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sábado, enero 11

Siete siglos despúes

(Extraído de la columna de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 1 de diciembre de 2019)

[...] Precedente interesante lo suministra una formación política tan compleja (‘composite monarchy’, según John Elliott) como la Corona de Aragón, de cuyas pretendidas hijuelas modernas (‘els Països Catalans’) ha sido excluido radicalmente Aragón, el reino fundacional, por criterios etnicistas, típicos del nacionalismo catalán nacido en el siglo XIX.

La Corona de Aragón fue, entre otras cosas, una unión dinástica de reinos y principados heterogéneos (Cataluña, Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña, Sicilia, Nápoles, Rosellón, Cerdaña y otros), vinculados por compartir un mismo soberano de la Casa de Aragón. Este hecho por sí solo no explica que la Corona sobreviviera unida durante tantos siglos. Hay causas más profundas. Una de ellas es de carácter jurídico.

Jaime II, no en vano llamado el Justo, promulgó un estatuto de importancia excepcional. El rey -y sus juristas-, apoyado en el Evangelio (Mateo 12, 25; Lucas, 11.17) y sabedor de que "todo reino dividido contra sí mismo será destruido", dispuso que sus estados hispanos permaneciesen unidos e indivisos, "porque la fuerza unida de muchos sea más capaz de defender la justicia (...) y la cosa pública se preserve". Habían existido intentos de separar los reinos de Aragón y Valencia y el condado de Barcelona, a la vez que se manifestaban entre estos, de vez en cuando, tendencias centrífugas. Con superior visión, Jaime disponía que los reinos de Aragón, Valencia y el condado de Barcelona, con sus derechos en el reino de Mallorca, en los condados de Rosellón y Cerdaña, y otros territorios, permanecieran perpetuamente unidos sin que pudieran ser separados por ninguna causa ni bajo ninguna excusa. Sus sucesores, empezando por su hijo (Alfonso IV), jurarían respetar este estatuto y se tendría por nula cualquier disposición en contra. Se entregaron ejemplares de la norma a los concejos de Zaragoza, Valencia y Barcelona, como cabezas de Aragón, Valencia y principado de Cataluña. El núcleo de la Corona adquiría así entidad política sustantiva e irrevocable, por encima incluso de la voluntad del monarca. "Ordinamus quod regna nostra Aragonum et Valentie ac Comitatus Barchinone (...) sint et maneant perpetuo unita, et in unum ac sub uno solo dominio atque domino perseverent". No es menester traducir este latín, deficiente, pero claro, escrito en 1319. Precisamente el 14 de diciembre: este mes hace siete siglos de ese afianzamiento en la unidad de algunas de sus partes, experiencia que resultó afortunada. Hoy, en cambio, está el Gobierno de España caminando en sentido opuesto, de modo tal que una parte mínima de los electores (9,57%) está a punto de imponer su voluntad al resto de los ciudadanos. Mal.

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