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martes, marzo 29

Catalina de Salazar, la mujer de Cervantes



(Un texto de Antonio Corbillón en el Heraldo de Aragón del 22 de marzo de 2015)

Catalina de Salazar se entregó a su compromiso matrimonial, gestionó su hacienda y fue clave en la edición de sus libros. Sus huesos descansan juntos.

Ella tenía 19 años, nunca había salido de su villorrio natal de Esquivias (Toledo) pero quería volar. Él le doblaba la edad y estaba curtido en las pendencias de la vida en lugares como Roma o Nápoles, batallas como Lepanto o cautiverios como los ocho años que pasó en Argel. La vida cruzó los destinos de dos seres que, de tan distintos, acabaron por no entenderse el uno, Miguel de Cervantes, sin la otra, Catalina de Salazar. Juntos formaron un matrimonio tan sólido como atípico y liberal para su tiempo. Una unión que duró 32 años en vida, pero que se prolonga cuatro siglos. Sus huesos, o lo que queda de ellos, han aparecido en el revoltillo de historia de una fosa casi común en el convento de las Trinitarias de Madrid.

Su boda aquel 15 de diciembre de 1584 ponía fin a poco más de dos meses de noviazgo después de que Cervantes se dejara caer por Esquivias para recuperar los poemas autógrafos de Pedro Laínez, un escritor amigo suyo que había fallecido. Allí descubrió a una muchacha de 19 años, huérfana de un hidalgo venido a menos, pero que tuvo la suerte de que su tío Juan de Palacios, párroco de Esquivias, se esmerara en una educación que diera a Catalina una oportunidad de tener vida e ideas propias en la España del finales del siglo XVI. Esta familia era vecina de la viuda del poeta Laínez, Juana Gaitán.

En esos meses de cortejo, el soldado de fortuna que había sido Cervantes debió de conquistar a la chica con el relato de sus batallas vitales por los principales puertos mediterráneos. Para ella, segunda de cinco hermanos, que nunca había salido del pueblo, fue lo más parecido a ver mundo. El propio tío de la mujer ofició el enlace en la parroquia de Santa María de la Asunción. En aquel momento, ninguno de los dos sabía que, apenas un mes antes (el 19 de noviembre), había nacido en Madrid una niña fruto de los amoríos ocasionales del novio con la tabernera Ana de Villafranca.

Miguel y Catalina compartieron vida familiar durante los 28 primeros meses de matrimonio. Aunque Cervantes practicó un total mutismo sobre las formas de su esposa, investigadores de su figura como el nonagenario escritor Segismundo Luengo, autor de 'Catalina de Esquivias: memorias de la mujer de Cervantes', le imagina un carácter «nada sumiso, alejado de cualquier afectación melindrosa» y de una moral «sumamente liberal, increíble para aquella época». El tiempo le daría ocasión de poner a prueba esas cualidades. Cervantes, trasero inquieto donde los hubiera, no aguantó más tiempo aquella vida descansada en el poblachón toledano. Con buenos contactos en la corte, el escritor encontró múltiples excusas para pasar largas temporadas en oficios varios, como el de recaudador real en tierras andaluzas. La falta de descendencia pudo azuzar sus pocas ganas de vida hogareña. Segismundo Luengo (el historiador confiesa haber leído más de mil documentos sobre ellos) le atribuye esta confesión a Catalina: «No sabría decir si los siete años que vivimos separados no fueron de un amor más intenso que el de aquellos 28 meses juntos».

Pero tan claro debía tenerlo el autor de 'El Quijote' que, antes de la primera de sus largas ausencias, le firmó a su mujer, en abril de 1587, un poder notarial inusual para la época. «Le da a su esposa no solo todo lo que posee, sino todo lo que gane o reciba en el resto de su vida. No he visto otro parecido en todo el Siglo de Oro», resume el hispanista norteamericano Daniel Eisenberg, en su obra 'Cervantes y Don Quijote', considerado el texto más completo de su contexto histórico. En contra de otras visiones, Eisenberg intuye una unión que «no fue feliz, alegre, ni descansada. Sugiere una pareja que se llevaba mal». Una vida «atípica» pero de gente «formal, consciente de sus responsabilidades».

Así se explica el compromiso casi 'profesional' de Catalina con el contrato marital. Cuando arranca el nuevo siglo y Cervantes decide trasladarse a Valladolid tras la corte de Felipe III, la señora de Salazar no solo le sigue. Allí comparte inmueble y muchos sinsabores con todo el 'clan cervantino' compuesto por sus hermanas, su hija bastarda Isabel y hasta Juana Gaitán, la viuda que propició el 'encontronazo' inicial de la pareja. Catalina trató de ayudar siempre a su hijastra, de vida tan turbulenta como la de su padre.

Cuando murió Cervantes, ya de vuelta junto a la corte a Madrid, su viuda tenía 51 años, pero pudo disponer de la economía saneada que no tuvo en vida gracias al éxito literario del 'príncipe de las letras'. Le sobrevivió 10 años, tiempo en e! que se ocupó de la supervisión de los textos cervantinos antes de morir en su casa madrileña en 1626.

Catalina de Salazar y Palacios-Vozmediano, hija de don Fernando de Salazar Vozmediano y de Catalina de Palacios, fue bautizada el 12 de noviembre de 1565 en el pueblo manchego de Esquivias. Murió 61 años después y está enterrada en el subsuelo del convento de las Trinitarias Descalzas ubicado, curiosamente, en la calle Lope de Vega. Sus restos están mezclados con los de los otros 16 difuntos que compartían sepultura, incluidos los de su esposo, Miguel de Cervantes.

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