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viernes, marzo 4

El Tambor del Bruc I

(Un artículo de José Javier Esparza en Época -no sé de qué fecha-)

Se llamaba Isidro Lluçá Casanovas, pero pasará a la historia como el Tambor del Bruc. Gracias a ese muchacho de 17 años, Napoleón sufrió su primer revés en España.

Fue en junio de 1808. Por toda España se había extendido la rebelión contra los franceses. Después del levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, la situación del país era caótica. La Familia Real estaba presa en Bayona. El poder formal y material había sido ocupado por los franceses.

El Ejército español se dividía entre quienes preferían sublevarse y quienes, disciplinados, optaban por aguardar instrucciones de la Corona. En diferentes puntos de España, los notables y el pueblo habían promovido la constitución de juntas que se proclamaban representantes de la verdadera soberanía nacional. Pero apenas si tenían recursos materiales -y menos aún, militares- para apuntalar esa soberanía. Una tragedia. Napoleón veía todo esto con enojo, pero no con gran preocupación. Lo que a él le interesaba era, sobre todo, neutralizar a España y Portugal para cerrar el paso a los ingleses en el sur. Bonaparte pensaba que en España, como había ocurrido en Italia, el pueblo, o al menos parte importante de él, recibiría a los franceses como a liberadores frente al despotismo de los viejos monarcas absolutos. Se equivocó: los españoles, en todas partes, antepusieron su dignidad y su independencia a otras consideraciones.

En el caso concreto de Cataluña, el propósito de Napoleón era más ambicioso: no trataba sólo de dominarla, sino que pretendía convertirla en una especie de protectorado, de marca, como en los tiempos de Carlomagno, y bajar hasta allí la frontera francesa. Con ese propósito acantonó gran cantidad de tropas, incluidas unidades de sus nuevas posesiones italianas. Parece que las tropas invasoras esperaban recibir de la población un trato cordial. Ocurrió todo lo contrario. Muchos soldados españoles, pese a tener órdenes de colaborar con los franceses, desertaron y se echaron al monte. Centenares de militares de los regimientos suizos y valones de la Corona española engrosaron el número de los partiotas. Y la propia población civil catalana empezó a agitarse. En Cataluña funcionaba entonces una especie de milicia popular que se llamaba somatén y que actuaba como fuerza de orden en los campos para protegerse de bandoleros y salteadores. En esta hora trágica, el somatén se contó entre los resistentes. Así, la dominación pacífica que esperaba Napoleón se convirtió, en muy pocas semanas, en un avispero.

Como los demás españoles, los catalanes crean sus Juntas. Primero en Lérida, luego en Manresa. Ante la rebeldía de la población, los ocupantes adoptan médidas drásticas. Todo ciudadano que se resista a pagar impuestos a los franceses o, aún peor, todo aquel que se haya echado al monte es tratado como un delincuente. El mando napoleónico comete el grave error de permitir a los soldados excesos injustificables. Una parte importante de culpa corresponde al jefe de las tropas italianas de Napoleón, Lechi, quien se comporta con un despotismo bestial. la situación es explosiva. El 23 de mayo de 1808, el Diario de Manresa, órgano de la Junta local, escribe lo siguiente: "Ha pasado ya a ser una verdad la más notoria, que en la escuela bonapartista, mejor diremos malapartista, no se ha enseñado, ni enseña, más que el embuste, la mala fe, el engaño, la patraña, el fraude, la tiranía, el arte de talar, robar, incendiar y profanar lo más sagrado, la ciencia en fin del mal [...]. Los rápidos progresos que en tan abominable club ha hecho el afeminado y sanguinario Lechi no necesitan de apología...".

En Manresa estalla un motín popular. ¿Por qué? Por algo aparentemente menor: una partida de papel timbrado, oficial, donde los franceses, bajo el rótulo habitual de Carlos IV, rey de España, habían colocado el nombre del lugarteniente general del Reino, es decir, el mariscal Murat. Los manresanos ven el gesto como una usurpación insoportable. Exasperados por semejante ofensa al rey, hacen acopio de todo el papel timbrado y lo queman públicamente. Es un gesto de rebledía popular que va a disparar los acontecimientos. El pueblo de Manresa lo sabe. También el gobernador, Francisco Codony, que inmediatamente dicta un bando que es un ejemplo eminente de precaución: por un lado, pide tranquilidad; por otro, se dispone para la defensa. Así lo dijo el gobernador: "Deseoso de que sean escuchadas las ideas manifestadas por el pueblo en el día de hoy, que son las de sostener sus derechos fundados en las leyes con que felizmente ha vivido bajo la dominación de sus legítimos soberanos, he proveído que, retirándose todos los vecinos que con este motivo han manifestado tan dignos sentimientos, se tranquilicen y esperen, que ya se irán dictando cuantas providencias sean necesarias; que los que quieran alistarse se presenten a los sujetos que hoy mismo elegirán los Comunes, dándose a cada individuo útil que tome las armas cuatro reales-vellón diarios [...]. Obedecerán las órdenes que les den las personas destinadas para mandarles, con la mayor puntualidad para que se observe el buen orden, que es el fundamento principal del éxito en las empresas.

Los franceses no pueden tolerar esta insubordinación y envían una expedición al mando del general Schwartz. Es una expedición táctica y, al mismo tiempo, de castigo: ha de cubrir el trayecto Barcelona-Lérida-Zaragoza, despejando las carreteras y deteniéndose en Manresa e Igualada para reprimir la sublevación. La columna de Schwartz no es desdeñable: 3.800 hombres, todos veteranos de otros frentes. Poco habrían podido hacer los somatenes ante esa fuerza. Pero alguien lo supo antes, alguien cuyo nombre ignoramos, pero que, al ver partir a los franceses desde Barcelona, subió a caballo, galopó y adelantó al enemigo, llegó a Manresa y dio la voz de alarma. Los campanarios de todas las iglesias tocaron a rebato. Los españoles, alertados, decidieron tender una emboscada a las tropas de Schwartz. Lo harían en un paso montañoso: el Bruc, al lado de las crestas de Montserrat. Así comenzó la batalla del Bruc.