Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

jueves, febrero 25

Muerte de Ney, bravo entre los bravos



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 11 de diciembre de 2015)

París, 7 de diciembre de 1815. El mariscal Ney es fusilado por traición.

La caza de traidores, tras la derrota de Napoleón en Waterloo, la dirige el mayor traidor de la época, Fouché, que ha sido ministro de Policía con la República, con Napoleón, con Luis XVIII, otra vez con Napoleón durante los Cien Días, y de nuevo con Luis XVIII. Pero la caza tiene que ser restringida, porque casi todos los antiguos mariscales del emperador se han puesto a sus órdenes en los Cien Días y una purga general provocaría quizá la rebelión del Ejército. El rey le dice entonces a Fouché que haga una lista con los que se han pasado a Napoleón antes de que Luis XVIII abandonara París, cuando el Corso aún no había tomado el poder. En esta lista solamente aparece un mariscal, Ney. Será la cabeza de turco sobre la que hacer el escarmiento.

Fouché va a jugar a dos barajas, como siempre, y parece que le ofrece secretamente a Ney un pasaporte para que huya al extranjero, a Estados Unidos, que acoge con los brazos abiertos a los bonapartistas, incluido el antiguo rey de España José I. Pero el soberbio mariscal no quiere exilarse, desprecia esa oportunidad si es que existe, y se va a casa de una prima de su mujer, el castillo de Bessonies, en Lot, una recóndita provincia de la Francia interior. Allí es solo cuestión de tiempo que alguien lo denuncie, y es detenido y llevado a París, a la prisión de la Conciergerie, de siniestros recuerdos. En ese lugar llamado “la antesala de la guillotina”, estuvo presa María Antonieta.

Siendo uno de los militares más admirados de Francia, deciden trasladarlo a un lugar más digno, el palacio de Luxemburgo, y en el recorrido el jefe de sus vigilantes, que es nada menos que el general Exelmans, al mando de un cuerpo de caballería en la campaña de Waterloo, le ofrece liberarlo y darle escolta a donde quiera. Pero Ney rechaza esta segunda oportunidad de fuga, e incluso una tercera, cuando unos oficiales van a liberarlo al palacio de Luxemburgo. Parece que siguiera empeñado en que lo matasen, como en Waterloo.

Su proceso es inevitable, pero será problemático. Hay mucha resistencia a juzgar a una personalidad como Ney, el soldado más valiente de Francia. El mariscal Moncey, presidente del consejo de guerra formado en aplicación del fuero militar, se niega a hacerlo. La patata caliente pasa a la Cámara de los Pares, pues Ney ha sido nombrado par por Luis XVIII en la primera Restauración, pero algunos de sus miembros más preeminentes también rehúsan, entre ellos Talleyrand, que dice que no quiere participar “en un crimen semejante”. Además, la Cámara de los Pares no tiene competencias jurisdiccionales, y es preciso dictar deprisa y corriendo una ley para que pueda juzgar a Ney.

Por fin comienza el juicio el 14 de noviembre, cuatro meses después de la detención. Los abogados de Ney son muy hábiles y dinamitan el proceso. Después de Waterloo, para que el Ejército francés deponga las armas en toda Francia, Wellington ha firmado una Convención que especifica que ningún militar francés será perseguido por su conducta durante los Cien Días. Está claro que no se puede juzgar por tanto a Ney, pero la Cámara de los Pares se agarra a una dudosa cuestión de procedimiento para seguir adelante. La defensa saca entonces un as de la manga. Ney ha nacido en Sarrelouis, anexionado a Prusia tras la derrota francesa, por tanto Ney es súbdito prusiano y no puede juzgarlo un tribunal francés.

Esta vez es Ney quien se enfrenta a su propio abogado. Puesto en pie lo interrumpe a gritos: “¡Soy francés y siempre lo seré!”. Está claro que el mariscal sigue buscando la muerte, aunque muchos pares no parecen convencidos de que la merezca. El cambio de criterio se debe en gran parte a un testigo de cargo demoledor, el conde de Bourmont, un aristócrata que ha chaqueteado como tantos entre Napoleón y el rey; en Waterloo tenía incluso el mando de una división, pero desertó y se pasó a los ingleses antes de la batalla. Las pasiones se desatan en la Cámara de los Pares. Muchos moderados se han retirado del juicio, y los ultramonárquicos vituperan a Ney como si fuera el demonio. Cuando por fin se pide un veredicto de culpabilidad, o no, por “atentado contra la seguridad del Estado”, solamente el miembro más joven de la Cámara, el duque de Broglie, dice que no. Establecida la culpabilidad, hay que determinar la pena: 17 pares votan por el destierro, 5 se abstienen pero piden clemencia al rey, 128 votan por la pena de muerte. De los 6 mariscales de Napoleón con escaño en la Cámara de los Pares, uno vota destierro y cinco muerte, los antiguos compañeros de armas han tenido muchas rencillas y envidias.

Cuando sus abogados van a decirle a Ney la suerte que le espera lo encuentran cenando tranquilamente y con humor para decir una boutade: “Seguro que el fiscal no cena con tanto apetito como yo”. Después redacta su testamento y se acuesta vestido, durmiéndose plácidamente hasta las 3 de la madrugada, cuando el secretario de la Cámara de los Pares lo despierta para comunicarle oficialmente la sentencia. Luego recibe a su mujer y sus cuatro hijos, aún ignorantes de la condena a muerte.

Madame Ney se desmaya al saberlo, pero luego se lanza a remover Roma con Santiago para obtener el perdón. Luis XVIII la recibe amablemente, si fuera por él... Pero el rey es débil de carácter y no quiere tomar una determinación, le dice que solamente pueden indultar a su marido Wellington o la duquesa de Angulema. Wellington tiene un gran poder como jefe del Ejército que ha ocupado Francia, en principio es favorable al perdón de su adversario en Waterloo, pero no se decide por las complicaciones políticas del asunto.

Ejecución. Queda la duquesa de Angulema, María Teresa de Francia, Madame Royale, la hija de Luis XVI, la única superviviente de la familia real. Es una mujer de fuerte carácter, “el único hombre de los Borbones”, la llama Napoleón, pero llena de amargura por lo que ha padecido con la ejecución de sus padres y la muerte en prisión de su hermanito, el Delfín. Es la jefa de los ultramonárquicos y ejerce como reina de Francia, porque su tío Luis XVIII es viudo y se pliega a su voluntad. Madame Royale rehúsa secamente la gracia que le pide la mujer de Ney, aunque más adelante en su vida dirá haberse arrepentido de ello.

A las 8.30 de la mañana del 9 de diciembre, Ney, acompañado del cura de Saint Sulpice, monta en un coche que le lleva hasta el vecino Observatorio. Allí, junto a la tapia, forma el pelotón de fusilamiento. Asisten como testigos varios oficiales de los ejércitos extranjeros que han ocupado Francia. Un oficial inglés cometerá una falta de respeto tras la ejecución, pero uno ruso que expresa su alegría será expulsado del Ejército por el zar Alejandro I, que apreciaba mucho a Ney.

El mariscal rehúsa que le venden los ojos, y a las 9 de la mañana el bravo de los bravos lanza su última bravata: “¡Camaradas, disparadme y apuntad bien!”.

Etiquetas: