La burbuja de Augusto y el ajuste brutal de Tiberio
(Un texto de Pablo Pardo en su blog del Mundo, del que he mantenido los enlaces. Y es que definitivamente NO hay nada nuevo bajo el sol)
"La compraventa de activos inmobiliarios se demostró contraproducente, ya que los que habían concedido créditos habían acumulado todo el dinero (...). Cuando se ponían en venta propiedades se producía a continuación una bajada de precios, y cuanto más endeudado estaba un hombre, más renuente era a dejar sus propiedades, y así muchos acabaron totalmente arruinados".
"La compraventa de activos inmobiliarios se demostró contraproducente, ya que los que habían concedido créditos habían acumulado todo el dinero (...). Cuando se ponían en venta propiedades se producía a continuación una bajada de precios, y cuanto más endeudado estaba un hombre, más renuente era a dejar sus propiedades, y así muchos acabaron totalmente arruinados".
No es Japón en 1995. Ni España, Italia o Arizona (EEUU) hoy.
Es Roma en 33. O sea, hace 1978 años. El autor del texto es el historiador Tácito.
Quienes afirman que la actual crisis se debe al capitalismo desbocado, a la socialdemocracia, al monetarismo, o al keynesianismo... deberían observar la crisis inmobiliaria y financiera de Roma del año 33. Y es que, como afirmó el experto en análisis bursátil Roger Babson en la National Business Conference el 5 de septiembre de 1929, "la Reserva Federal ha puesto a los bancos en una posición de fortaleza, pero no ha cambiado la naturaleza humana". Sus palabras fueron consideradas las de un agorero, y al día siguiente 'The New York Times' replicaba con unas declaraciones de uno de los economistas más respetados del momento, Irving Fischer: "Los precios de las acciones no son demasiado altos y Wall Street no experimentará nada de la naturaleza de un 'crash'".
Así, el problema no es el sistema: el problema es el ser humano.
La esencia de la crisis del 33 suena tremendamente familiar, a pesar de que aquélla era una economía con importantes diferencias:
1) Cerrada (sin apenas comercio exterior);
2) Sin banco central;
3) En la que la distribución de alimentos estaba controlada por el Estado;
4) No existía democracia de ningún tipo;
5) Había frecuentes hambrunas, exacerbadas por el rápido crecimiento de la ciudad de Roma;
6) Un tercio de la población eran esclavos;
7) Los habitantes de Roma vivían en un paraíso fiscal subsidiado, sin pagar impuestos pero con sus necesidades cubiertas por el Imperio;
8) El resto de los territorios sí pagaban impuestos a Roma
9) No había un sistema fiscal propiamente dicho: el sistema impositivo y la recaudación estaban en manos del emperador, que era fundamentalmente el único que decidía cómo debía ser la presión fiscal y cómo se gastaban los fondos públicos.
En ese contexto, Augusto llegó al poder e instauró el Imperio. Así, liquidaba a la República, y con ella dejaba sin poderes al Senado que, entre otras funciones, tenía la de autorizar cualquier partida del gasto público. Augusto había arrasado gran parte de la clase dirigente romana—vinculada a la oligarquía de la República y al Senado—en la sucesión de guerras civiles que le llevaron al poder. Así que, cuando instauró el Imperio—un sistema político totalmente nuevo en los casi cinco siglos de Historia de Roma— necesitaba el apoyo del pueblo llano. Máxime porque las guerras civiles y la conquista de las Galias habían militarizado la sociedad romana, pero la República se había negado a compensar a los soldados, con lo que existía una enorme cantidad de hombres con una amplísima experiencia militar pero abocados a la pobreza y con un creciente resentimiento social. Entretanto, como explica M.K. Thornton, de la Universidad de Oxford, la ciudad de Roma crecía de forma desaforada, poniendo a sus infraestructuras bajo tremenda tensión
Augusto desactivó esas bombas de relojería y reforzó su poder por tres vías:
1) Con subvenciones a fondo perdido (en realidad, dando dinero directamente a la gente);
2) Relajando los requisitos para la concesión de créditos;
3) Llevando a cabo un masivo programa de obras públicas.
