Insultar al rey: un viejo deporte nacional
(Un reportaje de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El
Mundo del 18 de julio de 2010)
La Radio Nacional de Venezuela, el alcalde de
Puerto Real, la revista El Jueves,Iñaki
Anasagasti o la izquierda independentista catalana han reverdecido la antigua
tradición de insultar a los reyes. […]
Pero el gatuperio del vituperio real no es una
novedad. Ya los últimos reyes godos afeitaban la cabeza a quienes ultrajaban al
monarca, los cubrían con harapos y los llevaban descalzos en carretas para
escarnio público. Pero ni por ésas, muchos reyes tuvieron un mote a veces
insultante: el Cruel, el Malo, el Gordo, el Impotente, el Hechizado, la Loca,
Pepe Botella, el Felón...
Cuando los monarcas tenían poder absoluto, salían
caros los ultrajes, aunque no dejó de haber faltones temerarios. Pero fue con
los regímenes parlamentarios, cuando se abrió la veda y los reyes se acostumbraron
a desayunarse con un sapo. A veces, con un pozo lleno.
En Inglaterra las caricaturas de la familia real se
remontan a tiempos previctorianos y hoy son tan habituales en los tabloides
como sus escándalos e intimidades. En Suecia, Dinamarca, Noruega y Holanda existe
análoga tolerancia. Como muestra valgan los insultos que recibió en la prensa holandesa
el príncipe Bernardo, padre de la reina Beatriz, por su pasado nazi.
En nuestro país, históricamente, represión y manga
ancha frente a chanzas, insultos y otros ultrajes, se alternan como las mareas.
El
Conciso,
un
periódico que se publicó durante las Cortes de Cádiz, sin veladura alguna atacó
a la monarquía y, sobre todo, a la mujer de Carlos IV, la
reina María Luisa de Parma (1751-1819). La llamaron pérfida, intrigante, vulgar
y sedienta de lujuria. Le atribuyeron la paternidad de sus dos últimos hijos a
Godoy. Espronceda, con escaso romanticismo la llamó "impura
prostituta", un marbete poco original porque ya lo habían acuñado en
Francia para la pobre María Antonieta, que tuvo que soportarlas envenenadas Memorias
de Jeanne de La Motte y libelos por un tubo que la llamaban "zorra dilapidadora",
tenían grabados pornográficos que representaban a la reina en posturas del
Kamasutra y llevaban títulos poco ambiguos: La vida escandalosa de Mana
Antonieta, Furores uterinos o Burdel real.
No mucho más cariño se le profesó a José I
(1768-1844). Cuando pisó suelo español, las masas murmuraban: “¡Es un guapo
mozo! ¡Hará un hermoso ahorcado!" El hermano de Napoleón requisó en Calahorra
una partida de vino para su tropa y se ganó el apodo de Pepe Botella o Rey de
Copas. Mariano José de Larra lo llamó "tuerto y borracho". Y eso que
José Bonaparte bebía lo justo para no amonarse. En una España en la que el
apodo era más importante que el nombre y las coplas eran los 40 Principales de
la época, se reían a gusto del monarca francés: "Ya se va por las Ventas
el Rey Pepino, con un par de botellas para el camino".
El escritor Félix Enciso Castrillón, autor durante
la Guerra de la Independencia de obrillas de teatro y ripios ingeniosos, lo pone
a caer de un burro en una pieza titulada Josef Botellas en el Ayuntamiento de
Logroño. Otros lo insultaban con los apodos de José Ninguno o Pepe
Plazuelas por su afición a derribar conventos, iglesias o casas para abrir
plazas.
