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sábado, noviembre 23

La gran crisis de los insectos

(Un texto de Ixone Díaz Landaluce en la revista Mujer de Hoy del 1 de junio de 2019)

La amenaza no es que te piquen, sino que no estén. La destrucción de los ecosistemas, la agricultura intensiva y el cambio climático han causado la desaparición del 80% de los que existían hace 30 años. Cifras apocalípticas que ya han alterado profundamente el mundo en que vivimos.

Era todo un clásico del verano: el viaje en coche a la playa, el maletero a reventar y el casette de turno sonando a todo trapo. Y si el trayecto duraba varias horas, había que hacer unas cuantas paradas para llenar el depósito o ir al baño, pero, sobre todo, para limpiar el parabrisas, tan salpicado de insectos muertos que apenas permitía conducir en condiciones de seguridad. ¿Lo recuerdas? Eso fue hace un par de décadas, puede que tres. Ahora haz otro ejercicio de memoria: ¿te acuerdas de las luciérnagas de tu infancia? ¿Has vuelto a verlas? ¿O cómo había que cerrar la boca cuando montabas en bici por el campo? Y ahora que lo piensas, hace tiempo que no escuchas el cri-cri de los grillos en las noches de verano.

No, no es un ataque gratuito de nostalgia, sino la constatación empírica de una realidad acuciante: ¿dónde están los insectos? En enero, el científico medioambiental español Francisco Sánchez Bayo, profesor de la universidad australiana de Sidney, saltó a los titulares de prensa tras publicar un impactante artículo académico. Tras revisar 73 trabajos científicos sobre la situación de diferentes grupos de insectos en distintos lugares del mundo, Sánchez Bayo llegó a la conclusión de que el 80% de los bichos que existían hace 30 años han desaparecido. No solo eso: el 41% de las especies actuales están en disminución y el 30% de ellas se encuentran directamente amenazadas. Los insectos, los animales más abundantes y diversos del planeta (hay 12.000 tipos diferentes de hormigas, 20.000 de abejas o 400.000 de escarabajos) se enfrentan a una extinción hasta ocho veces mayor que la que afecta a mamíferos y aves.

Pero Sánchez Bayo no es el único que ha dado la voz de alarma. En 2017, un estudio realizado en varias áreas protegidas de Alemania alertó de que la biomasa de insectos voladores se había reducido un 76% en los últimos 27 años. “Si en las zonas protegidas está así la cosa, cabe imaginar que en las zonas no protegidas está mucho peor”, explica la entomóloga e investigadora Concepción Ornosa.

El reguero de datos catastróficos es infinito: el 98% de los insectos de tierra de Puerto Rico han desaparecido en los últimos 35 años, la población de mariposas en Inglaterra ha disminuido radicalmente, igual que los escarabajos en México o las abejas en Estados Unidos. Los grillos y los saltamontes están amenazados en toda Europa y en España, especies como los abejorros de la cordillera Cantábrica han visto seriamente reducida su población. La lista es infinita. Y no afecta solo a los insectos. Los ornitólogos llevan años alertando de la disminución de las aves en las tierras de cultivo; cada vez está más claro que el problema es su menguante dieta a base de insectos.

¿Qué está provocando una extinción tan masiva y acelerada? “La primera causa es la destrucción del hábitat y de los ecosistemas naturales, desde los bosques tropicales a los humedales. La segunda es la contaminación química del medio ambiente, sobre todo en las zonas agrícolas: pesticidas y fertilizantes”, explica Sánchez Bayo. También los vertidos industriales, que afectan especialmente a los insectos acuáticos, y la propagación de parásitos y enfermedades, que gracias al comercio global viajan más rápido. Y, sí, el cambio climático: la sequedad ambiental y la falta de lluvias perjudica a muchos insectos y las altas temperaturas obligan a otros a vivir en tierras, cada vez más altas, a las que no están habituados.

