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jueves, diciembre 24

Animales del portal

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 3 de diciembre de 2017)

Escribir 'asno' o 'burro' o ‘borrico' viene a ser equivalente, pues las tres palabras se refieren al mismo animal (en femenino: 'asna' o 'burra' o 'borrica’). Si el semoviente es joven, nada impide utilizar 'pollino' o ‘pollina'. El término ‘rucio' ya engloba a más cuadrúpedos, puesto que subraya el concepto de color (tirando a canoso). 'Mulo' (o ‘macho') o 'mula' (o 'acémila') es el resultante del cruce entre cualquiera de los anteriores con un caballo o una yegua. Para sacar nota consulte en el diccionario 'yeguato' y 'burdégano'. Y un recuerdo de lo ya sabido: si se castra al macho de la ‘vaca', o sea al 'toro', se convierte en 'buey'.

La tradición asegura que en Belén calentaron al Niño ¿un buey o una vaca? y ¿un burro, una burra, un mulo o una mula? De todo se ha escrito, ¡premio para quien me lo aclare antes de Navidad!

Ninguno de los cuatro evangelistas menciona animales, tal como recordó Benedicto XVI en su libro ‘La infancia de jesús' (2012). Pero el papa también anotaba que «la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna remitiéndose a Isaías 1, 3». El profeta indica en ese pasaje: «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende". O sea, que se desprende una lectura simbológica: «Así, el pesebre sería de algún modo el Arca de la Alianza en la que Dios, misteriosamente custodiado, está entre los hombres, y ante la cual ha llegado la hora del conocimiento de Dios para 'el buey y el asno', para la humanidad compuesta por judíos y gentiles».

Sí aparecen el buey y la mula en el evangelio apócrifo (no canónico) que se ha venido en llamar ‘Pseudomateo', redactado por una mano anónima en el siglo VII. Quién sabe si fue de ahí de donde San Francisco tomó la idea de colocar a estos animales en el primer belén de la historia, o sea en la representación en miniatura del nacimiento de Jesucristo que montó en la actual ciudad italiana de Greccio, en 1223.

Desde aquel siglo XIII han sido contados los belenistas que han arrinconado a estas simpáticas bestias, que también nos han saludado desde los cuadros, estampas y teatrillos que rememoran el santo Pesebre. Ni siquiera el concilio de Trento, en el siglo XVI, despistó la tradición, pese a su empeño en evitar todo detalle procedente de los evangelistas apócrifos.

Entre nosotros, la costumbre también viene de lejos: en 1487 los Reyes Católicos contemplaron en la Seo zaragozana una escenificación teatralizada y musical del nacimiento. El cabildo pagó 7 sueldos a un artesano para «hacer las testas del buey y del asno para el pesebre».

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