Los contemporáneos de Fernando VII (1784-1833) no se
privaron de darle caña por su doblez, cobardía y desinterés por los asuntos de
Estado. Se casó en segundas nupcias con su sobrina Isabel de Braganza (1797-1818)
que, según Carlos Fisas, era "gordita, mofletuda, de pálido color, ojos
saltones, gran nariz y pequeña y torcida boca". Como llegó sin dote, los
madrileños le colgaron este cartel a la puerta de palacio: "Fea, pobre y
portuguesa... ¡Chúpate ésa!" Eso no era nada al lado de la sarta de
gallofa corralera que tuvo que soportar su regio marido.
A la misma estirpe de prensa tabernaria que El
Conciso se adscribió durante el Trienio Constitucional (1820-1823) El
Zurriago: "¿Hasta cuándo será que, doble, insano',/ del bien abuse el
deleznable humano? / ¡Ay del tirano cuando llegue el día en que se apure la
paciencia mía!". Salía a cuenta darle leña al Borbón, porque, gracias a su
desparpajo, El Zurriago llegó a tirar 10.000 ejemplares.
Cuenta Pérez Galdós en los Episodios nacionales que
a su director, Félix Mejía, lo secuestraron y lo escondieron en una
alcantarilla. Pero para desgracia de la monarquía había otras ratas sueltas. El
director de El Gorro Frigio, que firmaba con el seudónimo de Clara Rosa,
publicó esta semblanza del monarca: "Es el rey un hombre bárbaro, atroz,
con maneras de mulo y un poco sanguinario por malicia natural". Las Cortes
tuvieron que aprobar una Ley Adicional sobre Libertad de Imprenta, que disponía:
"Son subversivos los escritos en que se injuria la sagrada e inviolable persona
del rey'.
Aun así, el periódico El Guirigay de quien,
con el tiempo sería jefe de Gobierno, Luis González Bravo, embozado tras el
seudónimo de Ibrahim Clarete, dio la noticia del matrimonio secreto y morganático
de la viuda de Fernando VII, la Reina Gobernadora María Cristina de Borbón
(18061878), con el alabardero Fernando Muñoz. La injuriaba con los peores dicterios
para una mujer decente, como "prostituta regia".
Tuvieron la
reina y el alabardero un montón de hijos pero la asilvestrada prensa de la
época consideró ese matrimonio totalmente despreciable y la pareja y su prole
tuvieron que beber la mofa en vaso largo. El 3 de mayo de 1844 salió a la calle
El Clamor Público. Lo fundó el diputado progresista Fernando Corradi y
disparaba contra la monarquía dardos mojados en curare. Refiriéndose
enigmáticamente a María Cristina, decía: "Hay un poder invisible y
maléfico, una autoridad irresponsable y oculta".
Su hija, Isabel II (1830-1904) también fue
puntualmente asaeteada. A los 16 años, la casaron con su primo Francisco de
Asís, un bisexual escorado a sacrificar en los altares griegos. "¿Qué
puedo decir", se lamentaba Isabel, "de un hombre que en nuestra noche
de bodas llevaba más encajes que yo?". Aunque más a lo ancho que a lo
alto, creció Isabel y se convirtió en una reinona gorda y castiza, gozadora y
fecunda, que trasegaba fuentes de arroz con leche. Era fogosa y sus amantes,
como sus ministros, eran de quita y pon.
Tuvo 11 hijos, de los cuales le vivieron seis, el
primero, una niña, del apuesto comandante José Ruiz de Arana, y el siguiente, el
futuro Alfonso XII, del capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó. El Papa, que
se había resistido a bautizar a Alfonso por ser hijo adulterino, echando
pelillos a la mar para no desestabilizar la monarquía y perder su secular
aliado, dio el brazo a torcer y la condecoró con la Rosa de Oro vaticana. "Santo
Padre, ie una puttana!', objetó un cardenal de la curia. "Puttana, ma
pia”, replicó el muy político Pío IX.
Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano,
prudentemente escondidos tras un seudónimo, caricaturizaron sin pudor los
impudores de la reina en dibujos de porno duro. En la Biblioteca Nacional se custodia
esa colección de acuarelas y dibujos que, con el título de Los Borbones en
pelota, publicó en 1991 -más de 120 años después- la editorial El Museo
Universal. Entre 1868 y 1869, los Bécquer perpetraron 131 acuarelas satíricas,
de las que se han salvado 89. Muchas fueron publicadas con el seudónimo Sem en
vida de los autores en revistas y panfletos como El Contemporáneo, El Museo Universal,
El Bazar, Gil Blas o La Píldora. Valeriano pintaba las viñetas y Gustavo
componía los pies satíricos. Los títulos de las estampas son tan expresivos
como su contenido: El rey consorte, primer pajillero de la corte o Por
probar de todo, de tirarme a un pollino encontré
modo.
El reinado de Isabel II no sólo fue un rigodón de
guerras y ministros, sino también de leyes de imprenta que se promulgaban un día
y se derogaban otro. Primero, la represión contra los extravíos; después, otra
vez el desmadre de una prensa envenenada contra la reina, quien, más impotente que
resignada, soportaba el redoble de las insinuaciones cada vez más descamadas
respecto a su intimidad.
Un ministro de la Gobernación, Patricio de la
Escosura, dictaba una disposición para meter en cintura a los libelistas; daba igual,
otro ex ministro sacaba un periódico con violentos insultos. Detrás de la saña de
El Murciélago, "periódico nocturno", estaban las plumas de
González Bravo y Antonio Cánovas.
La Iberia publicaba el 18 de
julio de 1854 este suelto: "Madrileños, españoles todos: contra la inmunda
corrupción de la más asquerosa tiranía". Se referían a la reina y a su
gobierno. El Látigo, de Pedro Antonio de Alarcón, hacía honor a su lema:
"Justicia a secas, moralidad a latigazos, vapuleo continuo". El 25 de
enero de 1855 ponía negro sobre blanco: "Nada hay en España que no merezca
nuestra rechifla, ¿La monarquía?… Ja,ja,já”. Tantos insultos profirió Alarcón
contra la reina que Heriberto García de Quevedo lo desafió en duelo a pistola
ya muerte. Alarcón erró el tiro y se daba por muerto cuando García de Quevedo
le perdonó la vida. Dejó de escribir de política para dedicarse a la crítica literaria.
Cuando Isabel II perdió el trono, el tornadizo
pueblo que la había amado se echó a la calle gritando: "Abajo la
Isabelona, fondona y golfona". Valle-Inclán escribió una pieza bufa sobre
aquella corte de los milagros, grotesca y decadente, titulada Farsa y
licencia de la reina castiza. El ultrajante texto se publicó en la revista La
Pluma en 1920. Para entonces ya reinaba Alfonso XIII (1886-1941), quien
también hubo de tener más paciencia que el santo Job con la tropa patria de los
intelectuales que competían en ultrajes a la corona. Blasco Ibáñez, en su
panfleto Alfonso XIII desenmascarado, lo acusó de corrupto por sus conexiones
con el hotelero Marquet. También de ser único responsable de los 8.000 muertos
del desastre de Annual. Indalecio Prieto abrió un frente simultáneo contra "el
ejército inepto y corrompido y contra el rey, su gran valedor".
La idea caló en el pueblo y Arturo Barea en La
forja de un rebelde -publicada por primera vez en 1951- hace decir a uno de
sus personajes: "Una historia sucia, porque resulta que es el rey el
responsable del desastre. Cuando Annual acababa de ser conquistado, mandó un telegrama
a Silvestre que decía: ¡Vivan tus cojones!". Unamuno fue procesado por su
artículo Ante el diluvio, que contenía injurias al rey; después, durante
la dictadura de Primo, exacerbó sus ataques contra Alfonso XIII y lo pagó con
el destierro en Fuerteventura.
Tal vez no
sea mal oficio el de rey. Pero, a pesar del Código Penal, tiene sus gajes y su
ardor de estómago.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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