Eso generó una formidable expansión económica, sobre todo entre las clases más desfavorecidas. Las obras públicas beneficiaron en particular a esclavos libertos y a artesanos, que así se hicieron ricos. En Roma, el activo favorito de los nuevos ricos era la tierra. Como señalan Peter Garnsey y Richard Saller en su clásico El Imperio Romano: Economía, Sociedad y Cultura, "(…) la tierra es valorada como una fuente de prestigio y de poder político. La conversión de beneficios obtenidos en el comercio en riqueza basada en la tierra a menudo anuncia la llegada de una nueva familia en la aristocracia".
Lo que hizo Augusto recuerda al eslogan de 'La sociedad de propietarios', en torno al cual giró la Convención Republicana de agosto de 2004, en la que se reeligió a George W. Bush candidato a la presidencia de EEUU. En el discurso de aceptación de la candidatura, Bush usó dos veces la palabra "propietario", otras dos "propiedad" y dos más "sociedad de propietarios".
Augusto trató de tener un presupuesto equilibrado, y lo logró de forma relativamente fácil. Pero dejó al Estado sin reservas. De haberse producido una emergencia nacional, probablemente habría tenido que financiarse como durante las guerras civiles: con confiscaciones.
Así, Augusto legó a su sucesor, Tiberio, apenas 100.000 sestercios en las arcas imperiales. Tiberio era mucho más próximo a la antigua oligarquía, de modo que hizo que el Estado romano registrara un enorme superávit fiscal, de más de 100.000 sestercios anuales, según explican M.K. y R.L. Thornton en este paper publicado por el 'Journal of Economic History'.
Sin embargo, Tiberio no podía bajar los impuestos, porque necesitaba al menos garantizar la alimentación de los ciudadanos romanos. Su recorte fue:
1) Endurecer las condiciones de los créditos;
2) Fijar límites a los tipos de interés;
3) Reducir hasta en un 75% el gasto en obras públicas de Augusto;
4) Recortar las transferencias de dinero a los ciudadanos.
El resultado fue:
1) Colapso del crédito;
2) Deflación;
3) Desplome de la construcción y de la vivienda.
O,como resume Tácito en sus 'Anales': "Escasez de dinero".
El mercado laboral se vio menos afectado, porque los empleadores eran, en realidad, propietarios de sus trabajadores (que eran esclavos) y nadie está por la labor de vender un activo que sirve fundamentalmente para trabajar (un esclavo) cuando no hay actividad económica. De hecho, y contrariamente a lo que se suele pensar, los esclavos han sido tradicionalmente carísimos. Los cuatro millones de esclavos negros que vivían en el sur de EEUU cuando estalló la Guerra de Secesión tenían un valor de mercado equivalente a 10 billones de dólares actuales (7,5 billones de euros), es decir, casi el 70% del PIB de EEUU.
La crisis, como no puede ser menos, enfrenta hoy en día a monetaristas y a keynesianos. Los primeros afirman que se debió a la restricción de la oferta monetaria. Los segundos, a la caída de las obras públicas.
Fuera lo que fuera, el problema alcanzó tales dimensiones que en el año 33 Tiberio (en la foto) "tuvo que inyectar un millón de piezas de oro en el sistema financiero romano para evitar que se colapsara", según explica el historiador financiero Liaquat Ahamed en su libro, ganador del Pulitzer, 'Lords of Finance'.
De nuevo Tácito lo explica mejor que nadie: "La destrucción de riqueza precipitó la caída de clase y de reputación [de los ciudadanos], hasta que al final el emperador interpuso su ayuda distribuyendo a través de los bancos 100 millones de sestercios, y dando libertad para endeudarse sin intereses durante tres años, siempre que deudor ofreciera como garantía al Estado el doble del valor en tierra [del crédito]". Una expansión monetaria en toda regla. Tiberio también acusó, probablemente sin pruebas, a Sexto Mario de incesto y, tras ejecutarle, se apropió de sus minas de oro en España.
