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viernes, agosto 24

La verdadera historia de Dunkerque

(Un texto de Juan Eslava Galán en el XLSemanal del 13 de agosto de 2017)

En la primavera de 1940, 400 mil soldados aliados, acorralados por Hitler, fueron evacuados de Dunkerque, al norte de Francia. Una película reproduce ahora aquella operación de rescate, pero ¿cómo llegaron esos hombres a aquella playa?

Muchos lectores habrán visto la película ‘Dunkerque’, de Christopher Nolan, que narra el rescate del ejército británico copado por los alemanes en las costas de Flandes en mayo de 1940. La película es una verdadera proeza audiovisual en la que casi no vemos al enemigo ni la sangre y mucho menos los cuerpos destripados que tanto abundan en las películas del género.

Además, es parca en diálogos en beneficio de una opresiva banda musical que se coordina con las imágenes para transmitir al espectador la sensación de miedo y desesperación que viven los soldados atrapados entre la espada y la pared o, como dicen los ingleses, between the devil and the deep blue sea (entre el diablo y el profundo mar azul). El diablo era Hitler, por supuesto.

La crítica ha puesto la película por las nubes, pero también ha señalado su principal defecto. le falta el contexto. ¿Qué ocurrió para que 400 mil soldados aliados se vieran atrapados en las playas a merced del enemigo?

Desde que Hitler subió al poder, su principal preocupación fue construir un ejército fuerte que le asegurara la victoria en una guerra futura. Respaldado por ese ejército, inició una agresiva política exterior que le permitió anexionarse la vecina Austria, los Sudetes y Checoslovaquia.

Francia e Inglaterra se limitaron a elevar débiles protestas y a seguir una política que los ingleses denominaron ‘appeasement’ (apaciguamiento). Quizá pesaba sobre ellos la mala conciencia de haber impuesto a la derrotada Alemania unas condiciones leoninas en el Tratado de Versalles. Por otra parte, siendo gobiernos democráticos, por nada del mundo querían enajenarse la voluntad de sus votantes con actitudes belicistas.

Hitler se aprovechó de ello y, continuando con su programa anexionista, invadió Polonia. Estaba seguro de que Inglaterra y Francia se limitarían a elevar la consabida enérgica protesta como habían hecho anteriormente cada vez que Alemania se apropiaba de algún territorio. Pero esta vez se equivocó. Los dos países aliados comprendieron que tarde o temprano la guerra con Alemania sería inevitable y, haciendo honor al pacto contraído con Polonia, fueron a la guerra.

Pensaban los aliados que la potencia combinada del ejército francés y del cuerpo expedicionario que los ingleses enviaron a Flandes bastaría para contener a Hitler. Este optimismo se basaba en que el ejército francés era más numeroso y estaba mejor pertrechado que el alemán y en que la marina inglesa dominaba los mares. Además, la frontera francesa estaba protegida por la inexpugnable Línea Maginot, un sistema de fuertes y casamatas de hormigón y acero conectados por trenes subterráneos que protegía la frontera francesa desde Suiza hasta Bélgica.

La guerra relámpago

Todos esos cálculos se mostraron erróneos. El 10 de mayo de 1940, Hitler evitó la Línea Maginot y lanzó sus tanques y divisiones motorizadas a través de los bosques de las Ardenas, cuya defensa los aliados habían descuidado por considerarlos impenetrables para cualquier vehículo.

Fue un desastre. En pocos días, 141 divisiones alemanas penetraron en Holanda y Bélgica como una lanza térmica en un bloque de mantequilla.

Sobre el papel, los dos bandos estaban igualados en fuerzas, pero los carros de combate y aviones franceses se hallaban dispersos a lo largo de mil kilómetros de frontera, mientras que los alemanes habían concentrado los suyos en aquel punto del frente y los hacían avanzar arrollándolo todo a su paso. Esta novedosa táctica, la ‘guerra relámpago’ (Blitzkrieg), cogió desprevenidos a los aliados.

Dos semanas después del ataque alemán, Holanda se había rendido y las tropas francesas, inglesas y belgas estaban tan desbordadas que el general británico responsable del cuerpo expedicionario informó a su Gobierno de que la situación era insostenible. Todo el cuerpo expedicionario corría peligro de ser aniquilado o apresado por el enemigo.

El Gobierno británico le concedió inmediatamente permiso para retirar nueve de las diez divisiones y repatriarlas al Reino Unido. Los franceses se sintieron traicionados porque esa decisión los dejaba prácticamente solos frente al enemigo.

Lo que se temía ocurrió fatalmente. El jueves 23 de mayo de 1940, unos 400 mil soldados aliados (mayormente ingleses, pero también franceses y belgas) quedaron rodeados por fuerzas alemanas en torno a la ciudad portuaria de Dunkerque.

Solo un milagro podía salvarlos, y el milagro ocurrió. A las 12:30 horas del viernes 24 de mayo, los tanques alemanes recibieron orden de detener el avance hasta nueva orden. Los más avanzados estaban a tan solo 25 kilómetros de la costa.

