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miércoles, abril 25

El Rimbaud más escatológico y silente


(Un artículo de Antonio Puente en la revista Tiempo del 21 de abril de 2017)

Se publica su Obra completa, 1.500 páginas traducidas por Mauro Armiño, con sus cartas y versos zutistas.

La modernidad poética nació ya con una mácula de origen si su principal artífice, el visionario y sublime Arthur Rimbaud (Charleville, 1854; Marsella, 1891), no solo guardó un lacrado silencio en la segunda mitad de su corta existencia (murió a los 37 años), sino que, cabe inferirlo ya, llegó a renegar de sus prodigiosos versos. Poeta ciertamente precoz, que completó su obra entre sus 18 y 20 años, le daría entonces incomprensible sepultura, igualmente precoz, a su genio y figura. Es lo que se desprende del estudio preliminar –y de las propias cartas del poeta– de su Obra completa bilingüe, un lujoso volumen de 1.500 páginas, publicado por Atalanta, al cuidado, lo mismo que la traducción, de Mauro Armiño. Por primera vez, en una entrega sumaria de Rimbaud en castellano se incluye no solo la totalidad de su correspondencia y de sus composiciones poéticas en latín (escritas a sus ¡14 años!), sino también los llamados poemas zutistas, de marcada connotación escatológica. Llama la atención, por ejemplo, su Sonnet du trou du cul (“Soneto del ojo del culo”), que se abre de este modo: “Oscuro y fruncido como un clavel violeta / respira, humildemente agazapado en el musgo, / húmedo aún de amor que sigue la dulce huida / de las blancas Nalgas hasta el corazón de su pliegue”. Escrito al alimón con su entonces amante, Paul Verlaine, ambos pertenecieron por un tiempo al Círculo de los Zutistas, un grupo de poetas maudits que, con jerga escatológica y mucha munición etílica, tenían tertulia en un recoleto hotel del bulevar de Saint-Michel. Componen un total de 22 poemas ofrecido ahora en primicia. Hay elocuentes poemas en prosa, como “Un corazón bajo una sotana”, donde, con perenne vigencia, el poeta denuncia la pederastia clerical inspirada en el colegio en el que estudió.

Lo cierto es que las más célebres consignas de Rimbaud (a quien Paul Claudel llamó “místico en estado salvaje”), como “ser sublime sin interrupción”, “ser absolutamente modernos”, o su proclama del poeta como un vidente, que iluminaron el espíritu de la modernidad poética hasta las vanguardias, se las sacudió de una plumada, o de “un papirotazo”, como señala Armiño. No hay nada de hagiográfico en la aureola que se desprende de este muestrario completo de su obra, con cartas y más cartas (muchas de ellas, peticiones de provisión y cobros atrasados, firmadas por un tal “Rimbaud, comerciante francés”), de su legendario periplo africano, marcado por la penuria y la perpetua huida de sí mismo, para acabar como traficante de esclavos y de armas en Abisinia. Ni una sola palabra de poesía. Lo último literario que escribió fue un texto titulado “Sueños”, en una carta de 1853, a su amigo Ernest Delahaye, donde (escatología obliga) satiriza, con adelantados tintes surrealistas, la cerrada atmósfera de un dormitorio comunal en un cuartel, refiriéndose a gases y quesos franceses, con un vals de fondo...

Se comprueba que, en realidad, Rimbaud nunca alcanzó a saber que llegaría a ser Rimbaud a lo largo de la posteridad. Su más emblemático poemario, Una temporada en el infierno, que fue el único que alcanzó a publicar en vida, solo llegó a exactamente seis destinatarios, incluido Paul Verlaine, ya que la edición quedó postrada en un cajón de la editorial, en Bruselas, hasta 1901, diez años después de la muerte del autor, ya en el siguiente siglo.
 
Por lo demás, el mentado Sonnet du trou du cul prosigue con un cuarteto que bien pudiera ser leído como una alegoría-esfínter de su propio modo de esfumarse, para desembocar en el célebre silencio rimbaudiano: “Filamentos semejantes a lágrimas de leche / han llorado, bajo el viento cruel que los rechaza, / a través de pequeños coágulos de rojizo abono / para irse a perder donde la pendiente los llamaba”.

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