Nixon, expulsión de un presidente
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 8 de
septiembre de 2017)
Washington, 8 de septiembre de 1974. El nuevo presidente
Ford indulta a Nixon, poniendo fin a la crisis del Watergate.
Las tragedias de la Historia, cuando se repiten, se
convierten en farsas, decía Marx. Los que tengan edad recordarán el dramatismo
del caso Watergate, el shock que provocó en la sociedad
americana, el asombro del mundo, que vio cómo el hombre más poderoso del
planeta, el presidente de Estados Unidos, podía ser apeado del poder por un
respetable periódico del establishment, el Washington Post.
Hoy todos esperamos el momento en que Trump sea
expulsado de la Casa Blanca como si fuera una película de buenos y malos de los
años 50. Sabemos que el malo irá cometiendo perversidades en un crescendo
cada vez más detestable, para al final pagarlas todas juntas.
Mirando los protagonistas también se pasa de la
tragedia a la astracanada. Nixon era patético en el sentido del personaje de
tragedia griega que no puede escapar del despiadado destino. Trump es un
botarate que parece diseñado por los hermanos Marx para hacerlo objeto de sus
mofas. Pero dejemos la farsa y vayamos a lo que ya es Historia: el drama del
presidente que esperaba ser comparable a Lincoln y en cambio tuvo que dimitir
para que no le echasen.
La peripecia vital de Richard Nixon parece una
encarnación del sueño americano en su primera parte, una ascensión desde muy
abajo hasta la más alta cúspide, la presidencia de los Estados Unidos. Y luego,
cuando ya está en la cumbre y no le falta más que pasar a la Historia, lo
estropea todo, rompe las reglas sacrosantas de la Constitución, o dicho en
clave clásica, desafía a los dioses como ciertos personajes de la mitología
cuya hibris lleva a la condenación.
Nixon había nacido en una modesta familia de la
California rural. Nunca fue un joven atractivo, no tenía la educación o el
carisma que abren todas las puertas, pero era inteligente, trabajador y tenaz.
Gracias a una beca pudo estudiar en un centro privado de postín, la Duke
University, y se graduó en Derecho con sobresaliente. Tras la Segunda Guerra
Mundial, en la que sirvió como oficial en puestos administrativos, tuvo su día
de suerte cuando leyó un anuncio en un periódico: el Partido Republicano
buscaba candidatos para las elecciones a representante por California en el
Congreso. Solamente en América podrían suceder cosas así, pero el caso es que a
los 33 años, sin previa carrera ni afiliación política, Richard Nixon se
convirtió en diputado republicano.
Nixon inició su carrera política utilizando los
recursos que poseía, triquiñuelas de abogado. Acusando de comunista a su
oponente demócrata en la elección, lo que era una falsedad, logró para su
campaña el imprescindible apoyo económico de… Chiang-Kay-Chek, el líder de la
China nacionalista, en guerra civil con los comunistas. Esos donativos
irregulares y las marrullerías electorales se convertirían en una marca
Nixon y le llevarían a la perdición, pero de momento había encontrado un
filón político, el anticomunismo, que sería cada vez más rentable en los años
sucesivos.
En las elecciones presidenciales de 1952 el Partido
Republicano, desesperado por 20 años de derrotas frente a los demócratas
Roosevelt y Truman, recurrió al indiscutible héroe de guerra americano, el
general Eisenhower. Ike (Vencedor), como apodaban al general, no
pertenecía al partido, incluso tenía fama de demasiado progresista, no tenía
experiencia política y era algo mayor, de modo que los estrategas electorales
buscaron un candidato a la vicepresidencia que compensara esos “defectos”: un
joven político, militante republicano y decididamente conservador.
De nuevo las circunstancias favorecieron a Nixon, su
ascenso al siguiente escalón político fue también fruto de la fortuna. Con 39
años su carrera estaba asegurada, Ike ganaría la elección y la
reelección, y luego su heredero, el vicepresidente Nixon –que había amarrado el
vínculo casando a su hija con el nieto de Eisenhower– partiría con ventaja para
las elecciones de 1960. Pero aquí cambió la suerte, porque Nixon se cruzó con
Kennedy y con su padre. Las elecciones fueron reñidísimas, Kennedy ganó por los
pelos, y Nixon quedó convencido de que el padre de Kennedy había utilizado sus
conexiones con la Mafia para amañarlas en un par de pequeños Estados que fueron
decisivos. Pero no impugnó los resultados, por sentido del Estado y porque él
mismo había hecho y haría trampas en las elecciones.
Triunfo y caída
La pérdida de la buena suerte de Nixon fue pasajera:
Kennedy fue asesinado; su heredero natural, su hermano Bob, fue asesinado; y
Johnson, quemado por la guerra de Vietnam, cayó en la depresión y no se
presentó a la reelección, lo que dio la presidencia a Nixon en 1968. Había
llegado a la cumbre, y se convirtió en un presidente de los que marcan época:
sacó a Estados Unidos de la guerra de Vietnam; reconoció a la China comunista,
el más importante cambio de la diplomacia mundial desde la Segunda Guerra
Mundial; inició la distensión con Rusia e impulsó la limitación de armas
nucleares; atajó la especulación del suelo, puso en marcha la política
medioambiental y terminó con la segregación racial en las escuelas del Sur.
Solo le quedaba pasar a los libros de Historia como
uno de los grandes presidentes, pero se dejó arrastrar por una pasión, el ansia
de ganar, que le convirtió en paranoico. Organizó un Comité para la Reelección
que le asegurase la victoria por medios ilícitos, una oficina dedicada a la
trampa y el delito electoral, que fue descubierta cuando estalló el caso
Watergate. Lo más sarcástico es que no necesitaba hacer trampas, ganó la
reelección con la mayor victoria electoral de la historia de EEUU, 47 millones
de votos frente a 29 de su oponente. Pero el Watergate siguió su camino
y la prensa y la Justicia fueron desnudando los delitos del presidente Nixon.
El 8 de agosto de 1974, ante la inminencia del impeachment (destitución por el Congreso) y la posibilidad de ir a la cárcel, se aseguró el indulto de su vicepresidente y sustituto, Gerald Ford, y firmó la dimisión del cargo. Su último servicio para la posteridad fue mostrarle el camino a Donald Trump.
Etiquetas: Grandes personajes, Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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