Historias de espías: Eddie Chapman, el ladrón, 'playboy' y espía que engañó a los nazis tres veces
(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 20 de julio de
2019)
Cayó en manos de los alemanes, los convenció de que su odio
al gobierno británico era sincero y consiguió que lo reclutaran como espía. Fue
un error que el III Reich pagó caro.
En la madrugada del 16 de diciembre de 1942, en plena Segunda
Guerra Mundial, un paracaidista saltó de un caza alemán Focke Wulf
cerca de Cambridge. Viajaba con identidad británica falsa, una carta auténtica
de su amante Betty y cuatro dientes de oro pagados por el Tercer Reich. Su
misión era destruir con explosivos la factoría que fabricaba el bombardero De
Havilland Mosquito para detener su producción. En vez de hacer eso, se entregó
a la policía británica y dio su verdadero nombre: Edward Chapman.
Los agentes comprobaron su identidad. No mentía. Resultó ser
un viejo conocido del crimen londinense, un ladrón profesional. Juraba haber
sido reclutado por el servicio secreto alemán, pero anteponía su «amor por la
patria» para contar todo lo que había aprendido de los nazis. En definitiva, se ofrecía como doble agente.
Eddie Chapman jamás quiso ser espía. En cambio, a este playboy de merendero se le daba
bien el robo de cajas fuertes, la seducción de mujeres casadas para
chantajearlas, usar alias ridículos, el timo en todas sus formas, la extorsión
violenta, volar cosas por los aires y malgastar todo el dinero conseguido
gracias a sus actividades criminales en farras alcohólicas sin fin. Pero hubo una cosa que desvió su trayectoria de
delincuente a héroe: la guerra.
En principio resulta difícil imaginar a Chapman, un príncipe
del submundo, como agente de inteligencia más allá de las líneas enemigas. Era
un vago que pasaba de la euforia a la depresión con facilidad, que no sabía
estar solo y que era incapaz de mantenerse mucho tiempo concentrado sin agredir
a nadie. Pero tenía buena memoria para los detalles, manejaba explosivos con maestría de
artificiero, abría cajas fuertes con los ojos cerrados y era
escurridizo como una pastilla de jabón en manos de un pianista.
Su historia delictiva, que le hacía pasar por la cárcel de
vez en cuando, dio un vuelco definitivo en la primavera de 1939, cuando propuso
a Betty Farmer pasar
unos días en la isla de Jersey, en pleno canal de La Mancha, y después saltar a
Francia. Lo que se proponía, en realidad, era huir de la
justicia británica y esa isla era el último territorio que tenía que pisar antes
de librarse de Scotland Yard.
La escena sucedió en el restaurante del hotel La Plage.
Chapman lucía un bigote a lo Errol Flynn y se hizo pasar por un hombre de la
industria del cine ante su nueva amante. Todo el mundo hablaba de la guerra que
estaba por llegar, pero a él sólo le preocupaba mantenerse libre. De pronto,
entraron en plano varios hombres con abrigos y sombreros preguntando al dueño
del local y mostrando su foto. Chapman besó a su amante, le prometió «regresar
siempre a su lado» y atravesó de un salto el cristal del ventanal que daba a la
playa.
Ya en la arena, tras una persecución a pie, la policía
detuvo al ladrón, que ingresó en prisión en la isla. Fue condenado a dos años
de cárcel en Jersey y otros ocho en Gran Bretaña por una incesante actividad
que lo convirtió en uno de
los delincuentes más buscados del país. Nunca cumpliría íntegra
su pena. Cuando los nazis invadieron Francia meses después (y las islas
británicas del canal), encontraron a Chapman en una celda junto a su amigo
Anthony Faramus, otro miembro de su banda. Chapman aseguró estar harto del
Gobierno de Londres, al que aseguraba odiar, y listo para trabajar como
informante para los alemanes.
Para su propia sorpresa, la táctica funcionó. La Gestapo
liberó a Chapman, le hizo participar en decenas de interrogatorios y decidió
que sí, que odiaba a la Pérfida Albión y era un activo muy valioso. En una casa
de La Bretonerie fue entrenado
como espía por un tal Doktor Graumann, el alias de Stephan von Grönning,
un simpático aristócrata alemán con el que Chapman hizo amistad desde el
principio. Lo bautizaron con el nombre en clave Fritzen.
Su primera misión, como cuenta el historiador Ben Macintyre,
fue el sabotaje de la fábrica de De Havilland con explosivos. Al revelarse a
los británicos como un falso espía alemán, el MI5 lo denominó con el nombre en
clave Zigzag y preparó una falsa
explosión en la factoría. El autor fue el mago Jasper Maskelyne, que sugirió cubrir los edificios con lonas pintadas para
crear la ilusión de que habían sido destruidos ante los aviones de
reconocimiento fotográfico alemán. Incluso publicaron la falsa
destrucción en un periódico. Así se ganó la confianza de Von Grönning y del
servicio secreto alemán.
Ante el supuesto éxito del espía, que le valió una Cruz de Hierro al valor concedida por el propio
Hitler, Chapman consiguió regresar a la Europa ocupada vía
Lisboa, donde se le asignó otra misión aún más relevante: comprobar dónde caían
las bombas volantes V-1 para ajustar el tiro desde las lanzaderas francesas.
De nuevo en contacto con los británicos, Chapman dio datos
erroneos a Berlín para que las bombas pasaran de largo, consiguiendo en muchos
casos salvar miles de vidas. A cambio
de sus servicios, el MI5 borró su historial delictivo y
permitió que se quedara la carretilla de dinero que le habían pagado los
alemanes.
Tras la guerra, trabajó como corresponsal honorífico del
mundo del crimen para The Sunday Telegraph.
En sus escritos trató de inculcar a los lectores la necesidad de que se
mantuvieran siempre alejados de tipos como él.
Código: Zigzag / Fritzen.
Organización: Abwehr (Alemania) / MI5 (R. Unido).
Tiempo de servicio: De 1941 a 1944.
Logros principales: Fingir la destrucción de fábricas
británicas de armamento y desviar los Objetivos reales de las bombas V-1 sobre
Londres.
Condecoraciones: Cruz británica de la Victoria / Cruz de
Hierro alemana.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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