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domingo, febrero 28

.....Y el tiempo enloqueció

 (Un texto de Picos Laguna en el Heraldo de Aragón del 12 de abril de 2015)

Sucedió hace justo 200 años. La potente erupción en Indonesia del volcán Tambora, la más grande observada por el hombre, oscureció Europa y provocó hambre y sequías que padecimos en Aragón.

Tras Los Sitios, Zaragoza era un símbolo que aprovechó Fernando VII a su regreso del exilio (después de que se echara al intruso José Bonaparte) para pasar aquí la Semana Santa de 1814 invitado por Palafox, para después ir a Teruel y llegar a Valencia el 16 de abril, donde recobró sus derechos. Las casualidades de la Historia quisieron que mientras estaba en tierras aragonesas, en la otra punta del mundo, en Indonesia, el Monte Tambora, uno de los volcanes más importantes del planeta, produjera la erupción más devastadora de los últimos 750 años, que se llevó por delante la vida de al menos 60.000 personas, en su mayor parte víctimas de la hambruna. Los gases que expulsó eclipsaron la luz del sol, sepultando el siguiente verano (1816, el llamado ‘Año sin verano’) en buena parte del hemisferio Norte y arruinando las cosechas. El vulcanólogo norteamericano Stephen Self recuerda que miles de personas tuvieron que lanzarse incluso a comer gatos y ratas. La erupción fue de tal magnitud que los expertos la estiman en unos 1.000 megatones (Mt), "frente a Hiroshima que tuvo unos 0,015 Mt y la Gran zar, la bomba más potente del mundo, 50 Mt", explica el meteorólogo Francho Beltrán.

En España sufrimos como en el resto de Europa, pero apenas hay referencias porque Fernando VII, soberano absolutista, a quien sus súbditos consideraban sin escrúpulos, vengativo y traicionero, eliminó la prensa entre 1815 y 1820 para mantener su poder. Así que apenas sabemos qué pasó en los veranos de 1815 y 1816, cuando el tiempo se volvió loco. Cuando padecimos sequías, hambre, lluvias, nevadas y el frío reinó en invierno, pero también en primavera y en verano, y la pérdida de las cosechas significó la muerte. La Meteorología no estaba institucionada y el único periódico, La Gaceta, publicación oficial del Reino, solo informó sobre los desastres del tiempo en Europa. Podemos imaginar lo que se padeció en Aragón donde pasamos sequía y hambre; lluvias y bajas temperaturas que helaron los campos.

Hasta la estratosfera

La erupción del Tambora se escuchó a más de 2.500 kilómetros de distancia y la ceniza cayó a 600 kilómetros; originó un tsunami que azotó a numerosas islas en Indonesia; en el océano se formaron islas de lava, ceniza, material piroclástico, piedra pómez y se precipitaron fragmentos del cráter, afectando gravemente a la navegación durante años. La columna eruptiva llegó hasta la estratosfera. Las partículas más pesadas de ceniza cayeron de nuevo al suelo después de varias semanas, pero las finas permanecieron en la atmósfera incluso hasta años después. La erupción afectó gravemente al clima del mundo, que lo modificó durante tres años, registrándose descensos de temperatura, intensas tormentas de nieve en lugares cercanos al ecuador y lluvias torrenciales en los polos. El viento esparció estas partículas creando fenómenos ópticos. El color del cielo durante las puestas de sol aparecía naranja o rojo cerca del horizonte y violeta o rosa por encima. Un escenario que pintó William Turner, el mejor paisajista inglés del Romanticismo. Y los escritores Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley rememoraron el frío verano en Suiza donde se encontraban en obras como ‘Darkness’ (‘Oscuridad’, Byron) o ‘Frankenstein’ (Mary Shelley). Y Napoleón cayó derrotado en Waterloo por el ejército de Wellington, a pesar de triplicarle en número, vencido por el barro, el lodo y el frío cerca de Bruselas, un 17 de junio de 1815, cuando los efectos del Tambora apenas estaban comenzando.

En Francia se perdió toda la cosecha de vino; en Irlanda no dejó de llover y a esa humedad se atribuye la epidemia de tifus que vivió el país de 1816 a 1819. La mezcla de nieve con ceniza volcánica provocó la caída de nieve amarilla y marrón en Hungría e Italia. En Gran Bretaña se abolió el impuesto a las ganancias por la escasez de alimentos; en Suiza sufrieron tanta hambre que llegaron a comer musgo. La falta de alimentos subió el precio del grano. En Estados Unidos sufrieron cambios extremos de temperatura, pasando de 32ºC a -27ºC en el mismo día en la ciudad de Salem, Massachusetts. En China, el frío y las inundaciones destrozaron las cosechas y mataron a los búfalos de agua. En La India, las fuertes lluvias empeoraron la epidemia del cólera que sufrían y la extendieron hasta Moscú. El hambre había debilitado a la población, era más vulnerable a las enfermedades y el cólera se extendió durante años por toda Europa, dejando millones de muertos, llegando a España y a Aragón, donde se tiene constancia de que en 1834 comenzó en Torremocha y se extendió por el Jalón, Zaragoza y el Bajo Aragón.

En 2004, una expedición arqueológica norteamericana descubrió restos de lo que se conoce como la ‘Pompeya del Este’.

La Global Volcano Model y la Asociación Internacional de Vulcanología y de Química del Interior de la Tierra alertan de que hay un 33% de posibilidades de que suceda algo similar hoy, aunque según el meteorólogo Francho Beltrán, "hay que entenderlo en el contexto de una predicción estadística a largo plazo, pues sabemos por registros sedimentarios que periódicamente se producen erupciones volcánicas de grandes proporciones. Cuanto mayor es el plazo considerado, mayor es la magnitud esperable, igual que ocurre con los ‘periodos de retorno’ de eventos catastróficos como terremotos o grandes inundaciones".

Así que todo puede suceder porque la Tierra está viva y suele dar avisos de sus intenciones, a veces "unos días o unas semanas antes, incluso puede haber una actividad precursora años antes del evento (el Tambora lo hizo un año antes)", aunque, por el contario "ha habido casos en los que los primeros indicios se han detectado apenas unas horas antes de la erupción".

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