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lunes, febrero 20

Los últimos de Filipinas

(Un artículo de José Javier Esparza encontrado de casualidad en elmanifiesto.com)

Hoy muchos españoles ignoran quiénes fueron los héroes de Baler. Quizá ni siquiera el título de “los últimos de Filipinas” les evoque otra cosa que una vieja película. Pero aquellos hombres, los últimos de Filipinas, escribieron una gesta realmente extraordinaria: casi un año soportaron el asedio del enemigo en una pequeña iglesia de un rincón perdido del archipiélago. Se negaron a creer que España hubiera abandonado las Filipinas y mantuvieron la bandera, frente a un enemigo muy superior, hasta que no les cupo la menor duda de que aquello ya no era suelo español. Una aventura excepcional.
Estamos en Filipinas en 1898. Los norteamericanos han empezado a ejercer de gran potencia: quieren dominar América y controlar el Pacífico. Su primer objetivo será un viejo país europeo, empequeñecido y menesteroso, que sin embargo aún tiene su bandera en aquellos lugares: España. La bandera española ondea en Cuba, en Filipinas y también en Guaján o Guam, en las islas Marianas. Son los restos del viejo imperio. Los yanquis saben de nuestra debilidad. Saben también que, desde algunos años atrás, Cuba y Filipinas viven una fuerte efervescencia antiespañola. En Cuba la guerra viene siendo larga y costosa. En Filipinas no ha sido tan grave: a España no le había costado mucho mantener el orden; los disturbios, aunque serios, se habían limitado al área de la capital, Manila.
No lejos de Manila hay un distrito bastante tranquilo: el del Príncipe. Su capital era Baler, una aldea compuesta por una iglesia, un hospital, la casa del gobernador, los barracones de la tropa (un cabo y cuatro guardias civiles) y las viviendas de los nativos. Aunque Baler, sobre el mapa, está cerca de Manila, en la práctica está muy lejos: rodeada de montañas y aislada por un río, sus comunicaciones con el exterior son dificilísimas. También allí había llegado la guerra. Desde agosto de 1897, el pacífico poblado había sido escenario de enfrentamientos entre los rebeldes tagalos, escondidos en la selva, y las tropas españolas enviadas de refuerzo. La calma volverá cuando el líder independentista, Aguinaldo, sea derrotado. Pero como Baler se ha convertido en un foco de conflicto, España decide reforzar el puesto: así, hacia febrero de 1898 se instalan en Baler 50 hombres al mando de los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, bajo la autoridad del nuevo gobernador de la plaza, el capitán Enrique de las Morenas. Y en ese momento, cuando parece que la paz ha vuelto a Baler, los yanquis declaran la guerra a España.
El destacamento español de Baler, aislado en aquel lugar, lo ignora todo sobre la guerra con Norteamérica. Bastante tiene el capitán De las Morenas con prevenir nuevas insurrecciones: los tagalos están en la selva, esperando la oportunidad de volver al ataque. Hasta junio no se enteran los de Baler de que están en guerra con los EEUU. Ese mismo mes, los tagalos vuelven a la carga. Un día, el poblado amanece desierto: claro indicio de que va a comenzar el ataque. Los españoles se encierran en la iglesia y cortan toda comunicación con el exterior. Comienza así un asedio que hará historia.
La presencia española en Filipinas se desploma. Los rebeldes tagalos suman decenas de miles. Para colmo, los yanquis desembarcan a todo un cuerpo de ejército. Las tropas españolas no pueden oponer resistencia. Cae toda la provincia de Luzón. Manila está sitiada. Los rebeldes proclaman la independencia. Pero, en Baler, los españoles aguantan. Los filipinos, cada vez más numerosos, les envían mensajes: que Filipinas ha caído, que toda resistencia es inútil, que se rindan y serán bien tratados… Pero los de Baler se niegan a creerlo. Se suceden los combates. Los españoles, firmes, resisten. Exasperado, el mando filipino les plantea un ultimátum. Decía así:
“Acabo de llegar con tres columnas de mi comando y, enterado de la resistencia inútil que mantenéis, os informo de que si deponéis las armas en el plazo de veinticuatro horas, respetaré vuestras vidas y propiedades, y seréis tratados con toda consideración. De lo contrario, os obligaré a entregarlas. No tendré ninguna compasión de nadie y haré responsables a los oficiales de cualquier fatalidad que pueda ocurrir.”
Los españoles de Baler deliberan. Piensan que todas las noticias que les dan los tagalos sobre el hundimiento español son simples engaños. No están dispuestos a rendirse. Así contestaron los nuestros:
“A mediodía de hoy termina el período fijado en su amenaza. Los oficiales no pueden ser considerados responsables de las fatalidades que ocurran. Nos une la determinación de cumplir con nuestro deber, y deberás comprender que si tomas posesión de la iglesia, será solamente cuando no haya nada en ella más que los cuerpos muertos. La muerte es preferible a la deshonra”.