En realidad, sólo la llegada de Calígula y Claudio, con la expansión de la masa monetaria y la reducción del superávit fiscal por medio de un gigantesco programa de obras de infraestructrua, acabó con la crisis. De hecho, cuando Tiberio murió, turbas de romanos salieron a la calle gritando "Tiberio, al Tíber", lo que no parece que fuera un gobernante popular. Las políticas fiscales restrictivas nunca son populares. Y, a veces, son contraproducentes. Tiberio, actuando como Angela Merkel, tuvo que acabar adoptando medidas más bien propias de Ben Bernanke, mientras que sus sucesores Caligula y Claudio fueron, claramente, keynesianos, igual que su predecesor, Augusto.
Es Roma en 33. O sea, hace 1978 años. El autor del texto es el historiador Tácito.
Quienes afirman que la actual crisis se debe al capitalismo desbocado, a la socialdemocracia, al monetarismo, o al keynesianismo... deberían observar la crisis inmobiliaria y financiera de Roma del año 33. Y es que, como afirmó el experto en análisis bursátil Roger Babson en la National Business Conference el 5 de septiembre de 1929, "la Reserva Federal ha puesto a los bancos en una posición de fortaleza, pero no ha cambiado la naturaleza humana". Sus palabras fueron consideradas las de un agorero, y al día siguiente 'The New York Times' replicaba con unas declaraciones de uno de los economistas más respetados del momento, Irving Fischer: "Los precios de las acciones no son demasiado altos y Wall Street no experimentará nada de la naturaleza de un 'crash'".
Así, el problema no es el sistema: el problema es el ser humano.
La esencia de la crisis del 33 suena tremendamente familiar, a pesar de que aquélla era una economía con importantes diferencias:
1) Cerrada (sin apenas comercio exterior);
2) Sin banco central;
3) En la que la distribución de alimentos estaba controlada por el Estado;
4) No existía democracia de ningún tipo;
5) Había frecuentes hambrunas, exacerbadas por el rápido crecimiento de la ciudad de Roma;
6) Un tercio de la población eran esclavos;
7) Los habitantes de Roma vivían en un paraíso fiscal subsidiado, sin pagar impuestos pero con sus necesidades cubiertas por el Imperio;
8) El resto de los territorios sí pagaban impuestos a Roma
9) No había un sistema fiscal propiamente dicho: el sistema impositivo y la recaudación estaban en manos del emperador, que era fundamentalmente el único que decidía cómo debía ser la presión fiscal y cómo se gastaban los fondos públicos.
En ese contexto, Augusto llegó al poder e instauró el Imperio. Así, liquidaba a la República, y con ella dejaba sin poderes al Senado que, entre otras funciones, tenía la de autorizar cualquier partida del gasto público. Augusto había arrasado gran parte de la clase dirigente romana—vinculada a la oligarquía de la República y al Senado—en la sucesión de guerras civiles que le llevaron al poder. Así que, cuando instauró el Imperio—un sistema político totalmente nuevo en los casi cinco siglos de Historia de Roma— necesitaba el apoyo del pueblo llano. Máxime porque las guerras civiles y la conquista de las Galias habían militarizado la sociedad romana, pero la República se había negado a compensar a los soldados, con lo que existía una enorme cantidad de hombres con una amplísima experiencia militar pero abocados a la pobreza y con un creciente resentimiento social. Entretanto, como explica M.K. Thornton, de la Universidad de Oxford, la ciudad de Roma crecía de forma desaforada, poniendo a sus infraestructuras bajo tremenda tensión
Augusto desactivó esas bombas de relojería y reforzó su poder por tres vías:
1) Con subvenciones a fondo perdido (en realidad, dando dinero directamente a la gente);
2) Relajando los requisitos para la concesión de créditos;
3) Llevando a cabo un masivo programa de obras públicas.
Eso generó una formidable expansión económica, sobre todo entre las clases más desfavorecidas. Las obras públicas beneficiaron en particular a esclavos libertos y a artesanos, que así se hicieron ricos. En Roma, el activo favorito de los nuevos ricos era la tierra. Como señalan Peter Garnsey y Richard Saller en su clásico El Imperio Romano: Economía, Sociedad y Cultura, "(…) la tierra es valorada como una fuente de prestigio y de poder político. La conversión de beneficios obtenidos en el comercio en riqueza basada en la tierra a menudo anuncia la llegada de una nueva familia en la aristocracia".
