William B. Yeats y el hilo de las hadas
(Un texto de Jorge Sanz Barajas en el suplemento literario
del Heraldo de Aragón del 12 de noviembre de 2015)
«Al leer a Yeats puedo sentir a veces una
transmisión de fuerza peligrosa, como se sentía uno de niño, parado solo en los
campos cerca del temblor de los postes eléctricos, bajo el chisporroteo de las
líneas de energía». (Seamus Heaney). Imaginad que el hilo de un hada ensartó la
voz de los rapsodas homéricos, la de los juglares medievales, la voz tenue de
las ancianas que salmodian viejas leyendas de hadas, la potencia del grito de Shelley, de Browning,…
Yeats es la mano que engarzó estos hilos, tensó sus voces y
las convocó de nuevo mientras hurgaba enfangado en el fondo de la turbera hasta
encontrar la música callada del tiempo. Progresar, decía Chesterton, es ver gente que se corta las piernas convencida
de que en el futuro todos nos moveremos en vehículos… Cuando la naturaleza
quizá pretenda convertirnos en ciempiés.
Yeats pasó quizá toda su vida agarrado a la tierra como un
ángel empeñado en volar de espaldas al viento mientras aviva con mimo los
rescoldos de la historia. A su
alrededor, muchos pensaban que iba a traspié en poesía: ni siquiera sus contemporáneos le apreciaron hasta que llegó a la
cincuentena: Joyce le dijo en su propia cara que le consideraba «anticuado» y
Ezra Pound, su propio secretario en Sussex, le comentó a T.S.Eliot «Es poca
cosa este Yeats, ¿no cree?». Si algo caracteriza el trabajo de Yeats es esa
voluntad de pulcritud en pos de la belleza pese
a los tiempos, los elementos y sus propios contemporáneos. Cuando uno se ocupa
de Jo verdaderamente importante, puede sentarse a la puerta de su casa para ver
pasar todas las modas, una tras otra, agonizando en su caducidad. Hombre de
silla en la puerta. Por eso sigue ahí, porque no hay quien se resista a su voz
atemporal, a su vocación de eternidad, a su lucidez.
No lo tuvo fácil. Nunca recibió una educación esmerada, envidiaba
la pulcra pronunciación de Wilde y esa
capacidad para hablar en frases redondas. Sus bocetos están plagados de
tosquedades que pule con el buril de un cantero; al contrario que Joyce, fue
tardo en los idiomas y no tuvo ni dinero ni apellidos para ingresar en el Trinity College. Amó desesperadamente
a Maud Gonne, una diosa rebelde que le rechazó tantas veces como años tuvo su
vida. Ella prefirió a hombres de acción que la hicieron tremendamente infeliz.
Nunca se cansó de esperarla aun después de casarse con la médium George Hyde-Lees.
Ambos aceptaron que la fuerza amatoria de Yeats no estaba hecha
para una sola mujer (murió en brazos de su legítima y su última amante, Edith
Shackleton Heald). En Yeats, verso y cópula son dos fuerzas que empujan en la
misma dirección: el deseo no consumado hacia Maud Gonne no se agotó con los
años: hasta el último de sus días soñó con aquella diosa de cabellos
refulgentes a la que caracterizó como la condesa Catalina de Houlihan.
Aquella mujer que caminaba con la majestad de una reina fue su
fuerza motriz. Casi treinta años después de que Maud le rechazara por primera
vez, Yeats la amó de nuevo; también a su hija Iseult: otro doble revés. Su
literatura fermentó en el fracaso y rebrotó con fuerza inusitada hasta el Nobel
de 1923. Y tras el premio, aún fue capaz de escribir sus mejores páginas. Pocos
pueden presumir de semejante hazaña.
Nacionalista de circunstancias, entendió que solo lograría vivir
en un país libre quien soñara en la misma clave que sus ancestros. De joven
predijo que algún día «Dios incendiaría la naturaleza con un beso». El único
beso al que aspiró fue el que nunca rozó siquiera. Quizá por eso decidió caminar
como un ángel huraño. Su cuerpo reposa en una pequeña iglesia de Sligo: su alma
sigue estando en todas partes.
Para
conocerlo mejor, lean ‘Yeats, The Man and the Masks', de Ellmann. En
castellano disponemos de 'Cuatro dublineses' en Tusquets. En las librerías de
viejo aún puede encontrarse algún ejemplar de las 'Obras Escogidas' de Aguilar,
o del 'Breviario' de FCE que Louise MacNeice dedicó a su poesía, pero quien
desee encontrarse con su palabra viva, puede hacerlo en las antologías de Lumen,
Losada y Alianza (las dos últimas son bilingües). Ningún lector debería pasar
de largo sin apearse en la Estación
Yeats. Para convocarlo, citen su nombre tres veces ante un espejo, usen su ouija,
escuchen 'Yeat's Grave' de The Cranberries o 'The Stolen Child' en sus mil versiones. Deberían leerlo. […]
Etiquetas: libros y escritores
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