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viernes, marzo 26

De cómo Emily Dickinson se convirtió en fantasma

(Un texto de Antón Castro en el Heraldo del 30 de julio de 2016)

La gran poeta norteamericana, que apenas publicó ocho poemas en vida y que vivió recluida un cuarto de siglo, inspira una película de Terence Davies.

Emily Dickinson (1830-1886) es la gran poeta de Estados Unidos y una voz universal que ha dejado su impronta en multitud de escritores y que tejió, con un cañamazo de extrañeza, una existencia atípica que fue derivando, poco a poco, hacia el silencio y la ocultación. Nació y murió en Ahmrest, Massachussets, y, sin apenas salir de su localidad, compuso una obra lírica extraordinaria que buscaba la trascendencia y la afirmación; atendía a los grandes asuntos: el amor, la vida y la muerte, la inmortalidad y la naturaleza, la belleza y la poesía misma.

[…] una película sobre ella, ‘Una pasión tranquila', de Terence Davies, un director preciosista e intenso inclinado hacia el drama. Cynthia Nixon encarna a esa escritora que se convirtió en una «huésped de mí misma» y que dejó un laberinto de sombras a su paso: secretos de amor, una correspondencia copiosa y sincera, y muchas preguntas: ¿por qué no publicó apenas nada en vida, salvo ocho poemas de los 1.800 que redactó? ¿Qué relaciones estableció con los maestros y quizá amores, más o menos platónicos de su vida: el joven abogado Benjamin Franklin Newton, «mi hermoso amigo» y preceptor de lecturas, el reverendo Charles Wadsworth o su cómplice epistolar y futuro editor Thomas Wenworth Higginson?

Emily era hija del abogado, juez y congresista Edward Dickinson, que le dio una buena formación. Tuvo dos hermanos: Lavinia, ‘Vinnie’, que fue determinante en la recuperación de su poesía, y Austin, que se casó con Helen Huntington, su gran amiga y, según varios expertos, quizá amante: podría ser ella la destinataria de 300 poemas amorosos, y algunos sostienen que esta pasión fue recíproca. Vivieron en casas contiguas y tuvieron ese clima de cercanía y confidencialidad que abre la espiral de las conjeturas.

Emily Dickinson le restó importancia a su formación, pero leía en griego y latín, estudió solfeo y piano, más tarde alemán y se aficionó a la jardinería y la horticultura. Leyó a Ralph Waldo Emerson, que visitó su localidad en tres ocasiones, en 1865, y pernoctó en la casa de su hermano y su cuñada, y en 1872 y 1875, pero en ese instante Emily ya se había retirado. Si en otra época se había comportado con naturalidad: acudía la iglesia, frecuentaba a los vecinos a pesar de su tremenda timidez y hacía compras y recados, a partir de 1861, con 31 años, se transformó. Al parecer ya acumulaba dos decepciones amorosas -la citada de Newton, expulsado por su padre, que quizá fuera aquel «que me enseñó lo que era la inmortalidad», y la del presbítero Wadsworth-, y decidió vivir hacia dentro. Escribía poemas y cartas, leía, se volcaba con el jardín, y solo usó un atuendo blanco desde entonces. Esa actitud se resume en una frase: «No salgo de las tierras de mis padres». Otra enfatiza su elección: «El alma eligió su propia compañía y después cerró la puerta».

Su actitud alimentó algunos rumores, pero no pareció importarle: «Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera para molestar a nadie». A veces antiguos amigos venían a saludarla, pero ella no salía, como si estuviera concentrada en sus obsesiones: 'La Biblia', algunos libros de humor norteamericano, filosofía, la poesía de Keats, Lord Byron y William Wordsworth y la obra de Shakespeare, que leyó varias veces y fue muy importante para ella. Le pidió a un amigo que viajaba a Inglaterra: «Toca a Shakespeare por mí». También era una experta en constelaciones y estrellas.

Escribía todos los días, pero guardaba celosamente sus textos que tienen una atmósfera de belleza turbadora, con una extraña puntuación y una extraordinaria fuerza lírica, cósmica y filosófica. Era una mujer poseída por la palabra y la emoción, por la intensidad y el misterio, y por una inefable espiritualidad. Tuvo algunas dolencias en los últimos años, sufrió de la vista y en una de sus últimas cartas, escribió, como si anticipase el fin: «Me llaman». Falleció en 1886, a los 55 años. Su hermana encontró cuatro decenas de volúmenes encuadernados de poemas que hoy figuran al lado de los de Emerson, Poe, Walt Whitman, T. E. Eliot o John Ashbery.

En España hay bastantes traducciones de su obra. El zaragozano Juan Marqués prologó 'El viento comienza a mecer la hierba' (2012. Traducción de Enrique Gociolea, traductor de su obra completa en Amargord), una breve antología de Nórdica. En 2013, Visor publicaba su 'Poesía completa', que en 2016 ha dividido en tres volúmenes, traducidos por José Luis Rey. Uno de sus poemas más bellos y enigmáticos podría ser este, escrito al futuro: «Esta es mi carta al mundo / que nunca me escribió... / La sencilla noticia que la Naturaleza contó / con tierna majestad. / Su mensaje está puesto / en manos que no puedo ver. / Por amor de ella dulces paisanos  / juzgadme con ternura».

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