Lo que hizo Augusto recuerda al eslogan de 'La sociedad de propietarios', en torno al cual giró la Convención Republicana de agosto de 2004, en la que se reeligió a George W. Bush candidato a la presidencia de EEUU. En el discurso de aceptación de la candidatura, Bush usó dos veces la palabra "propietario", otras dos "propiedad" y dos más "sociedad de propietarios".
Augusto trató de tener un presupuesto equilibrado, y lo logró de forma relativamente fácil. Pero dejó al Estado sin reservas. De haberse producido una emergencia nacional, probablemente habría tenido que financiarse como durante las guerras civiles: con confiscaciones.
Así, Augusto legó a su sucesor, Tiberio, apenas 100.000 sestercios en las arcas imperiales. Tiberio era mucho más próximo a la antigua oligarquía, de modo que hizo que el Estado romano registrara un enorme superávit fiscal, de más de 100.000 sestercios anuales, según explican M.K. y R.L. Thornton en este paper publicado por el 'Journal of Economic History'.
Sin embargo, Tiberio no podía bajar los impuestos, porque necesitaba al menos garantizar la alimentación de los ciudadanos romanos. Su recorte fue:
1) Endurecer las condiciones de los créditos;
2) Fijar límites a los tipos de interés;
3) Reducir hasta en un 75% el gasto en obras públicas de Augusto;
4) Recortar las transferencias de dinero a los ciudadanos.
El resultado fue:
1) Colapso del crédito;
2) Deflación;
3) Desplome de la construcción y de la vivienda.
O,como resume Tácito en sus 'Anales': "Escasez de dinero".
El mercado laboral se vio menos afectado, porque los empleadores eran, en realidad, propietarios de sus trabajadores (que eran esclavos) y nadie está por la labor de vender un activo que sirve fundamentalmente para trabajar (un esclavo) cuando no hay actividad económica. De hecho, y contrariamente a lo que se suele pensar, los esclavos han sido tradicionalmente carísimos. Los cuatro millones de esclavos negros que vivían en el sur de EEUU cuando estalló la Guerra de Secesión tenían un valor de mercado equivalente a 10 billones de dólares actuales (7,5 billones de euros), es decir, casi el 70% del PIB de EEUU.
La crisis, como no puede ser menos, enfrenta hoy en día a monetaristas y a keynesianos. Los primeros afirman que se debió a la restricción de la oferta monetaria. Los segundos, a la caída de las obras públicas.
Fuera lo que fuera, el problema alcanzó tales dimensiones que en el año 33 Tiberio (en la foto) "tuvo que inyectar un millón de piezas de oro en el sistema financiero romano para evitar que se colapsara", según explica el historiador financiero Liaquat Ahamed en su libro, ganador del Pulitzer, 'Lords of Finance'.
De nuevo Tácito lo explica mejor que nadie: "La destrucción de riqueza precipitó la caída de clase y de reputación [de los ciudadanos], hasta que al final el emperador interpuso su ayuda distribuyendo a través de los bancos 100 millones de sestercios, y dando libertad para endeudarse sin intereses durante tres años, siempre que deudor ofreciera como garantía al Estado el doble del valor en tierra [del crédito]". Una expansión monetaria en toda regla. Tiberio también acusó, probablemente sin pruebas, a Sexto Mario de incesto y, tras ejecutarle, se apropió de sus minas de oro en España.
En realidad, sólo la llegada de Calígula y Claudio, con la expansión de la masa monetaria y la reducción del superávit fiscal por medio de un gigantesco programa de obras de infraestructrua, acabó con la crisis. De hecho, cuando Tiberio murió, turbas de romanos salieron a la calle gritando "Tiberio, al Tíber", lo que no parece que fuera un gobernante popular. Las políticas fiscales restrictivas nunca son populares. Y, a veces, son contraproducentes. Tiberio, actuando como Angela Merkel, tuvo que acabar adoptando medidas más bien propias de Ben Bernanke, mientras que sus sucesores Caligula y Claudio fueron, claramente, keynesianos, igual que su predecesor, Augusto.
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