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jueves, marzo 25

Albi, patrimonio para los sentidos

(Un texto de Marta Garú Cisneros en el Heraldo de Aragón del 7 de junio de 2015)

El Tarn, región del sudoeste francés, depara al visitante toda una suerte de sorpresas históricas, culturales y gastronómicas dignas de conocerse.

París no quiso albergar las pinturas de Henry Tolouse-Lautrec (1864-1901) porque, a pesar de ser uno de los pocos pintores de la época que vendió obra en vida, la sociedad parisina no lo consideraba verdadero arte. Veinte años después de su muerte, su madre logró abrir el museo que lleva el nombre de su hijo en su ciudad natal, Albi, y en el imponente palacio-fortaleza de la Berbie, del siglo XIII. Más de mil piezas muestran no solo la obra del artista, sino lo que fue su vida bohemia, marcada por la amistad con pintores como Degas o Vang Gogh, su enfermedad congénita producto de la endogamia familiar, los excesos con el alcohol y la sífilis.

Pero Albi es mucho más que el lugar de nacimiento de Toulouse- Lautrec. Esta localidad francesa del departamento del Tarn en la región de Midi-Pyrénées que tanta frontera comparte con Aragón seduce al visitante nada más pisar sus calles empedradas. La también llamada Ciudad Episcopal, declarada patrimonio de la humanidad de la Unesco desde 2010, sorprende por su magnífica y original catedral, de estilo gótico meridional único, la más grande en el mundo levantada en ladrillo. Sus dimensiones se aplican a todo su conjunto: el órgano clásico más grande de Francia (3.549 tubos), el mayor juicio final del mundo (1474-1484) y cerca de 20.000 metros de pintura decorativa que la convierten en la más importante seo pintada de toda Europa. Ahora está siendo restaurada a costa de un millonario albigense que reside en Estados Unidos. Este antiguo lugar de asentamiento de los cátaros atrapa por su fuerza y, sobre todo, por su color. Sus barrios medievales, levantados en ladrillo rojo que ha resistido el paso del tiempo, dotan a la ciudad con tantos matices como quiere la luz del sol. En un solo día se puede ver desde un suave rosa al amanecer, pasando por un potente naranja para llegar al escarlata o rojo del atardecer. Pero también importa el azul, pues si Albi es lo que es se lo debe al comercio de la planta llamada pastel, de la que se extrae un tinte natural cuyo monopolio poseían los habitantes de la región en el siglo XV y que transportaban hasta Burdeos a través del Canal du Midi, otro patrimonio de la Unesco.

Cruzar el Pont-vieux, construido hace casi mil años sobre el río Tarn, y pasear por sus calles contagian el espíritu y la forma de vida feliz y amable de esta región del suroeste francés, considerada la despensa de Francia. Su gastronomía, con el pato y la oca omnipresentes, es envidiable.

La oferta es abundante en toda la ciudad pero nadie debería irse de Albi sin probar las creaciones del chef David Enjalran en su restaurante L’Esprit du Vin (el espíritu del vino), con una estrella Michelín. El joven cocinero, humilde y encantador, no tiene carta porque prefiere innovar constantemente. "Un chef libre da lo mejor de sí mismo", explica. Cada día va al mercado donde compra los productos naturales. Allí le espera todas las mañanas Yann Alisier, el panadero, que le escoge el pan en función del menú que va a preparar. El pato, los quesos, las verduras de temporada, los ajos rosas de Lautrec, los pescados... lo mejor lo incorpora a su cocina.

Como en toda la región del Tarn, no faltan los caldos del viñedo de Gaillac, uno de los más antiguos de Francia que han alcanzado fama mundial. Pero si alguno llama la atención es el espumoso Méthode ancestrale de Gaillac. Cuentan que cuando el monje Don Perignon estuvo trabajando en la zona se inspiró en su forma de elaborar el vino para inventar su método champenois. La diferencia del Gaillac con el suyo es que solo tiene una fermentación. En la coperativa de la Cave de Rabastens, una de las cuatro de la región, se puede probar ese y otros vinos que ostentan la denominación de origen desde 1938 en blancos y 1970 en tintos y rosados.

A las orillas del Tarn, está también Rabastens que, además de ser un pueblo vitícola, tiene un casco antiguo que es otra joya de estilo gótico meridional, en la que sobresale la iglesia de Notre-Dame du Bourg, en pleno Camino de Santiago y patrimonio de la Unesco.

Otra villa histórica de la región digna de visitar es Sòreze, donde la antigua abadía transformada en escuela real militar en tiempos de Luis XVI es ahora un espectacular hotel con unos alrededores naturales impresionantes para conocerlos en bici o andando. Allí se encuentran dos proezas técnicas de la ingenería civil, como la acequia de Pier-Paul Riquet o la bóveda-túnel de Vauban sobre el Canal du Midi, que comenzó a construirse en 1686 para que la acequia pudiera sortear una montaña de Les Cammazes.

Y no se puede salir de Sorèze sin probar el cassoulet, un típico guiso de pato y cerdo que Gigi sirve en su acogedor restaurante Le Tournesol, visitado desde todos los puntos de Francia.

www.tourisme-tarn.com

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