¿Qué había ocurrido? Por una parte, el general Von Kluge, al mando del IV Ejército alemán, había solicitado permiso para darle un respiro a los tanques antes de atacar Dunkerque. Muchos blindados necesitaban reparaciones y las tripulaciones estaban agotadas. El general Von Rundstedt estuvo de acuerdo.

Por otra parte, el jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring, había convencido a Hitler de que sus aviones bastarían para evitar que los aliados reembarcaran en Dunkerque y pusieran a salvo a sus tropas. A Hitler no le desagradó el plan. De este modo restaría protagonismo a los generales de la Wehrmacht, muchos de los cuales no simpatizaban con los nazis. Además, eso evitaría arriesgar innecesariamente los tanques en terrenos pantanosos.

Una decisión rara

El general Halder, jefe del Estado Mayor, protestó por la decisión: «La guerra está ganada -le replicó el general Jodl, jefe de operaciones-. Solo tenemos que terminarla. Sería absurdo arriesgar un solo Panzer cuando podemos hacerlo de una manera más barata, sirviéndonos de la Luftwaffe».

¿Que movió al Führer a detener sus tanques cuando tenía al enemigo acorralado en las playas? Ese es uno de los misterios de la Segunda Guerra Mundial para el que se han ofrecido diversas interpretaciones:

1. La más extendida, aceptada por Churchill en sus memorias, fue que la pasmosa facilidad con la que los blindados alemanes habían avanzado en pocos días hizo que Hitler y sus generales recelaran de que podría tratarse de una trampa. Quizá los aliados los atraían para atacarlos por el flanco.

2. Hitler cedió al ruego de Göring, que le garantizaba que su Luftwaffe bastaba para destruir al enemigo.

3. Hitler renunció a la posibilidad de aniquilar al ejército inglés porque no quería agraviar excesivamente a Gran Bretaña, con la que, a pesar de todo, deseaba llegar a un acuerdo, un armisticio que le dejara las manos libres para atacar a la URSS, su verdadero objetivo expansionista. Es revelador que, en su testamento político, fechado el 26 de febrero de 1945, cuando se sabía derrotado, acusara a Churchill por no haber apreciado su «espíritu deportivo» cuando se abstuvo de aniquilar sus fuerzas en Dunkerque.

Esta idea se contradice con la Directiva de Operaciones No. 13, emitida por el Cuartel General Supremo el 24 de mayo de 1940, en la que ordenaba aniquilar las bolsas de resistencia aliadas y encomendaba a la Luftwaffe que evitara la huida de los ingleses por vía marítima.

Aliviado por el respiro que le concedía el enemigo, Churchill envió a Dunkerque «todo lo que flotaba»: yates de recreo, barcos pesqueros, las gabarras del Támesis, e incluso los botes salvavidas de los barcos surtos en los puertos cercanos. Casi mil embarcaciones atravesaron los 50 kilómetros del Canal de la Mancha para evacuar a sus tropas bajo el martilleo constante de la Luftwaffe.

Los muelles del puerto de Dunkerque estaban demasiado dañados por los bombardeos y habían dejado de ser operativos, pero el oficial responsable, el capitán William Tennant, decidió que los barcos de mucho calado amarraran en el espigón Este, que estaba intacto, mientras que las embarcaciones de poco calado recogerían a los soldados en las playas y los transportarían a los buques de más calado. Una decisión muy práctica. Churchill había calculado que en total se podrían salvar unos 50 mil hombres, pero solo el 31 de mayo se pudo evacuar a más de 68 mil. El ejército inglés se había salvado y con él la posibilidad de continuar la guerra hasta la victoria final, cinco años después.

CHARLES DE GAULLE: LA CASANDRA DE FRANCIA

Como Casandra profetizó la ruina de Troya y nadie la creyó, un inteligente militar francés avisó de que su ejército se encaminaba a la ruina y fue represaliado por ello. El coronel de blindados Charles de Gaulle había advertido hacía años sobre la conveniencia de preparar al ejército francés para la táctica de la ‘guerra relámpago’, pero los generales franceses se limitaron a destituirlo de su puesto en el Estado Mayor. Tampoco le hicieron caso cuando, al comprobar la exactitud de su aserto tras la conquista de Polonia por los alemanes, elevó al mando un memorial urgente en el que hacía constar que «una fuerza acorazada solo se combate con otra fuerza acorazada». De Gaulle mantendría la bandera de la Francia libre y sería en la posguerra el artífice de la recuperación de Francia y de su grandeur.

Notas: La espera: solo 40 kilómetros separan la playa de Dunkerque de Inglaterra, pero había que esquivar a la aviación alemana. Del 26 de mayo al 4 de junio se lleva a cabo la Operación Dinamo.

A nado: 338 mil soldados ingleses llegaron a huir en todo tipo de embarcaciones enviadas por Churchill. Hasta botes salvavidas se usaron para dejar la playa.


Las pequeñas embarcaciones que participaron en el rescate de los británicos contribuyeron a crear la leyenda del ‘milagro de Dunkerque’.

Los olvidados: el filme narra el rescate de los ingleses y olvida el papel de Francia, lo que ha molestado mucho en este país: allí murieron 18 mil franceses.

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