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domingo, julio 12

Doblando el cabo de Hornos


(Extraído de un texto de Pascual Perea en el Heraldo de Aragón del 18 de febrero de 2018)

En el mamparo de proa del 'Juan Sebastián Elcano' campea un escudo de armas con el globo terráqueo y un lema que reza: «Primus circumdedisti me» («Fuiste el primero en circunnavegarme»), que el emperador Carlos V concedió al marino vasco tras completar la vuelta al mundo en 1522. El buque escuela de la Armada española, el tercero más grande y uno de los más antiguos que navegan por los siete mares, es también el que más millas ha recorrido. Ha completado la vuelta al orbe en diez ocasiones, pero nunca, en sus 90 años de vida, lo había hecho siguiendo la estela del explorador de Guetaria, circunnavegando el orbe hacia Poniente. Tampoco había doblado jamás el mítico cabo de Hornos, el agreste promontorio que marca la unión entre los océanos Atlántico y Pacífico en el extremo sur americano, un lugar de terrible y justificada fama: es el mayor cementerio marino del mundo, donde han perdido la vida más de diez mil navegantes a lo largo de cuatro siglos. […]

Si lo consiguen, tanto el capitán Paz como los 188 oficiales, suboficiales, guardamarinas y marineros de su tripulación gozarán de la prerrogativa de exhibir un aro de oro en la oreja izquierda, un honor que la tradición náutica sólo concede a los auténticos lobos de mar, y que garantizaba a los viejos marinos, si morían ahogados y sus cuerpos eran recuperados, poder costearse un entierro. La misma tradición que les da derecho a orinar a barlovento, aunque por razones prácticas rara vez ejercen.

Se atribuye al temido corsario Francis Drake el dicho: «No es marino aquel que no cruza el cabo de Hornos a vela». Incluso en verano y con el mar apacible, este paso supone una dura prueba. A excepción de algunas islas perdidas y del casquete antártico, es la tierra firme más meridional del planeta, lo que obliga a los barcos a internarse hasta los 56 grados de latitud Sur, más allá de los 'cuarenta bramadores' y en lo más profundo de los 'cincuenta furiosos'. En esas latitudes las borrascas rotan alrededor de la Tierra, de oeste a este, sin encontrar obstáculos que aplaquen su furia; solo un mar salvaje en el que se encadenan los temporales como fichas de dominó. Al aproximarse a la Patagonia, estos vientos se aceleran para atravesar el embudo formado por la barrera de los Andes y la península Antártica, al otro lado del Estrecho de Drake y a unas 450 millas de distancia. En Hornos, además, el fondo marino asciende abruptamente desde los 4.000 metros de profundidad a apenas 50, en uno de los mayores gradientes naturales del planeta. Todo ello contribuye a generar un oleaje desordenado y con frecuencia monstruoso, con crestas de hasta 30 metros, equivalentes a un edificio de diez pisos. Es, según las estadísticas, el lugar más tormentoso del planeta, donde los temporales se suceden a cortos intervalos. Y, por si fuera poco, en esas frías aguas abundan los icebergs desgajados del continente helado, lo que aumenta las posibilidades de naufragio.

Este accidente geográfico debe su nombre a la ciudad de Hoorn, patria chica de los holandeses Williem Schouten y Jacob Le Maire, quienes en 1615 decidieron aventurarse al sur del Estrecho de Magallanes, que controlaba la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, para romper su monopolio del comercio con las Islas de las Especias. Lo lograron el 26 de enero de 1616, después de engañar a su atribulada tripulación y de perder uno de sus dos barcos. Desde entonces, más de 800 buques han naufragado ante estos farallones inaccesibles azotados por la espuma y pelados por el viento. Como el navío de guerra español 'San Telmo', que en mayo de 1819 zarpó desde el puerto de Cádiz hacia los mares del Sur y se hundió en aquellas aguas con sus 632 tripulantes. Otros se salvaron a costa de admitir su derrota. El destino del famoso 'Bounty' quedó sellado cuando, después de enfrentarse durante semanas al viento y la mar formada de proa ante la isla de Hornos sin poder remontarla, tuvo que renunciar a doblar el cabo y optar por dirigirse a la Polinesia por Buena Esperanza, el Índico y el mar de Timor. Tardó diez meses en llegar a Tahití y se vio obligado a esperar el momento propicio para regresar, lo que sumió a la tripulación en la molicie y provocaría, a la postre, su amotinamiento. Un caso célebre de tesón marinero lo ofreció la fragata alemana 'Susanna', que en 1905 tardó 100 días en cruzar el paso, a base de perder en cada singladura las pocas millas penosamente arañadas en la anterior. Su bitácora registró 80 jornadas de duro temporal y 6 de vientos huracanados.

SOLO FRENTE AL CABO. Se hace difícil imaginar que navegantes solitarios a bordo de frágiles cascarones se hayan atrevido a aventurarse en este paraje desolador sólo habitado por los albatros, esas aves en las que se reencarnan los marinos ahogados, según la leyenda. El primero que lo hizo fue el argentino Vito Dumas en 1943. «He pagado barato mi precio por tal osadía», se ufanaba tras su gesta, en la que solo se rompió la nariz. El célebre Francis Chichester, el primer navegante que dio la vuelta al mundo en solitario, repitió la hazaña 24 años más tarde, y la experiencia le dejó huella. «Ni loco podrían arrastrarme de nuevo al cabo de Hornos y ese siniestro Océano Antártico en un barco pequeño -escribió-. Esos vientos que aúllan y esas marejadas profundas son cosas del mundo de las pesadillas. Tuve una sensación de completa impotencia ante el poder de las olas que rugían sobre mí».

En tiempos recientes. Hornos se ha convertido en el último gran escollo de las regatas alrededor del mundo en solitario antes de poner proa al Atlántico y Europa. El navegante vasco Unai Basurko De Miguel lo cruzó por primera vez en febrero de 2007, participando en la Velux 5 Oceans. «Fueron días complicados. Vientos de componente sur, con rachas muy fuertes, superiores a 40/45 nudos -rememora-. Una mar enorme del oeste se cruzaba a la creada por el viento intenso del sur. Chubascos de agua y granizo, con muy poca visibilidad. El 18 por la tarde veo la isla de Diego Ramírez, y unas horas después cruzo la longitud del mítico cabo de Hornos. Pocas millas antes te sientes fuerte y algo excitado… parece que no llegas nunca. Cuando tu vista, pero sobre todo el GPS de a bordo, te confirma que ¡ya está!, un grito enorme sale desde lo más profundo. Un grito del trabajo bien hecho, de los sufrimientos, tensiones y alegrías de estar navegando por el Gran Sur en total soledad durante 35 días, de los mares y vientos que te han traído hasta aquí… pero sobre todo un recuerdo y agradecimiento para todas las personas que lo han hecho posible. Unas olas después, tan solo queda contemplarlo, e intentar grabar en lo más profundo el recuerdo».

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