Kihnu, la isla de las mujeres
(Un texto de Javier Guillenea en
el Heraldo de Aragón del 20 de octubre de 2019)
Kihnu, en Estonia, es un pequeño territorio
donde el poder es femenino. Ellas han preservado desde hace siglos una forma de
vida que está desapareciendo.
En Kihnu las mujeres bailan juntas. No se quedan plantadas hasta
que los hombres las inviten ni tampoco lo esperan, les da igual. Mientras los
varones hablan entre sí, ellas eligen pareja, se cogen de la cintura y
comienzan a girar con sus faldas de colores al ritmo de la música que
interpretan otras mujeres. Lo hacen porque siempre lo han hecho así, desde los
tiempos lejanos en los que los hombres de la isla partían a pescar y tardaban
meses en volver. Durante su ausencia, las que se quedaban en casa velaban por
la familia, trabajaban el campo, cuidaban del ganado y se encargaban de guardar
y transmitir su patrimonio cultural. Hace siglos tomaron el control y ya no lo
han soltado.
La isla estonia de Kihnu es la más grande del Golfo de Riga, en el
Mar Báltico. En sus escasos siete kilómetros de largo y 3,3 de ancho residen
unas 380 personas repartidas en cuatro pueblos: Lemsi, Linaküla, Rootsiküla y
Saareküla. Alrededor de 120 vecinos están jubilados y 75 de ellos tienen más de
setenta años. La escuela cuenta con menos de cuarenta alumnos y solo hay
treinta niños en edad preescolar. Es un pequeño trozo de tierra con una
población menguante que lucha por no disolverse en la historia.
Solo un puñado de hombres reside de forma permanente en Kihnu. Las
mujeres son el centro de la vida organizativa, social y cultural de la isla,
las protagonistas de una de las últimas sociedades matriarcales que quedan en
el mundo. En ausencia de los varones han llevado a cabo todos los trabajos
necesarios para sobrevivir, desde arreglar motores de tractores hasta oficiar
servicios en la iglesia cuando el sacerdote ortodoxo no estaba disponible.
La relativa lejanía y el escaso tamaño de la isla preservaron su
identidad durante la época de la URSS. Aunque el régimen soviético prohibió las
prácticas culturales regionales como hablar el idioma local, el kihnu kiel, las
mujeres se las arreglaron para seguir transmitiendo su patrimonio. Desde hace
años, la escuela de Kihnu imparte casi todas las asignaturas en el dialecto
isleño y los alumnos reciben clases de música tradicional.
El pequeño territorio ha perdurado como un mundo aparte en el que
las mujeres se trasladan de un lado a otro en ruidosas motos y mantienen
terrenos de cultivo comunales. Con ellas no tiene sentido gastar bromas sobre
quién lleva los pantalones porque es una prenda que nunca utilizan. Desde niñas
visten casi exclusivamente 'körts', unas faldas a rayas de lana tejida cuyos
colores van cambiando con la edad y la ocasión. Las que usan las jóvenes
tienden a ser de un rojo más brillante, durante los períodos de duelo son
negras y con el tiempo se introducen progresivamente líneas de azul antes de
regresar al rojo.
El aislamiento, el fuerte sentido de comunidad, el apego a los
antepasados y la vigilancia de las mujeres han permitido a los habitantes de la
isla mantener sus costumbres a salvo de todas las amenazas. Durante décadas las
innovaciones e influencias que los hombres traían de sus largos viajes habían
sido adoptadas e integradas sin problemas por la población femenina en la
cultura insular original, pero ahora han aparecido nuevos enemigos.
Uno de ellos tiene que ver con la pérdida de peso de la pesca, que
hace que los varones permanezcan más tiempo en casa. Algunos incluso se han
quedado permanentemente en sus hogares, lo que amenaza con alterar la
tranquilidad de las mujeres y cambiar por completo su estilo de vida. Este es
un inconveniente pero no el más grave, porque la mayor sombra que se cierne
sobre Kihnu es el descenso de su población.
Cambio de vida
Desde la década de 1990 la isla no ha dejado de perder habitantes.
Muchos de los jóvenes que se trasladan al continente para estudiar en la
universidad optan por no regresar y los que se quedan se ven obligados a
emigrar en busca de mejores oportunidades de trabajo. En casa permanecen los
mayores y quienes no se resignan a dejar que desaparezca un modo de vida que,
pese a todos los esfuerzos, ya ha comenzado a cambiar.
Los ingresos de la pesca han sido sustituidos por el dinero que
dejan los miles de turistas que desembarcan todos los años en Kihnu en busca de
tradiciones ancestrales y de mujeres con faldas de colores para sacarles
fotografías. En el colegio los niños han comenzado a dejar de hablar el
dialecto local y conversan en estonio mientras sus padres hacen planes para
irse. En verano volverán al pueblo para pasar las vacaciones y recordar los
viejos tiempos, que cada vez serán más viejos.
En Kihnu nació y pasó su infancia la cineasta y fotógrafa Meelika
Lehola, que en 2017 estrenó 'Nuestro hogar', un documental que, a través de la
voz de tres mujeres, muestra a una comunidad que se desvanece lentamente y la
determinación de sus protagonistas de quedarse «hasta el final». En 2003 la
Unesco declaró las tradiciones de la isla como una obra maestra del patrimonio
oral e inmaterial de la humanidad, razón de más para que sus vecinas cuiden de
sus costumbres y las muestren con orgullo a los visitantes.
Las mujeres siguen bailando y cantan en los festivales que organizan
en verano. Su música es antigua, de muchos siglos atrás. Siguen siendo las
guardianas, pero cada vez son menos. Meelika Lehola decidió hacer el documental
cuando se percató de que en el ferry en el que volvía al pueblo viajaban cada
vez menos personas. Sintió que Kihnu se volvía «más tranquila año tras año».
Que se estaba disolviendo.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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