Muerte de Ney, bravo entre los bravos
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 11 de
diciembre de 2015)
París, 7 de diciembre de 1815. El mariscal Ney es fusilado
por traición.
La caza de traidores, tras la derrota de Napoleón en
Waterloo, la dirige el mayor traidor de la época, Fouché, que ha sido ministro
de Policía con la República, con Napoleón, con Luis XVIII, otra vez con
Napoleón durante los Cien Días, y de nuevo con Luis XVIII. Pero la caza tiene
que ser restringida, porque casi todos los antiguos mariscales del emperador se
han puesto a sus órdenes en los Cien Días y una purga general provocaría quizá
la rebelión del Ejército. El rey le dice entonces a Fouché que haga una lista
con los que se han pasado a Napoleón antes de que Luis XVIII abandonara París,
cuando el Corso aún no había tomado el poder. En esta lista solamente
aparece un mariscal, Ney. Será la cabeza de turco sobre la que hacer el
escarmiento.
Fouché va a jugar a dos barajas, como siempre, y
parece que le ofrece secretamente a Ney un pasaporte para que huya al
extranjero, a Estados Unidos, que acoge con los brazos abiertos a los
bonapartistas, incluido el antiguo rey de España José I. Pero el soberbio
mariscal no quiere exilarse, desprecia esa oportunidad si es que existe, y se
va a casa de una prima de su mujer, el castillo de Bessonies, en Lot, una
recóndita provincia de la Francia interior. Allí es solo cuestión de tiempo que
alguien lo denuncie, y es detenido y llevado a París, a la prisión de la
Conciergerie, de siniestros recuerdos. En ese lugar llamado “la antesala de la
guillotina”, estuvo presa María Antonieta.
Siendo uno de los militares más admirados de Francia,
deciden trasladarlo a un lugar más digno, el palacio de Luxemburgo, y en el
recorrido el jefe de sus vigilantes, que es nada menos que el general Exelmans,
al mando de un cuerpo de caballería en la campaña de Waterloo, le ofrece
liberarlo y darle escolta a donde quiera. Pero Ney rechaza esta segunda
oportunidad de fuga, e incluso una tercera, cuando unos oficiales van a
liberarlo al palacio de Luxemburgo. Parece que siguiera empeñado en que lo
matasen, como en Waterloo.
Su proceso es inevitable, pero será problemático. Hay
mucha resistencia a juzgar a una personalidad como Ney, el soldado más valiente
de Francia. El mariscal Moncey, presidente del consejo de guerra formado en
aplicación del fuero militar, se niega a hacerlo. La patata caliente pasa a la
Cámara de los Pares, pues Ney ha sido nombrado par por Luis XVIII en la primera
Restauración, pero algunos de sus miembros más preeminentes también rehúsan,
entre ellos Talleyrand, que dice que no quiere participar “en un crimen
semejante”. Además, la Cámara de los Pares no tiene competencias
jurisdiccionales, y es preciso dictar deprisa y corriendo una ley para que
pueda juzgar a Ney.
Por fin comienza el juicio el 14 de noviembre, cuatro
meses después de la detención. Los abogados de Ney son muy hábiles y dinamitan
el proceso. Después de Waterloo, para que el Ejército francés deponga las armas
en toda Francia, Wellington ha firmado una Convención que especifica que ningún
militar francés será perseguido por su conducta durante los Cien Días. Está
claro que no se puede juzgar por tanto a Ney, pero la Cámara de los Pares se
agarra a una dudosa cuestión de procedimiento para seguir adelante. La defensa
saca entonces un as de la manga. Ney ha nacido en Sarrelouis, anexionado a
Prusia tras la derrota francesa, por tanto Ney es súbdito prusiano y no puede
juzgarlo un tribunal francés.
Esta vez es Ney quien se enfrenta a su propio abogado.
Puesto en pie lo interrumpe a gritos: “¡Soy francés y siempre lo seré!”. Está
claro que el mariscal sigue buscando la muerte, aunque muchos pares no parecen
convencidos de que la merezca. El cambio de criterio se debe en gran parte a un
testigo de cargo demoledor, el conde de Bourmont, un aristócrata que ha
chaqueteado como tantos entre Napoleón y el rey; en Waterloo tenía incluso el
mando de una división, pero desertó y se pasó a los ingleses antes de la
batalla. Las pasiones se desatan en la Cámara de los Pares. Muchos moderados se
han retirado del juicio, y los ultramonárquicos vituperan a Ney como si fuera
el demonio. Cuando por fin se pide un veredicto de culpabilidad, o no, por
“atentado contra la seguridad del Estado”, solamente el miembro más joven de la
Cámara, el duque de Broglie, dice que no. Establecida la culpabilidad, hay que
determinar la pena: 17 pares votan por el destierro, 5 se abstienen pero piden
clemencia al rey, 128 votan por la pena de muerte. De los 6 mariscales de
Napoleón con escaño en la Cámara de los Pares, uno vota destierro y cinco
muerte, los antiguos compañeros de armas han tenido muchas rencillas y
envidias.
Cuando sus abogados van a decirle a Ney la suerte que
le espera lo encuentran cenando tranquilamente y con humor para decir una boutade:
“Seguro que el fiscal no cena con tanto apetito como yo”. Después redacta su
testamento y se acuesta vestido, durmiéndose plácidamente hasta las 3 de la
madrugada, cuando el secretario de la Cámara de los Pares lo despierta para
comunicarle oficialmente la sentencia. Luego recibe a su mujer y sus cuatro
hijos, aún ignorantes de la condena a muerte.
Madame Ney se desmaya al saberlo, pero luego se lanza a remover Roma con Santiago
para obtener el perdón. Luis XVIII la recibe amablemente, si fuera por él...
Pero el rey es débil de carácter y no quiere tomar una determinación, le dice
que solamente pueden indultar a su marido Wellington o la duquesa de Angulema.
Wellington tiene un gran poder como jefe del Ejército que ha ocupado Francia,
en principio es favorable al perdón de su adversario en Waterloo, pero no se
decide por las complicaciones políticas del asunto.
Ejecución. Queda la duquesa de Angulema, María Teresa
de Francia, Madame Royale, la hija de Luis XVI, la única superviviente
de la familia real. Es una mujer de fuerte carácter, “el único hombre de los
Borbones”, la llama Napoleón, pero llena de amargura por lo que ha padecido con
la ejecución de sus padres y la muerte en prisión de su hermanito, el Delfín.
Es la jefa de los ultramonárquicos y ejerce como reina de Francia, porque su
tío Luis XVIII es viudo y se pliega a su voluntad. Madame Royale rehúsa
secamente la gracia que le pide la mujer de Ney, aunque más adelante en su vida
dirá haberse arrepentido de ello.
A las 8.30 de la mañana del 9 de diciembre, Ney,
acompañado del cura de Saint Sulpice, monta en un coche que le lleva hasta el
vecino Observatorio. Allí, junto a la tapia, forma el pelotón de fusilamiento.
Asisten como testigos varios oficiales de los ejércitos extranjeros que han
ocupado Francia. Un oficial inglés cometerá una falta de respeto tras la
ejecución, pero uno ruso que expresa su alegría será expulsado del Ejército por
el zar Alejandro I, que apreciaba mucho a Ney.
El mariscal rehúsa que le venden los ojos, y a las 9
de la mañana el bravo de los bravos lanza su última bravata:
“¡Camaradas, disparadme y apuntad bien!”.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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