Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

martes, noviembre 26

Wilson. La parálisis del presidente de EEUU


(Leído en un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 4 de octubre de 2011)

Washington, 2 de octubre de 1919 - Un ataque cerebral deja incapacitado al presidente Wilson. Su esposa lo oculta a todo el mundo y ejerce la presidencia.

El presidente de los Estados Unidos era ya el hombre más poderoso del planeta, aunque la mayoría del planeta todavía no se hubiera dado cuenta de ello. La entrada norteamericana en la Primera Guerra Mundial había resuelto un conflicto atascado, un diabólico empate de fuerzas que amenazaba con no terminar hasta que en Europa cayera el último hombre. Estados Unidos había decidido quién debía ganar el combate con sus reservas al parecer inagotables de carne de cañón –puso fácilmente en pie de guerra 4 millones soldados- y sobre todo de potencia industrial y económica.

El presidente que había dado el paso histórico de sacar a Norteamérica de su dorado aislacionismo, Woodrow Wilson, se había convertido así en el árbitro del mundo, algo que en ningún momento habían logrado ser ni el kaiser de Alemania, ni el zar de todas las Rusias, ni el primer ministro del Imperio Británico, ni el presidente de la República Francesa.

Pero en la mañana del 2 de octubre de 1919, cuando aún le quedaba año y medio de mandato, el hombre más poderoso del mundo sufrió un ataque cerebral que le dejó paralizado y ciego durante algún tiempo, inútil para cualquier actividad, incapaz para ejercer su función durante muchos meses.

Sin embargo el mundo no se enteró. La esposa del presidente ocultó eficazmente su situación y, durante meses, ejerció de hecho la presidencia. Existe la leyenda de que en la Edad Media una mujer fue papa, la Papisa Juana, pero no es leyenda que Edith Wilson fue el auténtico presidente de los Estados Unidos entre 1919 y 1920.

Woodrow Wilson no era un político al uso. En realidad se había consagrado a una carrera académica en la que llegó a lo más alto que se puede llegar en Estados Unidos, rector de Princeton, una de las universidades excelentes, y no entró en la política hasta los 55 años, cuando fue elegido gobernador de New Jersey. Dos años después ganó la presidencia como candidato del Partido Demócrata.

Wilson era una extraña mezcla de cristiano puritano y demócrata radical, muy dotado para negociar con los adversarios pero incapaz de transigir con lo que consideraba injusto o perverso. Desde la Casa Blanca arremetió contra los poderes fácticos de su país y logró reducir sus privilegios, pero se ganó grandes enemigos. Era un pacifista convencido, aunque llevara a su país a una “guerra europea”, y más que vencer a toda costa al enemigo le preocupaba ofrecerle unas condiciones generosas para que abandonase las hostilidades. Antes que la guerra le interesaba la paz, y que el mundo posterior a la conflagración fuese más justo. Todo ello lo formuló en sus famosos Catorce puntos.

La gran decepción.

Alemania firmó el armisticio confiando en el plan de Wilson, en el que también ponían sus esperanzas los pueblos que querían desvincularse de los viejos imperios y formar naciones independientes. Pero en los seis meses que estuvo en Europa (caso único en la presidencia de EEUU) discutiendo el Tratado de Versalles, sus aliados, que tanto le debían, aparte de grandes homenajes personales, ningunearon sus opiniones, considerándole un quijote idealista. Machacaron a Alemania y solamente liquidaron los imperios de los vencidos, no los propios.

Lo único que Wilson consiguió imponer de su proyecto para un mundo mejor fue la Sociedad de Naciones, el antecedente de la ONU, el instrumento que impediría futuras guerras. Sin embargo se llevó la gran decepción de que el Congreso americano no ratificara lo que él había inventado y firmado, y Estados Unidos no entró en la Sociedad de Naciones, lo que garantizaría su fracaso. Así, Wilson se encontró con esa pesadilla que atormenta con frecuencia a los presidentes estadounidenses, que la oposición controle el poder legislativo. [...] los republicanos eran mayoría en el Capitolio, y le hicieron pagar con sangre a Wilson su progresismo.

Pero tras el endeble físico de Wilson había una voluntad volcánica. Decidió recurrir directamente al pueblo americano para que se pronunciase sobre la entrada en la Sociedad de Naciones “en un gran y solemne referéndum”, y se lanzó a una campaña de propaganda extenuante. El 3 de septiembre de 1919 salió de Washington en un tren especial que debía recorrer el país parando en todas las ciudades, donde Wilson daba discursos desde la plataforma trasera del convoy.

El presidente tenía antecedentes médicos bien documentados de múltiples ataques cerebrales más o menos severos. Había sufrido el primero en 1896 y le provocó una parálisis parcial del brazo derecho que le impidió escribir normalmente durante un año. En 1906 otro ataque le dejó durante algún tiempo ciego del ojo izquierdo. Ahora venía de seis meses de extraordinario estrés en Europa, bregando con auténticas fieras políticas como Clemenceau o Lloyd George, y no pudo resistir el agotamiento físico y mental de la campaña ferroviaria. En Montana comenzó a sufrir serios ataques de asma y terribles cefaleas. En Colorado se había quedado casi ciego. En Wichita su médico diagnosticó que estaba al borde del “colapso total” y se decidió a regresar a Washington el 26 de septiembre.

Antes de que pasara una semana, a las nueve menos diez de la mañana del 2 de octubre, sufrió el ataque mientras estaba en el cuarto de baño, cayendo al suelo y haciéndose una herida en la cara. Su esposa oyó el ruido, acudió en su auxilio y logró arrastrarlo y meterlo en la cama. Luego llamó a su médico, el doctor Grayton. Entre ambos montaron una auténtica conjura política, una maniobra anticonstitucional.

Incapacidad total

Wilson tenía paralizado medio cuerpo, estaba casi ciego y al borde de la muerte. Era un caso claro de incapacidad para gobernar y debía haber asumido inmediatamente el poder el vicepresidente, pero Edith y el médico impidieron que nadie lo viese y, por tanto, se supiese cuál era su estado. “El presidente está enfermo en cama, pero mejora”, era la única información que daban. Ni familiares, ni criados, ni los miembros del Gobierno o del Gabinete presidencial fueron autorizados a entrar en el dormitorio donde Wilson yacía sobre la famosa cama de Abraham Lincoln. Únicamente traspasaron las puertas algunos otros médicos y enfermeras, que permanecían mudos por el secreto profesional.

Los asuntos de Gobierno pasaban por Edith, que supuestamente los consultaba con su marido y salía del dormitorio diciendo: “El presidente dice esto o lo otro”. Cuando tenía que firmar algún documento, Edith se hacía cargo de él y lo devolvía con un garabato a modo de firma. Wilson fue recuperándose lentamente. A los nueve meses se hizo una fotografía trabajando en su despacho, aunque seguía paralítico del lado izquierdo y su esposa aparece sujetando el documento que él firma. En realidad no se sabe cuánto tiempo duró la incapacidad de Wilson y fue Edith quien realmente gobernó el país más poderoso del mundo.

Etiquetas: ,