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domingo, febrero 21

Genuina ‘Merda d’artista’

 (Un artículo de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 19 de abril de 2015)

En 1961, salió al mercado del arte un extraño producto, que costaba exactamente su peso en oro: había que pagar treinta gramos del valioso metal a cambio de una lata que contenía otros tantos de una sustancia que se anunciaba, con una etiqueta en cuatro lenguas, como ‘Merda d’artista’, ‘Künstlerscheiße’, ‘Artist’s Shit’ y ‘Merde d’artiste’. Descripción que no aludía al autor, Piero Manzoni, sino al contenido del envase.

Las latas, de acero y circulares, medían 4.8 x 6.5 cm y garantizaban en su etiqueta treinta granos netos de sustancia, enlatada fresca y producida en el mes de mayo. En la actualidad, se pagan decenas de miles de euros por una y algunos se devanan los sesos preguntándose si será genuino lo de dentro. Pero abrir el envase desnaturaliza la obra, que pierde así su valor de mercado. Los rayos X no han dado resultados concluyentes. Más, aún: un amigo de Manzoni esperó a que este muriera para declarar que dentro de las latas solo había yeso. Sin más prueba que su palabra, la duda está en pie y alimenta el valor de mercado de la inspirada porquería. En 2007, en la afamada sala de subastas Sotheby’s, la lata de presunta caca de artista costaba ya 124.000 euros. Acaso porque la pareja de Manzoni, Nanda Vigo, aseguró que le había ayudado en su proceso artístico y que el contenido era genuinamente fecal. Hubo, incluso, una demanda judicial de un propietario de lata excrementicia contra un museo por exhibir la pieza (prestada) de forma que se habían producido pérdidas, por su exposición a temperatura demasiado elevada. (El tipo era un coleccionista llamado John Hunov; además, banquero: logró del museo una indemnización de 250.000 coronas, esto es, de unos 33.000 euros). Toda esta historia de la caca de Manzoni se entiende mejor si se conocen las andanzas de Yves Klein, que provocaban al artista lombardo.

El francés Yves Klein fue un artista (aproximadamente), nacido en Niza, que empezó a hacerse famoso por obras como cuadros que consistían en una superficie monocroma (inventó un penetrante ‘azul Klein’ por el que algunos se pirraban); sinfonías de una sola nota mantenida durante veinte minutos, seguida de un silencio de otro tanto; sueltas de globos (azules, claro está) en ciertas cantidades con algún atractivo simbólico (por ejemplo, 1.001); plasmación en sus cuadros, y en público, de improntas corporales de mujeres que se prestaban a ello; o actuaciones estrafalarias, como comprar ‘conceptualmente’ un espacio vacío de París con oro o tirar este metal al Sena. Podemos ahorrarnos aquí el nada parco discurso teórico sobre estas creaciones que le dieron fama mundial, y no se diga en su Francia natal, porque el sujeto interesa en cuanto que, en 1961, causó la mencionada reacción de Manzoni en forma de artísticas coprolatas. Esto es, que la costosa caca del italiano no se comprende separadamente de las apreciadas extravagancias del francés, frente a las que aquel lanzó su desafío defecatorio.

Una pelota de tres millones Otras cosas subastadas de interés (de interés para quien las adquiere, obviamente), son un vestido de Marilyn Monroe, que se vendió por más de millón y cuarto de dólares en 1999, un mechón de pelo de Elvis Presley, que llegó a 115.000 ya en el siglo XXI o la incomparable, indescriptible e inigualable pelota de béisbol con la que el insuperable e inmejorable Mark McGwire logró en 1998 la inolvidable e inmarcesible hazaña de coronar setenta carreras completas (‘home runs’) en la temporada de las Grandes Ligas norteamericanas. ¿Quién no pagaría los tres millones de dólares que abonó el comprador de tan inefable reliquia al año siguiente de la prodigiosa epopeya? Más cerca de aquí y de ahora, en febrero de 2011, la obra ‘Tres equis’ del mallorquín Miquel Barceló se vendió en Londres (por Christie’s) a un adquirente que pagó por ella 1,2 millones de libras (más o menos, millón y medio de euros). Cantidad que se quedó ridículamente enana cuando, solo cuatro meses después, otro cuadro del artista, titulado ‘Faena de muleta’, llegó a los 4,4 millones de euros en la misma sala de ventas. Como dijo una de sus responsables, el cuadro, pintado en 1990, posee «toda la intensidad y la potencia plástica de Barceló» e incluye «un remolino con una textura riquísima», a modo de «eco de lo que pasa en las corridas de toros». Vaya.

En Aragón se pagaron 2,5 por un raro y singular cuadro de Goya sobre el maltrato infantil en la escuela, para que pudiese exponerse en el Museo de Zaragoza, y aún andamos en discusiones inconcebibles y en sorprendentes pleitos sobre esta y otras compras parecidas –de las que habrá que volver a hablar con más detalle–, […]. Quizá merezcamos una buena y genuina ‘merda d’artista’, con la que se hubiera podido organizar el revuelo más justificadamente.

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