Un vicio inconfesable
(De un artículo de Javier Fumero en El Confidencial del 14 de julio)
El libro de Zbigniew Herbert [...] cuenta la historia del joven marino holandés Jan Pieterszoon Coen. Era hijo de un pequeño mercader de Hoorn y tuvo como cometido la difícil tarea de inspeccionar las colonias de Java y las Malucas. Fue un personaje insignificante y banal, que apenas aparece en los anales de la historia, pero que llegó a gobernador de las Indias Orientales.Con el tiempo, se convirtió en un hombre duro, aguerrido y bregado en mil batallas. Se le atribuyen muertos sin cuento y una vida de disciplina y soledad. De hecho, según cuenta Herbert, sólo cultivaba una amistad, un afecto vergonzoso que mantenía convenientemente escondido a los ojos de los suyos.El insigne gobernador se escapaba por las noches, evitando a su equipo de escoltas, y recorría cubriendo su rostro la ciudad de Batavia, levantada siguiendo el modelo de Amsterdam (casas de tejados puntiagudos, canales, puentes y molinos, que en aquellas latitudes –por cierto- no servían para nada). En un sórdido edificio de esa población vivía el chino Souw Bing Kong, antiguo capitán de barco convertido, en aquella época, en un vil usurero. Coen y Souw hablaban a hurtadillas de contabilidad. Esa era la pasión inconfesable del gobernador holandés. Su amigo le descubría aquellas largas noches en vela los misterios de la manera china de llevar los registros de comercio mientras su apasionado discípulo le transmitía las excelencias de la contabilidad italiana. Al final de las jornadas de dura labor, el administrador de las colonias holandesas sentía un alivio, un consuelo, casi una felicidad física –cuenta Herbert- cuando miraba en las hojas blancas las dos columnas de cifras bajo los conceptos de ‘debe’ y ‘haber’ que, igual que las categorías éticas del bien y del mal, ponían orden en aquelconfuso y oscuro mundo.Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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