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martes, octubre 19

Una política disparatada

(Un artículo de Bjorn Lomborg, estadístico y director del Copenhagen Consensus Center, en el suplemento dominical de El Mundo. Para pensar un poquito sobre lo que creemos y lo que nos cuentan)

Los dirigentes europeos tienen trabajo más que de sobra. La crisis financiera ha obligado a varias naciones a tomar medidas para incentivar sus economías y la UE se enfrenta al riesgo de verse superada por economías que crecen a un ritmo más rápido y que producen con mayor eficacia y costes más bajos. Uno de los pocos elementos para sentirse orgullosos es que nuestros políticos siguen comprometidos para llevar la iniciativa mundial en la respuesta al recalentamiento del planeta. Desgraciadamente, sus decisiones en el campo de la política del cambio climático no resisten un examen serio.

Las investigaciones más recientes ponen de manifiesto que la política 20/20/20, por la que la UE quiere reducir en el 2020 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 20% respecto de los niveles de 1990 (y garantizar que hay un 20% de renovables en 2020), va a costar cientos de miles de millones, pero sólo va a producir unos beneficios ridículos. Sólo en España, los costes serán de más de 20.000 millones de euros al año por culpa de esta política profundamente equivocada.

Empleando los modelos más solventes, Richard Tol, un destacado economista experto en cambio climático, ha realizado un análisis de costes en relación con los beneficios tanto del objetivo europeo del 20/20/20 como de otro más exigente del 30%, defendido por la Comisión Europea.

Como Tol deja claro, cualquier plan de reducción de las emisiones de carbono a escala europea va a tener un efecto muy reducido por sí mismo en las emisiones y en las subidas de temperatura. Ése no es un argumento en contra del plan, pero sí una buena razón para asegurarse de que los números merezcan la pena.

La UE anunció recientemente que cumplir con su objetivo de emisiones costaría no más de 48.000 millones de euros al año, pero la cifra peca de un optimismo poco creíble. La media de los modelos económicos más solventes demuestra que, aun en el caso de que los políticos europeos hicieran exactamente lo que hay que hacer para mitigar las emisiones de carbono, alcanzar los objetivos propuestos tendría para los europeos un coste de 110.000 millones de euros al año como mínimo.

La realidad es que Europa no ha hecho más que empeorar su política del clima. La reducción de emisiones no se obtendrá con procedimientos más baratos, pero porque la UE ha introducido mucho papeleo burocrático de más, muchas complicaciones y muchas condiciones restrictivas, sobre todo con su insistencia en el objetivo de un 20% procedente de energías renovables.

Las fuentes verdes de energía, como la eólica o la solar, por populares que sean, siguen siendo más costosas que la sustitución del carbón por gas. Por ello, lo probable no es que el coste real de la política de la UE sea del orden de los 48.000 millones de euros o incluso de los 115.000 millones sino de 210.000 millones de euros al año. El coste para España va a ser de, por lo menos, 23.000 millones de euros al año.

Tol ha valorado los beneficios económicos netos de esta política mediante un cálculo de los perjuicios al medio ambiente que en conjunto nos permitiría evitar. A partir del cálculo admitido de que una tonelada de dióxido de carbono causa unos perjuicios de alrededor de siete dólares más o menos, ha llegado a la conclusión de que los beneficios totales de la política de la UE ascienden a tan sólo 7.000 millones de euros. En otras palabras, por cada euro que cuesta, es probable que la política de la UE no genere más que unos resultados de tres céntimos de euro.

Yo personalmente he sometido a simulación la política del 20/20/20 en lo que se conoce como el modelo RICE y he llegado a la conclusión de que, a finales de este siglo, esa política habrá rebajado la subida de la temperatura en sólo medio grado centígrado, aproximadamente, una reducción que quizás resulte excesivamente pequeña de medir.
Por menos de 10.000 millones de euros al año, la UE podría reducir a la mitad la incidencia de la malaria, proporcionar al 80% de los niños de todo el mundo que padecen desnutrición los micronutrientes que necesitan y salvar un millón de vidas de muerte por tuberculosis.

Los dirigentes europeos no deberían dar de lado su compromiso contra el cambio climático, pero en lugar de desperdiciar cientos de miles de millones de euros en una política inútil de reducción de emisiones, deberían invertir en la investigación y desarrollo de alternativas energéticas verdes.

Lo que Europa no debe hacer es seguir recorriendo un camino que no tiene sentido, ni en el plano financiero ni en el ecológico. Unos planes de reducción de las emisiones de carbono como los de la UE, caros y mal concebidos, no harán sino causar unos perjuicios económicos importantes y conflictos de orden político al propio tiempo que no contribuyen prácticamente en nada a disminuir el recalentamiento del planeta. Europa debe cambiar de rumbo.

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