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martes, abril 16

El Londres de Virginia Woolf

(Un texto de Jorge Carrión en la revista Mujer de Hoy del 15 de julio de 2017)

De Regent´s Park a la librería Hatchard´s, pasando por la biblioteca del British Museum o la casa de Gordon Square, el escritor Jorge Carrión rastrea las huellas de Virginia Woolf, en una ruta física y mental por un Londres que no se entiende sin su extrarradio silvestre.

"La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores": así comienza su día el personaje más famoso de Virginia Woolf. La protagonista de 'La señora Dalloway' (Lumen) es una mujer de 51 años a quien acompañamos durante una mañana, una tarde y una larguísima velada de junio de 1923, desde que pasea por el centro de Londres hasta que finaliza la fiesta nocturna que el matrimonio ha albergado en su casa del aristocrático barrio de Westminster.

La ruta puede realizarse con fidelidad topográfica. La casa de los Dalloway se encontraría por Broad Sanctuary, muy cerca del Big Ben y del Parlamento que alberga el Palacio de Westminster. Por eso no es de extrañar que a la fiesta acudan algunos de los personajes más poderosos del país en esa época post-victoriana en que todo se había agrietado pero los lords simulaban habitar la solidez pretérita; ni que la caminata de la protagonista hacia la floristería sea de hecho un itinerario por la dimensión más influyente de la capital. Tras encontrarse con Hugh cerca de St. James Park, quien le habla de la enfermedad nerviosa que sufre su esposa, pasa cerca del número 10 de Downing Street; después atraviesa Piccadilly y se adentra en Mayfair.

Ahora ya no hay grandes floristerías de lujo en Bond Street, ni siquiera quedan muchos de sus famosos sastres y boutiques (las marcas globales colonizan los centros de todas las ciudades del mundo: Chanel, Cartier, Tiffany...), pero podemos imaginar el fantasma de Mulberry, tal vez la floristería más famosa de la historia de la literatura, cuyas fragancias y formas vegetales provocan nuevas evocaciones en la señora Dalloway.

Su casa podría ser una de las de Dean´s Yard: un gran prado verdísimo, regado constantemente por microgoteo natural por el clima neblinoso y tópico de Londres, y rodeado de edificios nobles de piedra rojiza. Además de St. James Park, que sorprende por su silencio, también se mencionan en la novela otros dos horizontes vegetales, el de Green Park y el de Regent´s Park, como si el objetivo secreto fuera generar bajo la sombra de la mujer que camina un hilo de Ariadna verde entre el hogar del prado y la floristería que lo nutre de savia y fotosíntesis.

Si las calles que atraviesa Clarissa Dalloway han mutado radicalmente en todo este tiempo, no lo han hecho en cambio ni esos parques de diseño inglés -que siguen pareciendo recortes naturales transplantados al corazón de la metrópolis-, ni la librería Hatchard´s -cuyo escaparate lleno de libros contempla el personaje. Sigue ahí, en el 187 de Piccadilly, sirviendo como entonces a la familia real, porque forma parte de esa dimensión del poder londinense que he mencionado: fundada en 1797, muestra orgullosa en las paredes de sus escaleras enmoquetadas los documentos que la certifican como la Librería Real (y para Navidades y para verano preparan, desde siempre, una selección de lecturas para la reina, para el rey y para sus hijos, entre ellos ese príncipe triste que ahora también es, como sus padres, un anciano).

Ese Londres simbólico pesa muchísimo en La señora Dalloway. Su tiempo cotidiano es marcado por las campanas del Big Ben. La pesadez de su corona, una institución que defiende Hugh y que cuestiona Peter, es representada en la obra tanto en los personajes como en detalles como el escaparate de la librería, porque lo impregna todo.

