Los consejeros de Carlos I
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 6 de
noviembre de 2015)
Europa, 1516-1556. Reinado de Carlos I de España y V de
Alemania, hasta su abdicación en Bruselas. Carlos I de España y V de Alemania
fue soberano de media Europa, como revelan estos títulos. Su corte itinerante
lo mismo estaba en Toledo que en Augsburgo o Bruselas, fue coronado en
Aquisgrán y en Bolonia. Si nació en Gante, se retiro a terminar su vida al otro
extremo de Europa, a un rincón de Extremadura llamado Yuste. Tuvo además una
idea de unidad y de paz entre las naciones europeas, bajo su égida,
naturalmente, que algunos consideran un precedente de la Unión Europea.
En consonancia
con este paneuropeísmo su gobierno fue tan multinacional como un equipo de
fútbol de primer rango. Para la espada confió en un castellano, el duque de
Alba, pero confió los asuntos políticos a belgas, holandeses, borgoñones,
italianos o judíos conversos españoles.
Sus primeros
consejeros cuando llegó a España joven e inexperto eran su ayo Guillaume de
Croy, señor de Chièvres, y su maestro Adriano de Utrecht. Carlos depositaba en
ellos una confianza total nacida del afecto y el respeto a quienes habían
ocupado el lugar de los padres, y de ello se aprovechó Croy para convertirse en
un auténtico valido, es decir, un ministro todopoderoso que suplanta la
voluntad de un rey débil.
Croy era un
político y diplomático fogueado como cortesano del emperador Maximiliano y de
Felipe el Hermoso. Sin escrúpulos para aplicar las recetas de Maquiavelo,
consiguió por ejemplo la elección de Carlos como emperador a base de sobornar y
amenazar a los electores. Por desgracia era también hombre venal y su codicia
provocó la revolución de los comuneros de Castilla. Los castellanos decían
cuando tenían una moneda de doblón: “Salveos Dios, doblón de a dos, que
monsieur de Xevres no topó con vos”. Estuvo a punto de asesinar a Lutero, pero
al final los luteranos le envenenaron a él en la Dieta de Worms.
Muy distinto
era el otro hombre de confianza del joven Carlos, Adriano de Utrecht. Hijo de
un artesano, tenía la honestidad y la sobriedad del burgués, junto a las
profundas convicciones del humanista cristiano. Mientras Chièvres medraba
pegado a Carlos, Adriano se quedó como regente de Castilla a punto de estallar
la revuelta. Sus cualidades humanas le llevaron a la elección papal en 1522. La
ruptura de la Reforma protestante se habría evitado si se hubieran seguido sus
ideas de austeridad y lucha contra la inmoralidad de la corte papal. pero solo
despertó enemistades en Roma y murió antes de poder hacer nada.
Gattinara. El
sucesor de Croy sería el italiano Mercurino Arborio, marqués de Gattinara.
Sucesor pero no sustituto, pues Carlos había aprendido ya lo suficiente para no
dejar que nadie volviese a suplantarle como gobernante todopoderoso. Su
aversión a los validos se la transmitiría a su hijo Felipe II, diciéndole que
no dejase el gobierno en manos de nadie. Cuando llegó a España en 1518
Gattinara no recibió por tanto el nombramiento que había tenido Croy, gran
chambelán, sino simplemente el de canciller.
Gattinara era
hombre de principios morales, un gibelino (partidario del emperador frente al
Papa en las querellas medievales) fiel a dos ideas, el imperio y el
cristianismo, que fundía en un imperialismo católico. El emperador debía estar
al frente de una Monarchia Universalis y supervisar que el Papa cumpliese
sus obligaciones de jefe espiritual. Durante una década Gattinara orientó la
política exterior imperial, empezando por liquidar la política filofrancesa de
su antecesor Croy. Sin embargo, esa utopía de Monarchia Universalis, con
todas las naciones de Europa en paz y aceptando al emperador por su
ejemplaridad, encontró viva oposición en Castilla, que era quien tenía que
pagar las facturas.
Aunque siguió
en su puesto hasta su muerte en 1530, Gattinara fue perdiendo poco a poco
influencia, y en sus últimos tiempos de canciller tenía incluso dificultades
para ser recibido por Carlos. Este había optado por el sistema de gobierno a la
castellana, perfeccionado por los Reyes Católicos, con una serie de consejos
que serían como los actuales ministerios, con unos secretarios de Estado al
frente de cada departamento, de forma que la política no quedase en manos de un
solo ministro principal. Las Ordenanzas de la Cancillería de 1524 dieron forma
legal a este sistema, y en su redacción intervino otra figura clave entre los
consejeros de Carlos, Alfonso de Valdés.
De Valdés
empezó como simple secretario de Gattinara desde que este llegó a España, el
único español frente a 6 secretarios alemanes. Nacido en Cuenca, donde su padre
fue regidor perpetuo, Alfonso de Valdés era erasmista y de familia de
conversos; a su tío cura lo quemaron en la hoguera por judaizante. A la sombra
de Gattinara sus cualidades de humanista y escritor le otorgaron un
protagonismo muy superior al de simple secretario, pues a través de sus escritos
se convirtió en una especie de jefe de propaganda de Carlos, pasando a ser su
“secretario de cartas latinas” (Secretario Cesareo, le llama Gattinara
en su testamento).
Su obra más
conocida, el Lactancio o Diálogo de las cosas ocurridas en Roma,
es un alegato para justificar el terrible Saco de Roma (véase Historias de
la Historia: “El Rey Católico humilla al Papa”, en el número 1.307 de
Tiempo), en el que las tropas imperiales, alemanas y españolas, cometieron toda
clase de tropelías para castigar la alianza del Papa con Francia. “Cada horror
del Saco es el castigo preciso, necesario y providencial de una de las
vergüenzas que ensucian Roma”, escribe De Valdés, elaborando la imagen de un
Papa corrupto que merece el castigo divino y un emperador católico que es
instrumento del castigo de Dios.
Para completar
el mosaico multinacional de su gobierno, tras la muerte de Gattinara en 1530
Carlos nombró canciller a Nicolas Perrenot de Granvelle, un borgoñón del Franco
Condado (hoy día Francia). Ese nombre estaría presente durante 56 años en la
alta política española, pues al morir el señor de Granvelle tras 20 años en su
puesto, lo heredó su hijo, conocido como el cardenal Granvela, que ya había
prestado grandes servicios y continuaría otros 36 años con Carlos y Felipe II,
hasta su propia muerte.
El cardenal
Granvela era un auténtico señor del Renacimiento, mecenas de artistas,
introductor de la arquitectura italiana en el Franco Condado. Fue portavoz de
Carlos V en el Concilio de Trento y diplomático activísimo en todos los frentes
y grandes proyectos, desde la boda de María Tudor y Felipe II, hasta la
elección de este como rey por las Cortes de Portugal, o la creación de la Santa
Liga que venció al Turco en Lepanto. Fue también primer ministro en los Países
Bajos, donde se opuso con mano dura a la sedición protestante, lo que le
ganaría entrar en la Leyenda Negra en pie de igualdad con el duque de
Alba.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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