Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

lunes, mayo 6

Insultar al rey: un viejo deporte nacional



(Un reportaje de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo del 18 de julio de 2010)

La Radio Nacional de Venezuela, el alcalde de Puerto Real, la revista El Jueves,Iñaki Anasagasti o la izquierda independentista catalana han reverdecido la antigua tradición de insultar a los reyes. […]

Pero el gatuperio del vituperio real no es una novedad. Ya los últimos reyes godos afeitaban la cabeza a quienes ultrajaban al monarca, los cubrían con harapos y los llevaban descalzos en carretas para escarnio público. Pero ni por ésas, muchos reyes tuvieron un mote a veces insultante: el Cruel, el Malo, el Gordo, el Impotente, el Hechizado, la Loca, Pepe Botella, el Felón...
Cuando los monarcas tenían poder absoluto, salían caros los ultrajes, aunque no dejó de haber faltones temerarios. Pero fue con los regímenes parlamentarios, cuando se abrió la veda y los reyes se acostumbraron a desayunarse con un sapo. A veces, con un pozo lleno. 

En Inglaterra las caricaturas de la familia real se remontan a tiempos previctorianos y hoy son tan habituales en los tabloides como sus escándalos e intimidades. En Suecia, Dinamarca, Noruega y Holanda existe análoga tolerancia. Como muestra valgan los insultos que recibió en la prensa holandesa el príncipe Bernardo, padre de la reina Beatriz, por su pasado nazi.
En nuestro país, históricamente, represión y manga ancha frente a chanzas, insultos y otros ultrajes, se alternan como las mareas. El Conciso, un periódico que se publicó durante las Cortes de Cádiz, sin veladura alguna atacó a la monarquía y, sobre todo, a la mujer de Carlos IV, la reina María Luisa de Parma (1751-1819). La llamaron pérfida, intrigante, vulgar y sedienta de lujuria. Le atribuyeron la paternidad de sus dos últimos hijos a Godoy. Espronceda, con escaso romanticismo la llamó "impura prostituta", un marbete poco original porque ya lo habían acuñado en Francia para la pobre María Antonieta, que tuvo que soportarlas envenenadas Memorias de Jeanne de La Motte y libelos por un tubo que la llamaban "zorra dilapidadora", tenían grabados pornográficos que representaban a la reina en posturas del Kamasutra y llevaban títulos poco ambiguos: La vida escandalosa de Mana Antonieta, Furores uterinos o Burdel real.
 
No mucho más cariño se le profesó a José I (1768-1844). Cuando pisó suelo español, las masas murmuraban: “¡Es un guapo mozo! ¡Hará un hermoso ahorcado!" El hermano de Napoleón requisó en Calahorra una partida de vino para su tropa y se ganó el apodo de Pepe Botella o Rey de Copas. Mariano José de Larra lo llamó "tuerto y borracho". Y eso que José Bonaparte bebía lo justo para no amonarse. En una España en la que el apodo era más importante que el nombre y las coplas eran los 40 Principales de la época, se reían a gusto del monarca francés: "Ya se va por las Ventas el Rey Pepino, con un par de botellas para el camino". 

El escritor Félix Enciso Castrillón, autor durante la Guerra de la Independencia de obrillas de teatro y ripios ingeniosos, lo pone a caer de un burro en una pieza titulada Josef Botellas en el Ayuntamiento de Logroño. Otros lo insultaban con los apodos de José Ninguno o Pepe Plazuelas por su afición a derribar conventos, iglesias o casas para abrir plazas.
Los contemporáneos de Fernando VII (1784-1833) no se privaron de darle caña por su doblez, cobardía y desinterés por los asuntos de Estado. Se casó en segundas nupcias con su sobrina Isabel de Braganza (1797-1818) que, según Carlos Fisas, era "gordita, mofletuda, de pálido color, ojos saltones, gran nariz y pequeña y torcida boca". Como llegó sin dote, los madrileños le colgaron este cartel a la puerta de palacio: "Fea, pobre y portuguesa... ¡Chúpate ésa!" Eso no era nada al lado de la sarta de gallofa corralera que tuvo que soportar su regio marido. 

A la misma estirpe de prensa tabernaria que El Conciso se adscribió durante el Trienio Constitucional (1820-1823) El Zurriago: "¿Hasta cuándo será que, doble, insano',/ del bien abuse el deleznable humano? / ¡Ay del tirano cuando llegue el día en que se apure la paciencia mía!". Salía a cuenta darle leña al Borbón, porque, gracias a su desparpajo, El Zurriago llegó a tirar 10.000 ejemplares. 

Cuenta Pérez Galdós en los Episodios nacionales que a su director, Félix Mejía, lo secuestraron y lo escondieron en una alcantarilla. Pero para desgracia de la monarquía había otras ratas sueltas. El director de El Gorro Frigio, que firmaba con el seudónimo de Clara Rosa, publicó esta semblanza del monarca: "Es el rey un hombre bárbaro, atroz, con maneras de mulo y un poco sanguinario por malicia natural". Las Cortes tuvieron que aprobar una Ley Adicional sobre Libertad de Imprenta, que disponía: "Son subversivos los escritos en que se injuria la sagrada e inviolable persona del rey'.
Aun así, el periódico El Guirigay de quien, con el tiempo sería jefe de Gobierno, Luis González Bravo, embozado tras el seudónimo de Ibrahim Clarete, dio la noticia del matrimonio secreto y morganático de la viuda de Fernando VII, la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón (18061878), con el alabardero Fernando Muñoz. La injuriaba con los peores dicterios para una mujer decente, como "prostituta regia".