La ruta mental

Aunque -como se ha visto- puede reconstruirse el itinerario físico que realiza la protagonista con la precisión habitual en las grandes novelas realistas urbanas, lo cierto es que el movimiento del personaje es menos material que mental, porque Charles Dickens ha quedado atrás y nos encontramos en la época del impresionismo moderno. Lo que importa, como pasa siempre en las ficciones de Woolf, es el fluir de los pensamientos, alterados por los estímulos de la atmósfera sensorial y simbólica, y no tanto los pasos sobre las calles adoquinadas. El Londres psicológico es mucho más significativo que el Londres real.

Esa afirmación se puede trasladar a sus textos sin ficción. Incluso cuando el objetivo es concreto, como en el caso de Caminata por las calles: una aventura londinense, una crónica de 1927 en la que Woolf cuenta que sale, una tarde de invierno, hacia el Strand con la intención de comprar un lápiz; incluso entonces la divagación, la digresión, las conversaciones escuchadas y robadas se apropian del texto, porque todo en su obra tiende siempre hacia el lenguaje como cuerpo, como fluir, como río del tiempo: "Sueñan, gesticulan, a menudo musitan unas palabras, se arrastran por el Strand y cruzan el puente de Waterloo donde se dirigirán, en trenes traqueteantes, hacia una remilgada torrecita en Barnes o Surbiton, donde la visión del reloj en el vestíbulo y el olor de la cena en la planta baja perforan el sueño".

Los años de Bloomsbury

La ruta Virginia Woolf, no obstante, está ahí: dibujada en la topografía monstruosa de la megalópolis del siglo XXI, un siglo después de que la autora de Orlando (esa primera novela trans) la viviera y la sufriera y la disfrutara. Aunque viajara constantemente por Europa, aunque se subiera más de una vez en el Orient Express; aunque pasara más temporadas de las deseadas en casas de reposo y clínicas psiquiátricas; aunque fuera con su marido Leonard a conferencias y cenas con amigos en Oxford y en Cambridge, o a ferias del libro por toda la isla; aunque escribiera largos pasajes de Al faro, Orlando y Las olas en Monk´s House (Rodmell, East Sussex); Londres fue siempre la mismísima idea de hogar para Virginia Woolf.

Fueron seis (de nueve domicilios) sus casas principales. La de su infancia, las tres de su juventud y las dos de su madurez -pero hubo otros domicilios, casas de amigos y de amantes, una auténtica red intelectual y sentimental, metropolitana.

Sus padres se casaron en 1878 y se instalaron en el 22 de Hyde Park Gate, en el barrio de Kensington. Ella nació cuatro años más tarde. En Momentos de vida (Lumen) destaca de aquella casa las puertas plegables, que permitían abrir y cerrar espacios de intimidad relativa, en un domicilio diseñado para alojar a tres familias, que "habían acumulado todas sus posesiones en esta única casa". Vivían allí "11 individuos entre los ocho y los 60 años de edad, además de varias viejas y viejos algo impedidos que hacían trabajos extra con rastrillos y cubos durante el día", entre ellos una muchacha con cierto retraso mental. Para añadir extrañeza a esa atmósfera enrarecida, la madre de Virginia había copiado la moda de cubrir el mobiliario con terciopelo rojo. Y la luz era escasa.

De modo que cuando en 1903 toda la familia se trasladó al número 46 de Gordon Square, en Bloomsbury, y los muebles se desnudaron de su pesada capa roja y la luz se derramó por las estancias, y Virginia tuvo un espacio donde leer y escribir, pudo nacer el mito intelectual. Fue allí donde empezó a escribir artículos para el suplemento femenino de The Guardian y a frecuentar a Leonard, que vivía en Ceilán como funcionario del Ministerio de Colonias.

Pero todavía soltera, con 21 años, sedienta de vida social, esa casa va a protagonizar una de las etapas míticas de la cultura occidental: la de las veladas de los jueves, la de la bohemia literaria londinense, la del futuro Grupo de Bloomsbury, que tal vez naciera en 1905, pero cuya cronología siempre ha sido difusa, porque no se trató de un movimiento de vanguardia parisino, bien articulado con sus manifiestos y sus líderes, sino de un grupo de amigos, poroso, abierto, que discutió tanto la historia de la literatura y del pensamiento como las fronteras sociales y de género del estricto principio de siglo, al tiempo que se hablaba del movimiento sufragista en que Virginia Woolf se involucró en cuerpo y alma.