La capacidad de resistencia de los españoles es inaudita. Hacen un pozo para obtener agua. Sacan víveres de donde pueden. Con piezas viejas y pólvora de cohetes fabrican dos cañones. Los filipinos disparan desde todas partes. Pasan los meses. La iglesia está semiderruida, aumentan las bajas, pero Baler aguanta. Una y otra vez intentan los filipinos que los españoles se rindan. Inútilmente. Durante el verano de 1898 se consuma el desastre: cae Manila, España entrega las islas, las tropas vuelven a casa, pero los de Baler, ignorantes de todo eso, resisten. Los tagalos envían a dos sacerdotes españoles para que le cuenten la verdad a De las Morenas; pero el capitán no les cree y, aún más sorprendente, los sacerdotes deciden quedarse con los sitiados. Aquel puñado de hombres es un microcosmos de España: hay andaluces, valencianos, canarios, catalanes, castellanos, gallegos… Los manda un teniente de Cáceres, con un corneta de Zaragoza. ¿Por qué se obstinan en no creer a los filipinos? Porque les parece inverosímil que las islas se hayan perdido en tan poco tiempo. Por eso resisten.
Por si las cosas estuvieran poco difíciles, empieza a hacer estragos el beriberi, una enfermedad que se contrae por falta de vitamina B1. Los sitiados ya no tienen zapatos; se fabrican zuecos con madera y cuerdas. Sus ropas están deshechas; se confeccionan uniformes con sábanas del hospital. A finales de noviembre, De las Morenas se siente morir: es el beriberi. ¿Qué hace? Envía una carta a los filipinos instándoles a que se rindan y entreguen las armas, prometiéndoles que recibirán un trato benévolo. El enemigo reacciona con furia; la resistencia española no se quiebra. Hacia diciembre, en la iglesia de Baler quedan sólo 35 hombres. Los españoles están exhaustos, pero el nuevo jefe, el teniente Cerezo, ordena celebrar fiestas todas las tardes, con música y canciones, para demostrar que la moral de los sitiados no mengua. Más aún: los españoles todavía tienen arrestos para hacer varias salidas y quemar las posiciones avanzadas de los filipinos, ganarles terreno, cazar su ganado, robarles víveres.
El 21 de enero de 1899, el ya presidente Aguinaldo firmaba la Constitución filipina. Los norteamericanos, por su parte, reclamaban la soberanía sobre las islas. El conflicto entre ellos estallará en febrero. Pero los españoles de Baler, ajenos a todo, seguían manteniendo la bandera en su ruinosa iglesia. Es ya el mes de marzo cuando Aguinaldo, exasperado, manda refuerzos. Los filipinos cañonean sin cesar; los españoles no se rinden. Llevan 282 días de sitio. Se les han acabado los víveres; comen hierba, ratas, caracoles, pájaros. El teniente médico Vigil, herido y enfermo, se hace desplazar en un sillón para atender a los otros heridos. A finales de mayo de 1899, los filipinos intentan un asalto general, pero son rechazados por los españoles y se retiran dejando 17 muertos en el campo. Es por entonces cuando llega un emisario español: el teniente coronel Aguilar, del Estado Mayor del general De los Ríos. Aguilar se entrevista con Cerezo y le cuenta que Filipinas se ha perdido, pero Cerezo no puede creerlo. Así fue la conversación:
- "¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?"
- "Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes".
Sin embargo, lo que despejó todas las dudas fue uno de los periódicos españoles que Aguilar dejó a los sitiados: allí Cerezo leyó una noticia que no podía ser un truco, porque hablaba de un amigo suyo. Así que el teniente Martín Cerezo reunió a la tropa y le expuso la situación: era verdad, la guerra se había perdido, España se había rendido y ellos, los de Baler, eran los últimos de Filipinas. Había que buscar una forma honrosa de rendir la posición. Cerezo se reunió con el jefe enemigo y pactó las condiciones: abandonar la plaza sin ser hechos prisioneros ni sufrir daños. Tras 337 días de asedio, los treinta y tres supervivientes, los héroes de Baler, abandonaban la iglesia enarbolando la rojigualda entre un pasillo de filipinos que les presentaban armas. El propio presidente Aguinaldo recibió a los héroes y les ofreció obsequios y alojamiento. Aguinaldo, admirado por el valor de aquellos hombres, publicó un decreto que decía así:
"Habiéndose hecho acreedoras de la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país".
Los héroes de Baler llegaron a España en septiembre de 1899. Fueron recibidos con todos los honores. Hoy, en la iglesia de Baler, una placa recuerda su gesta. En Filipinas se ha instituido recientemente el día hispano-filipino; se celebra el 30 de junio, en recuerdo de aquel decreto del presidente Aguinaldo. En España no hay un día específico que recuerde a aquellos valientes. Pero todos los días deberían ser el día de los últimos de Filipinas, de los héroes de Baler.

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