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miércoles, julio 21

De la Tierra a la Luna

 

(Un texto de Luis Alfonso Gámez en el Heraldo de Aragón del 21 de julio de 2019)

 

Hoy se cumplen 50 años desde que Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisaran el mar de la Tranquilidad del satélite.

Todo estaba ensayado. Desde el primer paso hasta el último; desde el despliegue de la bandera hasta la recogida de rocas lunares. Cuando hace 50 años Neil Armstrong y Buzz Aldrin aterrizaron tal día como ayer en el mar de la Tranquilidad -seis horas más tarde, ya en 21 de junio, pusieron el primer pie en el satélite-, sabían de memoria qué hacer y cómo hacerlo. Lo habían ensayado decenas de veces en varias instalaciones y parajes naturales que la NASA había utilizado desde 1963 para simular las condiciones que se encontrarían los primeros hombres en la Luna y las maniobras que tendrían que llevar a cabo con el módulo de mando y el lunar, del Columbia y el Águila.

La primera réplica del satélite se creó en 1963 en un barracón de la base militar de Ellington, en Houston (Texas). La llamada Habitación Lunar medía seis por doce metros. «En los primeros días del programa Apolo, nadie había pensado cómo mantener a los astronautas frescos dadas las altas temperaturas que podían esperarse en la superficie lunar durante el día (podían llegar a los 120º C). Por eso, el plan era aterrizar en la Luna durante la noche y trabajar bajo el brillo terrestre (la luz solar reflejada en la Tierra)», cuenta el geólogo William C. Phinney, exconservador asociado de muestras lunares de la NASA, en 'Science Training History of the Apollo Astronauts' (‘Historia del adiestramiento científico de los astronautas del Apolo', 2015).

«Los ingenieros -recuerda el científico- tenían problemas para hacerse una idea de cuán buena o cuán pobre sería realmente la luz en la Luna». Con el suelo de la Habitación Lunar cubierto de piedra pómez oscura procedente de los cráteres Mono-Inyo de California, «las paredes se pintaron de negro y la luz, de intensidad variable, se puso en una esquina de tal modo que el brillo pudiera ajustarse. Los astronautas y otros sujetos se metían en la habitación para determinar las condiciones de iluminación mínimas necesarias para realizar las tareas». Los techos de la estancia eran, sin embargo, demasiado bajos para simular la cambiante iluminación de la Luna, así que el escenario se trasladó a un hangar de tres pisos de altura.

Casi al mismo tiempo, en el recién inaugurado Centro de Vuelo Espacial Tripulado de la NASA -hoy Centro Espacial Lyndon B. Johnson y cercano a la base de Ellington-, se habilitaron al aire libre más de 8.000 metros cuadrados para que los astronautas probaran los guantes, las botas, los trajes espaciales y el instrumental científico, además de practicar el descenso y el ascenso al módulo lunar y otras tareas. «El objetivo era crear un paisaje que fuera un modelo a escala real de un área pequeña de la superficie lunar. Lo que podría ser un sitio típico de aterrizaje del Apolo», explica Phinney. La Pila de Rocas, como la llamaron, se diseñó en principio basándose en las fotos tomadas por telescopios terrestres y se actualizó constantemente entre 1964 y 1968 a partir de las imágenes enviadas por las sondas robot Ranger, Surveyor y Lunar Orbiter.

«Esperamos perfeccionar nuestra simulación hasta el punto de que los primeros astronautas en la Luna digan: ‘¡Vaya!, esto me recuerda a Houston…’», escribía el ingeniero aeroespacial Robert Gilruth, director del Centro de Vuelo Espacial Tripulado, en enero de 1965 en la revista 'National Geographic'. A principios de

1967, Mike McEwen, uno de los geólogos encargados de formar a las tripulaciones de la NASA, rediseñó la instalación a partir de las últimas fotos tomadas desde la órbita lunar. La Pila de Rocas pasó a tener 188 cráteres, con tamaños que oscilaban entre uno y veinte metros de diámetro, y se cubrió con escoria procedente de unos altos hornos. Dos años más tarde, en abril, Armstrong y Aldrin -que como otros astronautas habían recibido lecciones de geología y participado en prácticas de supervivencia- ensayaban en Houston, a puerta cerrada, el primer paseo lunar ante los encorbatados técnicos de la NASA.

Alunizaje accidentado

El 6 de mayo de 1968, el comandante del Apolo 11 sufrió un aparatoso accidente en la base de Ellington. Estaba a 60 metros de altura a los mandos de un simulador del módulo de aterrizaje, el Vehículo de Investigación del Aterrizaje Lunar (LLRV), cuando perdió el control de la nave y activó el asiento eyectable con el tiempo justo para salir disparado y que el paracaídas se abriera y frenara su caída. El vehículo se estrelló en llamas; Armstrong solo se mordió la lengua.

En los vuelos de prueba del LLRV, que tuvieron que superar todos los tripulantes del módulo lunar, debían bajar desde 90 metros y aterrizar de una pieza en menos de ocho minutos con un motor que soportaba cinco sextos del peso del vehículo para simular así el descenso a la Luna, donde la gravedad es una sexta parte que en la Tierra. No era fácil. «Sin alas, no podías planear y aterrizar si el motor principal o los propulsores fallaban. Y para entrenar correctamente un astronauta tenía que volar a altitudes de más de 150 metros. A esa altura un fallo podía ser mortal», recordaba años después Aldrin.

No todos los entrenamientos conllevaban tanto riesgo, aunque se tratara de prácticas de la vuelta a casa -con réplicas de la cápsula flotando en piscinas o en aguas del golfo de México- y del alunizaje. La NASA construyó entre 1963 y 1965 en Langley (Virginia) el Simulador de Excursión del Módulo lunar, como parte de la Instalación de Investigación para el Aterrizaje Lunar. El vehículo, una réplica del módulo lunar impulsada por cohetes y suspendida de cables de una estructura de 76 metros de altura y 122 de longitud, ayudaba a los astronautas a hacerse una idea de cómo podían ser los últimos 30 metros de descenso al satélite.

Una vez en el suelo, el Simulador de Paseos a Gravedad Reducida, con el sujeto colgado de cables y caminando sobre un plano inclinado 80,5° respecto a la horizontal, servía a los médicos de la NASA para ver las respuestas del cuerpo humano a la actividad en un mundo con bastante menos gravedad. Walter Cronkite, el periodista que el 22 de noviembre de 1963 había dado a los estadounidenses la noticia del asesinato de John E Kennedy, disfrutó de esta simulación de paseo lunar en agosto de 1968, 103 años después de que los primeros seres humanos visitaran el satélite, gracias a la imaginación de Julio Verne, en `De la Tierra a la Luna'.

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