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miércoles, enero 25

Casto Méndez Núñez, el de la honra sin barcos I

(Un artículo de José Javier Esparza en la revista Época del 4 de diciembre)

Aunque la frase "más vale honra sin barcos, que barcos sin honra" se ha atribuido lo mismo a Calderón que a los del 98, salió de la boca del almirante gallego Méndez Núñez en una guerra, la hispanosudamericana, a mediados del XIX, que tampoco nadie recuerda ya. Y sin embargo esa frase define buena parte del carácter español; como el propio Méndez Núñez.

Hemos de situarnos en 1866. No son nuestros mejores años (recordemos: Isabel II, Narváez, O`Donnell...) Hay un permanente clima de inestabilidad. Se está construyendo un estado moderno, pero con materiales precarios. Faltan sólo dos años para que estalle una revolución. En ese paisaje, una escuadra española navega por las aguas americanas del Pacífico: es la denominada expedición científica que, en efecto, era científica, pero también más cosas.

Desde finales del XVIII, los ingleses habían puesto de moda estás expediciones científicas que, a la par que estudiaban la naturaleza y trazaban mapas, recogían información política o militar y cumplían misiones diplomáticas. Nuestra expedición Malaspina, en 1789, fue así. También, salvando las distancias, esta otra expedición que en 1862 había salido de Cádiz con dos fragatas y dos goletas, al mando del contralmirante Luis Hernández Pinzón, descendiente de los descubridores. La expedición tiene un cometido político muy concreto: exhibir la potencia naval española. En 1863, la escuadra de Pinzón llega al puerto del Callao, en el Perú. Pero entonces empiezan a pasar cosas inquietantes.

Primer suceso inquietante: en el Departamento de La Libertad, en la costa norte del Perú, se produce un grave incidente entre inmigrantes vascos y agricultores peruanos; un español resulta muerto y otros cuatro, heridos. El asesinato queda prácticamente impune: el culpable no cumplirá más que ocho meses de prisión. La escuadra española se entera, protesta y transmite la noticia a Madrid, donde causa conmoción. El clima diplomático se enrarece.

El segundo suceso inquietante es de carácter político. La Corona había enviado a un emisario para cobrarle al Perú las deudas que este país había reconocido con España desde la época de la independencia, en 1824. España no había hecho gran cosa por cobrarlas, pero ocurría que aquellas deudas no afectaban sólo a las arcas de los Estados, sino también a muchos ciudadanos que habían subscrito bonos, tanto peruanos como españoles, y querían su dinero. Por eso España envió a un emisario. Pero el Gobierno peruano no reconoce ni la deuda ni el emisario. El choque era inevitable.

Con el ambiente caldeado, la escuadra científica española abandona El Callao, se dirige a las islas Chincha -el principal centro de producción de guano del Perú-, las toma en nombre de España y bloquea el puerto de Lima. El lío es fenomenal. El Gobierno peruano del general Pezet se asusta y pide firmar un tratado de paz, pero, al mismo tiempo, manda agentes a Europa para proveerse de barcos y armas. España, por su lado, refuerza su escuadra con tres barcos más y substituye a Pinzón por el vicealmirante Pareja. Los chilenos lo ven y, aunque la cosa no va con ellos, se sienten amenazados, así que declaran la guerra a España. En Perú, mientras tanto, estalla un golpe de estado: un grupo de militares encabezado por el coronel Prado, con el apoyo de Francia, denuncia el tratado con España y se subleva.

Tras diez meses de guerra civil y diez mil muertos, Pezet es depuesto y substituido por Prado, que declara la guerra a España. Ecuador y Bolivia se suman. Es diciembre de 1865: ha estallado la guerra hispano-sudamericana.

(Mañana sigue)

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