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jueves, marzo 31

Los consejeros de Carlos I



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 6 de noviembre de 2015)

Europa, 1516-1556. Reinado de Carlos I de España y V de Alemania, hasta su abdicación en Bruselas. Carlos I de España y V de Alemania fue soberano de media Europa, como revelan estos títulos. Su corte itinerante lo mismo estaba en Toledo que en Augsburgo o Bruselas, fue coronado en Aquisgrán y en Bolonia. Si nació en Gante, se retiro a terminar su vida al otro extremo de Europa, a un rincón de Extremadura llamado Yuste. Tuvo además una idea de unidad y de paz entre las naciones europeas, bajo su égida, naturalmente, que algunos consideran un precedente de la Unión Europea.

En consonancia con este paneuropeísmo su gobierno fue tan multinacional como un equipo de fútbol de primer rango. Para la espada confió en un castellano, el duque de Alba, pero confió los asuntos políticos a belgas, holandeses, borgoñones, italianos o judíos conversos españoles.

Sus primeros consejeros cuando llegó a España joven e inexperto eran su ayo Guillaume de Croy, señor de Chièvres, y su maestro Adriano de Utrecht. Carlos depositaba en ellos una confianza total nacida del afecto y el respeto a quienes habían ocupado el lugar de los padres, y de ello se aprovechó Croy para convertirse en un auténtico valido, es decir, un ministro todopoderoso que suplanta la voluntad de un rey débil.

Croy era un político y diplomático fogueado como cortesano del emperador Maximiliano y de Felipe el Hermoso. Sin escrúpulos para aplicar las recetas de Maquiavelo, consiguió por ejemplo la elección de Carlos como emperador a base de sobornar y amenazar a los electores. Por desgracia era también hombre venal y su codicia provocó la revolución de los comuneros de Castilla. Los castellanos decían cuando tenían una moneda de doblón: “Salveos Dios, doblón de a dos, que monsieur de Xevres no topó con vos”. Estuvo a punto de asesinar a Lutero, pero al final los luteranos le envenenaron a él en la Dieta de Worms.

Muy distinto era el otro hombre de confianza del joven Carlos, Adriano de Utrecht. Hijo de un artesano, tenía la honestidad y la sobriedad del burgués, junto a las profundas convicciones del humanista cristiano. Mientras Chièvres medraba pegado a Carlos, Adriano se quedó como regente de Castilla a punto de estallar la revuelta. Sus cualidades humanas le llevaron a la elección papal en 1522. La ruptura de la Reforma protestante se habría evitado si se hubieran seguido sus ideas de austeridad y lucha contra la inmoralidad de la corte papal. pero solo despertó enemistades en Roma y murió antes de poder hacer nada.

Gattinara. El sucesor de Croy sería el italiano Mercurino Arborio, marqués de Gattinara. Sucesor pero no sustituto, pues Carlos había aprendido ya lo suficiente para no dejar que nadie volviese a suplantarle como gobernante todopoderoso. Su aversión a los validos se la transmitiría a su hijo Felipe II, diciéndole que no dejase el gobierno en manos de nadie. Cuando llegó a España en 1518 Gattinara no recibió por tanto el nombramiento que había tenido Croy, gran chambelán, sino simplemente el de canciller.

Gattinara era hombre de principios morales, un gibelino (partidario del emperador frente al Papa en las querellas medievales) fiel a dos ideas, el imperio y el cristianismo, que fundía en un imperialismo católico. El emperador debía estar al frente de una Monarchia Universalis y supervisar que el Papa cumpliese sus obligaciones de jefe espiritual. Durante una década Gattinara orientó la política exterior imperial, empezando por liquidar la política filofrancesa de su antecesor Croy. Sin embargo, esa utopía de Monarchia Universalis, con todas las naciones de Europa en paz y aceptando al emperador por su ejemplaridad, encontró viva oposición en Castilla, que era quien tenía que pagar las facturas.

Aunque siguió en su puesto hasta su muerte en 1530, Gattinara fue perdiendo poco a poco influencia, y en sus últimos tiempos de canciller tenía incluso dificultades para ser recibido por Carlos. Este había optado por el sistema de gobierno a la castellana, perfeccionado por los Reyes Católicos, con una serie de consejos que serían como los actuales ministerios, con unos secretarios de Estado al frente de cada departamento, de forma que la política no quedase en manos de un solo ministro principal. Las Ordenanzas de la Cancillería de 1524 dieron forma legal a este sistema, y en su redacción intervino otra figura clave entre los consejeros de Carlos, Alfonso de Valdés.

De Valdés empezó como simple secretario de Gattinara desde que este llegó a España, el único español frente a 6 secretarios alemanes. Nacido en Cuenca, donde su padre fue regidor perpetuo, Alfonso de Valdés era erasmista y de familia de conversos; a su tío cura lo quemaron en la hoguera por judaizante. A la sombra de Gattinara sus cualidades de humanista y escritor le otorgaron un protagonismo muy superior al de simple secretario, pues a través de sus escritos se convirtió en una especie de jefe de propaganda de Carlos, pasando a ser su “secretario de cartas latinas” (Secretario Cesareo, le llama Gattinara en su testamento).

Su obra más conocida, el Lactancio o Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, es un alegato para justificar el terrible Saco de Roma (véase Historias de la Historia: “El Rey Católico humilla al Papa”, en el número 1.307 de Tiempo), en el que las tropas imperiales, alemanas y españolas, cometieron toda clase de tropelías para castigar la alianza del Papa con Francia. “Cada horror del Saco es el castigo preciso, necesario y providencial de una de las vergüenzas que ensucian Roma”, escribe De Valdés, elaborando la imagen de un Papa corrupto que merece el castigo divino y un emperador católico que es instrumento del castigo de Dios.

Para completar el mosaico multinacional de su gobierno, tras la muerte de Gattinara en 1530 Carlos nombró canciller a Nicolas Perrenot de Granvelle, un borgoñón del Franco Condado (hoy día Francia). Ese nombre estaría presente durante 56 años en la alta política española, pues al morir el señor de Granvelle tras 20 años en su puesto, lo heredó su hijo, conocido como el cardenal Granvela, que ya había prestado grandes servicios y continuaría otros 36 años con Carlos y Felipe II, hasta su propia muerte.

El cardenal Granvela era un auténtico señor del Renacimiento, mecenas de artistas, introductor de la arquitectura italiana en el Franco Condado. Fue portavoz de Carlos V en el Concilio de Trento y diplomático activísimo en todos los frentes y grandes proyectos, desde la boda de María Tudor y Felipe II, hasta la elección de este como rey por las Cortes de Portugal, o la creación de la Santa Liga que venció al Turco en Lepanto. Fue también primer ministro en los Países Bajos, donde se opuso con mano dura a la sedición protestante, lo que le ganaría entrar en la Leyenda Negra en pie de igualdad con el duque de Alba.

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