Pero todos los expertos sitúan la agricultura intensiva, en cuyos suelos apenas quedan insectos, en el epicentro del problema. Y más concretamente, el uso de productos químicos (o semillas transgénicas) para evitar enfermedades y plagas. “España es el primer país de Europa en venta de plaguicidas, una barbaridad”, dice Kistiñe García, activista de Ecologistas en Acción. “En países como Dinamarca han conseguido reducir mucho su uso. Y hay muchos pequeños países cuyas explotaciones familiares son el mejor ejemplo de agricultura sostenible, entre otras cosas porque no pueden comprar fertilizantes o plaguicidas químicos. En la India, en cambio, hay muchísimos suicidios de agricultores porque no pueden pagar estos productos. Es un gran problema social”.

La pérdida de biodiversidad que implica la extinción de miles de especies es un problema en sí mismo, pero sus efectos colaterales son aún más catastróficos. ¿Qué significa un planeta con menos insectos? ¿Y cómo nos afecta a los seres humanos? “El principal efecto colateral es el colapso de la cadena alimenticia en los ecosistemas, que implica el derrumbamiento de muchas especies de pájaros insectívoros, ranas, lagartos, murciélagos y peces de aguas dulces”, explica Sánchez Bayo. Las conocidas pirámides ecológicas. Sin embargo, la madre de todos los problemas (y el que más nos afecta) es la polinización. Un dato: el 80 % de las frutas y verduras que consumimos proceden de especies que necesitan de la polinización de los insectos.

“Estamos acostumbrados a ir al supermercado y comprar almendras, calabacines, melones, tomates o fresas sin más esfuerzo, pero para eso los polinizadores han tenido que hacer su magia”, explica la veterinaria apícola Lola Moreno. En algunos países, como China, la falta de abejas y abejorros está obligando a polinizar los frutales de forma manual. Un trabajo que, según The New York Times, ya se paga a 19 dólares el jornal, pese a que cada trabajador poliniza entre cinco y 10 árboles cada día. Pero ese no es el único servicio que los insectos nos prestan. “También se encargan, por ejemplo, de degradar el suelo y fragmentarlo en partículas más accesibles para las plantas”, explica la entomóloga Concepción Ornosa. Aunque existen muchos menos estudios y datos sobre los insectos que viven en el suelo y el subsuelo, como las hormigas o los grillos, los expertos creen que no hay razones para pensar que esta crisis no les afecte también a ellos.

Además, todo es susceptible de empeorar. En su estudio, Sanchéz Bayo advertía de que si la tendencia continúa, el escenario será aún más catastrófico. Es decir, un mundo sin insectos en apenas 100 años. “Me resisto a hablar de apocalipsis. Un planeta sin insectos es impensable –dice Concepción Ornosa–. Lo que sí puede ocurrir es que determinadas especies, que son más plásticas y generalistas, colonicen los lugares en los que vivían aquellas que desaparecieron. Pero hay que ser conscientes de que sin insectos, la mayor parte de las plantas desaparecería”. Sánchez Bayo lo describe de una manera aún más gráfica: “Un mundo sin insectos también sería un mundo sin flores y sin el cantar de los pájaros, sin los coros de ranas, grillos y cigarras. Un mundo silencioso”.

Según los expertos, la crisis se puede atajar restaurando los hábitats y dejando zonas de vegetación autóctona alrededor de los cultivos. Y, sobre todo, reduciendo los pesticidas y apostando por la agricultura ecológica. “Y cualquiera puede poner una maceta en su terraza o en su balcón con flores que atraigan a los polinizadores”, apunta Concepción Ornosa.

Curiosamente, los insectos se han convertido en la última tendencia gastronómica. En 2018 la UE autorizó su venta como producto alimentario. A Sanchéz Bayo la paradoja le resulta “grotesca”. “Queremos comer insectos criados en laboratorios mientras eliminamos a los que viven en el campo. Un poco de cordura, por favor”, reclama.



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