La "Victoria de Samotracia": El enigma de la dama alada
(Un artículo de Anne-Cécile Beaudoin en el XLSemanal del 3 de agosto de
2014)
Es,
junto con la 'Gioconda' y la 'Venus de Milo', la gran estrella del Museo del
Louvre de París. Llegó aquí hace 150 años, sin cabeza y con cientos de
fragmentos sueltos. Los restauradores han encajado, por fin, muchos de esos
pedazos. La gran dama alada griega se muestra más completa -y espléndida- que
nunca.
No
es una piedra lo que aflora en la falda de la colina, sino un hombro. El cuerpo
está medio enterrado. «¡Señor, hemos encontrado a una mujer!», gritan los
operarios. El joven vicecónsul francés Charles Champoiseau sonríe. Los
campesinos le habían informado bien: la diminuta isla griega de Samotracia está
llena de tesoros. Unos pasos más allá, el propio Champoiseau descubre un
fragmento de dos metros: el tronco de la mujer, cubierto por un manto. La bella
debía de tener alas, como parecen atestiguar la multitud de fragmentos de
plumas que recoge aquí y allá. Busca la cabeza, los brazos. En vano. De esta
dama solo queda un cadáver desmembrado cubierto de polvo. La fecha: 15 de abril
de 1863. A sus 32 años, Champoiseau acaba de exhumar una de las criaturas más
extraordinarias de la Antigüedad. Esculpida en mármol blanco, data de unos 190
años antes de Cristo.
Antaño,
al pie de esa misma montaña había un santuario consagrado a los grandes dioses.
Se trataba de una religión al margen del culto oficial a las divinidades del
Olimpo. Participar en los ritos de Samotracia otorgaba la protección de la Gran
Madre, reina de las montañas. Aunque al final de la Antigüedad el lugar quedó
abandonado, la leyenda de que la isla escondía maravillosos tesoros sobrevivió.
Y su eco, siglos después, llegó a oídos de Charles Champoiseau, que se decidió
a investigar por su cuenta.
El
primer viaje a la isla no le defrauda. El 15 de septiembre de 1862, Champoiseau
solicita un préstamo de dos mil francos para hacer prospecciones. En su carta
dice: «Por todas partes hay centenares de columnas quebradas, fustes y
capiteles de mármol que indican que los templos cubrían aquel lugar. Los
campesinos han desenterrado sepulturas, sarcófagos de piedra y cerámicas. No
hay duda de que unas excavaciones serias llevarían al descubrimiento de objetos
raros y de gran valor». El emperador Napoleón III le concede el dinero.
Champoiseau
regresa en marzo a Samotracia. Y su recompensa llega con la primavera. El 15 de
abril de 1863, en una carta dirigida al embajador de Francia en Constantinopla
le anuncia: «He encontrado una estatua de la Victoria alada esculpida en mármol
y de proporciones colosales. Desgraciadamente, no he encontrado ni la cabeza ni
los brazos [...]. Pero el resto está casi intacto y ha sido labrado con un arte
que ninguna de las obras griegas que conozco iguala».
Champoiseau
decide enviar su hallazgo al Louvre. Llega en 1864. Allí, con una barra
metálica, los técnicos aseguran el aplomo de la figura. Varios fragmentos rotos
son encajados de nuevo, pero el busto -demasiado inestable- no se puede unir y
se archiva con el ala izquierda.Años después, en 1875, arqueólogos austriacos
realizan nuevas excavaciones en Samotracia. Allí descubren grandes bloques
grises que, correctamente ensamblados, representan la proa de un barco de
guerra. Se trata de una pista capital: rápidamente asocian ese descubrimiento
con las monedas helenísticas en las que aparece grabada una Victoria de pie
sobre la proa de un barco. No hay duda. Estos bloques son la base de la
estatua. El conjunto de la obra debía de medir unos cinco metros de alto.
Cuando Champoiseau recibe la noticia, despliega todos sus esfuerzos para que
los 23 bloques descubiertos sean llevados a París.
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