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miércoles, julio 22

Adiós a Lorenzo, el Magnífico


(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 6 de junio de 2008)

Fue una figura fundamental del Renacimiento, humanista de múltiples saberes y príncipe habilísimo. Su muerte fue una catástrofe política para Italia.

Cuando sintió la muerte cercana quiso esperarla en la Villa de Careggi, donde había acogido bajo su protección la nueva Academia Platónica, aquel jardín del saber que, desde Florencia, había sido centro de dirección intelectual del humanismo renacentista. 

Atormentado por los dolores de la gota, Lorenzo de Medici, llamado el Magnífico, fue trasladado desde su gran palacio de Vía Larga a la sobria casa campestre, donde le recibió el gran Marsilio Ficino, el pater familiae platonicae (padre de la familia platónica), su viejo maestro de filosofía y director de la Academia. 

Una docta asamblea le iba a hacer compañía en su último viaje, pues allí se reunieron los humanistas y sabios Poliziano, Landino, Pulci, Matteo Franco, Gentile Becchi o Picco della Mirandola, el que había desafiado al Papa. Incluso su enemigo, el fraile Savonarola, que enseguida iba a derrocar a los Medici y tomar el poder en Florencia, acudió a rendir homenaje al hombre a quien había acusado de tirano, pero que había sido “el más agradable de los tiranos”, en palabras de Guicciardini.

También le acompañaba en la agonía su familia, a la que Lorenzo había llevado a la cúspide, haciendo que las dinastías reales europeas la acogieran como una de las suyas. Entre sus hijos y sobrinos había dos futuros soberanos de la Iglesia, León X y Clemente VII, los papas Medici con los que Roma iba a alcanzar el mayor esplendor y la mayor depravación del Renacimiento.

Un primaveral 9 de abril, sabiendo que era su último día, pidió que le leyeran la Pasión de Cristo. Ya no tenía fuerzas para hablar, pero seguía la recitación con el movimiento de los labios; esperó a que se terminara la lectura, besó el crucifijo y falleció. Su médico personal, Piero Leoni, desesperado por no haber podido salvarle la vida, se suicidó arrojándose a un pozo, y el Papa Inocencio VIII, cuando conoció la muerte de Lorenzo, dijo: “¡Se ha perdido la paz de Italia!”.

Hombre del Renacimiento

Lorenzo de Medici tenía sólo 43 años. Hoy nos parece monstruoso morir a esa edad, pero en aquella época la cuarentena era el umbral de la vejez. En todo caso, pocas existencias más plenas pueden lograrse que aquellos 43 años de el Magnífico.

Había tenido una educación exquisita con los mejores cerebros de su tiempo. Becchi le hizo dominar el latín, mientras que su maestro de poesía, Landino, le descubrió las bellezas de la lengua vulgar, convirtiéndose en un buen escritor y poeta. El griego Argyropoulos y luego Ficino le enseñaron filosofía, el músico Squarcialupi le abrió el camino de este arte, pues cantaba y tocaba varios instrumentos con exquisito gusto, y el genial Alberti le dio lecciones de arte y arquitectura en vivo, mostrándole las maravillas de Roma.

Sólo tuvo un fallo su educación. Insólitamente, pues era de una familia de banqueros, no aprendió economía, y llevó a los Medici y a Florencia a la bancarrota. Pero incluso este fallo le hizo aún más magnífico, pues gastó el dinero en grandes fastos, en obras de arte, en festejos públicos. Al estilo de los emperadores romanos que daban panem et circensem (pan y circo), procuraba diversiones y prebendas para todos, lo que le hizo amado del pueblo, que a su paso gritaba: “¡Palle e pane!”, es decir, pelotas y pan, haciendo un triple juego de palabras con “pelotas”, que aludía a los juegos que organizaba, al escudo de los Medici, en el que figuraban ocho bolas, y a los atributos viriles de Lorenzo.

Porque Lorenzo “fue voluptuoso, sometido enteramente al poder de Venus”, según Maquiavelo. Y es que era capaz de dejarse arrebatar por amores platónicos y elevados, y de disfrutar intensamente del sexo con toda clase de mujeres. Un poeta y un seductor, y destacado en ambos campos, y también muy bailarín, cazador, amante del campo y de la corte, deportista y aficionado a la buena mesa. Y un auténtico conocedor del arte de su tiempo.

Como cualquier noble de entonces, era también experto en las armas y las artes bélicas, pero prefería ejercitarlas en los torneos antes que en la guerra. Estaba convencido de que con la política y la diplomacia se lograban mejores resultados que con las batallas y, aplicando esta fórmula a la agitada y dividida Italia, logró establecer un equilibrio entre los Estados italianos, convirtiéndose en su árbitro. Por eso a su muerte lamentaba el Papa que se perdiera la paz.

Lorenzo el Magnífico fue, en resumen, un perfecto hombre del Renacimiento, y lo más parecido que ha habido al “rey filósofo” que buscaba Platón. Lo que no quiere decir que no fuese capaz de tremendas crueldades con sus enemigos; pero eso era algo asumido como normal en la época.

Fue enterrado en la iglesia familiar, llamada precisamente San Lorenzo, en el centro de Florencia. Su hijo Giovanni, al que poco antes de morir le había escrito una carta modélica recordándole sus deberes para la Iglesia (pues lo había hecho cardenal), para Florencia y para la familia Medici, se preocupó de que tuviera la más hermosa tumba de Italia, aunque tardó bastante.

Veintiocho años, para ser exactos. Giovanni era ya Papa León X y le encargó a Miguel Ángel que diseñara el mausoleo familiar que hoy se puede ver en la Sacristía de San Lorenzo, donde el artista se esmeró en hacer las más soberbias esculturas fúnebres de la Historia del Arte.

Morir como César

Lorenzo debía haber muerto a los 29 años. Un domingo de 1478, mientras oía misa con su hermano Giuliano en la catedral de Florencia, un nutrido grupo de conspiradores, incluido un cura, se echó sobre ellos y les apuñaló una y otra vez. Giuliano cayó con diecinueve heridas mortales, pero Lorenzo, aunque herido, logró escapar y esconderse en la sacristía. El atentado recuerda, en ejecución y razones, al asesinato colectivo de Julio César, pues los magnicidas invocaban el ideal republicano y la necesidad de eliminar al tirano. Y como en el caso de César, hubo una reacción popular que se saldó con la muerte horrible de muchos del partido conspirador.

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