‘Hispanic Society’ II: el extranjero a quien más debe España
(Un artículo de Luis Reyes en la
revista Tiempo del 21 de abril de 2017)
Itálica (Sevilla), 25 de abril de
1898. La guerra entre España y EEUU interrumpe las excavaciones de Huntington.
La guerra
hispano-estadounidense fue algo más que una guerra perdida, fue “el Desastre
del 98”, el final del sueño de una grandeza evaporada en realidad tiempo atrás.
Cuando Estados Unidos nos arrebató fácilmente Cuba y Filipinas, España dejó de
ser oficialmente una potencia mundial y entró en una profunda depresión,
reflejada en la melancolía de la Generación del 98.
La lengua
castellana incorporó una frase hecha para consolarse ante una pérdida: “Más se
perdió en Cuba”. En el inventario de esas pérdidas hay una que quizá parezca
menor aunque supuso un doloroso trance para quien la sufrió, un joven
arqueólogo norteamericano que había puesto todo su entusiasmo en las excavaciones
que financiaba y dirigía personalmente en las ruinas de Itálica, en Sevilla,
entregando sus hallazgos al Museo Arqueológico Municipal. Era Archer M.
Huntington, que vio así interrumpido su tercer viaje a nuestro país, y
amenazada la misión que se había impuesto, dar a conocer “el alma de España” en
Estados Unidos.
La primera
visita de Huntington a España fue en 1892. Tenía 22 años y resultó una
catarsis, entró en comunión con sus gentes, con sus paisajes, con sus mitos. La
figura de Rodrigo Díaz de Vivar se apoderó de él penetrándolo como un íncubo,
recorrió la Ruta del Cid y decidió hacer “la mejor traducción” del Cantar de
Mío Cid, para lo que incluso aprendió el árabe, pues consideraba que era
imprescindible para entender bien el castellano del siglo XI. Su edición, plena
de notas, es en efecto la mejor versión inglesa del Cantar y le valdría
el master of arts honorífico en Yale y Harvard.
Pese a esa
especie de mal de Stendhal, su viaje iniciático no tenía nada que ver con el Grand
Tour de los jóvenes nobles ingleses del XVIII para adquirir un barniz de
cultura humanista, ni con la búsqueda del pintoresquismo de los viajeros
románticos. Su preparación era excepcional, había aprendido perfectamente el
castellano, había estudiado la literatura, el arte y la historia de España,
poseía ya una notable biblioteca de libros sobre estos temas y tenía un plan de
trabajo. Su forma de viaje fue muy pegada al terruño, al monasterio de Yuste,
lugar de retiro de Carlos V, llegó a lomos de mula, y la Ruta del Cid de Burgos
a Valencia la hizo en una pequeña tartana, como si fuese un chamarilero
ambulante. También incluyó en sus periplos el norte de España, huyendo del
tópico extranjero que solo veía la España de pandereta de Andalucía o, como
mucho, la austera Castilla del Cid.
Sus viajes por
la península ibérica le dieron una visión directa del arte español que ya
conocía académicamente, pero también de la artesanía popular, lo que le
permitió diseñar cuidadosamente su “Museo Español” hasta convertirlo en lo que
es la Hispanic Society, el mejor compendio de la cultura española que existe
fuera de España.
Huntington
procuró siempre conocer a la gente del pueblo, que consideraba especímenes
puros de la honrada raza española, incluso dirigió personalmente una cuadrilla
de 43 trabajadores para excavar las ruinas de Itálica, pero de otro lado,
gracias a su condición social, tuvo acceso a lo más selecto de la
intelectualidad y el mundo artístico español[…].
Allí conviven
dos extremos, conservador y progresista, del pensamiento español, Menéndez
Pelayo y Gumersindo de Azcárate, las glorias literarias de Blasco Ibáñez y
Pérez Galdós, Echegaray y Pío Baroja, el inventor Torres Quevedo, el filósofo
Unamuno o los poetas Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, además de
autorretratos de los grandes pintores de principios de siglo, empezando por
Sorolla y Zuloaga. A estos dos les organizó Huntington exposiciones en Nueva
York que les abrieron el mercado americano, aunque también se dice que a
Sorolla lo mató Huntington, porque, como Felipe IV a Rubens, le exigía más y
más cuadros.
Pero “la
persona que gozó, entre los españoles, de la máxima intimidad, confianza y
cariño del mecenas americano” fue el marqués de la Vega-Inclán, según afirmaba
otro de sus amigos ilustres, el doctor Marañón. Desde su situación de noble y
mecenas con acceso al rey, Vega-Inclán fue el valedor de Huntington ante
Alfonso XIII, que le otorgaría las órdenes de Carlos III, Alfonso X el Sabio e
Isabel la Católica, entre otras.
La Casa del Rey
era reticente frente al multimillonario americano que estaba llevándose a Nueva
York valiosísimos libros, aunque Huntington aplicaría en general el principio
de no esquilmar el patrimonio español, sino de rescatar en el mercado
internacional piezas españolas ya perdidas y, en cierto modo, devolverlas a
nuestro acerbo cultural mediante su “Museo Español”. Huntington compensó
haberse llevado la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, joya de
la bibliofilia española, editando 50 costosos facsímiles de sus piezas más
emblemáticas para ponerlas al alcance de los estudiosos. También prestó mucho
apoyo a algunos proyectos emblemáticos de Vega-Inclán, como la reconstrucción
de la Casa de Cervantes en Valladolid y la del Greco en Toledo.
Reconocimientos
Pero el fruto
más importante de la relación entre Vega-Inclán y Huntington fue la
recomposición de las relaciones diplomáticas entre Madrid y Washington, bajo
mínimos tras la Guerra de Cuba. En 1912 Huntington ayudó a Vega-Inclán a
organizar un periplo por las antiguas misiones españolas de California que
sirvió para descubrir a los norteamericanos las raíces hispánicas de su país.
No solo constituyó un éxito de imagen para España, fue además la ocasión para
que Huntington urdiese un encuentro en la Hispanic Society entre el noble
español y el presidente de Estados Unidos, William Taft, y también para que
Vega-Inclán se reuniese con el rector de la Universidad de Princeton, Woodrow
Wilson, que el año siguiente ocuparía la Casa Blanca e inmediatamente restablecería
las embajadas entre ambos países.
Nuestras más
altas instituciones culturales reconocieron los méritos del hispanista de Nueva
York, que fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Madrid, y
académico correspondiente de la Real Academia Española, la de la Historia y la
de Bellas Artes. Pero quizá el mejor título español de Archer M. Huntington es
lo que de él dijo el director del Museo del Prado en la época, Sánchez Cantón:
“Es el extranjero a quien más debe España”.
Etiquetas: Grandes personajes, Pintura y otras bellas artes
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