 Tuvieron la reina y el alabardero un montón de hijos pero la asilvestrada prensa de la época consideró ese matrimonio totalmente despreciable y la pareja y su prole tuvieron que beber la mofa en vaso largo. El 3 de mayo de 1844 salió a la calle El Clamor Público. Lo fundó el diputado progresista Fernando Corradi y disparaba contra la monarquía dardos mojados en curare. Refiriéndose enigmáticamente a María Cristina, decía: "Hay un poder invisible y maléfico, una autoridad irresponsable y oculta". 

Su hija, Isabel II (1830-1904) también fue puntualmente asaeteada. A los 16 años, la casaron con su primo Francisco de Asís, un bisexual escorado a sacrificar en los altares griegos. "¿Qué puedo decir", se lamentaba Isabel, "de un hombre que en nuestra noche de bodas llevaba más encajes que yo?". Aunque más a lo ancho que a lo alto, creció Isabel y se convirtió en una reinona gorda y castiza, gozadora y fecunda, que trasegaba fuentes de arroz con leche. Era fogosa y sus amantes, como sus ministros, eran de quita y pon. 

Tuvo 11 hijos, de los cuales le vivieron seis, el primero, una niña, del apuesto comandante José Ruiz de Arana, y el siguiente, el futuro Alfonso XII, del capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó. El Papa, que se había resistido a bautizar a Alfonso por ser hijo adulterino, echando pelillos a la mar para no desestabilizar la monarquía y perder su secular aliado, dio el brazo a torcer y la condecoró con la Rosa de Oro vaticana. "Santo Padre, ie una puttana!', objetó un cardenal de la curia. "Puttana, ma pia”, replicó el muy político Pío IX. 

Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, prudentemente escondidos tras un seudónimo, caricaturizaron sin pudor los impudores de la reina en dibujos de porno duro. En la Biblioteca Nacional se custodia esa colección de acuarelas y dibujos que, con el título de Los Borbones en pelota, publicó en 1991 -más de 120 años después- la editorial El Museo Universal. Entre 1868 y 1869, los Bécquer perpetraron 131 acuarelas satíricas, de las que se han salvado 89. Muchas fueron publicadas con el seudónimo Sem en vida de los autores en revistas y panfletos como El Contemporáneo, El Museo Universal, El Bazar, Gil Blas o La Píldora. Valeriano pintaba las viñetas y Gustavo componía los pies satíricos. Los títulos de las estampas son tan expresivos como su contenido: El rey consorte, primer pajillero de la corte o Por probar de todo, de tirarme a un pollino encontré modo. 

El reinado de Isabel II no sólo fue un rigodón de guerras y ministros, sino también de leyes de imprenta que se promulgaban un día y se derogaban otro. Primero, la represión contra los extravíos; después, otra vez el desmadre de una prensa envenenada contra la reina, quien, más impotente que resignada, soportaba el redoble de las insinuaciones cada vez más descamadas respecto a su intimidad. 

Un ministro de la Gobernación, Patricio de la Escosura, dictaba una disposición para meter en cintura a los libelistas; daba igual, otro ex ministro sacaba un periódico con violentos insultos. Detrás de la saña de El Murciélago, "periódico nocturno", estaban las plumas de González Bravo y Antonio Cánovas. 

La Iberia publicaba el 18 de julio de 1854 este suelto: "Madrileños, españoles todos: contra la inmunda corrupción de la más asquerosa tiranía". Se referían a la reina y a su gobierno. El Látigo, de Pedro Antonio de Alarcón, hacía honor a su lema: "Justicia a secas, moralidad a latigazos, vapuleo continuo". El 25 de enero de 1855 ponía negro sobre blanco: "Nada hay en España que no merezca nuestra rechifla, ¿La monarquía?… Ja,ja,já”. Tantos insultos profirió Alarcón contra la reina que Heriberto García de Quevedo lo desafió en duelo a pistola ya muerte. Alarcón erró el tiro y se daba por muerto cuando García de Quevedo le perdonó la vida. Dejó de escribir de política para dedicarse a la crítica literaria. 
 
Cuando Isabel II perdió el trono, el tornadizo pueblo que la había amado se echó a la calle gritando: "Abajo la Isabelona, fondona y golfona". Valle-Inclán escribió una pieza bufa sobre aquella corte de los milagros, grotesca y decadente, titulada Farsa y licencia de la reina castiza. El ultrajante texto se publicó en la revista La Pluma en 1920. Para entonces ya reinaba Alfonso XIII (1886-1941), quien también hubo de tener más paciencia que el santo Job con la tropa patria de los intelectuales que competían en ultrajes a la corona. Blasco Ibáñez, en su panfleto Alfonso XIII desenmascarado, lo acusó de corrupto por sus conexiones con el hotelero Marquet. También de ser único responsable de los 8.000 muertos del desastre de Annual. Indalecio Prieto abrió un frente simultáneo contra "el ejército inepto y corrompido y contra el rey, su gran valedor".
La idea caló en el pueblo y Arturo Barea en La forja de un rebelde -publicada por primera vez en 1951- hace decir a uno de sus personajes: "Una historia sucia, porque resulta que es el rey el responsable del desastre. Cuando Annual acababa de ser conquistado, mandó un telegrama a Silvestre que decía: ¡Vivan tus cojones!". Unamuno fue procesado por su artículo Ante el diluvio, que contenía injurias al rey; después, durante la dictadura de Primo, exacerbó sus ataques contra Alfonso XIII y lo pagó con el destierro en Fuerteventura.

 Tal vez no sea mal oficio el de rey. Pero, a pesar del Código Penal, tiene sus gajes y su ardor de estómago.

Etiquetas: