Catalina de Salazar, la mujer de Cervantes
(Un texto de Antonio Corbillón en el Heraldo de Aragón del
22 de marzo de 2015)
Catalina de Salazar
se entregó a su compromiso matrimonial, gestionó su hacienda y fue clave en la edición
de sus libros. Sus huesos descansan juntos.
Ella tenía 19 años, nunca había salido
de su villorrio natal de Esquivias (Toledo) pero quería volar. Él le doblaba la
edad y estaba curtido en las pendencias de la vida en lugares como Roma o Nápoles,
batallas como Lepanto o cautiverios
como los ocho años que pasó en Argel. La vida cruzó
los destinos de dos seres que, de tan
distintos, acabaron por no entenderse el uno, Miguel de Cervantes, sin
la otra, Catalina de Salazar. Juntos formaron un matrimonio tan sólido como atípico y liberal para su tiempo. Una
unión que duró 32 años en vida, pero que se prolonga cuatro siglos. Sus huesos,
o lo que queda de ellos, han aparecido en el revoltillo de historia de una fosa
casi común en el convento de las Trinitarias
de Madrid.
Su boda
aquel 15 de diciembre de 1584 ponía fin a poco más de dos meses de noviazgo
después de que Cervantes se dejara caer por Esquivias para recuperar los poemas
autógrafos de Pedro Laínez, un escritor
amigo suyo que había fallecido. Allí descubrió a una muchacha de 19 años,
huérfana de un hidalgo venido a menos, pero que tuvo la suerte de que su tío
Juan de Palacios, párroco de Esquivias,
se esmerara en una educación que diera a Catalina una oportunidad de
tener vida e ideas propias en la España del finales del siglo XVI. Esta familia
era vecina de la viuda del poeta Laínez, Juana Gaitán.
En esos
meses de cortejo, el soldado de fortuna que había sido Cervantes debió de
conquistar a la chica con el relato de sus batallas vitales por
los principales puertos mediterráneos.
Para ella, segunda de cinco hermanos, que nunca había salido del pueblo,
fue lo más parecido a ver mundo. El propio tío de la mujer ofició el enlace en la
parroquia de Santa María de la Asunción. En aquel momento, ninguno de los dos
sabía que, apenas un mes antes (el 19 de noviembre), había nacido en Madrid una
niña fruto de los amoríos ocasionales del novio con la tabernera Ana de
Villafranca.
Miguel y
Catalina compartieron vida familiar durante los 28 primeros meses de matrimonio. Aunque Cervantes practicó un total mutismo
sobre las formas de su esposa, investigadores de su figura como el nonagenario escritor Segismundo Luengo, autor de 'Catalina
de Esquivias: memorias de la mujer de Cervantes', le imagina un carácter «nada sumiso, alejado de cualquier afectación melindrosa»
y de una moral «sumamente liberal, increíble para aquella época». El tiempo le
daría ocasión de poner a prueba esas cualidades.
Cervantes, trasero inquieto donde los hubiera, no aguantó más tiempo aquella
vida descansada en el poblachón toledano. Con buenos contactos en la corte, el
escritor encontró múltiples excusas para pasar largas temporadas en oficios varios, como el de recaudador real en tierras
andaluzas. La falta de descendencia pudo
azuzar sus pocas ganas de vida hogareña. Segismundo Luengo (el historiador confiesa
haber leído más de mil documentos sobre ellos) le atribuye
esta confesión a Catalina: «No sabría decir
si los siete años que vivimos separados no fueron de un amor más intenso
que el de aquellos 28 meses juntos».
Pero
tan claro debía tenerlo el autor de 'El Quijote' que, antes de la primera de sus largas ausencias, le
firmó a su mujer, en abril de 1587, un poder notarial inusual para la época. «Le da a su esposa no solo
todo lo que posee, sino todo lo que gane o reciba en el resto de su vida. No he
visto otro parecido en todo el Siglo de Oro», resume el hispanista norteamericano Daniel Eisenberg, en su obra 'Cervantes
y Don Quijote', considerado el texto más completo de su contexto histórico. En
contra de otras visiones, Eisenberg
intuye una unión que «no fue feliz, alegre, ni descansada. Sugiere una pareja
que se llevaba mal». Una vida «atípica» pero de gente «formal, consciente de sus responsabilidades».
Así se
explica el compromiso casi 'profesional' de Catalina con el contrato marital.
Cuando arranca el nuevo siglo y
Cervantes decide trasladarse
a Valladolid tras la corte de Felipe III, la señora de Salazar no solo le
sigue. Allí comparte inmueble y muchos
sinsabores con todo el 'clan cervantino'
compuesto por sus hermanas, su hija bastarda Isabel y hasta Juana Gaitán,
la viuda que propició el 'encontronazo' inicial de la pareja. Catalina trató de
ayudar siempre a su hijastra, de vida tan turbulenta como la de su padre.
Cuando
murió Cervantes, ya de vuelta junto a la corte a Madrid, su viuda tenía 51 años,
pero pudo disponer de la economía
saneada que no tuvo en vida gracias al éxito literario del 'príncipe de
las letras'. Le sobrevivió 10 años,
tiempo en e! que se ocupó de la supervisión de los textos cervantinos antes de morir en su casa madrileña en
1626.
Catalina
de Salazar y Palacios-Vozmediano, hija de don
Fernando de Salazar Vozmediano y de Catalina de Palacios, fue bautizada el 12 de noviembre de 1565
en el pueblo
manchego de Esquivias. Murió 61 años después y está enterrada en el subsuelo del convento de las Trinitarias
Descalzas ubicado, curiosamente, en la calle Lope de Vega. Sus restos
están mezclados con los de los otros 16 difuntos que compartían sepultura, incluidos los de su esposo,
Miguel de Cervantes.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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