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sábado, diciembre 5

El bolero de Ravel

(Un texto de Rubén Amón en su blog de El Mundo del 3 de marzo de 2015)


El éxito de "El bolero" sorprendió a Maurice Ravel. Lo había compuesto diez años antes de morirse en la cima de su carrera y de su vida, pero nunca concibió la partitura como una obra maestra, ni puede que tuviera en cuenta la proyección coreográfica.

Digo que coreográfica porque la popularidad de "El bolero" en las salas de concierto parece haber sepultado la razón original del encargo. Fue un favor que la bailarina Ida Rubinstein pidió al compositor francés (y vasco en el repertorio de las canciones de cuna), aunque la idea original del proyecto consistió en orquestar algunos pasajes de la "Suite Iberia" de Albéniz.

Ravel había accedido a semejante posibilidad, pero desistió más por cuestiones de carácter y de genio que por argumentos razonados. Vino a saberse que Arbós tenía los derechos de "explotación" de "Iberia" y trascendió que el compositor español ultimaba la versión orquestal de la obra de Albéniz, de forma que Ravel se negó a perseverar en la aventura. Incluso cuando Arbós le dio todas las facilidades para dedicarse a ella.

Conviene recordar el episodio porque "El bolero" surgió como una carambola y porque una melodía ocupaba la cabeza de Ravel enfermizamente hasta que fue capaz de exorcizarla. También le apremiaba el tiempo y debía corresponder las presiones Ida Rubinstein -cazadora de leones, mito de la ambigüedad-, así es  que las circunstancias abreviaron el periodo de escritura a partir de un motivo musical repetido obsesivamente y convertido en una de las obras capitales del repertorio orquestal.
La dimensión voluptuosa de "El Bolero", caricaturizada por Bo Derek en el pastiche de la mujer 10, tuvo más que ver con la sensualidad de Ida Rubinstein que con la naturaleza misma de la música. De hecho, la magnética bailarina rusa hubiera sido capaz de erotizar un saco de patatas y de convertir en lujuriosa una inspección de Hacienda.

La prueba está en que se fue produciendo en el transcurso de los años una escisión entre la coreografía y la partitura. Que era en el fondo la intención original del compositor, puesto que Ravel no tenía en mente una coreografía hacia el clímax, sino una extrapolación de la orquesta como la sala de máquinas de un gran trasatlántico -conoció una a bordo del "France" en su viaje de consagración americano- y una respuesta a la fascinación que  le produjeron desde joven "las ciudades erizadas de chimeneas, las bóvedas escupiendo llamas y humos rojos y azules, los castillos de hierro colado, las catedrales incandescentes, las sinfonías de correas y de martillazos bajo el cielo rojo".

El pasaje entrecomillado corresponde al memorable trabajo narrativo-biográfico de Jean Echenoz sobre Ravel. Un libro breve e intenso, cuyo contenido y desenlace se atienen al interés de la frase de apertura: "A veces se arrepiente uno de salir de la bañera", escribe el escritor francés en alusión a la placidez y al líquido amniótico con que nos envuelve un baño de agua caliente.

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