John Steinbeck, el cronista de la Depresión II
(Sigue...)
John Steinbeck, más allá de la
situación de su país en los años de su maduración y de su compromiso
personal, sabía de lo que hablaba. Había nacido en 1902 en Salinas, en
el valle del mismo nombre, en Monterrey (California), un lugar con
muchísimos trabajadores agrícolas por la abundancia de explotaciones
dedicadas al cultivo de toda clase de frutas y verduras.
Aunque criado en el seno de una
familia acomodada, Steinbeck trabajó en el campo desde adolescente,
incluso llevó durante algún tiempo una vida de obrero tras renunciar a
licenciarse -después de años de estudio a la carta- en la prestigiosa
universidad de Stanford, a la que le había llevado su familia. Su madre,
maestra, fue quien le impulsó a la lectura desde niño.
Casado con la segunda de sus
tres esposas, Steinbeck se incorporó a la Segunda Guerra Mundial como
corresponsal de guerra, aunque luego participó en misiones bélicas en el
Mediterráneo en cuyo transcurso resultó herido y se agenció una
depresión.
Tras la guerra, publicó algunos
de sus mejores libros como Cannery Row (1945), reforzando su relación
con el cine -y, con ello, su popularidad- con novelas llevadas a la
pantalla como La perla (1948) y, sobre todo, Al este del Edén (1952),
esta última adaptada por Elia Kazan, para quien escribiría ese mismo año
el guión de ¡Viva Zapata!
Steinbeck
mantuvo una estrecha y productiva amistad -viajes y libros juntos- con
el biólogo y ecólogo Ed Ricketts, y es Edmund Wilson quien señala -al
margen de las anécdotas de los títulos y de la constante presencia de
animales en sus novelas-, que Steinbeck tuvo una concepción biologista
del hombre, al que veía -con sus pros y contras- dentro de la especie
animal. La historia de los dos braceros
de De ratones y hombres, el protector George y su amigo Lennie, el
gigantón retrasado, es una historia de soledades y sueños imposibles,
provocados por la muy concreta fatalidad de las barreras y las miserias
sociales. Miguel del Arco dirige en el Teatro Español -en versión propia
y de Juan Caño- un montaje tan brillante como pertinente y ajustado,
con escenas tan magníficas como el terrible encuentro final entre Lennie
y la pobre esposa sin nombre del hijo del patrón, en la que he creído
ver ecos de la mortal escena del río de Frankenstein.
Dicho esto, uno de mis libros
favoritos de Steinbeck es el distinto, inacabado y póstumo Los hechos
del rey Arturo y sus nobles caballeros, recreación del clásico La muerte
de Arturo, de Thomas Malory. En su prólogo, Steinbeck dice que el libro
de Malory está en el origen de toda su devoción a la lectura y a la
escritura, de su percepción del bien y del mal, de «todas mis
reflexiones contra los opresores y a favor de los oprimidos».
John Steinbeck, fumador
pertinaz, murió a los 66 años en Nueva York de un infarto. La autopsia
puso de manifiesto que las arterias de su corazón estaban prácticamente
obstruidas. En el final del prólogo de Los hechos…, John Steinbeck
escribió: «Y ruego a todos vosotros, los que léeis este relato, que
oréis por aquel que lo escribió para que Dios le conceda la liberación, y
sea pronto y rápido. Amén».
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