"En la actualidad, Gordon Square no es una de las plazas más románticas de Bloomsbury", leemos en Momentos de vida: "Pero os puedo asegurar que en 1904 era la más hermosa, la más interesante, la más romántica plaza del mundo". Según descubre al releer su diario de aquellos años, casi siempre comían o cenaban fuera: "Íbamos constantemente a las librerías, a conciertos o a galerías de arte". Y comenzaron a reunirse los jueves por la noche, hasta bien entrada la madrugada.

De la filosofía y los libros fueron yendo hacia la vida. Hacia la libertad. Varios de sus miembros eran homosexuales y allí se hablaba con transparencia de la homosexualidad. Recuerda la escritora: "En el 46 de Gordon Square, nada había que no se pudiera decir, nada que no se pudiera hacer".

Woolf atribuye a la mentalidad de la generación de sus padres que los amantes fueran un tabú: ya no lo era para ellos. El grupo, variopinto y mutante, artístico y erudito, bisexual y loco y tan sensual, permaneció más o menos unido hasta 1914. Dora Carrington, Gerald Brenan y Lytton Strachey fueron algunos de sus insignes desintegrados integrantes.

Bajo las bombas

Esa etapa de Bloomsbury tiene una segunda fase en el número 29 de Fitzroy Square, donde se prosiguió con el encuentro ritual de los jueves por la noche. Y una tercera, en el 38 de Brunswick Square, una casa compartida con varios amigos, entre ellos Leonard. Pero con el matrimonio acaba la bohemia y comienza la edición. Virginia había aprendido a encuadernar y a mecanografiar de joven, era tanto una lectora como una escritora extraordinaria, de modo que fue natural comprar la maquinaria, buscar la sede, contar con empleados.

Pero lo hicieron en las afueras de Londres. De modo que el matrimonio añadió a la vida de Virginia, tan acostumbrada a las idas y los regresos a la capital, una cierta triangulación. Porque aunque vivieran en Hogarth House, Richmond, eran muy frecuentes las visitas sociales, culturales y médicas al centro de Londres. Fue allí, por ejemplo, donde los días 2 y 23 de agosto de 1920 se encontró con Katherine Mansfield y se despidió de ella (la tuberculosis mató a la única escritora que, según la propia Virginia, le hizo sentir celos). Pero Leonard y Virginia no pudieron evitar el regreso a los barrios de siempre. Terminaron por alojarse en una casa, la sexta, la definitiva, en Tavistock Square.

Acaban, de hecho, trasladando también la sede de Hogarth Press al 37 de Mecklenburgh Square, mientras los alemanes invaden Polonia e Inglaterra se prepara para la guerra. Cuando el 10 de septiembre de 1940 los Woolf lleguen a la capital, no podrán alcanzar a ver su casa a causa de los bombardeos. Lo harán el 18 de octubre: la contemplarán, compungidos, en ruinas.

Seguramente Woolf hablaba de sus propios fantasmas cuando escribía en 'La señora Dalloway': "No podía estar en momento alguno totalmente tranquila o totalmente segura, debido a que en cualquier instante el monstruo podía atacarla con su odio que, de manera especial después de la última enfermedad, tenía el poder de provocarle la sensación de ser rasgada, de dolor en la espina dorsal".

Se le rasgó la vida, el alma innumerables veces. La última y definitiva ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como Ofelia, puso fin a su dolor sumergiéndose en las aguas de un río. En el horizonte invisible, los aviones nazis bombardeaban Londres.

