Historias de espías: Richard Sorge, todo por Stalin pese a Stalin
(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 17 de agosto de
2019)
El mejor espía de la II Guerra Mundial supo antes que nadie
de los planes de Alemania y Japón en la URSS y en Pearl Harbor. Sin embargo,
Moscú desdeñó sus informes y lo dejó caer cuando fue apresado.
La II Guerra Mundial se ganó por aplastamiento militar, no por
revelar secretos del enemigo. Al principio, Alemania y Japón arrasan a los
demás con ejércitos superiores; después, los aliados contraatacan con un poder
industrial insuperable. El eje se queda sin recursos y aún así, alarga el
conflicto hasta la destrucción final. El espionaje, en este proceso bélico, es
casi irrelevante. La ruptura del código Enigma por parte de los británicos
marca la cima de esta guerra secreta, así como la desinformación que provoca la
red de engaño del agente Juan Pujol, alias Garbo. Sin embargo, otro espía
estuvo a punto de cambiar el destino de aquel apocalipsis. El problema es que
nadie le escuchó. Su nombre era Richard Sorge.
Sorge nació en
la actual Bakú de padre alemán y madre soviética. Esa
combinación marcaría su vida. A los dos años su familia se trasladó a Alemania,
donde aprendió el idioma y estudió ciencias políticas. Sirvió al Kaiser en la
Gran Guerra de 1914, ganó la cruz de hierro por su valor en combate, fue herido
y entonces, en un hospital de Berlín, fue consciente del coste real de la
guerra sobre la población civil. Como muchos jóvenes alemanes, incluidas las
enfermeras que lo cuidaban, vio en el socialismo una respuesta.
En 1924 comenzó su actividad como informante de la
Internacional Comunista en Fráncfort y se ganó a la inteligencia soviética.
Dejó su vida y se trasladó a Moscú, donde lo entrenaron como espía. Sus primeros trabajos los hizo en Reino Unido,
Escandinavia y en su país, Alemania. Su objetivo es que la
revolución bolchevique se extendiera más allá de los límites de la URSS. En
pocos años, esos jóvenes comunistas se disputarían las calles alemanas a palos
con los camisas pardas de la Sección de Asalto nazi. En ese momento
efervescente fue destinado a Shanghai para estudiar los movimientos del Imperio
Japonés.
En Shanghai se hizo pasar por periodista de la revista Soziologische Magazin y coleccionó
amantes que fueron sus mejores informantes, como la periodista Agnes Smedley o el reportero
Hotsumi Ozaki. Sorge vestía trajes de seda, era muy culto, tenía donde gentes y
no se perdía una fiesta en las casas de los diplomáticos. Así supo que Japón
invadiría China mucho antes de que sucediera. Sería la primera vez que Stalin
ignoraba sus informes, pese a las evidencias.
Ya con Hitler en el poder y su propio carnet del Partido
Nacionalsocialista (afiliado número 2.751.466) marchó a Japón, donde siguió con
su tapadera periodística, esta vez con la credencial del Frankfurter Zeitung, el periódico
más vendido de la época. Aparentando ser un nazi convencido, Sorge logró
introducirse en los círculos de la embajada del Reich y hacer amistad (sincera)
con Eugen Ott, agregado militar en Tokio, pero con
cuya mujer se acostó en secreto durante seis años mientras
mantenía una relación con la japonesa Hanako Ishii.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, su red de
informantes era tan fluida que tuvo antes que nadie en la URSS una información
clave, que hubiera cambiado el signo del conflicto. Alemania no sólo iba a
incumplir el pacto de no agresión con Moscú, sino que pensaba invadir la Unión
Soviética el 20 de junio de 1941, así que transmitió al Kremlin su informe.
Stalin se burló: «Cómo
voy a creer a un pervertido que organiza fábricas y burdeles en Japón».
El ataque alemán no fue el 20 de junio pero sí el 22. La URSS negó una y otra
vez la ofensiva incluso días después de haber comenzado. No es extraño: en los
años 30, la mejor red de espías por todo el mundo era la
soviética, pero la mayoría de sus agentes fueron purgados o
ignorados por Stalin.
Meses después, ya con los alemanes en las puertas de Moscú,
Stalin sí escuchó a Richard Sorge. Desde Tokio, valiéndose de nuevo de la
información que conseguía en la cama con sus amantes, aseguraba que los
japoneses no pensaban atacar a la URSS inmediatamente. Stalin movió entonces
varias divisiones de esquiadores siberianos que defendían Manchuria hasta las
afueras de Moscú. Las
patrullas de reconocimiento de la Wehrmacht ya atisbaban las cúpulas doradas
del Kremlin desde lejos, pero esas tropas de refresco,
adaptadas al frío, fueron capitales para mantener la capital rusa lejos de las
garras de Hitler y vencer a las tropas alemanas en una batalla decisiva.
No fue el último servicio que prestó a la URSS. Gracias a su
red supo que los japoneses atacarían Pearl Harbor
antes que Washington. El ataque fue una sorpresa para todos
menos para él, que acabó cayendo en una redada anticomunista en Tokio. Uno de
sus informantes, el pintor Miyagi, acabó confesando que Sorge era un agente
enemigo ante los torturadores de la Kempeitai, la Gestapo nipona. Los japoneses
le encarcelaron y propusieron hasta tres veces a los soviéticos intercambiarlo
por un prisionero japonés de gran valor. En las tres ocasiones Moscú se negó: «No conocemos a Richard Sorge».
Curiosamente, los que más hicieron por salvarle la vida de un fusilamiento
seguro fueron sus amigos de la embajada alemana, a los que había espiado
durante años. Fue ahorcado el 7 de noviembre de 1944. Hasta 1964 no fue
reconocido públicamente.
Nombre:
Richard Sorge.
Código:
Ramsay.
Organización: GRU(Inteligencia
militar de la Unión Soviética).
Tiempo de servicio: De
1924 a 1943
Logros: Avisó
a Moscú de la operación Barbarroja para invadir la URSS por parte del Tercer
Reich, pero Stalin no quiso escucharle.
Condecoraciones:
Cruz de Hierro y Héroe de la Unión Soviética.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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