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miércoles, julio 23

De Roma al Pirineo



(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 3 de noviembre de 2013)

Del monasterio ribagorzano de San Pedro de Tabernas solo nos queda una espléndida iglesia del XVI, que desgraciadamente no nos permite imaginar cómo sería el enclave allá por tiempos de los visigodos, cuando la leyenda asegura que se fundó el cenobio. Al penetrar los musulmanes en la península, decidió esconderse aquí el obispo Bencio de Zaragoza, que se trajo una reliquia muy especial: un generoso pedazo de uno de los huesos del brazo del «príncipe de los apóstoles» (san Pedro), que todavía se conserva en el pueblecito de Barbaruens. La presencia de pieza tan singular incrementó la fama del lugar, al que llegaron numerosas peregrinaciones y, por lo tanto, dinero.

Si el primero de los papas está enterrado en Roma ¿cómo vino a parar hasta el monasterio altoaragonés esta supuesta reliquia? Apasionante historia de la que no conozco otra aproximación que la que escribió en el siglo XVIII un imaginativo fray Lamberto de Zaragoza. Resulta que el obispo cesaraugustano Ciriaco se empeñó en conseguirla, allá en los tiempos finales del siglo VI. Ni corto ni perezoso viajó hasta Roma y, sin despeinarse un pelo, le planteó sus pretensiones al papa san Gregorio. Inicialmente, este no estaba muy por la labor, pero antes de tomar una decisión definitiva decidió ayunar tres días para que Dios le inspirase la respuesta acertada: «En la noche siguiente a éstas se apareció san Pedro al papa san Gregorio y, expresándole era de su agrado la petición del obispo Ciriaco, le dijo fuese al sepulcro de san Pedro, en que hallaría la reliquia deseada separada de las otras, y se la entregase. Así fue, porque el papa halló en la parte superior del sepulcro uno de los dos brazos del apóstol; y colocado dentro de un vaso de oro, lo dio al obispo Ciriaco». Más feliz que unas pascuas, Ciriaco trajo la reliquia a Zaragoza, donde llegó hacia el año 599. Y en la capital se quedó el brazo de san Pedro hasta que, siglo y pico después, Bencio lo trasladó al Pirineo, tal como he comentado al principio. 

La imaginación no tiene límites. Otras leyendas se han ido entretejiendo en torno al monasterio de San Pedro de Tabernas, cercano a Seira. Cuando en 1882 anduvo por aquí el ingeniero y etnógrafo catalán Cels Gomis -que también era anarquista y masón- recogió algunas. Primer ejemplo: «Cerca de Seira, un poco más arriba y en la orilla derecha del río, hay una cueva conocida con el nombre de la Cueva de San Pedro, porque, según la tradición, en ella descansó san Pedro». Segundo ejemplo: «En los estrechos de Ayugua Salentz, a orillas del camino, hay una roca caliza de superficie muy llamativa. Dicen que se sentó san Pedro, y que aquel que la mordisquea no sufre dolor de muelas». Cels Gomis también recogió a finales del XIX la explicación popular que justificaba el nombre de un barranco que desagua en el Ésera, un poco más abajo de Seira: «es llamado el Salto del Fraile porque, según dicen, un fraile lo saltó de un lado a otro». ¡Buen brinco, sí señor! (por eso pasó a la historia).