"Cuando no la encontré por ninguna parte de la casa ni en el jardín tuve la certeza de que se había ido al río", cuenta Leonard Woolf en 'La muerte de Virginia' (Lumen). Corrió por los campos: allí estaba su bastón, tirado, en la orilla. La policía tardó tres semanas en encontrar su cadáver. La incineraron en Brighton, con Beethoven como música de fondo. Leonard estuvo presente y trasladó la urna con sus cenizas al jardín de Monk´s House, donde las enterró bajo un gran árbol: "Había allí dos olmos muy grandes con las ramas entrelazadas a los que siempre habíamos llamado Leonard y Virginia. La primera semana de enero de 1943, una fuerte tormenta derribó uno de ellos".

Sus enclaves:
  • Gordon Square. Una placa recuerda que aquí vivieron varios de los artistas, escritores e intelectuales que hoy conocemos como el Grupo de Bloomsbury. Las casas de esta plaza ajardinada -de un intenso color verde, salpicado de flores- fueron edificadas durante la primera mitad del siglo XIX. El parque pertenece en la actualidad a la Universidad de Londres, que lo restauró en 2006.
  • Casa de Infancia. Aún sigue en pie, en el 22 de Hyde Park Gate, en el mismo barrio de Kensington que mitificaron James Matthew Barrie y su Peter Pan. En la fachada del edificio blanquísimo hay tres placas azules: una recuerda al padre de Virginia (el escritor y crítico sir Leslie Stephen), otra a su hermana (la pintora Vanessa Bell, miembro del grupo de Bloomsbury) y la tercera a nuestra escritora.
  • Hogarth House (Paradise Road, 34, Richmond). Uno de los lugares míticos de la historia de la literatura, a las afueras de Londres: vivienda y sede de la editorial de Leonard y Virginia Woolf. El edificio permanece casi idéntico a como lo muestran las fotos de hace un siglo: macizo, rojizo y suburbial, con la fachada cubierta de vegetación.
  • Monk House(Rodmell, Lewe). Como nos recordó Raymond Williams, Londres no se entiende sin el campo que -a lo lejos- lo circunda. Merece la pena alquilar un coche ir a conocer, en dirección sur, la casa de campo del matrimonio Woolf, construida en el XVII. Recuerda desde algunos ángulos a un jardín botánico (o una floristería), sobre todo a causa del invernadero de época. El mobiliario del salón evoca trabajo intelectual: escritura, edición, lectura, charlas a media tarde, con un té o una copa de ginebra. Tonos verdes, flores recién cortadas, todo madera deslavada. El jardín, que puede recorrerse con una guía, acoge lecturas literarias. Y uno se puede alojar en el estudio del jardín de Virginia Woolf.
  • Hatchard's (Piccadilly, 187). Con 220 años, la librería más emblemática de Londres no decepciona al visitante que desea tocar con sus dedos la historia del Imperio. Vecina de la Royal Academy of Arts y de los grandes almacenes Fortnum and Mason (que venden artículos de lujo desde 1707), tiene dos tipos de clientes: los turistas, incesantes, y la flor y nata de la sociedad intelectual, aristocrática o sencillamente esnob de Londres. Merece la pena visitar también la cercana librería Waterstones, a cuya cadena pertenece de hecho Hatchard´s.
  • British Museum (Great Russell St.). Tal vez el lugar más virginiawoolfiano que podemos encontrar en todo Londres sea la Sala de Lectura del Museo Británico, que en su ensayo Un cuarto propio (Lumen) -pionero de la teoría feminista- es mencionada porque alberga una gran cantidad de libros sobre mujeres escritos por hombres. En el capítulo segundo de este escrito, Virginia Woolf describe su llegada al museo: "Londres era como un taller. Londres era como una máquina. A todos nos empujaban hacia delante y hacia atrás sobre esta base lisa para formar un dibujo. El British Museum era un departamento más de la fábrica". Y después se sumerge en toneladas de bibliografía.
  • King's College. Como mujer, la joven Virginia no pudo asistir a lecciones de Humanidades en el campus principal de King´s College; sí acudió a la sección femenina, muy cerca del domicilio familiar: en el 13 de Kensington Square. Sus hermanos, en cambio, sí pudieron proseguir con sus estudios en la universidad. Esa injusticia de género probablemente fuera la semilla de su influyente ensayo Un cuarto propio.

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