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viernes, julio 24

‘Hispanic Society’ II: el extranjero a quien más debe España


(Un artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo del 21 de abril de 2017)

Itálica (Sevilla), 25 de abril de 1898. La guerra entre España y EEUU interrumpe las excavaciones de Huntington.

La guerra hispano-estadounidense fue algo más que una guerra perdida, fue “el Desastre del 98”, el final del sueño de una grandeza evaporada en realidad tiempo atrás. Cuando Estados Unidos nos arrebató fácilmente Cuba y Filipinas, España dejó de ser oficialmente una potencia mundial y entró en una profunda depresión, reflejada en la melancolía de la Generación del 98.

La lengua castellana incorporó una frase hecha para consolarse ante una pérdida: “Más se perdió en Cuba”. En el inventario de esas pérdidas hay una que quizá parezca menor aunque supuso un doloroso trance para quien la sufrió, un joven arqueólogo norteamericano que había puesto todo su entusiasmo en las excavaciones que financiaba y dirigía personalmente en las ruinas de Itálica, en Sevilla, entregando sus hallazgos al Museo Arqueológico Municipal. Era Archer M. Huntington, que vio así interrumpido su tercer viaje a nuestro país, y amenazada la misión que se había impuesto, dar a conocer “el alma de España” en Estados Unidos.

La primera visita de Huntington a España fue en 1892. Tenía 22 años y resultó una catarsis, entró en comunión con sus gentes, con sus paisajes, con sus mitos. La figura de Rodrigo Díaz de Vivar se apoderó de él penetrándolo como un íncubo, recorrió la Ruta del Cid y decidió hacer “la mejor traducción” del Cantar de Mío Cid, para lo que incluso aprendió el árabe, pues consideraba que era imprescindible para entender bien el castellano del siglo XI. Su edición, plena de notas, es en efecto la mejor versión inglesa del Cantar y le valdría el master of arts honorífico en Yale y Harvard.

Pese a esa especie de mal de Stendhal, su viaje iniciático no tenía nada que ver con el Grand Tour de los jóvenes nobles ingleses del XVIII para adquirir un barniz de cultura humanista, ni con la búsqueda del pintoresquismo de los viajeros románticos. Su preparación era excepcional, había aprendido perfectamente el castellano, había estudiado la literatura, el arte y la historia de España, poseía ya una notable biblioteca de libros sobre estos temas y tenía un plan de trabajo. Su forma de viaje fue muy pegada al terruño, al monasterio de Yuste, lugar de retiro de Carlos V, llegó a lomos de mula, y la Ruta del Cid de Burgos a Valencia la hizo en una pequeña tartana, como si fuese un chamarilero ambulante. También incluyó en sus periplos el norte de España, huyendo del tópico extranjero que solo veía la España de pandereta de Andalucía o, como mucho, la austera Castilla del Cid.

Sus viajes por la península ibérica le dieron una visión directa del arte español que ya conocía académicamente, pero también de la artesanía popular, lo que le permitió diseñar cuidadosamente su “Museo Español” hasta convertirlo en lo que es la Hispanic Society, el mejor compendio de la cultura española que existe fuera de España.

Huntington procuró siempre conocer a la gente del pueblo, que consideraba especímenes puros de la honrada raza española, incluso dirigió personalmente una cuadrilla de 43 trabajadores para excavar las ruinas de Itálica, pero de otro lado, gracias a su condición social, tuvo acceso a lo más selecto de la intelectualidad y el mundo artístico español[…].

Allí conviven dos extremos, conservador y progresista, del pensamiento español, Menéndez Pelayo y Gumersindo de Azcárate, las glorias literarias de Blasco Ibáñez y Pérez Galdós, Echegaray y Pío Baroja, el inventor Torres Quevedo, el filósofo Unamuno o los poetas Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, además de autorretratos de los grandes pintores de principios de siglo, empezando por Sorolla y Zuloaga. A estos dos les organizó Huntington exposiciones en Nueva York que les abrieron el mercado americano, aunque también se dice que a Sorolla lo mató Huntington, porque, como Felipe IV a Rubens, le exigía más y más cuadros.

Pero “la persona que gozó, entre los españoles, de la máxima intimidad, confianza y cariño del mecenas americano” fue el marqués de la Vega-Inclán, según afirmaba otro de sus amigos ilustres, el doctor Marañón. Desde su situación de noble y mecenas con acceso al rey, Vega-Inclán fue el valedor de Huntington ante Alfonso XIII, que le otorgaría las órdenes de Carlos III, Alfonso X el Sabio e Isabel la Católica, entre otras.

La Casa del Rey era reticente frente al multimillonario americano que estaba llevándose a Nueva York valiosísimos libros, aunque Huntington aplicaría en general el principio de no esquilmar el patrimonio español, sino de rescatar en el mercado internacional piezas españolas ya perdidas y, en cierto modo, devolverlas a nuestro acerbo cultural mediante su “Museo Español”. Huntington compensó haberse llevado la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, joya de la bibliofilia española, editando 50 costosos facsímiles de sus piezas más emblemáticas para ponerlas al alcance de los estudiosos. También prestó mucho apoyo a algunos proyectos emblemáticos de Vega-Inclán, como la reconstrucción de la Casa de Cervantes en Valladolid y la del Greco en Toledo.

Reconocimientos

Pero el fruto más importante de la relación entre Vega-Inclán y Huntington fue la recomposición de las relaciones diplomáticas entre Madrid y Washington, bajo mínimos tras la Guerra de Cuba. En 1912 Huntington ayudó a Vega-Inclán a organizar un periplo por las antiguas misiones españolas de California que sirvió para descubrir a los norteamericanos las raíces hispánicas de su país. No solo constituyó un éxito de imagen para España, fue además la ocasión para que Huntington urdiese un encuentro en la Hispanic Society entre el noble español y el presidente de Estados Unidos, William Taft, y también para que Vega-Inclán se reuniese con el rector de la Universidad de Princeton, Woodrow Wilson, que el año siguiente ocuparía la Casa Blanca e inmediatamente restablecería las embajadas entre ambos países.

Nuestras más altas instituciones culturales reconocieron los méritos del hispanista de Nueva York, que fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Madrid, y académico correspondiente de la Real Academia Española, la de la Historia y la de Bellas Artes. Pero quizá el mejor título español de Archer M. Huntington es lo que de él dijo el director del Museo del Prado en la época, Sánchez Cantón: “Es el extranjero a quien más debe España”.

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