y Planas y Luis Antón del Olmet, que acabó con el primero en la cárcel y el segundo en el cementerio, después de que el segundo se entendiera con la mujer del primero. Juan Manuel de Prada utilizó ese capítulo en Las Máscaras del héroe, y el mismo Prada protagonizó uno de esos casos en los que el maestro, Francisco Umbral, ante la notoriedad que alcanza el discípulo, niega o silencia todas las virtudes que vió en él, provocando una enemistad y antipatía que creció donde antes abundaba la simpatía. A Umbral, también generoso en el arte de descubrir talentos, le pasó otro tanto con la voz más impetuosa de la poesía de comienzos de la década de los 80, Blanca Andreu, a la que llegó a prologar un libro que le estaba dedicado (De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall). La historia acabó una vez más en puñales. "Es la persona más ególatra que he conocido", decía Andreu de Umbral cuando alguien se atrevía a preguntarle por su condición de musa del escritor. Hay casos míticos de grandes amigos que se transforman en enemigos íntimos por episodios oscuros, rencillas varias, envidia o cuestiones políticas. Aunque estas últimas no borran la admiración, como en el caso de Cortázar y Borges: el primero descubrió al segundo, el segundo admiró siempre al primero; las opiniones políticas los separaron para siempre, pero nunca entraron en guerra. El más famoso es el de Vargas Llosa y García Márquez, que acabó en puñetazo del primero al segundo. Vargas Llosa dedicó su tesis doctoral a las novelas de García Márquez, y publicó sobre él un libro que durante mucho tiempo se negó a reeditar. Algo pasó entre ellos que dió al traste con su amistad. Tal vez un día se reencuentren, como se han reencontrado ahora Naipaul y Theroux, otros dos púgiles que fueron íntimos y cuya enemistad al menos dio para que el segundo escribiera un excelente libro, La sombra de Sir Vidia, relatado su amistad con un hombre que sale retratado como el más mezquino de la historia. En Inglaterra hay otro caso de libro generado por una gran enemistad entre amigos íntimos: es La información, la obra maestra de Martin Amis. No narra su propio caso de enemistad con quien fuera su gran amigo, Ian McEwan, pero lo utiliza para dibujar las relaciones entre dos escritores amigos que, en el fondo, se detestan (o al menos, uno de ellos, el protagonista, detesta al otro, el triunfador, con toda su alma, aunque no pueda alejarse de su lado). Pocas enemistades más íntimas y violentas, y generadas de amistades más intensas, que la de Rimbaud y Verlaine. Terminó a balazos, y después de eso, la huida de Rimbaud a una vida nueva, y la de Verlaine al consuelo de la religión. Pero si hay que quedarse con una enemistad íntima, escojamos a dos compatriotas, poetas: Buñuel y Dalí, inseparables compañeros en los años 20, autores de una película mítica y muchas gamberradas memorables, que rompieron lazos y, ayudados por la guerra española, se alejaron del todo, hasta el punto de que, pidiéndole ayuda Buñuel dado lo mal que lo estaba pasando, Dalí le respondió: "Yo no me hablo con vencidos". Muchos años después, cuando Buñuel estaba sordo del todo y Dali casi ciego, éste llamó a un camarógrafo para que grabara un mensaje en el que un Dalí patético le dice a Buñuel que volverán a hacer cosas juntos, que revolucionarán de nuevo el mundo. Buñuel, si llegó a recibir el mensaje, nunca respondió.
Etiquetas: libros y escritores
1 Comments:
Luis Antón del Olmet había escrito "sublime Galicia" en 1915
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