Doblando el cabo de Hornos
(Extraído de un texto de Pascual Perea en el Heraldo de
Aragón del 18 de febrero de 2018)
En el
mamparo de proa del 'Juan Sebastián Elcano' campea un escudo de armas con el
globo terráqueo y un lema que reza: «Primus circumdedisti me» («Fuiste el
primero en circunnavegarme»), que el emperador Carlos V concedió al marino
vasco tras completar la vuelta al mundo en 1522. El buque escuela de la Armada
española, el tercero más grande y uno de los más antiguos que navegan por los
siete mares, es también el que más millas ha recorrido. Ha completado la vuelta
al orbe en diez ocasiones, pero nunca, en sus 90 años de vida, lo había hecho
siguiendo la estela del explorador de Guetaria, circunnavegando el orbe hacia
Poniente. Tampoco había doblado jamás el mítico cabo de Hornos, el agreste
promontorio que marca la unión entre los océanos Atlántico y Pacífico en el
extremo sur americano, un lugar de terrible y justificada
fama: es el mayor cementerio marino del mundo, donde han perdido la vida más de
diez mil navegantes a lo largo de cuatro siglos. […]
Si lo
consiguen, tanto el capitán Paz como los 188 oficiales, suboficiales, guardamarinas y marineros de su
tripulación gozarán de la prerrogativa de exhibir un aro de oro en la oreja
izquierda, un honor que la tradición náutica sólo concede a los auténticos
lobos de mar, y que garantizaba a los viejos marinos, si morían ahogados y sus cuerpos eran
recuperados, poder costearse un entierro. La misma tradición que les da derecho
a orinar a barlovento, aunque por razones prácticas rara vez ejercen.
Se
atribuye al temido corsario Francis Drake el dicho: «No es marino aquel que no cruza el cabo de
Hornos a vela». Incluso en verano y con el mar
apacible, este paso supone una dura prueba. A excepción de algunas islas
perdidas y del casquete antártico, es la tierra firme más meridional del
planeta, lo que obliga a los barcos a internarse hasta los 56 grados de latitud
Sur, más allá de los 'cuarenta bramadores' y en lo más
profundo de los 'cincuenta furiosos'. En esas latitudes las borrascas rotan
alrededor de la Tierra, de oeste a este, sin encontrar obstáculos que aplaquen
su furia; solo un mar salvaje en el que se encadenan los temporales como fichas
de dominó. Al aproximarse a la Patagonia, estos vientos se aceleran para
atravesar el embudo formado por la barrera de los Andes y la península Antártica,
al otro lado del Estrecho de Drake y a unas 450 millas de distancia. En Hornos,
además, el fondo marino asciende abruptamente desde los 4.000 metros de
profundidad a apenas 50, en uno de los mayores gradientes naturales del
planeta. Todo ello contribuye a generar un oleaje desordenado y con frecuencia
monstruoso, con crestas de hasta 30 metros, equivalentes a un edificio de diez
pisos. Es, según las estadísticas, el lugar más tormentoso del planeta, donde
los temporales se suceden a cortos intervalos. Y, por si fuera poco, en esas
frías aguas abundan los icebergs desgajados del continente helado, lo que
aumenta las posibilidades de naufragio.
Este
accidente geográfico debe su nombre a la ciudad de Hoorn, patria chica de los
holandeses Williem Schouten y Jacob Le Maire, quienes en 1615 decidieron
aventurarse al sur del Estrecho de Magallanes, que controlaba la Compañía
Neerlandesa de las Indias Orientales, para romper su monopolio del comercio con
las Islas de las Especias. Lo lograron el 26 de enero de 1616, después de
engañar a su atribulada tripulación y de perder uno de sus dos barcos. Desde
entonces, más de 800 buques han naufragado
ante estos farallones inaccesibles azotados por la espuma y pelados por el
viento. Como el navío de guerra español 'San Telmo', que en mayo de 1819 zarpó
desde el puerto de Cádiz hacia los mares del Sur y se hundió en aquellas aguas
con sus 632 tripulantes. Otros se salvaron a costa de admitir su derrota. El
destino del famoso 'Bounty' quedó sellado cuando, después de enfrentarse
durante semanas al viento y la mar formada de proa ante la isla de Hornos sin
poder remontarla, tuvo que renunciar a doblar el cabo y optar por dirigirse a
la Polinesia por Buena Esperanza, el Índico y el mar de Timor. Tardó diez meses
en llegar a Tahití y se vio obligado a esperar el
momento propicio para regresar, lo que sumió a la tripulación en la molicie y provocaría, a la postre, su amotinamiento. Un caso célebre
de tesón marinero lo ofreció la fragata alemana 'Susanna', que en 1905 tardó
100 días en cruzar el paso, a base de perder en cada singladura las pocas
millas penosamente arañadas en la anterior. Su bitácora registró 80 jornadas de
duro temporal y 6 de vientos huracanados.
SOLO FRENTE AL CABO.
Se hace difícil
imaginar que navegantes solitarios a bordo de frágiles cascarones se hayan
atrevido a aventurarse en este paraje desolador sólo habitado por los albatros,
esas aves en las que se reencarnan los marinos ahogados, según la leyenda. El
primero que lo hizo fue el argentino Vito Dumas en 1943. «He pagado barato mi
precio por tal osadía», se ufanaba tras su gesta, en la que solo se rompió la
nariz. El célebre Francis Chichester, el primer navegante que dio la vuelta al
mundo en solitario, repitió la hazaña 24 años más tarde, y la experiencia le
dejó huella. «Ni loco podrían arrastrarme de nuevo al cabo de Hornos y ese siniestro Océano Antártico en
un barco pequeño -escribió-. Esos vientos que aúllan y esas marejadas profundas son cosas del mundo de las
pesadillas. Tuve una sensación de completa impotencia ante el poder de las olas
que rugían sobre mí».
Etiquetas: Culturilla general, Sitios donde perderse
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